¿Pueden las mujeres ser pensadoras?

A juzgar por pláticas de sobremesa, las noticias de algunos medios y las redes sociales, pareciera que las mujeres están en todo, que sin duda emergen para revertir de fondo la oscuridad de siglos apuntalada por el sistema patriarcal. Sara Sefchovich se lo cuestiona a partir de un hecho puntual: al hablar de pensadores, los especialistas que premian con ese término la tarea de mentes notables “no encuentran” ejemplos femeninos, salvo un par de nombres aislados y bajo la condición de que las aludidas estudien asuntos de género.

¿Pueden las mujeres ser pensadoras?
¿Pueden las mujeres ser pensadoras? Ilustración: Jorm S / shutterstock.com

En un artículo sobre Edgar Morin, para celebrar su centésimo cumpleaños, José Abdón Flores lo llama “intelectual por excelencia”.1 El título se justifica porque ha escrito más de sesenta libros, en los que trata temas diversos, tomando de todas las disciplinas aquello que sirve para su trabajo y haciendo énfasis en el cambio en las modas intelectuales (eso que parecía impensable ayer, hoy es aceptado), lo cual resulta profundamente crítico y complejo, que es como este autor considera que debe ser el pensamiento.

Un pensador no sólo describe los temas que trata, sino reflexiona sobre ellos y les busca nuevos ángulos de análisis e interpretación, conecta diversos asuntos aunque parezca imposible y no se queda con lo que se ha dicho ni con lo que está de moda decir sobre ellos. Esto lo hace fuera de las casillas clasificatorias tradicionales y las metodologías en boga, según las cuales, como soy historiadora no leo literatura o como leo teoría no leo revistas.

Según decía Borges, el pensador sabe que todo es útil para entender la trama de las cosas, “desde el polvo acumulado al fondo de un anaquel hasta las naves de un imperio”,2 lo cual se puede traducir hoy como desde una serie de la televisión hasta el libro más académico. Todo le sirve para interpretar los fenómenos sociales, la cultura, la política, la subjetividad.

EL PENSADOR NO COMPRA COMPLETO a ningún autor o doctrina, no acepta leyes generales, soluciones universales ni principios explicativos totales, no aplica modelos establecidos, no acepta certezas, insiste en el escrutinio constante de las preguntas de partida, de los criterios de trabajo y los resultados. Y no cesa nunca de buscar nuevos modos de ver, encontrar contradicciones e incompatibilidades y cuestionar todo y a todos para, como afirmó Isaiah Berlin: “No permanecer como simple prisionero de cualquiera que sea la ortodoxia reinante acerca del asunto en cuestión”.3

Pretende esclarecer la gama de posibles caminos por los cuales se llegó hasta donde estamos, y también la de posibles caminos que podrá tomar en el futuro. Lo suyo no es predicar, exhortar, alabar o condenar, sino iluminar. Allí están, como ejemplo, José Gaos, Octavio Paz y Carlos Monsiváis, entre nosotros; Barthes, Lacan, Habermas, Huntington, Sen, Said, Bourdieu, Touraine, Todorov, Finkiel-kraut, Henry Lévy, Žižek, Sandel, Byung, Preciado y una lista que podría seguir.

Desde el punto de vista masculino, no alcanzan ese rango. Y menos quienes son de países no productores de pensamiento

PERO, ¿Y LAS MUJERES? Allí están, pero se les considera cualquier cosa menos pensadoras: ella es científica, ella es historiadora, ella es ensayista, ella es escritora. Se da este último título a las que no caben en alguna clasificación precisa. Sin embargo, por honroso que sea, y vaya que lo es, no alcanza para colocar a las pensadoras en el terreno en el que deben estar: las reduce a algo que quienes lo asignan evidentemente estiman menor y no le dan el suficiente valor intelectual.

Hace poco me topé con una entrevista en la que un joven de veintitantos años se definía a sí mismo como “genio que va a renovar el pensamiento” y se refería sin pudor a “mi inteligencia” y a “mi elaborar ideas originales, arriesgadas”.4 En tanto, mujeres que han abierto nuevas maneras de entender el mundo, mirar la historia y advertir el futuro, no se atreven a hablar de sí mismas en esos términos y los demás tampoco les conceden el honor.

En el libro Grandes pensadores de nuestro tiempo, editado por Nathan P. Gardels,5 aparecen pensadores en distintos ámbitos del saber humano, pero ni una mujer (ah, sí, la esposa de Alvin Toffler, que firma los textos con él). Igual sucede en Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo, de Guy Sorman,6 donde el autor incluso asegura que buscó mujeres para incluirlas, pero no encontró. Y en pleno siglo XXI, una revista enumera a los doce pensadores más importantes de hoy: hay una sola mujer.7

En Google, bajo el rubro pensadoras aparecen las que han escrito sobre cuestiones de género: Simone de Beauvoir, Nancy Frazer, Judith Butler, Rita Segato, Amelia Valcárcel, Marta Lamas, Marcela Lagarde, enormes todas, pero ¿acaso una mujer no puede pensar sobre algún tema que no sea el de la mujer?

Parecería que no. Que sólo se las considera pensadoras si su trabajo es sobre ese tema. Lo más que se les otorga es la categoría de filósofas, como si fuera la única vía posible para pensar. Allí colocan a María Zambrano, Hannah Arendt y Agnes Heller. ¿Significa que Ayn Rand, Martha Nussbaum, Minouche Shafik, Saskia Sassen, Philippa Foot, Susan Sontag, Anne Applebaum o Svetlana Alexievich no son pensadoras? Todo indica que, desde el punto de vista masculino, no alcanzan ese rango. Y menos todavía lo alcanzan quienes son de países no considerados productores de pensamiento, aunque allí estén la española Remedios Zafra, la argentina Beatriz Sarlo, la brasileña Suely Rolnik, las mexicanas Ikram Antaki, Judith Boxer y Yásnaya Elena A. Gil, pensadoras en toda la extension de la palabra.

¿Entonces? Entonces, y esto es lo que quiero poner sobre la mesa, todo el ruido que hoy pretende que las mujeres son muy importantes es más un asunto de apariencia que de sustancia. La mucha palabrería de reivindicación no ha cambiado de manera profunda el modo de vernos.

Notas

1 José Abdón Flores, “Mi vida ha consistido en ver cómo llega lo inesperado”, Laberinto, suplemento de Milenio, 10 de julio, 2021.

2 Jorge Luis Borges, “1982”, Los conjurados, en Jorge Luis Borges. Obras completas, Tomo III (1975-1985), Emecé Editores, Buenos Aires, 1989, p. 499.

3 Citado en Abdón Flores, op. cit., p. 4.

4 Luciano Concheiro, entrevista con Javier Villuendas, ABC, 28 de enero, 2017.

5 McGraw Hill, México,1996.

6 Seix Barral, Barcelona, 1991.

7 semana.com., 30 de agosto, 2019.