Desde hace más de una década la cuenta de Twitter @Vulcano_Vesuvio publica todos los días una sola palabra: “Duermo”. Aunque hace escasos ochenta años el mítico volcán tuvo un breve y violento despertar, su erupción más destructiva y memorable fue la del año 79 d. C. De ese avasallador cataclismo nos llegaron noticias a través de las cartas de un solitario testigo: Plinio el Joven. Escribió: “Estaba en Miseno. El noveno día antes de las Kalendas de septiembre, casi a hora séptima [mi tío] subió a un sitio desde donde se podía contemplar mejor aquel portento. Aparecía una nube y los que la miraban desde lejos no sabían desde qué montaña salía, pero después se supo que se trataba del Vesubio”.1
EN VESUVIO, DE MARCO PERILLI (Trento, Italia, 1964), hay también un solitario testigo, quien refiere las primeras señales que anuncian un metafórico, estruendoso despertar que arrasa y sepulta a los personajes de esta intensa novela. “Yo no. Lo que digo corre por cuenta de mis ojos, que vi una sola vez, codo a codo, el día en que cruzaron su camino con el mío”. Con estas líneas arranca una compleja historia sobre el mal, en la que el autor propone una estructura oculta que se alimenta de múltiples referencias literarias: algunas bien claras y precisas, otras que se esconden al lector mediante un cuidado sistema de proporciones que permite que la obra fluya de forma natural sin delatar el esquema que, según dice su autor en una charla, “se basa en una construcción a partir de precisas ideas que son expresión de contenidos y que también miran a un determinado borde compositivo”.
Un fortuito encuentro en París más la sorpresiva caída de un pájaro marcan el inicio de una relación particular y vital entre dos hombres, Mario Reyes y Mario Conti, personajes que son antitéticos a la vez que especulares. El italiano Conti, impotente por completo ante la vida práctica, significa toda su realidad a través de su obsesión por la obra del escritor Varlam Shalámov. Para explicarse su mundo y sobre todo el mundo de Reyes, con quien sostiene una perturbadora correspondencia, inventa diálogos y situaciones que atribuye a los cuatro personajes de los Relatos de Kolimá que se hallan confinados en el reducido espacio estridente de la Casa de la Dirección, perdida en el intimidante paisaje solitario de la taiga siberiana. El Mario mexicano, por su parte, es todo lo contrario: vive hacia afuera y su vida cobra sentido en la medida en que es mirado y admirado por los otros, como si sólo pudiera encarnar su propia existencia a través del reflejo que le devuelve la mirada ajena. Las actitudes de estos dos Marios, opuestas y complementarias, resultan un fracaso porque es tan imposible la vida circunscrita a la contemplación, como aquella vivida sólo hacia afuera.
Perilli no es un escritor complaciente, no concede con
facilidad, exige reflexión, tiempo y medida, pero es, sin duda, generoso en su escritura
“EN ESTE EXPERIMENTO CON LAS PALABRAS”, como lo llama el autor en una conversación, explora el mal de forma bidimensional, lo cuestiona. Ambos personajes están obsesionados con el mal como tema y como realidad: ¿qué se puede hacer?, ¿basta con pensarlo y formularlo o podemos actuar de forma contundente? Estas interrogantes desembocan en una derrota total en sus propias vidas precisamente porque el mal no se resuelve y porque no hay una respuesta, tal como ocurre en la literatura que nunca ofrece respuestas sino que, de manera inevitable, despierta inquietudes que derivan en preguntas.
Si Vesuvio es una reflexión sobre el mal, el desdoblamiento de la voz narrativa y protagónica, que es invisible aunque de pronto cobra visibilidad, aparece y ostenta su posibilidad de producir enredos irresueltos para luego desaparecer, entrar en la cabeza de uno o de otro personaje. Así participa de forma directa del problema ético y en este sentido comparte la responsabilidad del clamoroso estallido magmático. ¿En qué medida el que narra, el testigo, o el que imagina los hechos, tiene el poder y el derecho de organizar a través de su propia voz, de su propia conciencia, de su propio sesgo, la materia que nos presenta? ¿En qué medida el que dice al inicio “yo no” es responsable de los hechos narrados? ¿Por qué se deslinda de esta forma categórica de cuanto relata?
Perilli plantea otra forma de ver el tema del mal. No sólo podemos narrarlo, problematizarlo, ponerlo en escena: es imposible desligarnos de él, ni siquiera al momento de escribir sobre él, y en distintos niveles de la novela se superponen no sólo el escritor y el narrador-protagonista como testigos y cómplices de la maldad, sino también el propio lector. Es que Perilli no es un escritor complaciente, no concede con facilidad, exige atención y profunda reflexión, tiempo y medida, pero es, sin duda, generoso en su escritura, en sus referentes metaliterarios, al desafiar al lector a desentrañar el sentido más hondo de su obra.
En una época signada por la banalidad en casi todo, incluyendo la literatura —“La época se volvió laxa”, dijo hace mucho Ezra Pound—, Vesuvio debe saludarse como un intento serio, honesto (y en muchas ocasiones desgarrador) de llamar la atención sobre lo que verdaderamente importa.
Notas
1 Cayo Plinio, Epistulae VI, 16, s/f. Almacén de clásicas, blogspot.com, consultado el 26 de marzo de 2022, https://almacendeclasicas.blogspot.com/2012/11/el-testimonio-de-un-pompeyano.html
Marco Perilli, Vesuvio, anDante, México, 2021.