La señora Harris

La interioridad expuesta

A mediados del siglo XX se publicó una novela exitosa, La señora Harris va a París, cuyo argumento plantea un mundo de valores y propósitos colectivos, un mensaje de gratitud ante la vida. Esa atmósfera se ha transformado en la actualidad del siglo XXI, como se manifiesta sin reservas en la versión fílmica que hoy se exhibe en carteleras del país. El siguiente análisis compara las dos obras y entre sus conclusiones nos advierte de un cambio drástico de paradigmas.

La señora Harris va a París
La señora Harris va a París Foto: Fuente: alertageekchile.cl

La novela del estadunidense Paul Gallico, La señora Harris va a París (1957), sustentaba su éxito en la exposición de los motivos que cada personaje de la historia tenía para ayudar a sus semejantes, así como la manera en que la protagonista veía el mundo y a sus habitantes (esencialmente, sin juz-garlos), lo cual le permitía actuar bajo la premisa de que ayudar es importante. Además estaba el mensaje final de que, como señala Constantino Cavafis en su poema “Ítaca”, lo que importa no es la meta: el viaje mismo es la recompensa. Más aún si el texto está escrito con un delicioso humor.

La señora Harris es una trabajadora del hogar en distintas casas de Londres. Viuda que acepta su condición social y laboral, en uno de los inmuebles que limpia se topa con un vestido de Christian Dior y decide comprar uno igual, aunque para ello sea necesario que trabaje tres años para viajar a París y pagar una suma estratosférica por la prenda. En la mayor aventura de su vida encuentra amigos entrañables, recibe la ayuda de extraños, se vuelve casamentera inesperada y arregla el trabajo de varias personas... si bien en ello pierde el vestido. Pero no importa, lo valioso han sido las experiencias de empatía con los franceses que —quién lo dijera, piensa la protagonista— no son tan insoportables como le habían dicho.

EN 2022 SE EXHIBE la adaptación fílmica, coescrita y dirigida por Anthony Fabian, con la premiada inglesa Lesley Manville en el papel de la trabajadora del hogar. Lograda película por la recreación de época, las actuaciones y el casting, moderniza el texto con agregados en el guion que cambian el propósito de la novela. Si en el texto Harris debe trabajar años y limitarse en las mínimas comodidades de su condición (deja de viajar en autobús, por ejemplo), en la película recibe dinero inesperadamente (le dan una pensión retroactiva del marido muerto en guerra, la recompensan por devolver una joya encontrada en la calle), con lo cual pasa de ser una esforzada obrera del hogar a una suertuda simpática (hay que subrayar que a Manville le sobran recursos histriónicos).

Las muchas peripecias para llegar a la tienda Dior se obvian en la película y cambian la relación de Harris con los otros personajes. En la novela ella percibe el amor del contador por la modelo principal; el narrador nos habla de la respetabilidad de la clase media parisina y cómo esa modelo de belleza excepcional (aquí interpretada por la hermosa Alba Baptista) en realidad quiere ser una ama de casa con esposo e hijos, por lo cual, gracias a las maniobras de Harris, por fin se da cuenta de la existencia de ese contador.

Mientras la película muestra relaciones superficiales entre muchos personajes, la novela se enfoca en la amistad de Harris, el contador y la modelo, hasta llegar al esperado enlace. La empatía que la mujer londinense logra con la directora de la casa Dior, que en la película apenas llega a un cambio de actitud de ésta, pese a la interpretación de Isabelle Huppert, otra actriz de alto nivel. La película se enfoca en los amores cotidianos de Harris con su amiga británica de igual trabajo que el suyo y los hombres con los que convive, para culminar con el uso del vestido de repuesto que le llega gratuitamente, regalo de los agradecidos trabajadores de Dior que han salvado el empleo gracias a Harris.

En cambio, la novela termina con una señora Harris contenta de haber vivido una gran aventura (que no la última, pues hubo secuela), que ha cambiado su visión del mundo. De ser una trabajadora doméstica con pocos alcances, al final se sabe capaz de lograr lo inesperado, de ser más humana y alcanzar una empatía impensada con extraños que se han vuelto parte de ella. Nunca volverá a estar sola. Al final, las lágrimas de dolor con que toca el vestido quemado se tornan agradecimiento sorpresivo.

LA PELÍCULA GUSTA por evidenciar que esa mujer trabajadora a la que muchos desprecian por su condición logra cambiar la vida de los empleados de Dior y muestra a sus amigos que los sueños se pueden alcanzar —como bailar en un vestido que representa la exquisitez de la alta costura. Sin embargo, la novela va más allá: cambia también la vida de los pocos afortunados que intercambian con ella el milagro de la bondad y el desprendimiento para hacerse amigos inamovibles, aunque la distancia los separe por siempre.

De este modo, si en 1957 el valor máximo era el de la mujer cambiada por sus actos y bondad, en 2022 hay otro paradigma: es mejor tener muchos amigos, pero sin profundizar. Como un signo de los tiempos, los autores modifican el prototipo humano. En la posguerra, las personas necesitaban reencontrar la humanidad del vecino y del desconocido. En la actualidad, los personajes se amoldan a la individualidad compartida: los viajes dan un poco de elegancia, pero no la suficiente como para cambiar de estrato social. “En Francia, el trabajador es el rey”, le dice un vago a Harris y ella se vuelve la reina de los empleados a los que les asegura el trabajo. En la novela no hace falta que otros le hagan ver el tesoro que ha encontrado: pasar de la soledad al encuentro fraterno y amoroso sin importar la distancia o la cercanía con esos amigos que ella ha unido.

Cambia el viaje del héroe, pero Cavafis sigue teniendo razón.

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