La frontera fantasmal

De modo inevitable, una tendencia de la narrativa reciente en México aborda temas vinculadoscon el narco, la violencia, la inseguridad, el baño de sangre que se extiende por amplias zonas del país. No siempre con éxito, sus autores desafían la reiteración, los lugares comunes. Mientras, la realidad impone nuevos tratamientos y registros: así lo muestra la siguiente lectura —además, la columna que cierra esta edición brinda otra perspectiva para dilucidar, desde las letras, la gravedad de la emergencia.

La frontera fantasmal
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La novela negra en México no puede quitarse de encima el tema del narco debido, principalmente, a que el propio país no ha podido liberarse de este flagelo y en el corto plazo no se ve que regrese a niveles controlables. Por esto es prácticamente imposible hacer una novela negro/criminal en este país, y más en una urbe como Ciudad Juárez, sin hablar de narcotráfico. Sin embargo, César Silva Márquez, oriundo de aquella población fronteriza, sabe hacerlo de manera que los delincuentes no sean el platillo principal, sino el clima bajo el cual la población se desenvuelve.

Silva Márquez, conocido también como poeta y con algunos premios en su haber en esa disciplina, sabe llenar su prosa de musicalidad, al mismo tiempo que toma los tópicos de este género: una investigación, un policía, un reportero, un crimen y su posible resolución. En este caso se trata de un asesinato, y al mismo tiempo, un secuestro.

PESE A ESA ESTRUCTURA repetitiva del policiaco, en Sombras nada más el autor toma los elementos comunes para crear una historia llena de fantasmas y de momentos eróticos, que la diferencian del resto de la producción nacional. No estamos aquí ante el detective que sufre y que de una novela a otra continúa igual, impasible, sin apenas desarrollarse, sino ante el deseo de que el lector se enfrasque en un viaje a una ciudad que parece estar siempre en el límite de lo que llamamos realidad, muchas a veces más cercana al terror que a la literatura negra. Ambos géneros están hermanados por la violencia, a fin de cuentas.

Los protagonistas de la historia son Luis Kuriaki, periodista acosado por sus recuerdos, y el eterno perseguidor, Julio Pastrana; conforman un dúo dispar pero complementario, que le brinda dinamismo a la trama. Mientras a Kuriaki lo acorralan los fantasmas del recuerdo —en la novela anterior de Silva Márquez, La balada de los arcos dorados, parecía que Kuriaki en verdad podía hablar con los muertos—, Pastrana vive en carne propia el deseo de venganza que descarga físicamente contra quien piense que debe hacerlo. Sin embargo, a diferencia de los esposos creados por Dennis Lehane, los famosos Kenzie & Gennaro, Kuriaki y Pastrana están juntos y funcionan como una unidad debido a que son los únicos que no se han vuelto cínicos ante la violencia que azota Juárez.

Silva Márquez lleva por todo el relato la sombra del rey del bolero ranchero, Javier Solís, con metáforas y juegos de palabras en torno a sus canciones, incluyendo un complot para eliminarlo

En esta entrega, que puede leerse sin necesidad de acercarse a la novela previa del autor, agrega un nuevo personaje, uno que al mismo tiempo es transgresor, si lo miramos con ojos de hoy: la Femme Fatale de toda la vida, Rossana. Es hermosa y ejerce su sexualidad como más le place, con el agregado de que es una exhibicionista. A este variopinto grupo de tipos agrega otro, un cliché de la novela negra: un mago, Mario Bazán. Pero el personaje que no puede faltar es la propia Ciudad Juárez, ésa que alguna vez fue Paso del Norte y que en un arranque nacionalista acabó teniendo el apellido del prócer, como tantas calles, avenidas y escuelas en todo el país. Sin embargo, no es una ciudad idealizada, por el contrario, se trata de una urbe fantasmal, violenta, en la que pueden suceder los peores crímenes.

DE LA MISMA MANERA que el estadunidense Lawrence Block citaba los crímenes de la Nueva York salvaje de la década de los setenta, en la inolvidable novela Ocho millones de maneras de morir, Silva Márquez enumera y relata los crímenes reales sucedidos en la ciudad fronteriza. De ese modo crea un ambiente de desazón, ya que los delitos más terribles de la urbe de Pedro Navajas palidecen ante el sinsentido y la crueldad de Juárez.

Con los personajes bien puestos, redondos, tridimensionales, el autor los hace correr de un lado a otro de este tablero en medio del desierto. Porque una buena novela negra nos hace conocer las calles y los garitos del lugar donde se desarrolla. De ese modo asistimos a bares, oficinas gubernamentales, hoteles, lupanares, calles solitarias y, claro, casas con hipotecas y grandes mansiones, donde viven los amos del sitio.

Lo que me parece más increíble es cómo, en medio de este ambiente de violencia, la vida cotidiana no deja de fluir. Algunos buscan sexo, aunque sea viéndolo a través de las ventanas; otros van tras precarios encuentros de oficina. Unos más desean comer y beber, porque eso sí, la historia está salpicada de referencias gastronómicas. Y también de mucha música. Silva lleva por todo el relato la sombra del rey del bolero ranchero, Javier Solís, con metáforas y juegos de palabras en torno a sus canciones, incluyendo un supuesto complot para eliminar a los tres grandes cantantes de México: Pedro Infante, Jorge Negrete y el propio Señor de las sombras.

Éste y otros recursos narrativos hacen que la novela sea mucho más que un mundo cerrado en sí mismo, como los grandes relatos de misterio en donde lo planteado se resuelve y permite tener la catarsis que busca el lector. Sombras nada más se convierte, también, en puertas entreabiertas para muchas historias que se van planteando capítulo a capítulo. Porque lo importante en este libro no es mantener en vilo al lector, aunque lo hace, sino crear un mundo propio en el que el desierto, la soledad, los deseos más bajos del ser humano, se entrelazan para mostrarnos que incluso en medio del peor de los mundos, la vida no se detiene.

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