Poesía mexicana

Dos antologías canónicas

Como sugiere esta amplia reseña, la vigencia de las antologías tiene fecha de caducidad. En la segunda mitad del siglo XX circularon algunas, enfocadas en la poesía mexicana, que adquirieron el valor de un parteaguas. Dos de ellas, sin duda primordiales —realizadas por Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco—, han regresado a librerías este año mediante sendas reediciones para dar constancia, en efecto, de su vigencia, del interés que pueden despertar en los lectores de hoy.

Carlos Monsiváis (1938-2010), en 1969. Foto: Rogelio Cuéllar / rogeliocuellar.mx

La Editorial Océano de México, en su colección Hotel de las Letras, ha relanzado (es decir, rescatado) dos tomos canónicos: la Antología de poesía mexicana, Siglo XIX, con prólogo, selección y notas de José Emilio Pacheco, y la Antología de poesía mexicana, Siglo XX, con introducción, selección y notas de Carlos Monsiváis, ambas publicadas en 1979 por Promexa en su colección Clásicos de la Literatura Mexicana, coordinada por Patricia Bueno de Ariztegui.

El rescate era necesario y diré por qué. Ambas, las de Pacheco y Monsiváis, constituyen, junto con Poesía en movimiento (1966), de Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis, y Ómnibus de poesía mexicana (1971), de Gabriel Zaid, los corpus más significativos de la poesía nacional publicados en el siglo XX, aunque los responsables de Poesía en movimiento planteen, desde la primera línea (en su “Advertencia”):

Este libro no es ni quiere ser una antología. Nos propusimos rescatar, con los poemas —en verso y en prosa— de las distintas generaciones aquí representadas, los instantes en que la poesía, además de ser franca expresión artística, es búsqueda, mutación y no simple aceptación de la herencia.1

Significativamente, aunque las ediciones “definitivas” y “corregidas” de las antologías realizadas por Pacheco y Monsiváis son de 1979 (y que fueron otra vez adaptadas y corregidas en 1985), bajo el sello Promexa, en la colección mencionada, ambas, en sus orígenes (1965 y 1966), son contemporáneas de Poesía en movimiento. Surgieron en el Seminario de Historia de la Cultura Nacional de la Dirección General de Estudios Históricos del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia), encabezada por Enrique Florescano, con la colaboración de Sonia Lombardo, jefa del Departamento de Investigaciones Históricas. Además de Pacheco y Monsiváis, participaron Nicole Giron, José Joaquín Blanco y Héctor Aguilar Camín. Hay que recordar que, de su experiencia en ese Seminario, Blanco produjo su estimulante Crónica de la poesía mexicana (1977).

De hecho, tanto la antología de Pacheco como la de Monsiváis aparecen unos meses antes que Poesía en movimiento. La de Pacheco en 1965, y la de Monsiváis en 1966, publicadas por Rafael Giménez Siles y Emmanuel Carballo bajo el sello editorial de Empresas Editoriales, y es sintomático que Octavio Paz le escriba entonces a su editor Arnaldo Orfila, director general de Siglo XXI, el 18 de agosto de 1966, desde Nueva Delhi:

Antología de poesía mexicana, Siglo XX

Acabo de recibir la Antología de Monsiváis. Después de aquel ensayo de Cuesta, “El clasicismo mexicano”, no había leído nada mejor sobre poesía mexicana moderna. Un estudio de primer orden. Agudo, enterado, bien escrito [...] Su antología es muy completa y, al mismo tiempo, exigente. La aparición de la antología de Monsiváis me da una razón más y definitiva. Si se insiste en incluir a todos los poetas que figuraban en la última lista que usted me envió, Poesía en movimiento será simplemente una repetición de ese volumen. Así pues, inclusive por razones de orden editorial, debemos publicar un libro distinto. Por el contrario, si se deciden ustedes por el camino que yo he propuesto, la antología de Monsiváis de antemano nos “disculpa”.2

Aunque no sin problemas ni oposiciones tanto de Orfila, Chumacero y Pacheco, finalmente el criterio de Paz se impuso en Poesía en movimiento: más que una antología, una muestra de poemas en los que se privilegia, además del decoro literario (esto es, de la calidad estética), la cualidad de mutación o cambio, de ruptura dentro de la tradición, y aunque cedió, a regañadientes, con algunos autores en los que no encontraba las cualidades de mutación y ruptura, y ni siquiera de decoro literario, Paz no se equivocó en esto. Si bien la Antología de Monsiváis tuvo, en general, una buena acogida por parte de los lectores y de la crítica (lo que ya anticipaba el propio Paz), Poesía en movimiento (que se acabó de imprimir el 9 de diciembre de 1966), en cambio, se convirtió en un hito de nuestras letras, cuyo influjo no ha cesado: la prueba son las múltiples ediciones de lo que sin duda es un feliz long seller de la poesía mexicana.

Cabe señalar que las ediciones tanto de la Antología de poesía mexicana, Siglo XIX, como de la Antología de poesía mexicana, Siglo XX, que ha reeditado Océano, corresponden no a las versiones iniciales de 1965 y 1966, respectivamente, ni a las de 1979 (que fueron corregidas en relación con las anteriores), sino a las de 1985, cuando Promexa relanzó, en un solo volumen, ambas antologías (La poesía, siglos XIX y XX) en su Gran Colección de Literatura Mexicana, para lo cual los antólogos volvieron a revisar el material y sus introducciones, pero dejaron pasar diversos gazapos y lagunas (en algunos casos, “la omisión de versos enteros”, como señala Océano en su “Nota editorial”), que ahora se enmiendan. En el caso de la de Monsiváis, Océano incluye la selección de poemas de la edición de 1985, pero opta por la introducción de 1979 “por ser mucho más completa”.

Monsiváis mismo explica, en 1985, la evolución que tuvo su Antología:

... En 1966, previo encargo generoso de don Rafael Giménez Siles y de Emmanuel Carballo, publiqué en Empresas Editoriales una Antología de la poesía mexicana del siglo XX. La repetí en 1979, con los cambios obligados (suma o resta de admiraciones) a solicitud de Editorial Promexa. Ahora, emprendo la tarea por tercera vez acentuando la estrategia: hacer de la selección no tanto un panorama histórico como una presentación, lo más abundante posible, de los escritores cuya obra me resulta primordial o más significativa.3

Aunque las ediciones definitivas de las antologías realizadas por Pacheco y Monsiváis son de 1979, en sus orígenes son contemporáneas de Poesía en movimiento

Lector voraz y gran conocedor de la poesía mexicana, Carlos Monsiváis, como bien lo advirtió Paz en 1966, hizo una Antología de primer orden, que abre las páginas del volumen con José Juan Tablada (1871-1945) y las cierra con David Huerta (1949), pasando por los más significativos poetas de la modernidad mexicana (López Velarde, Pellicer, Leduc, Gorostiza, Villaurrutia, Novo, Huerta, Paz, Castellanos, Sabines, Lizalde, Zaid, Becerra, Pacheco y Aridjis) hasta completar 43 autores. (Cabe señalar que Poesía en movimiento incluye poemas de 42 poetas; esto es, tan sólo uno menos en relación con la antología de Monsiváis).

Todavía el 22 de septiembre de 1966, cuando Poesía en movimiento se preparaba para entrar a imprenta, Paz le dijo a Arnaldo Orfila: “Temo que el libro, después del de Monsiváis, pase desaparecido: llueve sobre mojado”.4 A tal grado elogiaba el gran poeta mexicano el trabajo meritorio de Carlos Monsiváis con la Antología de la poesía mexicana del siglo XX, que el 22 de noviembre, cuando Poesía en movimiento, a decir de Orfila, ya estaba impresa en su tres cuartas partes, éste trata de tranquilizar los temores de Paz:

Contra lo que usted piensa, creo que Poesía en movimiento tendrá un éxito intelectual y librero, pues a pesar del elogio que a usted le merece la de Monsiváis —seguramente merecido—, no creo que pueda hacer competencia a la excelente obra que bajo su dirección principal publicaremos en los próximos días.5

Y Orfila no se equivocó, aunque Paz tampoco estaba equivocado con respecto a la antología de Monsiváis.

Por cierto, llegar a un acuerdo como el que Paz propuso desde un principio (con las exigencias del decoro literario y la vocación de mutación o ruptura) no fue nada fácil. El primero de octubre de 1966, cuando todavía el editor y los otros tres coantólogos, casi con el libro en prensa, proponían más autores, Paz estalla y se queja por carta con Orfila:

Octavio Paz (1914-1998), en Mixcoac, 1958.

Desde ahora rechazo la proposición [principalmente de Chumacero y Pacheco] de incluir a cuatro jóvenes más. No los he leído, pero, inclusive si uno de ellos fuese el mismo Rimbaud, me opondría. Primero nuestro libro se convirtió en un asilo; ahora quieren transformarlo en un Kindergarden.6

Y cuando Paz, ya con el primer ejemplar de Poesía en movimiento en las manos, le escribe a Orfila que, en general, la edición le gusta, pero que en ella encuentra no pocas erratas e incluso fragmentos y versos completos omitidos, no se queja tanto de esto, sino de las concesiones que, a regañadientes, tuvo que hacer ante la presión de su editor y sus coantólogos. El 6 de febrero de 1967 le manda una carta en la que vuelve a deplorar las licencias que se tomaron especialmente Chumacero y Pacheco: “Es una lástima que Alí y José Emilio no hayan visto que era necesario eliminar de nuestro libro a varias personas, no sólo por evidentes razones estéticas, sino también morales. Pienso en Torres Bodet, nuestra versión folklórica de Luis XVII, el rey burgués”.7

La verdad es que Paz tenía razón respecto de los autores a cuya inclusión se opuso en Poesía en movimiento, siempre exponiendo buenos motivos. Hoy podemos ver, como no lo vieron en su momento Chumacero y Pacheco, que son todos los que sobran en este libro tan significativo luego de que ha pasado sobre él más de medio siglo. Los lectores interesados en saber quiénes son esos poetas y por qué Paz los reprobaba, pueden leer los nombres y las razones de Paz en el libro que recoge las cartas que cruzó con Orfila y que se consigna entre las referencias de este artículo.

Poesía en movimiento

SOBRE EL RELANZAMIENTO de la Antología de poesía mexicana, Siglo XIX, de José Emilio Pacheco, hay que señalar que es, no cabe duda, la mejor selección que se haya hecho de este periodo de la lírica mexicana. Ninguna otra posee su calidad y conocimiento, así como su prematura sapiencia y erudición. Por otra parte, el prólogo, aunque breve, es de una concentración insuperable.

Con modestia, en su nota de 1985, el antólogo señala que “es un libro de divulgación que sólo aspira a rescatar una parte importante de nuestra herencia cultural”. Desde luego, es algo más que esto. Gracias a la Antología de Pacheco, muchos pudimos apreciar las virtudes de los poetas mexicanos del XIX. El libro bien podría haberse intitulado Los cuarenta principales de la poesía mexicana del XIX. Desde José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827) hasta Enrique González Martínez (1871-1952).

En términos cronológicos, esta Antología pudo detenerse, en Manuel José Othón (1858-1906), luego de pasar por los más grandes del XIX: José María Heredia, Guillermo Prieto, Vicente Riva Palacio, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel M. Flores, Laura Méndez de Cuenca y, especialmente, Salvador Díaz Mirón y Manuel Gutiérrez Nájera. Queda claro que José Emilio Pacheco aumentó la nómina con Francisco A. de Icaza (1863-1925), María Enriqueta (1872-1968), Luis G. Urbina (1864-1934), Amado Nervo (1870-1919), Rafael López (1873-1943), Efrén Rebolledo (1877-1929), Francisco González León (1862-1945), Alfredo R. Placencia (1873-1930) y Enrique González Martínez (1871-1952), porque aunque estos nueve poetas vivieron y produjeron parte de su obra durante el siglo XX, por estilo, vocación e identificación pertenecen más a la premodernidad que a la modernidad de la poesía mexicana; ésta, la modernidad, llega a nosotros con las voces de José Juan Tablada (1871-1945) y Ramón López Velarde (1888-1921), con los que se va apagando propiamente el modernismo tardío para dar paso a la modernidad mexicana.

Tablada y López Velarde constituyen, lo mismo para Pacheco que para Monsiváis, esa bisagra que cierra las puertas de una época y una escuela y, al mismo tiempo, abre las otras puertas por las que avanzarán los más grandes poetas del siglo XX mexicano, a partir de los Contemporáneos que serán los maestros de la cumbre literaria mexicana que cerrará el siglo XX y dará paso al XXI: Octavio Paz (1914-1998).

Dos son las antologías canónicas, ambas emparentadas, que llevó a cabo Pacheco: Poesía mexicana 1810-1914, la publicada originalmente en 1965, más conocida como Antología de la poesía mexicana del siglo XIX, y Antología del modernismo 1884-1921, cuya primera edición data de 1970. Ambas se encuentran y se ensamblan no sólo en la literatura, sino también en la historia. Así, a decir de Pacheco, en el caso del libro que hoy relanza Océano, “el orden sigue la etapa más productiva de cada autor y no estrictamente las fechas de nacimiento”.8 Y, en cuanto a la historia, abarca “desde comienzos de la guerra de independencia (1810) hasta el fin de la era porfiriana con la derrota de Huerta por los ejércitos revolucionarios (1914)”.9

Todavía el 22 de septiembre de 1966, cuando Poesía en movimiento se preparaba para entrar a imprenta, Octavio Paz le dijo a Arnaldo Orfila: Temo que el libro, después del de Monsiváis, pase desaparecido

PACHECO FUE UN TALENTO PRECOZ. Tenía apenas 26 años cuando publicó la compilación Poesía mexicana 1810-1914, que dio origen a la que ahora rescata Océano. Era un poeta y un ensayista de primer orden a los treinta, cuando concluyó su Antología del modernismo, que se publicó en 1970 en dos volúmenes (colección Biblioteca del Estudiante Universitario), bajo el sello de la UNAM. Casi al terminar el siglo XX, en 1999, la UNAM, en coedición con Era, publicó en un solo tomo esta obra ejemplar.

Siempre asaeteado por la búsqueda de la perfección inalcanzable, Pacheco me envió un ejemplar con la siguiente dedicatoria autógrafa que doy a conocer por todo lo que revela de su gran talento y de la exigente disciplina que puso al servicio del conocimiento histórico, cultural y literario de México: “A Juan, con 31 años de retraso. Ignoraba que [la antología] la iban a hacer en nueva tipografía. No pude actualizarla y me avergüenza. Quede como el intento de un joven de los sesenta que ahora es tu viejo amigo”.

Toda antología literaria general es una vista panorámica de un instante en la larga historia de las letras de la cual se ocupa. Por ello, todas las antologías, y no sólo las de poesía, envejecen junto con sus antólogos y autores incluidos; tarde o temprano caducan, y también mueren. De ellas sobrevive, a veces, la visión del antólogo y otras tantas las muestras poéticas del puñado de autores que permanezcan en el interés de los lectores y que acaso remonten las décadas y los siglos.

José Emilio Pacheco (1939-2014), en su juventud.

POR ELLO, TAMBIÉN, toda antología de este género es una reunión de poemas y autores con algunos vasos comunicantes; unos cuantos sobresalen por contraste con los demás (“para que el contraste nos hiera”, diría López Velarde), que se van perdiendo en el olvido. Esto demuestra que incluso las antologías canónicas lo son sólo en su momento, y luego pasan a ser parte, importante o no, de la historia literaria, donde podemos advertir la mirada, gustos y preferencias de una época. Las de Pacheco y Monsiváis no son la excepción, pero aún poseen cualidades que las mantienen vivas, a diferencia de la de Antonio Castro Leal,10 por las visiones y revisiones de sus antólogos y por los autores más importantes que incluyen. Esto explica la necesidad de recuperación que llevó a cabo Océano, a partir de la tenaz y feliz iniciativa de Rogelio Villarreal Cueva, director general de esta casa editorial.

UN TRISTE COLOFÓN

Lo desdichado, el infortunio de esta recuperación bien merece unas últimas líneas. La antología de Monsiváis se recupera, aunque con una carencia monstruosa: la ausencia de los diecisiete poemas que incluyó de Octavio Paz, nuestro más grande poeta, por culpa de quienes no comprenden que toda antología tiene una vocación cultural divulgadora en beneficio de los lectores, “aunque esté en el mercado”, como dijera Carlos Fuentes.

Este hecho delata el gran yerro institucional y del gobierno federal por entregar al DIF (Desarrollo Integral de la Familia) de la Ciudad de México el usufructo (o beneficio) de los derechos patrimoniales de la obra y las propiedades de Paz, luego de la muerte de su viuda (en julio de 2018), bajo la figura legal del intestado. El DIF (y más aún el DIF Ciudad de México) no es una instancia cultural ni mucho menos literaria, sino un sistema de asistencia social; por ello, no tiene idea del daño que ocasiona al imponer condiciones crematísticas imposibles de cumplir por cualquier editorial para reproducir, en una antología, la breve muestra del poeta más importante de México y especialmente en una antología canónica como la que llevó a cabo Carlos Monsiváis.

Incluso las antologías canónicas lo son sólo en su momento, y luego pasan a ser parte, importante o no, de la historia literaria. [Éstas] no son la excepción .

Todo autor cuya obra no se divulga, así sea, ¡por lo menos!, en antologías, deja de tener lectores al disminuirse su asequibilidad y al obstaculizarse su acceso. Las antologías literarias son muchas veces el primer acercamiento que tiene un lector joven con autores que lo fascinarán y lo formarán. Imponer desde el gobierno condiciones materiales exorbitantes para reproducir al más grande poeta de México en una antología indispensable no es dañar tanto a una editorial y, en este caso, a una antología, sino a los potenciales lectores.

Por lo demás, la poesía de Paz está en internet en reproducciones descuidadas, incompletas y llenas de erratas por las que nadie paga un centavo al gobierno. El DIF Ciudad de México no se da cuenta de que el rescate y la divulgación, a través de una muestra bien cuidada de la obra de un autor indispensable es, más que un lucro, un servicio cultural. Cuando se exige el pago de derechos patrimoniales excesivos por un autor antologado, resulta imposible incluirlo porque el costo de la antología se elevará de tal forma que será imposible ponerle un precio que un lector medio pueda pagar.

La ausencia de los poemas de Octavio Paz en esta nueva edición de la Antología de poesía mexicana, Siglo XX es un daño a los lectores lo mismo que al poeta. Y no deja de ser una vergüenza. Por encima de la divulgación cultural, una institución gubernamental privilegia el dinero. Lo otro es pensar mal, y quizá acertar: este gobierno que, en lo editorial y cultural, tiene como divisa inculta “menos Paz y más Revueltas”, encarece los derechos de reproducción de la obra de Paz, para que, en efecto, los lectores tengan menos Paz y más Taibo.

Antología de la poesía mexicana del siglo XIX.

Notas

1 Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis, Poesía en movimiento, México 1915-1966, Siglo XXI, México, 1966, p. 1.

2 Octavio Paz y Arnaldo Orfila, Cartas cruzadas, prólogo de Jaime Labastida, Siglo XXI, México, 2005, p. 86.

3 Carlos Monsiváis, Antología de poesía mexicana, Siglo XX, Editorial Océano de México, México, 2022, p. 19.

4 Octavio Paz y Arnaldo Orfila, op. cit., p. 110.

5 Ibidem, p. 119.

6 Ibidem, p. 112.

7 Ibidem, p. 126.

8 José Emilio Pacheco, Antología de poesía mexicana, Siglo XIX, Editorial Océano de México, México, 2022, p. 17.

9 Ibidem, p. 17

10 Antonio Castro Leal, Las cien mejores poesías líricas mexicanas, Porrúa, México, 1914.