Los reconocimientos no son sólo para las personas a quienes se les otorga, dijo hace unos días Eduardo Matos Moctezuma tras recoger el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2022, son también para los maestros que nos formaron.
En mi memoria desfilaron los nombres que el propio Matos Moctezuma destacó desde hace tiempo: Jorge Acosta, Ignacio Bernal, Pedro Bosch Gimpera, Barbo Dahlgren, Johanna Faulhaber, Calixta Guiteras, Wigberto Jiménez Moreno, José Luis Lorenzo, Ignacio Marquina, Pablo Martínez del Río, Miguel Messmacher, Román Piña Chán y Moisés Romero. Casi todos ellos prodigaron sus enseñanzas e iluminaciones en la primera sede de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, a cuyas aulas ingresó Matos Moctezuma en 1959, mientras que el magisterio de otros, como Bernal y Acosta, lo supo aprovechar en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, donde a la edad de veinte años empezó a trabajar como practicante en Ciencias Histórico-Geográficas en 1960.
Dos maestros más, que él mismo ha reconocido como tales una y otra vez, completan el listado anterior: Pedro Armillas y Alfredo López Austin.
TENGO LA IMPRESIÓN de que la primera vez que crucé palabra con Matos Moctezuma fue en el otoño de 1990, quizá en la Feria del Libro de Antropología e Historia y sin duda en el Museo Nacional de Antropología. Él tenía años de ser reconocido como una figura pública, asociada no sólo a las excavaciones del Templo Mayor, en el corazón de la Ciudad de México, sino también a sus cotidianos y no por eso menos sorprendentes hallazgos.
Ya para entonces eran historia la larga barba de profeta y el suéter de Chiconcuac que solía usar en los comienzos de la excavación. Aquel otoño vestía saco de tweed y corbata de punto. En cambio seguía vigente el humor negro que en ocasiones se permitía, pues de él se sirvió para señalarme que ningún investigador había ocupado tantas jefaturas, direcciones y presidencias como las que a él, hasta ese entonces, le habían caído encima en un Instituto que acababa de llegar al medio siglo de existencia. Y enumeró: Departamento de Monumentos Prehispánicos, ENAH, Consejo de Arqueología, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Museo Nacional de Antropología, Museo del Templo Mayor, Proyecto del Templo Mayor. Pero en realidad, antes de esto habíamos compartido en silencio la última mesa en un coloquio en el Museo de Antropología de Xalapa, en 1989.
Matos Moctezuma logró aplicar en el Templo Mayor
un criterio muy distinto al de la restauración, absteniéndose
por completo de añadir a los edificios las partes faltantes
EL TEMPLO MAYOR es en la actualidad un área tan densa como lo es el Monte del Templo o Explanada de las Mezquitas en Jerusalén, por la naturaleza de sus propios vestigios y presencias, pero también por los muy diversos estratos que ahí reúnen tanto la historia de la investigación arqueológica como sus disputas.
Matos Moctezuma logró aplicar en el Templo Mayor un criterio muy distinto al de la restauración, absteniéndose por completo de añadir a los edificios descubiertos las partes faltantes y limitándose, en cambio, a consolidar su fábrica, pues justo ésa era su convicción desde sus años como estudiante. Contra esta restauración en vano opuso sus informados argumentos en el Proyecto Teotihuacán, dirigido por Ignacio Bernal de 1962 a 1963, y a fin de consolidar un modelo integral e interdisciplinario ayudó en 1966 a organizar el Proyecto Cholula, de Miguel Messmacher, hasta que una comisión encabezada por Alfonso Caso lo canceló.
En las excavaciones del Proyecto Templo Mayor, Matos Moctezuma topó con los límites del enfoque marxista que le funcionó para graduarse —como arqueólogo, por la Secretaría de Educación Pública, y maestro en Ciencias Antropológicas, por la Universidad Nacional Autónoma de México— con una tesis sobre La revolución urbana en la Cuenca de México (1965).
El riesgo de valorar los objetos por lo literal y no por su simbolismo específico lo hizo atender la expresión artística además de los temas y las fechas, así como adentrarse con reno-vado interés en el estudio del espacio sagrado de las ciudades, de los mitos y rituales. Y el Proyecto Templo Mayor permitió, al fin, poner en práctica una arqueología comprometida, como la llamó Matos Moctezuma en un ensayo que publicó en la entrega de julio de 1976 de la revista Nueva Antropología, esto es: atenta a sus propios objetivos como ciencia, respaldada por una investigación sólida y articulada con otras disciplinas y con suficientes recursos económicos para realizarla, con normas precisas de restauración monumental y con los medios de difusión indispensables para transmitir una visión no parcial sino integral de las sociedades pretéritas. De ahí que los vestigios del Templo Mayor y sus alrededores se transformaran con el tiempo en un punto de investigación, en un museo y un campus universitario.
El Templo Mayor y sus trabajos hicieron posible que Matos Moctezuma transitara asimismo de la excavación arqueológica al estudio de las diversas corrientes de la arqueología en nuestro país y a la historia social de la misma disciplina. Se debía percibir enorme el hueco dejado por Salvador Toscano y Miguel Covarrubias, como también enorme era la presencia de Paul Westheim desde el final de los novecientos cincuenta, pero éste es otro episodio y deberá contarse en otro lugar.
El inclín por la historia en Matos Moctezuma cobró impulso en el desarrollo de una serie de conversaciones con Ignacio Bernal en torno a momentos, ideas y protagonistas en la construcción de la historia antigua de México. Se ha de reparar en que muy poco interés despierta la historia de la historia, aun la historia de la arqueología, entre quienes se ocupan profesionalmente del pasado. Debido a esta excentricidad, que quizá hoy ya no es vista como tal, Bernal puso manos a la obra para formar su Historia de la arqueología en México, a lo que Matos Moctezuma añadió su propio interés sin dejarse de pensar como arqueólogo —al igual que Bernal.
DE LA SOGA DE LA HISTORIA, Matos Moctezuma empezó a atar una amplia variedad de estudios. En primer lugar se deben registrar los que provienen de sus primeros asedios al histórico predio que surgió repentinamente del golpe de una pica: El Templo Mayor, en compañía de Miguel León Portilla (1981), El Templo Mayor de Tenochtitlán. Planos, cortes y perspectivas (1982), Vida y muerte en el Templo Mayor (1986), Los dioses que se negaron a morir: Arqueología y crónicas del Templo Mayor (1987), Ofrendas: Templo Mayor (1988), Arte del Templo Mayor: Escultura azteca (1990), El México de Moctezuma (1991), en compañía de David Carrasco, Las piedras negadas: De la Coatlicue al Templo Mayor (1998) e incluso la memoria gráfica del Proyecto Templo Mayor (1998), por mencionar la producción que corresponde a los primeros veinte años de un trabajo que celebró sus primeros cuarenta en 2018.
De la misma soga penden otras pesquisas, entre ellas la que el propio Matos Moctezuma y un amplio grupo de antropólogos e historiadores realizó en Ichcateopan, Guerrero, en torno a los presuntos restos de Cuauhtémoc (1980), y desde luego las dedicadas a El Negrito Poeta mexicano y el dominicano: ¿Realidad o fantasía? (1980), a Pedro Henríquez Ureña (1981) y a diversos aspectos de la cultura popular (1981). Mucho más cerca de la historia que de la antropología están las páginas de Matos Moctezuma sobre los aztecas y Teotihuacán, desde luego, pero sobre todo importa destacar aquí las investigaciones que redundaron en títulos como Breve historia de la arqueología en México (1992), Descubridores del pasado en Mesoamérica (2001) y Arqueología del México antiguo (2010), Grandes hallazgos. De la muerte a la inmortalidad de la arqueología (2013), además del recorrido que realizó con Ángeles González Gamio y Vicente Quirarte del paseo que da pie al clásico diálogo de Francisco Cervantes de Salazar y el cual, desde que lo tradujo al español Joaquín García Icazbalceta, se suele leer como una crónica urbana, en México 1554-2012 (2013), y sus notas sobre las Mentiras y verdades en la arqueología mexicana (2018).
El pretérito no es menos misterioso que el porvenir y, como el ahora, está en cambio constante. Estas palabras son de José Emilio Pacheco y las escribió en 1993 pensando en aquellos libros de Matos Moctezuma en los que encontró nuevos conocimientos para nutrir su idea del tiempo, la historia, el lenguaje. La obra de Matos Moctezuma, en efecto, ilumina tiempos pasados de civilizaciones que adoptamos como propias, sin privarlas de uno solo de sus propios misterios, y refrenda desde luego —como sucede con cuanto lleva el deseo de transmitir experiencia— el movimiento perpetuo de un pasado que se reconoce individualmente como nuestro pasado, así como de lo que en colectividad se identifica como el secreto y la grandeza de la conciencia humana.