Rey de ratas

El hogar es, por lo general, el espacio íntimo donde comienza a gestarse la personalidad. El imaginario social quiere pensarlo como reducto de aceptación, apoyo, protección, ternura. Sin embargo, según escribió el poeta argentino Fabián Casas, “todo lo que se pudre forma una familia” —ese “criadero de alacranes”, diría por su cuenta Octavio Paz—, que suele ser paisaje privilegiado de fracturas y retos emocionales. En esta crónica, la pluma de Nalleli Candiani hila una historia que sucede entre esas coordenadas.

Rey de ratas
Rey de ratas Foto: Ilustración: Metallic Citizen / shutterstock.com

Mi tía Cipriana me dice “Sólo Dios sabe la verdad”, pero me lo escupe con la mala intención de que sepa que yo no estoy del lado de Dios, que le tema a ella que tiene comunicación directa con Él y que tenga yo un ataque de pánico. Sus palabras son bastante demenciales, son dardos con dirección muy estudiada. Ella es Dios. Pero antes me dijo: “Tú tienes miedo de que yo sepa más que tú”. Yo levanto mis cortinas de asombro.

¿Qué está diciendo esta retonta de ochenta y cinco años, que insiste en darme de comer cuando los visito, aunque no tenga hambre? Hago a un lado el plato. Cuidado, ya lanzó el ataque, ataque injustificado, terrible, cruel, esquizofrénico, porque ¿de dónde sale esta agresión? ¿De dónde, y para qué?

ESA JOROBA INMENSA

Recuerdo un día en que yo era niña. Vivíamos en la Condesa, en el departamento de abajo de las dos tías. Me separó de todos y me dijo “Te tengo envidia”.

De ese edificio yo amaba la azotea, desde allí aventábamos globos de agua a los que pasaban por la acera. Allí, en el cuarto de servicio de la azotea, yo platicaba muy a gusto con el hijo de la muchacha, se llamaba César. Me cayó tan bien ese niñito, que años después le puse ese nombre a mi hermano: cuando nació, mis padres nos pidieron nuestra opinión para elegir cómo le pondrían. Nos pidieron escribir los nombres en un sombrero, revolvieron los papeles y mi papelito fue el que ganó. Esa historia no le hace mucha gracia a mi hermano.

Yo amaba mucho los pisos también. Eran de esos cuadrados, como un tablero de ajedrez, amarillos y negros. Yo fui muy feliz en esos pisos, me imaginaba jugadas, absurdas, pero jugadas. Decía: “Voy a ganar”. Pero ahora, esa enfermedad de la envidia en Cipriana se convirtió en una joroba inmensa que carga con mucho orgullo, como un gran trofeo al sacrificio humano o un encorvamiento y una abnegación monstruosas que le comen en la espalda, una bestia magnífica. Insaciable, camina muy lento con ella, verla es como un gran espectáculo.

Hace poco los visité, ahora ellos viven en Satélite. Cipriana me dijo muy pomposamente: “Toda la mañana estuve lavando a mano los pañales de mi nieto”.

Puesto que es indigno que una señora de ochenta y cinco años con joroba le lave los pañales al hijo de mi prima, recorro con sumo cuidado la casona de Satélite, casi de puntitas, invisible, con miedo. Atravieso los pasillos envuelta en mi intención de no ver más allá de lo que no me corresponde, pero es irresistible. Busco una pista.

ME QUIERE DEVORAR

Caigo. Ya vi los pañales colgados en el patio y vi también las intenciones de Cipriana en ellos: la de apagar su pánico cada vez que los visito, la de aumentar su autoridad robada en esa casona en Satélite, Estado de México.

Viven allí cinco adultos mayores, las dos primas y sus esposos, y el nieto. Todo rodeado de cemento. Le recito a Cipriana mis últimas hazañas, porque no se me despega, aunque yo sólo voy a ver a mi tía favorita, Alicia.

Le aumento el brillo de mis cosas a Cipriana sólo para protegerme. Le miento un poco. La mantengo en vilo como se mantiene a un perro rabioso. La dejo encadenarse a su envidia y a su arrogancia. Ella siempre me dice que necesito tomar sus clases de metafísica. Lo hace cada día. Por teléfono, por WhatsApp, por Facebook, por mensaje a mi teléfono, no tiene problemas con la tecnología cuando se trata de quererme romper. Le he pedido 1,560 veces que no insista.

A pesar de eso, y de que no tiene ni un alumno, insiste. Y me mira con muchísima lástima. Así es como me mira siempre, con una gran lástima piadosa, grandísima. Este rostro, esta fachada, lo ocupa todo en la casa de Satélite.

Me quiere devorar y poner un gran ejemplo... ese incesto imaginario en donde se cumplen las fantasías con la familia

JABÓN EN LA SOPA

Me quiere devorar y poner un gran ejemplo, en ese incesto imaginario en donde se cumplen las fantasías con la familia. En esa casa, cada vez que voy, debo correr siempre al baño para mirarme al espejo. Recordar cómo soy. Porque uno se pierde en esa casa. Voy varias veces a ese espejo de ese baño cada día. Pienso en esa anécdota que me han contado, de cómo Cipriana le echó jabón a la sopa de su familia cuando era niña.

¿Querría limpiar a sus hermanos, padre y madre? ¿O envenenarlos? Los amaba o los odiaba. Es inocente o culpable. Pienso en este ajedrez de la familia de nuevo, escrito en el tablero de los pisos de ese departamento en la Condesa. “Voy a ganar”, dije.

¿Qué quiere Cipriana? El privilegio de narrar la historia familiar. De acomodarla, de modo que ella ocupe el centro de todo, esté en posición hegemónica del clan familiar. Es su narcisismo lo que la mueve. Busca la inmortalidad después de muerta. Pero la familia, la suya, ya murió, por eso intenta hacerlo conmigo.

REY DE RATAS

Se dice así cuando las colas de muchísimas ratas se hacen nudos, se entrelazan por accidente. El Rey de Ratas se forma de muchos individuos que hacen un nuevo ser, un rey hambriento sórdido y que se mueve en conjunto, con las cabezas agresivas como frente circular, sólo cabezas como círculo del Averno. Así buscan alimento y territorio, a velocidades espantosas.

De ese modo son más poderosas las ratas que antes. Más violentas, histéricas, lastimadas. Y lastiman. Sin pausa. Rabiosas y sin dirección o control posible. Hagamos, pues, un necesario respiro. Una separación de esta familia.

NALLELI CANDIANI (Ciudad de México, 1970) es bailarina, artista multimedia y terapeuta. Obtuvo una Beca de Excelencia en Artes otorgada por el Ministère des Affaires Étrangères, en Francia. Ha asistido al taller de crónica que imparte Braulio Peralta.

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