A los músicos solía medírseles en ventas de discos y boletos de conciertos, en giras, listas de popularidad, audiencias de radio y televisión. Ahora son las métricas de sus redes sociales, canales y plataformas, las que determinan si obtienen o no recursos para el crecimiento musical. Pero cunde el agotamiento digital entre músicos, abrumados y extenuados entre la autopromoción en línea, las giras y la producción de música.
El Digital Burnout Report 2022, publicado por The Music Managers Forum, analiza la situación de los creadores de música y sus representantes. Si un músico quiere venderle su alma a la discográfica a cambio de producción, difusión y promoción, tiene que presentar sus métricas. Lo mismo sucede con las marcas de ropa y bebidas que patrocinan y las productoras que arman los festivales. Sin importar quién sea ni el talento que tenga, si no cuenta con el mínimo requerido de clicks, likes, seguidores, interacciones, reproducciones, descargas y un largo etcétera, se queda fuera del presupuesto. Pero son músicos, no influencers.
Además de hacer música y giras, tienen que volverse expertos en el manejo de sitios como Facebook, Instagram, Twitter, YouTube, Tik Tok, Spotify y Bandcamp, sus métricas, creación de contenido y producción audiovisual para engrosar las filas de seguidores. Si el músico y el mánager no saben hacerlo, tienen que contratar a un profesional que lo haga. Los que no pueden pagar están solos y aplican el Do It Yourself. Los músicos jóvenes tienen a favor la facilidad tecnológica. Supongamos que alguien alcanza las cifras y entra al reino de una compañía, una marca como Vans lo patrocina y lo programan en los festivales más importantes. Lo primero que le exigen es generar más contenidos, antes incluso que componer y grabar. Los contenidos semanales para publicar por kilo en las redes son la prioridad. Por eso tanta música basura.
Las medidas del desempeño laboral, los KPI (Indicador Clave de Desempeño), aplican parejo. La era digital impuso medir todo y obliga a la actualización de conocimientos y habilidades para mantenerse vigentes en el mercado. Los músicos podrán tener buenos discos, pero lo que importa son las cifras de su desempeño digital. Números sin corazón, el factor humano y el artístico ya no importan. En el mundo de Linkgodín, donde se respira el ROI (Retorno de Inversión), esta lógica cuadra. Pero medir el talento artístico en cifras duras de ese nuevo Coco que es El Algoritmo, resulta atroz e inhumano. Con todos esos números Coltrane ya hubiera hecho varios círculos geométricos, ¿o no, HDSPM?