Morir de Cronenberg

El corrido del eterno retorno

Crímenes del futuro
Crímenes del futuro Foto: celebrity.land

El cine de David Cronenberg casi siempre resulta una experiencia dislocante. Sin embargo, su más reciente película, Crímenes del futuro, desconcierta por la razón equivocada: las demasiadas incógnitas que deja.

Enfrentarse al cine de Cronenberg implica ponerse en manos de una lógica propia. “Tiendo a ver el caos como una empresa privada antes que social”, ha declarado. Exigirle a su trabajo coherencia universal es una empresa inútil. Pero incluso el caos requiere de un orden dentro del arte. Cuando se abandona todo punto de contacto con las mínimas nociones de realidad ocurren accidentes como El imperio (Inland Empire), de David Lynch. Crímenes del futuro no es a tal grado ilegible, pero peca de exceso de confianza en la memoria del espectador.

Tiene su germen en la película del mismo nombre que el cineasta realizó en 1970. Si bien son dos piezas distintas, comparten muchas de las obsesiones que ha tratado en estos años. Pareciera incluso una especie de homenaje a sí mismo. Lamentablemente, la pinza no acaba de cerrar.

Tal como la primera, que ya exhibía a un director fuera de serie, la nueva es visualmente subyugante. Y ambas comparten la capacidad de crear ciertos tonos. Por ahí algún crítico la ha calificado de soporífera. Pero no se puede negar que uno de los mayores atributos de la cinta es su tono. Gracias a él, sólo la mitad de los asistentes abandonan la sala. De no ser por ese tono, se marcharían todos.

Crímenes del futuro muestra la fascinación de Cronenberg por el proceso evolutivo. Así como las prótesis de Patricia Arquette en Crash funcionaban como órganos neosexuales, aquí los órganos que le crecerán a la humanidad en su interior son el nuevo vehículo para el arte y el erotismo. Según esta visión, donde la cirugía es el nuevo sexo, en el futuro todos seremos cirujanos. Todos tendremos la capacidad de modificarnos biológicamente. Como la raza de comedores de plástico de la película. Para Cronenberg ha llegado el momento de tragarnos lo que queda del planeta, es decir: sus desechos.

Si las decapitaciones en el blog del narco durante la guerra contra las drogas era el espectáculo más extremo al que hemos sido sometidos, ahora nos vamos a redimir por la disección artística en público. En el futuro la belleza interior será definida por lo grotesco y no por la pureza de los sentimientos.

Enfrentarse al cine de David Cronenberg implica ponerse en manos de una lógica propia

CRÍMENES DEL FUTURO posee los atributos de una pieza de ciencia ficción, sin lo explícito que demanda el género. Y en su autorreferencialidad vemos guiños a El almuerzo desnudo en la silla para alimentarse, la mesa de disecciones y la cama. Además de recordarnos a Cronenberg, es imposible no pensar en los experimentos científicos en Una z y dos ceros, de Peter Greenaway.

El cine de Cronenberg lanza preguntas filosóficas todo el tiempo. Pero aquí son de otro orden. ¿Por qué se habla aquí de un concurso de belleza interior que nunca se lleva a cabo? Si los tatuajes son autorreferenciales, ¿cómo sabemos que las autorreferencias de Brecken son un corazón, la palabra mother y una calavera? ¿Qué tiene que ver Live Form Ware en todo el asunto como para que sus técnicas maten al doctor Nasatir y a Lang Dorrige? ¿Qué pasó como Tamlin? ¿Por qué la madre de Brecken se entregó a la policía si lo que mató fue una criatura inventada por su esposo?

Todo lo anterior oscurece el argumento, y la oscuridad es una constante en el cine de Cronenberg. En el futuro la humanidad emprenderá una lucha contra aquellos que han sido modificados a través de la cirugía o de la genética. Y el primero en realizar ese viaje es Saul Tesler, que de artista pasa a informante de la división de Nuevos Vicios, luego a comedor de plástico y abanderado de la nueva subdivisión de la raza. Lo acompaña Caprice, una cirujana que abandonó su profesión por el performance. Ella es el personaje más logrado y más coherente de la historia.

La escena final es un homenaje a Carl T. Por eso es la única en blanco y negro. Y el close up a Tesler es idéntico al de Antonin Artaud en La pasión de Juana de Arco. En ese gesto Cronenberg vislumbró el futuro. Pero no el de la humanidad. El de sí mismo. Por eso su nueva cinta parece un capricho: realizar la que no logró hacer en 1970. Como cuando estás en el lecho de muerte y pides perdón por los errores del pasado.