La memoria, la maldad, la moda, las enfermedades, los viajes, el cuerpo vejado, el cuerpo deseante, los dientes, la mujer en la historia, en la literatura, la casa, las castas, la muerte: temas recurrentes en la creación de Glantz. En su obra de estudio están sus reconocidas aportaciones sobre la Malinche y sor Juana, además de María de Zayas, representante del prefeminismo premoderno en España, entre otros autores de la colonia. Conquistadores, navegantes, literatura del siglo XX con especial acento en Rulfo, Celan, Kafka, Woolf y, de un tiempo para acá, los afilados pellizcos que leemos en sus tuits. Maestra de varias generaciones, estudiosa y comentarista de teatro, reconocida con mil y un premios, becas, invitaciones que no cesan. La vemos desplazarse sola en los aviones a sus 92 años con la ligereza de una mozuela. Margo Glantz habla aquí de una preocupación que, aunque no parezca central en su trabajo, lo atraviesa. Sus asociaciones pendulares recorren la vida familiar, el cine, los libros, expresiones como “un mundo de tiempo” aplicado a las ciudades, los transportes, el lenguaje, los fragmentos. Todo alrededor de la rueca donde se hila el tiempo que una vez gastado no regresa.
ES CIERTO. El cine está enmarcado en un tiempo específico, depende de una duración que oscila entre la hora y media y las dos horas. Y aunque hay varios cineastas que recrean y reflexionan acerca del tiempo, no es, por su forma de lenguaje, el medio ideal para tejer grandes ideas acerca de su naturaleza. “Es más plausible —dice Margo Glantz— tratar de aproximarse a un concepto del tiempo en la literatura, aunque el cine será siempre más inmediato”. La literatura no tiene que economizar tiempo. “Ahí puedes extenderte sobre la página en blanco y hacer disquisición y media sobre el tema”.
Es curioso que nuestra charla sobre el tiempo haya comenzado en estos términos, porque hay algo en la infancia de esta viajera muy anclado a dos ramas. La niña que al mirar hacia arriba encontraba a una madre con rostro de diva cinematográfica y a un padre que al estar rodeado de libros favoreció un contacto temprano con la literatura, como si estas dos alas fueran a formar al colibrí que siempre se agita en su cabeza. “En mi infancia tengo una referencia del tiempo completamente artificial porque la figura de mi madre, una mujer muy bella, estaba colocada adentro de mí en una temporalidad ficticia que era la del cine. Me parecía personaje de películas de los años cuarenta. Mi madre tenía para mí una temporalidad de celuloide, muy construida y ligada a un tipo de vestido y de peinado como salido de la pantalla. Ésa era mi referencia de belleza, una figura hasta cierto punto distante y estereotipada en un tiempo que para mí no era el real”.
Sobre la mesa de su sala veo los siete tomos de Proust y,
como Margo se mueve en francés y en inglés como nativa, no puedo dejar de hacer un salto
Hay cineastas que se mueven en el tiempo con una morosidad extraña. Cuando Margo vio por primera vez películas de Antonioni, por ejemplo, le parecieron lentas; además, frente al cine estadunidense, tan vertiginoso, la impresión de lentitud se le acrecentaba. “La morosidad se vuelve casi una dimensión espacial”. Eso me estaba explicando Margo Glantz cuando sonó el teléfono y nos sacó del flujo de la conversación. Al colgar, volvió inmediatamente al asunto como si sólo reconectara un cable. “El tiempo tiene una dimensión trágica: nunca lo vas a recobrar”. De pronto surgen entre nosotras unas palabras, el fragmento de un poema magnífico y ni siquiera repetimos el nombre de su autor. ¿Es de W. H. Auden? “El tiempo sólo dice te lo dije / si yo supiera / yo te lo diría”. Es el tiempo que ya no puedes enmendar. Un tiempo que te advierte sobre lo que ya pasó. Te lo dijo y si tú no lo escuchaste, de todos modos, lo sabrás más adelante. Como decimos en español, a toro pasado sabrás lo que entonces no supiste o no quisiste saber. El tiempo te lo dijo. Y las dos repetimos como en coro griego: “El tiempo sólo dice te lo dije”.
SOBRE LA MESA DE CENTRO de su sala veo de reojo los siete tomos de Proust y, como Margo se mueve en francés y en inglés como nativa, no puedo dejar de hacer un salto. Es por ello que le pregunto si en las distintas lenguas, al menos en las que ella conoce, existe una concepción intrínseca del tiempo.
“En español y en francés —me subraya— hay matices que se han perdido. En el castellano de España no se usa el pretérito simple. Lo mismo en francés. No dicen ‘yo vine’ sino ‘he venido’. Me pregunto por qué en las sociedades más desarrolladas, los matices del tiempo se van perdiendo por dentro de sus lenguas. Mientras más cercanas a lo artesanal, más registros temporales existen”.
En el inglés británico y en el de Estados Unidos no abundan los condicionales que hay en español. Es un hecho que el concepto del tiempo varía notablemente según las condiciones materiales de la sociedad.
“Cuando la sociedad cambia su estructura aparece el concepto del famoso time is money. En la Edad Media, por ejemplo, no podía comerciarse con éste porque el tiempo tenía un carácter divino. Por eso los mercaderes no podían cobrar deudas adquiridas. Había que cobrar de inmediato. El tiempo tenía una dimensión sagrada. No en vano es hasta el siglo XIV cuando empiezan a fabricarse los relojes. Antes la gente se regía por los de arena, por la clepsidra. La temporalidad marcada por los astros, una concepción más rural, más atada a los ciclos de la tierra y sus cultivos”.
Aquí trae a cuenta una cantidad de relaciones que sus lecturas le devuelven. Con su increíble capacidad de recordar, lo menciona como si lo hubiese leído ayer. Las distintas capas del tiempo simplemente no existen en su memoria, porque todo lo tiene a la mano. Y cita con entusiasmo a Shakespeare y a Beckett y habla de Tirso de Molina y sus ojos se alumbran cuando menciona a Dante y a sor Juana. Pero luego retoma el asunto de la medición y dice que la primera vez que se fijan los horarios exactos es con la revolución industrial. “Los horarios de los trenes, por ejemplo, adquieren una exactitud no sólo en la vida concreta sino en la literaria. No podrías entender la novela policiaca de Sherlock Holmes sin el tren que sale a las 8:04 y llega a las 8:50”.
PARECEMOS ESTAR DE ACUERDO en una idea que rige esta conversación: el hecho de que el concepto del tiempo fue creado por nosotros, no existe por sí mismo. El tiempo matemático o físico es variable y relativo. En Newton y en Einstein son bien distintos. “El concepto del tiempo más abstracto y matemático nunca es suficientemente exacto para no poder variar. Y la forma de medirlo es una convención. Necesitamos fijar el tiempo, cosa que no sucedía antes”. Entonces, ¿cómo le harían los mayas para citarse en el mercado a las ocho de la mañana? Y Margo dice como si acabara de estar allí: “No, no, no... acuérdate de que eso no ocurría”.
Volvemos a tocar la relación entre tiempo y lenguaje. “Cuando hablas sobre el tiempo usas frases trilladas que te dejan fuera del concepto. Cuando lo quieres definir estás obligada a usar sus propios términos. Tienes que incluir la palabra tiempo y sus derivaciones para hablar de él: así caes en una constante tautología”.
Y de pronto se le enciende algo en la cabeza y comienza a hablar más rápido. Esto le ocurre siempre que salen a colación sus escritores preferidos, me digo en silencio y me embelesa oírla pensar. “Ya, ya... ya”, dice como si hubiera encontrado su eureka. “La escritura —agrega, volviendo a un tema anterior— tiene una cierta posibilidad de hacer permanecer en el tiempo. Yo puedo recorrer el tiempo de El idiota de Dostoyevski cuando quiera. Vuelvo a leerlo y vuelvo a vivir el tiempo de El idiota, vuelvo a revivir lo que le pasa y de paso también mi vida cuando lo leí por primera vez y por segunda y por tercera. Así puedo recobrar mi tiempo y el de Dostoyevski”.
De pronto se queda callada y me pregunta: “¿Qué? ¿Se oye muy jalado lo que digo?”. Y sin decirme nada más, se levanta y sube la escalera de su casa corriendo como si tuviera prisa, como si quisiera ganar tiempo para algo. Y a los tres minutos ya está abajo y me muestra un libro. Y aún antes de abrirlo repite unos versos de memoria. “No soy, seré; / que sólo por pretender / ser más de lo que hay en mí / menosprecié lo que fui / por lo que tengo que ser”. Y abre el ejemplar de Tirso de Molina. Es un libro grueso, creo que uno de los tomos de sus obras completas. Y no tarda nada en encontrar la pieza El vergonzoso en palacio. Lo hojea durante unos segundos y allí están los versos, tal como los citó. “Mira. Es un tiempo que nunca es: no hay presente, futuro ni pasado. Algo que nos pasa a casi todos”.
Con su increíble capacidad de recordar cita con entusiasmo a Shakespeare y a Beckett... sus ojos se alumbran cuando menciona a Dante y a sor Juana
ES HIJA DE UCRANIANOS, su vida está relacionada con otras lenguas, con distintas concepciones de la vida y de la eternidad. Su familia judía, por heterodoxa que haya sido, pertenece a una tradición donde Dios es la eternidad. “En la cristiandad, en especial en La divina comedia, hay matices que diferencian esa concepción. El infierno y el paraíso son estáticos. Nadie puede salir de allí. En cambio, el purgatorio es la única movilidad de lo eterno”.
Entre una disquisición y otra llegamos por fin a una especie de centro sin orillas que ha representado años de estudio en su vida: sor Juana. Y me cuenta una anécdota fascinante. Cuando le prohíben leer y escribir, ella sabe que no pueden impedirle pensar. Y le sucedió que una mañana miraba en el convento a unos niños mientras jugaban con un trompo. “¿Por qué —se preguntaba— tiene el trompo ese movimiento en el espacio, por qué se mantiene girando? Al hacerse esta pregunta trae un poco de harina, la cierne sobre el piso y hace girar el trompo. Ahí surge la observación de cómo se mueven los cuerpos sólidos en el espacio. ¿Por qué trazan una doble espiral? Y hay que apuntar que ella lo pregunta al mismo tiempo, en la misma época que Newton. Sin embargo, todavía no hay en ese momento un teorema que pueda traducir esa interrogante. Es hasta el siglo XVII que la ciencia logra verlo con precisión. Pero ella estuvo allí, al comienzo de estas preguntas, que por cierto aparecen en su poema Primero sueño”.
En su carácter de viajera y de curiosa me parecería un desperdicio no hacer hablar a Margo Glantz de lo que sus ojos han visto en otros lados. “Me refiero a los grandes relojes de ciudad que se vuelven especie de símbolos para la gente del lugar". Su preferido es el de la catedral de San Vito en Praga, un reloj medieval que tiene un mecanismo extraño. "Constantemente giran personajes precedidos por la muerte y su guadaña. Los relojes de entonces hablan del tiempo humano, de la brevedad de nuestra vida, son relojes narrativos, reflexivos. También está el Big Ben, emblema de Londres, pero yo me quedo con los de la Edad Media. Marcan una época. Creo que el tiempo de los relojes es muy particular. En el poema Primero sueño, de sor Juana, el corazón es un reloj . Lo llama ‘el arterial concierto’”.
EL RELOJ PERSONAL se usa en el pulso, pienso al recordar los versos de sor Juana. Hay gente que, según dicen, descompone los relojes porque su pulso es extraño (parece una ficción). La gente usa relojes, ¿para ser puntual? Dice Margo que las sociedades puritanas son más puntuales. “Allí donde time is money, la impuntualidad es casi un delito. Cuando era chica y tomaba trenes, creo que nunca pasaban de Lechería. Trenes que hacían un mundo de tiempo y jamás llegaban a la hora. Hay tantos tiempos y de duración tan relativa. El peor tiempo es el del dentista o el del ginecólogo que tiene cuatro salas y tú lo esperas con las piernas abiertas mientras atiende a otras mujeres. Abrir la boca en el dentista hace que el tiempo deje de fluir”.
Esto me hace recordar un verso de Francisco Hernández que viene muy a cuento: "hace dos horas que son las tres de la tarde". Y ella agrega que por fortuna hay otros tiempos y cantidad de expresiones que se van sumando a las que ya conocemos. “Se habla del reloj biológico. Se dice que se te acabó la pila (antes hubiera sido impensable), a un condenado se le dice ‘te llegó la hora’. El tiempo es también algo que te advierte, que te avisa, que te previene”. Minutos después, me interno en el Periférico donde el tiempo se detiene peor aún que entre ginecólogos y dentistas, pero mi necesidad de escape regresa con la mente a su casa de Coyoacán, donde siempre parece estarse cocinando algo en esa calle de Hornos.
Vuelvo entre el estruendo de los coches al momento en que, antes de despedirnos, y sin ponernos de acuerdo, repetimos casi sin querer aquello de que “el tiempo sólo dice te lo dije”.