Paradiso (1966), la novela que es considerada la obra maestra del poeta, ensayista y narrador cubano José Lezama Lima (1910-1976), es atípica y extraña no sólo por su lenguaje que la convierte en un portento verbal de lo que se ha dado en llamar el neobarroco latinoamericano, sino también porque mezcla los géneros con deliberado desparpajo: desde la poesía en verso y en prosa hasta la narrativa fantástica, la autobiografía, el ensayo y, especialmente, el diálogo platónico, la ficción desbordada, el onirismo alucinante y el realismo histórico. En sus páginas hay también un debate cultural, científico y mitológico sobre el homosexualismo desde la perspectiva de tres personajes que, socráticamente, argumentan al respecto: Eugenio Foción, Ricardo Fronesis y José Cemí, el protagonista que encarna al autor.
Queda claro que Cemí no es exactamente Lezama, del mismo modo que Paradiso es una novela autobiográfica en el más amplio sentido, pero de ninguna forma una autobiografía novelada del gran palabrista asmático. Por otra parte, es sobre todo una novela lírica en la cual el autor se permite todas las licencias poéticas y prosísticas, desde neologismos y combinaciones de significados hasta el uso muy frecuente de adjetivos sustantivados. Por ello, en términos de lectura no es fácil ni simple y, en cuanto al aspecto editorial, la lógica gramatical no siempre funciona desde una perspectiva ortotipográfica convencional.
El autor que llegó a acotar, con modestia, que él no era “un novelista profesional”, resulta ser un gran inventor de semánticas y formas verbales. Las unidades lingüísticas convencionales y la ortodoxia de todo tipo no son aplicables, como es usual en la mayor parte de la literatura. De ahí que Paradiso, desde su primera edición, esté plagada de erratas y errores que la convirtieron en un adefesio.
Cintio Vitier (1921-2009), en los extremos de su admiración y su amistad, afirmó que Lezama Lima es el único escritor capaz de desfruncirle el ceño a Luis de Góngora. Pero es admisible el matiz: también es cierto lo que afirmó Mario Vargas Llosa con una mirada y una lectura más objetivas:
... Hay muchas páginas de Paradiso en las que el enrevesamiento, la oceánica acumulación de adjetivos y adverbios, la sucesión de frases parásitas, el abuso de símiles, de paréntesis, el recargamiento y el adorno y el avance zigzagueante, las idas y venidas del lenguaje resultan irresistibles y desalientan al lector. Pero a pesar de ello, cuando uno termina el libro, estos excesos verbales quedan enterrados por la excitación, el deslumbramiento, la perpleja admiración que deja en el lector esta expedición por ese gigantesco e insólito Paradiso concebido por un gran creador y propuesto a sus contemporáneos como territorio de goces infinitos.1
LEZAMA DIJO EN SU MOMENTO que esta obra es, por decirlo de algún modo, la culminación de su pensamiento y su visión sobre el arte y la literatura; la cúspide poética y ensayística de quien, desde el uranismo, busca explicarse su lugar en el mundo que es, a la vez, su origen y destino. Quiso también, según él mismo confesó, reconstruir su pasado familiar desde su niñez enfermiza y la temprana muerte de su padre, militar, y la cultura refinada de su estirpe hasta la vida cotidiana trastocada por la ausencia del coronel Cemí y la soledad sufriente de su viuda, Rialta. Ciro Bianchi Ross refiere que Lezama Lima le reveló lo siguiente:
... El mucho leer y la muerte de mi padre, el 19 de enero de 1919, me alucinaron de tal forma que me fueron preparando para escribir. El ejercicio de la lectura fue complementado por la alucinación. Mis alucinaciones se apoderaban de mi imagen y me retaban y provocarían mi mundo de madurez, si es que tengo alguno. En una palabra, la muerte de mi padre y el apegamiento con mi madre en una forma casi desesperada, como único asidero, fueron las consecuencias de aquellos ejercicios, de aquellos enigmas, de aquellas provocaciones, de aquellos paraísos.2
José Lezama Lima, quien se conformó y se quedó en Cuba, era un escritor incómodo para el castrismo. No abrazó hipócritamente la Revolución, aunque tampoco se enfrentó a ella
Concluye Bianchi Ross que, en este sentido, Lezama Lima escribió para llenar una ausencia y por la súplica de su madre cuando poco después de la muerte del coronel Cemí le dijo: “Tú tienes que ser el que escriba, tú tienes que escribir la historia de la familia”.3 Y la escritura de esa historia se cumple en los siete primeros capítulos de Paradiso que, de acuerdo con Bianchi Ross, son los que resultan más entrañables, en tanto que del octavo al catorce es José Cemí/José Lezama quien relata su historia alucinada.
POR DESGRACIA, desde su aparición, en febrero de 1966 en La Habana, Paradiso fue un desastre editorial que, a decir de Vitier, en su nota filológica preliminar de la edición crítica de la novela, presenta “798 erratas importantes advertidas”.4 En este punto no sólo hay que poner énfasis en el número, sino también, y sobre todo, en el adjetivo y en el verbo: contiene casi ochocientas erratas (esos “piojos de las palabras” de los que habla Flaubert), pero contando únicamente las “importantes” y “advertidas”.
La primera edición (617 páginas), de cuatro mil ejemplares, publicada por la castrista Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en el “Año de la Solidaridad”, no pudo ser peor si al descuido editorial se le sumó el retiro de la obra en todas las librerías cubanas, casi enseguida de su distribución, al ser considerada “hermética, morbosa y pornográfica” por los medios más sumisos de la dictadura castrista. Aunque meses después (para evitar un escándalo mayor, sobre todo internacional, ante la defensa de la obra por el también castrista Julio Cortázar), la novela fue nuevamente distribuida, el producto, con diseño del también poeta Fayad Jamís, es lo que le sigue al adjetivo desaseado.
Lezama Lima, quien se conformó y se quedó en Cuba, era un escritor incómodo para el castrismo. No abrazó hipócritamente la Revolución, aunque tampoco se enfrentó a ella, pero siguió escribiendo con la independencia y la certeza de que el único compromiso de un escritor es con el lenguaje. (A pesar de ello, a partir de 1968, cuando fue jurado del certamen literario que concedió el premio a Heberto Padilla por su libro Fuera del juego, el régimen lo castigó ninguneándolo y prácticamente desapareciéndolo del ámbito cultural y literario).
Vitier, quien a partir de los manuscritos que se conservan en la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí fijó (o quiso fijar) el texto de Paradiso en la edición crítica ya mencionada, reitera lo siguiente:
Según nuestro cotejo de la edición cubana con las lecciones de Orígenes y del manuscrito, el total de erratas —considerando únicamente las que, de un modo u otro, afectan el sentido del texto— es de 798. Se excluyen los cambios de letras o acentos, las diferencias en el uso de mayúsculas, comillas y guiones, así como las numerosas diferencias de puntuación, cuando no implican un cambio de sentido.5
Esto permite suponer que la primera edición de Paradiso tenía, tal vez, unas dos mil erratas y errores, entre graves y veniales. Cuando Vitier menciona “las lecciones de Orígenes”, hace referencia a los capítulos que Lezama Lima publicó en la revista que fundó y dirigió: el capítulo I, en 1949; el II y el III, en 1952; el XIV, en 1953; el IV y V, en 1955. Precisa el poeta e investigador que del capítulo inicial y de las primeras páginas del segundo no se conservan manuscritos. En cambio, de todos los demás existen esas primeras versiones que a veces, en menor o en mayor medida, coinciden con la primera publicación (sea en Orígenes o en la desastrosa edición de la UNEAC) y difieren de otras de manera significativa.
La verdad es que el propio Lezama, pese a toda su erudición y amplia cultura, cometía errores al escribir o al citar de memoria (algo que le fascinaba hacer, de acuerdo con un comentario de su hermana Eloísa). Atribuía citas equivocadas a determinados autores mencionados en la novela. Y aunque Eloísa intenta incluso justificar esto como una especie de juego borgiano, no resulta en absoluto convincente por las diferencias de temperamento y sentido del humor entre el escritor cubano y el argentino.
FUERA DE CUBA, la primera edición de Paradiso autorizada por Lezama fue publicada en 1968, en México, por Ediciones Era. Ese mismo año, Ediciones de la Flor, en Buenos Aires, pirateó la versión cubana; el novelista, obviamente, la desautorizó, aunque sin éxito, puesto que en Cuba se pirateaban todos los libros que le convenían al régimen, con el argumento de democratizar la cultura en bien del pueblo. La editorial argentina sabía que, con este antecedente, ninguna demanda legal cubana por pirateo podía prosperar.
La edición de Era, con una tirada de cuatro mil ejemplares e ilustraciones en portada y en interiores del pintor cubano René Portocarrero, se acabó de imprimir en julio de 1968. Pronto se reimprimió, siguió reeditándose y adquirió el carácter de canónica debido a un malentendido que partió de una inexactitud y devino en mentira. En la página legal de la edición mexicana se estampó la siguiente leyenda: “Edición revisada por el autor y al cuidado de Julio Cortázar y Carlos Monsiváis”. Siendo así de enfática y de tan buena propaganda tal leyenda, ¿quién podía dudar de que esta edición era “impecable”, como la calificó el propio Lezama en carta a Emmanuel Carballo?, afirmando además, según cita Vitier, que “en ella está el verdadero Paradiso”, que ya podrá leerse “sin el sobresalto de las erratas”.6
Llego a la conclusión de que el problema editorial de Paradiso es casi irresoluble. Pensemos en las múltiples traducciones que se hicieron a partir de la edición cubana corregida
Pero Lezama Lima mintió: no revisó jamás la edición de Era, tal como puede confirmarse en el párrafo de una carta de febrero de 1970 al traductor de esa novela al francés (Éditions du Seuil), Didier Coste:
... Sí, la edición de Paradiso, hecha en La Habana, está llena de erratas. Pero la que yo envié a la casa Seuil, está revisada cuidadosamente por mí [ya sabemos a qué atenernos acerca de esta afirmación]. Después, para obviar dificultades, aconsejé que se utilizase la edición mexicana, la de la casa Era, que es, supongo, sobre la cual usted trabaja. Yo creo que dado el cuidado con que se hizo, sus erratas deben ser pocas, aunque yo no la he leído, pues la revisión de la misma me fatigaría.7
Las irónicas cursivas son del propio Vitier, quien al referirse a la edición de Era no puede ser más lapidario:
El cotejo minucioso, línea por línea, de dicha edición con la cubana, y de ambas con el manuscrito original, no confirma tan optimistas opiniones. Salvo en lo que se refiere a la corrección de algunos nombres y citas en lenguas extranjeras, especialmente atendida por Julio Cortázar, la edición de Era presenta por lo menos tantos problemas como la cubana, lo que impide, según hubiéramos deseado, tomarla como texto-base.8
Por si fuera poco, según el testimonio oral de Monsiváis, que recoge Vitier, “Lezama no respondió nunca satisfactoriamente a las consultas que se le hicieron”.
Queda al descubierto que también el autor es en parte responsable de la pésima edición cubana: los descuidos en su manuscrito, las erratas en los capítulos publicados en la revista Orígenes; luego, los errores gruesos y las erratas gordas, además de las veniales, en la transcripción de la obra integrada, más los muchos otros errores cometidos al tipear el mecanuscrito, plagado de pifias desde su origen.
El resultado es que este enorme caos editorial de la obra maestra de Lezama Lima no sólo se trasladó a otras ediciones autorizadas por él, casi siempre tomando como modelo la edición de Era, sino que la mayoría de las traducciones son defectuosas per se, a partir de dos fuentes. Por un lado, la versión cubana, que Lezama enviaba al extranjero señalando en los márgenes 225 erratas, muchas de poca importancia o convencionales (es decir, menos del 30 por ciento de las casi ochocientas detectadas por Vitier y su equipo que, además, se refieren siempre a las importantes, las que afectan el sentido del texto). Por otro lado, aconsejaba siempre partir de la edición de Era, no peor que la de la UNEAC, pero también llena de piojos.
CUANDO EN OCTUBRE DE 2021, Era publicó la primera “edición revisada” de la obra, parecía que se zanjaba, para siempre, el problema mayúsculo de Paradiso. Era precisa en su nota inicial que en el acucioso trabajo de Cintio Vitier “se basa esta nueva edición revisada de Paradiso, la novela cubana más célebre del siglo XX”.9 Sin embargo, hay que acotar que el texto fijado por Vitier en la Colección Archivos de la Unesco no está exento de erratas y presenta muchas dudas a causa del respeto escrupuloso que concede al autor en su sintaxis y puntuación para no parecer que se le enmienda la plana. Cientos de comas, por ejemplo, son utilizadas erróneamente. Según se sabe, y esto de forma tácita lo acepta en su colofón la nueva edición de Era, esta versión es gemela de la madrileña en Alianza Editorial (colección El Libro de Bolsillo), pero bastante distinta de la también madrileña en Cátedra (colección Letras Hispánicas), coordinada por Eloísa Lezama Lima.
Al releer pausadamente la nueva edición revisada de Era, cotejándola en detalle con la de Archivos, la de Cátedra, la de Aguilar10 y la vieja edición de Era, llego a la conclusión de que el problema editorial de Paradiso es casi irresoluble. Pensemos en las múltiples traducciones que se hicieron a partir de la edición cubana “corregida y anotada” por el autor y de la primera edición de Era, como si fuese modélica porque, según esto, fue “revisada por el autor”.
La edición de Alianza no circula en librerías mexicanas, pero es similar a la nueva de Era. En cambio, sí circula en México la estupenda edición madrileña de Cátedra, publicada por vez primera en 1980, cuyo plus es un amplio y espléndido estudio de Eloísa Lezama Lima, a manera de prólogo, de más de un centenar de páginas, que nos ofrece todo un panorama de la novela, su sistema, sus temas, sus motivaciones, sus dudas y hasta un utilísimo glosario al pie de página. Comparando las ediciones, erratas más, erratas menos, es muy probablemente la mejor de todas.
La editora explica:
La presente edición ha sido cotejada por mí con un ejemplar de la edición cubana con las erratas anotadas por el autor y que me fuera enviado por él mismo poco después de publicada la obra. He respetado algunos errores de los que me he percatado y que sospecho que el autor deseaba que quedaran tal como aparecen, pues en Biblioteca Era de México así también quedaron.11
Es la edición de quien, entrañablemente, anota en su breve advertencia: “Los lectores no deben olvidar que José Lezama Lima es para mí, más que nada, un hermano que me enseñó a leer y que me preparó para una vida más amable al mostrarme el cultivo de la sensibilidad y la magia del conocimiento”.12
PERO LA PRUEBA DEL ÁCIDO de Paradiso, en términos editoriales, está en las páginas finales (última sección del capítulo XIV) de la novela (547-557 en Era y 810-823 en Cátedra). Estas páginas están en la voz del autor en un archivo digital que circula en YouTube.13
Destaca que hay 33 diferencias entre lo que lee Lezama Lima y el texto establecido por Vitier en la Colección Archivos; el mismo número con respecto a la “edición revisada” de Era; 34 con la de Aguilar, 31 con la de Cátedra, y varias de estas diferencias alteran la semántica. En algunos casos se trata, quizá, de una mala pronunciación en la monótona aunque clara lectura del autor, pero de lo que no cabe duda es del hecho de que Lezama Lima no hubiera leído “pasar” si lo que había escrito (como sostiene Vitier) es “pesar”, ni hubiera dicho “rojo” por “roto”, ni “procesionales” por “profesionales”, ni “lacustre” por “licustre”, ni “aparecía” por “parecía”, ni muchas cosas más que en su lectura no se prestan a la duda en cuanto a su pronunciación.
EL CAOS EDITORIAL de Paradiso no está resuelto, y la “edición revisada” prueba el aserto del gran editor argentino Mario Muchnik, fallecido hace poco: “no hay libros sin erratas” (por cierto que la primera aparece desde la página 12: “enferrno” por “enfermo”). Y aunque debemos diferenciar “un libro con erratas” de “un libro de erratas” (Paradiso, en este último caso, en la edición cubana), quizá el único consuelo que nos queda es que Jorge Luis Borges, a quien tanto mortificaban las erratas, haya sido perseguido por ellas no sólo hasta su muerte sino, literalmente, hasta su tumba. En el monumento de su sepulcro en Ginebra, Suiza (ciudad donde murió), en la base del reverso de la lápida podemos leer claramente: “De Ulrica a Javier Otárola”, en lugar del correcto “De Ulrica a Javier Otálora”. (Léase el cuento “Ulrica” y verán los lectores que “Otálora” es el apellido de ese profesor bogotano que, en York, cruza su camino con la noruega Ulrica, de la que nunca se revela el apellido). Esta errata en la lápida de Borges es parte de su destino para que nunca descanse en paz.
Notas
1 Cf. José Lezama Lima, El pabellón del vacío. Antología, introducción, selección, bibliografía, recopilación de testimonios críticos y cronología de Ciro Bianchi Ross, Océano, México, 2002, pp. 282-283.
2 Ibidem, p. 9.
3 Ibidem.
4 José Lezama Lima, Paradiso, edición crítica coordinada por Cintio Vitier, Colección Archivos, Unesco / Secretaría de Educación Pública, México, 1989, p. XXXVI.
5 Ibidem, p. XXXVI.
6 Ibidem, p. XXXV.
7 Ibidem, p. XXXVII.
8 Ibidem, p. XXXVI.
9 José Lezama Lima, Paradiso, segunda edición (revisada), Era, México, 2021, p. 6.
10 José Lezama Lima, Obras completas, I, Novela / Poesía completa, introducción de Cintio Vitier, Aguilar, Biblioteca de Autores Modernos, México, 1975.
11 José Lezama Lima, Paradiso, edición de Eloísa Lezama Lima, 18a. edición, Cátedra, Madrid, 2020, p. 115.
12 Ibidem, p. 12.
13 Librería Radiofónica Puerto de Libros, #Podcast #209: Paradiso en la voz de José Lezama Lima, conductor Luis Perozo Cervantes, 17 de septiembre, 2020. https://www.youtube.com/watch?v=AMY11-1AEBY