Los fantasmas cotidianos

Redes neurales

Los fantasmas cotidianos Foto: Anton Vierietin / shutterstock.com

La literatura nos permite entrar en sintonía con los demás mediante la construcción de mundos compartidos. Pero también nos ofrece herramientas poderosas para desarrollar la individualidad. Quizá por eso es tan significativo encontrar a un lector con aficiones similares a las tuyas. Más allá de la obligación tácita del elogio hacia los clásicos y las novedades —de donde surgen tantos momentos de simulación en los círculos culturales— hay un auténtico gozo para los lectores al descubrir experiencias literarias comunes de aprendizaje, exploración y asombro. Por eso me disgusté con un querido amigo, académico de las letras, quien exhibe su desprecio por la literatura mexicana en cualquier oportunidad. Quizá pertenece a la religión del esnobismo. Cuando le preguntaron a Woody Allen si era un hombre fiel al judaísmo, contestó que más bien practicaba el narcisismo.

Tuve la suerte de crecer en una familia que valoraba por igual la narrativa árabe, la china o la anglosajona. En ese contexto, las creaciones mexicanas forman parte de un inmenso mapa cultural; no son mejores ni peores, pero enriquecen mi pensamiento y me regalan carcajadas, paisajes o estados de horror existencial. El primer libro de cuentos que leí fue El principio del placer, de José Emilio Pacheco. Fue la primera vez que sentí la voluptuosidad de acercarme a la intimidad de una vida ajena. Pude asomarme al pensamiento y las emociones de otra persona, en una situación distinta a la mía. El personaje era ficticio, pero su deseo erótico y sus errores de novato parecían reales y me proporcionaron una forma auténtica de placer, que puede definirse como la experiencia del vicario. Si la palabra viene de la tradición religiosa, la uso aquí en el sentido que aparece en la Wikipedia: “de forma más sencilla se puede decir que un vicario es aquel que toma el lugar de otro, el suplente, el sustituto”.

En los círculos de la psicología científica escuché que el condicionamiento vicario genera aprendizajes auténticos. Las artes narrativas nos permiten experimentar los caminos de una vida ajena, con sus circunstancias y su propio estilo para asignar valores y tomar decisiones. En la literatura, esa otredad se revela en su dimensión narrativa más íntima: me refiero al flujo de la conciencia ajena. La investigación de la identidad propia a través de textos narrativos puede entenderse mediante la fórmula de Ricoeur: es la exploración de sí mismo como si fuera otro.

A LO LARGO DE LOS AÑOS, los cuentos mexicanos me han dado la oportunidad de conocer realidades muy diversas de nuestro país. Así llego al nuevo libro de Enrique Serna: Lealtad al fantasma (Alfaguara, 2022). Abrí el volumen al azar en casa de mis padres y me metí al cuento titulado “La fe perdida”. La protagonista, Elpidia, nació y creció en Estados Unidos, es hija de inmigrantes y trabaja como empleada en una tienda de cosméticos. Mira con desprecio a su padre, quien usa los domingos la playera de las Chivas Rayadas del Guadalajara para ver el partido —siempre decepcionante— de su equipo.

Su vida gira en torno al teléfono celular, donde permanece adicta a los chismes acerca de Melanie, una estrella mexicoamericana que ha triunfado en el mundo del espectáculo. Elpidia estudia las aventuras sentimentales de su heroína, quien pasa por romances turbulentos y un divorcio, y aunque no puede decidir por Melanie, interviene a su manera mediante las redes sociales. Deja reproches cariñosos en la página web de la estrella cuando se aparta de sus expectativas moralistas, pero también saca las garras para defender a Melanie cuando otros aficionados la critican o se burlan de ella injustamente. Intenta generar una relación personal a través de los mecanismos digitales.

Los cuentos mexicanos me han dado la oportunidad de conocer realidades muy diversas de nuestro país

¿Se trata de un simulacro de relación donde Elpidia ejerce una forma vicariante de satisfacción y frustración?

“La fe perdida” reflexiona sobre el aprendizaje vicario, pero no lo hace mediante abstracciones lógicas: sitúa a su personaje en una trayectoria social y en una configuración psicológica específicas. La mirada sociológica de Serna usa la trama para reflexionar sobre el desdibujamiento de las fronteras entre la ficción y lo real, entre la acción personal y la posición del espectador en el entor-no contemporáneo de las redes digitales.

EN LEALTAD AL FANTASMA, Enrique Serna estudia las relaciones humanas y la personalidad en el sitio donde los contextos socioculturales configuran la emergencia de lo psicológico. Sin ostentar la reflexión, formula problemas éticos y discute los valores existenciales que se ponen en escena en las historias crueles, impregnadas de ironía, donde sus personajes redescubren o aprovechan con ventaja sus poderes sexuales.

Hay un aforismo según el cual todo lo que sucede en nuestras relaciones interpersonales trata acerca del sexo, con la excepción de las relaciones sexuales: éstas tratan acerca del poder. Pero en historias como “Abuela en brama” o “El blanco advenimiento” hay algo más, algo como un desbordamiento que rebasa las jerarquías de la política doméstica. A la manera de un etólogo, Serna capta momentos crudos en los que el sexo es un vehículo para reencontrar una vida perdida, pero sobre todo para luchar por el deseo de existir. En el universo narrativo de Serna, las tentativas del amor son frustradas por los esquemas impersonales que sostienen la inequidad social, pero también por prejuicios de quienes comercian con las ganancias del chantaje moral. Frente a la rigidez de las jerarquías socioeconómicas aparece una lucha encarnizada que busca controlar las posiciones que dan superioridad moral, lo cual justifica, a su vez, el acceso a las fuentes del placer.

No he terminado el libro, pero salgo de viaje con mi pareja y leemos en voz alta el cuento titulado “Paternidad responsable”. Nos sintonizamos mediante el humor ácido del texto, como si fuéramos cómplices de una historia maligna, pero también observamos con cuidado —casi con ternura— la decadencia de un matrimonio que necesita con urgencia una simbiosis afectiva, pero que es incapaz de desovillar el resentimiento de su larga vida conjunta. Ella adopta un perro y él descubre que el entusiasmo del cachorro es arrollador; eso desencadena una guerra psicológica para ver quién gana el alma simple y pura de la bestia.

Los viejos amantes, desgastados, sólo aciertan a proyectar su humanidad en el perro mientras combaten entre sí como perros. Pero quizá el paso indispensable para detener la destructividad mediante un ejercicio civilizatorio consiste en reconocer que alguien —en alguna parte— es un ser dotado de sentimientos vitales. No puedo decir que los relatos de Serna me dan consuelo o esperanza, pero ofrecen argumentos legítimos a favor de un conocimiento honesto de nuestro sistema de relaciones, sin maquillajes ideológicos, y provocan los sentimientos de risa y voluptuosidad que he disfrutado tanto en el cuento realista mexicano. La tradición se mueve con vitalidad más allá del refrito y del esnobismo.

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