Se me ha encomendado algo imposible, presentar de manera sintética la obra de este hombre cuyas decenas de libros ocupan varios estantes de mi biblioteca, escribe en varias lenguas y ha practicado oficios en varios continentes. Lo mismo ha sido librero que editor y bibliotecario, jurado de premios que director de festivales, crítico que historiador, profesor discreto que conferencista estelar, traduc-tor que autor de antologías, animador de radio, especialista en políticas públicas sobre la lectura. ¿En qué imagen breve fijar a este hombre múltiple y fugaz?
Cuento más de setenta intervenciones profesionales suyas en doce países. Pero este nómada, de nacionalidades y ciudadanías cambiantes, prefiere la vida tranquila de su biblioteca. Y dice que, definitivamente, no ama las sorpresas. Pero bien que sabe dárnoslas con generosidad.
Es notable, sin exagerar, que siempre haya un antes y un después de su paso por las instituciones o proyectos que encabeza. Siempre introduce una sutileza que se vuelve decisiva. Un ejemplo: a mediados de los noventas, Alberto dirigió un experimento muy interesante en las montañas de Canadá, en Banff, donde ocho ensayistas, algunos muy reconocidos, eran elegidos entre muchos aspirantes que llegaban ya con un texto de treinta páginas, perfectamente publicable. El reto era que después de cinco semanas de retiro y taller, lo transformaran en un ensayo que nunca habrían hecho si no pasaran por ahí. Un requisito hacía la diferencia: escribir en primera persona en un momento en el que eso estaba mal visto, incluso prohibido en las redacciones de las revistas anglófonas.
Yo todavía no conocía a Alberto cuando, algunos años después, me tocó dirigir ese ex-perimento de escritura. Supe en carne propia el tamaño del reto que había establecido y los logros que resultaban. Hizo del taller una experiencia excepcional, transformadora del oficio. El diccionario de Oxford define la genialidad como “la capacidad y facilidad que tienen algunas personas para crear o inventar cosas nuevas y admirables o realizar alguna actividad de forma imaginativa y brillante”. Alberto es un genio, muchas veces. Pero, por lo mismo, un genio inasible.
AL LEER SU SORPRENDENTE Una historia de la lectura, comprendí que el hilo fino que une la diversidad de escenas y situaciones es también la primera persona multifacética que cuenta historias tan diversas. Acto de enunciación poderoso y frágil al mismo tiempo. Con su voz templada en esa paradoja hizo un libro completamente innovador. Erudito sin acartonamiento, reflexivo sin ostentación orientado por un fino sentido del placer propio y compartido. Y que despertó en treinta y cinco lenguas una inmensa comunidad de lectores identificados con su osadía: narrar desde el cuerpo propio la aventura humana de leer.
En otro de sus muchos oficios ha sido editor de antologías. Ha preparado más de treinta. Cada una haciendo aportaciones significativas. En una de las primeras, Agua negra, introdujo en la cultura anglosajona, tan dada a dividir tajantemente la realidad de la fantasía, y pensarla como fuga de la vida, una nueva manera de ver su la-do obscuro a través de setenta y dos grandes autores, muchos de ellos de América Latina:
... Una buena historia fantástica será un eco de eso que en la vida escapa a una explicación, demostrando, de hecho, que la vida es fantástica. Señalará eso que late detrás de nuestros sueños y miedos y goces; lidiará con lo invisible y lo no dicho. No huirá de lo raro, lo absurdo, lo imposible. Es decir, tendrá el valor de ser totalmente libre.
Desde los años ochenta, en la antología Otros fuegos, se preocupó por reivindicar a grandes escritoras latinoamericanas. Algo que sigue sintiéndose tan actual como urgente. Lo mismo sucede con su manera de leer la pasión, el amor, el erotismo, los viajes imaginarios, los viajes de exploración, la venganza, la opresión desafiada, la mirada extranjera, la relación entre padres e hijos y entre madres e hijas, la censura, la naturaleza; algunos de los temas de sus antologías.
Antes de Una historia de la lectura había publicado en coautoría otro libro monumental y atractivo: El diccionario de lugares imaginarios. De nuevo, parecería una contradicción, pero el rigor con el que fueron seleccionados y descritos esos mil y un lugares inventados dio al conjunto la fuerza de una nueva obra de imaginación.
En los ochenta, en Otros fuegos, se preocupó por reivindicar a escritoras latinoamericanas. Algo que sigue sintiéndose tan actual como urgente
ESAS DOS PROEZAS le trajeron un público inmenso, pero a su sombra brilla con luz propia su obra narrativa. Seis novelas, cada una más apasionante y mis-teriosa que la otra. Comenzando por su inquietante News From A Foreign Country Came, parcamente titulada en español Noticias del extranjero. La guerra de Argelia y París conducen hacia una familia en Canadá primero y luego en la Argentina de la dictadura. Dolorosa y trágicamente entran las noticias de un mundo violento que había sido puesto aparte. El país extranjero del título es ese universo del poder, las utopías que se vuelven tiranías, el terrorismo y la violencia de Estado. Obtuvo inmediatamente dos premios, en Canadá y en Inglaterra, y fue publicada en una decena de lenguas. Según Anita Desai: “Manguel construye su novela como si fuera una flor frágil y bella, luego deshoja los pétalos con delicadeza y elegancia, hasta revelarnos que hay un gusano horrible en su seno. Un logro magistral”.
No menos candentes, seductoras y actuales son las historias que nos cuenta en Todos los hombres son mentirosos y en El regreso. El desarraigo, el exilio, la memoria y la lectura de los equívocos de la vida son materia maleable del gran contador de historias que es Alberto, explorador de los poderes de la imaginación frente a los abusos del poder. En Stevenson bajo las palmeras y en El regreso de Ulises retoma gozosamente a dos grandes figuras clásicas, un personaje y un autor vuelto personaje, transformados como él en grandes lectores de las cosas de la vida y contadores de su aventura.
Su novela erótica El amante extremadamente puntilloso es una irónica y certera reflexión narrativa sobre la fotografía y el voyerismo, y se emparenta con su otra gran historia de la lectura, Leyendo imágenes. Es autor también de una historia natural de La curiosidad. La inmensa aventura de dudar y seguir preguntando ¿por qué? nos lleva a embarcarnos con Dante y navegar con él hacia las respuestas de los demás. En el deseo, naturalmente inagotable de certezas, encontramos el placer de dialogar con otros.
La curiosidad lectora renueva el hambre de comprender. Y Alberto hace uno de los muchos retratos posibles de sí mismo: leyendo una y otra vez lo suficiente para ser hoy el autor de más de veinte libros de ensayos. Una inmensa red de lecturas donde las palabras y la vida se entretejen mostrando el sentido de la naturaleza humana. Alberto propone también una ética de la lectura y una idea activa de la responsabilidad social de los lectores ciudadanos. Siguiendo a Alicia, de Lewis Carroll, la imagen del Bosque en el espejo da coherencia intencionalmente frágil a muchas de sus reflexiones sobre la lectura y sus vínculos con el orbe. Lo mismo que La ciudad de las palabras y Cómo Pinocho aprendió a leer.
“El tema de casi todos mis libros, dice Alberto, es la lectura, la más humana de las actividades creativas. [...] La palabra impresa le da coherencia al mundo”. Por eso, en esas inmensas aventuras que son La biblioteca de noche y Mientras embalo mi biblioteca, los libros son a la vez una imagen de quien los colecciona y cuida pero también una imagen cartográfica de su universo.
SU EXTENSO DESPLIEGUE de ensayos agudos y relatos sugerentes, donde él leyendo es finalmente el tema central de sus textos, lo vuelve un Montaigne contemporáneo. Pero con un mayor índice de lúcida locura y una fugacidad mayor. Porque cuando llega la noche, nos dice, el orden de su biblioteca se altera y entre las grietas del sistema diurno renace el delirio que une a todos los libros con lo imposible y siempre anhelado. Alberto vuelve a cambiar en ese anhelo, es otro creativamente inesperado, y es el mismo. Es como Abaton, primer sitio imaginario de su diccionario. Un país que cambia de lugar cuando alguien se acerca. Aunque algunos describen la música que emana de sus murallas.
Cada quien tiene una imagen distinta de él. Es todos y a la vez es mucho más que la suma de esos fragmentos caleidoscópicos. Alberto Manguel, el múltiple, el que escribió sonriendo que nadie se baña dos veces en el mismo libro, que somos muchos y somos cambiantes, el de los muchos oficios, es como Abaton, esa ciudad inasible que describió. Pero su genialidad fugaz ha encontrado una lámpara mágica que la contiene, la protege y, cuando es necesario, la libera. Esa lámpara es el libro. El genio de Manguel se aparece ante nosotros cuando uno frota tres veces un libro. Sobre todo uno de los suyos. Pero también cada uno de los libros que él nos ha enseñado a leer y amar de otra manera.
Con él aprendemos que un gran bibliófilo no es tan sólo quien ama los libros sino quien, apasionadamente, nos hace amarlos.