Aterricé en Fort Worth y no tardé ni cinco minutos en cruzar la migra. Mi amigo el chef Iñaki Betrán me recibió con un platón de fabada con un gran trozo de secreto ibérico. Horas más tarde caminaba hacia el barrio de Bishop cuando una camioneta negra se detuvo. Ya valió madre, raza, pensé. Seguro me confundieron con un pinche miembro de la mafia chicana. Aquí va a llover mole. Pero no eran unos pinches pandilleros, era Amanda. Que venía del aeropuerto y se dirigía hacia su Airbnb. La acompañaba su marido, Ulises, de la banda Kinky.
Después de ayudarlos a bajar sus maletas y el acordeón de Ulises, me fui a pasear por el barrio. Quedamos de cenar en el restaurante Sketches of Spain. No existe mejor manera de romper el hielo que congregarse alrededor de los arroces. Y entre camarones al ajillo, croquetas, pimientos rellenos, pulpo a la gallega y por supuesto paella con harto conejo, descubrí el tipazo que es Ulises. Conecto rápido con la gente que ama la comida. Y él no hacía otra cosa que maravillarse, como todos, ante la cocina española de gran calidad que ofrece Sketches. Durante su estancia en Dallas tanto él como Amanda no comieron otra cosa que comida española. Y Olé.
Desde siempre he admirado la valentía de Amanda. Su coraje para transitar caminos escabrosos. Su vocación por incomodar. Y cantar de cosas que son tema prohibido para la industria del pop de este país. Además de reina de la anarcumbia, es escritora y últimamente brilla como estrella del podcast Señoras punk. Que la ha acercado a otro público desde una manera más íntima y afectuosa.
LO INSÓLITO ES QUE AHÍ, remojando el pan en el caldito de los camarones al ajillo, al descubrir su carácter dulce, uno no cree que es la misma persona que escribió “La Mataviejitas”. Y es que hay dos Amandas. En este viaje tuve la oportunidad de convivir con la persona. Afable, te cuenta ora de su gato, ora de su ansiedeath, ora de su vida en las colinas de Los Ángeles. Y del perfomance. Cuando Amanda sube al escenario se transforma en Amandititita. Y esa personalidad encantadora que te muestra en confianza desaparece para convertirse en la reina del pitorreo.
Su trabajo tiene un filo socarrón que proviene de la parodia. Y está salpicado de humor negro. Pero sus cumbias no se parecen a ninguna. Porque sus letras son bien punketas. Y eso le da otra dimensión a su trabajo. Retrata a personajes marginales sin caer en la denuncia. Cuando era niño la cumbia era mal vista. Se le consideraba música de cholos y malandros. Asistir a un baile era peligroso. Hoy en día la cumbia ha penetrado tanto en nuestro entorno que existe hasta la cumbia hipster. Y todo eso ha pasado gracias a personas como Amanda, que fue pionera en abrazarla como sello distintivo.
Fue lo primero que le pregunté cuando sostuvimos la charla en la librería Wild Detectives al día siguiente. Por qué se había decidido por este género y no por el rock, como su padre. Me respondió que ella tuvo una formación literaria, salió de la Sogem, pero que fue también moldeada por la cultura popular. Y los personajes de los que quería cantar sólo tenían cabida en un ritmo como la cumbia. Es como si Zappa hubiera nacido en Tacubaya y hubiera escrito “Plastic People”, pero en versión chilanga.
EN EL PING PONG CON AMANDA uno se da cuenta de la gran fortaleza que posee. Ha tenido una vida dura. Retratada en parte en relatos de su libro Trece latas de atún. Su vida en cuartuchos de azotea en la Ciudad de México. Su pelea con las disqueras transnacionales. La lidia con la salud mental. Y tiene los pies bien puestos en la Tierra. Su podcast está teniendo un éxito tremendo. Tan es así que ya viene la segunda temporada. Me dijo: “Pinche Carlos, no vayas a escribir que dije que habrá segunda temporada”. Lo siento, Amanda.
Después del diálogo que sostuvimos ofreció un show en el patio de la librería. Y créanme, el efecto de verla arriba del escenario es como cuando ves a Bruno Díaz freseando en su limusina y segundos después ya anda como Batman sobrevolando Ciudad Gótica. Qué gran mancuerna hacen ella y Ulises. Quien se fue al día siguiente. Pero Amanda se quedó. Y qué hicimos. Comer más paella, por supuesto.
La señora punk se desdobla en dos personas. Amanda y Amandititita. Y puedo presumir que conozco a las dos.