Jorge Ibargüengoitia

Cuarenta años de Los pasos de López

La vigencia de la obra se manifiesta desde su presencia infalible en librerías, con ediciones diversas que confirman su capacidad de atraer lectores al goce de su escritura. Al ras de la vida cotidiana, en ella la historia resuena con el juego de la inteligencia, la ironía, la parodia, la irrisión implacable que hace trizas la hipocresía, así como las pretensiones de la demagogia y los buenos propósitos jamás logrados. La última de sus novelas insiste en los recursos distintivos, con la potencia adicional de la madurez y plenitud del autor.

Los pasos de López
Los pasos de López Foto: larazondemexico

Desde que la vida adulta llegó —sobre todo la que te mantiene despierto por la madrugada o que te vapulea tanto que terminas dormido a las diez de la noche—, desde entonces, leer se ha vuelto más complicado. No quiero decir que no lea, sólo que ya no hilo un libro tras otro. Por otro lado, he cambiado la velocidad por el análisis. En mi juventud leía sin detenerme en los pequeños juegos del lenguaje, sin poner atención a los arcos narrativos, sin entender cómo un personaje decide pasar a la acción y transformarse. Sólo leía y leía. Ahora leo menos, pero mejor.

HACE UNAS SEMANAS me enteré de que la edición mexicana de Los pasos de López, de Jorge Ibargüengoitia, se publicó en 1982. La última novela de uno de los más grandes escritores mexicanos cumple cuarenta años y decidí que debía revisitarla. Sucedió lo que esperaba: la leí en apenas un par de días.

Y eso porque tuve que trabajar y todo ese horror. La leí con calma, revisando los giros literarios, las estrategias narrativas y los arcos de cada personaje.

A Ibargüengoitia se le ha acusado no de ser sencillo, sino simple. Esto sucedía cuando el autor estaba vivo y también ahora. A pesar de que en la actualidad es aceptado como un narrador original que supo retratar la idiosincrasia mexicana a través de novelas ubicadas en distintos momentos de la historia, la crítica sobre su simplicidad sigue en el aire. Incluso su profesor, Rodolfo Usigli, dijo que el lenguaje de su alumno era “descuidado y escueto, hasta casi ser esquemático, poco justo en los símiles y en las formas coloquiales o figuradas; y de mal gusto en general”. También le pidió que tirara a la basura sus obras teatrales. Por fortuna, Ibargüengoitia mandó a su maestro por un tubo.

Entre el público no especializado siempre gozó de un arrastre masivo. Lo que más me gusta de él es que sus libros los pueden disfrutar escritores y académicos, pero también quien limpia los pisos en la universidad. Sólo es necesario que sepa leer. Es la gloria más grande a la que debería aspirar todo escritor: que la obra llegue a todo el mundo. No comprendo a quienes creen que el lenguaje debe cargar con todo el encanto, aunque confunda, y se conforman sólo con la lectura de sus pares.

Encontré por un lado la desacralización de la historia nacional y, por el otro, el retrato de la mexicanidad desde una visión irónica

ENCONTRÉ EN LOS PASOS DE LÓPEZ dos características importantes: por un lado, la desacralización de la historia nacional y, por el otro, el retrato de la mexicanidad desde una visión irónica y humorística, pero siempre poniendo el dedo en la llaga.

Si algo hizo a la perfección Ibargüengoitia fue tomar la historia nacional y quitarle la pintura dorada barata. Lo hizo en sus obras de teatro y lo hizo aquí, con la última obra de su carrera. El asunto es que Los pasos de López tampoco cumple con las características de una novela histórica. No hay en ella una interpretación cercana a los documentos, sino al sentido común que convierte a los héroes nacionales en hombres y mujeres comunes, en situaciones extraordinarias. Más que una narración apegada a la supuesta realidad, se trata de una novela que avanza gracias a que reconocemos en los personajes, sobre todo en el protagonista, a nosotros mismos. ¿Qué haríamos si las circunstancias nos enrollaran en una conspiración para tumbar al gobierno? ¿Cómo traicionaríamos a esos nuevos amigos que nos reciben con los brazos abiertos, pero con intenciones escondidas?

La conspiración nace de una idea ingenua: la independencia será cosa de coser y cantar. Cada decisión tomada por los personajes es un error. Únicamente en el campo de batalla llevan ventaja pero, al final, también ahí fracasarán. La obra nos descubre a un Periñón/Hidalgo arrebatado, y a sus amigos que soportan las decisiones de aquél con estoicismo. No voy aquí a confrontar la novela de Ibargüengoitia con datos históricos. No creo que el autor quisiera eso. Pienso que su intención tenía más que ver con retratar la humanidad de los personajes. Esos grandes nombres que en los ochenta todavía se escribían con letras de bronce. Más que entrar en una discusión histórica con los especialistas, yo leo el interés por explicar la condición social y económica del momento en el que surgió la conspiración independentista. En ese sentido, el libro es un acierto narrativo que sirvió para desacralizar a esos héroes que los políticos actuales todavía quieren usar como excusa para justificar sus decisiones. Así, Ibargüengoitia logra algo que en apariencia es sencillo: retratar lo mexicano sin cursilerías y trasladarlo al pasado, pero identificarlo con la vida actual.

EL PERSONAJE MÁS INTERESANTE de la novela no es el narrador sino Periñón, un retrato de Hidalgo poco cercano al santo civil que los gobiernos nos han querido presentar. Informal, impaciente, egocéntrico, rencoroso y compasivo, es el espejo perfecto de todos los líderes populistas mexicanos. Periñón no cree en el orden ni en la organización, permite que la turba se comporte como se le antoje y se siente abrazado por la ignorancia del mexicano promedio. Es el caudillo que ha llevado al desastre a este país desde el siglo XIX. El amado líder, el populista, el personaje que quiere pasar a la historia nacional a como dé lugar.

No nos hemos podido librar de este tipo de líderes. Pareciera que seguimos atrapados en el pasado, viendo por el espejo retrovisor y esperando a un mesías que nos muestre el camino para salir de este México eterno. Ibargüengoitia ya lo sabía y nos avisó muchas veces, si sólo hubiéramos abierto los ojos.