En días recientes se recordó al poeta mexicano Jaime Reyes (1947-1999), con motivo de su 75 aniversario natal. Su obra —merecedora de diversos reconocimientos— dejó huella con Isla de raíz amarga, insomne raíz. En esta página recuperamos un breve ensayo de 1977 —publicado en el suplemento La Cultura en México, dirigido entonces por Carlos Monsiváis— que relaciona un poema del autor con dos referentes definitivos en la lírica mexicana.
En 1944, Efraín Huerta incorpora la ciudad al espacio poético en Los hombres del alba, que amplía y matiza las preocupaciones políticas vertidas en su libro anterior, Poemas de guerra y esperanza. Seis años más tarde, en Horal, su primer libro, Jaime Sabines propone un mundo donde las nimiedades y tragedias cotidianas, aunadas a la vivencia amorosa, adquieren un lugar central. Jaime Reyes asimila ambas proposiciones y las lleva a sus últimas consecuencias en Isla de raíz amarga, insomne raíz, publicado en 1977.
Hipótesis: “Los hombres del alba”, “Los amorosos” de Sabines y “Los derrotados” de Reyes —que se incluyen en los libros citados— desarrollan una condición marginal, un proceso y, finalmente, una solución. Son tres poemas marcados por el tono coloquial de un mundo vivo y desnudo que consuma una épica de la soledad o la derrota donde los términos concluyen por invertir su sentido.
Huerta advierte en sí mismo una “cólera reprimida” que vibra en cada línea de “Los hombres del alba”; contenida y latente, no desborda el texto sino que lo sitúa en el espacio urbano que entonces se embarcaba en el desarrollismo y la utopía del “milagro mexicano”. Ese lugar donde “Los hombres del alba”, escribe Huerta: “Son los que tienen en vez de corazón / un perro enloquecido / o una simple manzana luminosa / o un frasco con saliva y alcohol / o el murmullo de la una de la mañana / o un corazón como cualquiera otro”.
“Los amorosos” de Sabines, a su vez, viven errantes, poseídos. Buscan, abandonan, olvidan: la pasión los disloca y transforma su relación con el mundo. Procede con intensidad y profundidad en un ascetismo infranqueable y gozoso, donde priva sin condiciones el mundo de los sentidos, el sentimiento. Así los describe: “Los amorosos andan como locos / porque están solos, solos, solos, / entregándose, dándose a cada rato, / llorando porque no salvan al amor”.
A la exaltación apasionada, Efraín Huerta responde con una amargura incisiva. Si “Los amorosos” se instalan en su otredad romántica, “Los hombres del alba” transfiguran el embeleso y “construyen con sus huesos / un sereno monumento a la angustia”; bandidos, asesinos cautelosos, profesionales del desprecio, bebedores de aguardiente, son por contraste y ante todo “los hombres más abandonados, / más locos, más valientes, / los más puros”.
El texto de Sabines implica una complicidad entre el autor y la experiencia descrita. Pero antes que sentimientos correspondidos, constata un desbordamiento íntimo cuyos iluminados optan por un romanticismo incondicional y ascético, que se funda en la experiencia vivida y al mismo tiempo inalcanzable: “El amor es la prórroga perpetua, / siempre el paso siguiente, el otro, el otro. / Los amorosos son los insaciables, / los que siempre —¡qué bueno!— han de estar solos”.
La diferencia con el enfoque de Huerta es relevante. Sus “hombres del alba”, como advierte, hablan del día “que no les pertenece, en que no se pertenecen, / en que son más esclavos; del día, / en que no hay más camino / que un prolongado silencio / o una definitiva rebelión”.Esta disyuntiva no es ni de lejos insinuada por Sabines: él da por hecho que la rebelión es precisamente el estado de gracia que celebra. Para Huerta es distinto: lejos de asimilarla como plenitud, entiende que la rebelión es producto de la violencia. “Los hombres del alba” son “más esclavos” durante el día: en vez del mundo regido y circunscrito por la pasión, Huerta apunta hacia la práctica económica y social.
A su vez, el poema de Sabines cancela todo valor ajeno: en su intimidad al margen, los amorosos “Se ríen de las gentes que lo saben todo, / de los que aman a perpetuidad, verídicamente, / de los que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite”. Su enfoque no niega la opresión señalada por Huerta. Más bien la evade: opta por su experiencia profunda, vertiginosa —con las mistificaciones que eso implica. La desesperanza de Sabines es una paradoja feliz que termina por encontrar la vida “hermosa”.
Los resultados de uno y otro poema son diversos, aun cuando parten de temas concurrentes. Huerta es más enumerativo y distante; opera por extensión para trascender la experiencia personal en que se funda. Más íntimo y emotivo, Sabines opera mediante la concentración y reafirma la circunstancia individual.
En Los derrotados Jaime Reyes comprende la herencia apasionada de Jaime Sabines y la denuncia categórica de
Efraín Huerta
CON LENGUAJE MÁS CRUDO Y VIOLENTO, en “Los derrotados” Jaime Reyes comprende la herencia apasionada de Sabines y la denuncia categórica de Huerta. También pone en juego una serie de paradojas dudosas —que pueden resultar inverosímiles—, donde la inversión de los términos propone que los “derrotados” son, en realidad, los genuinos “victoriosos”.
Reyes no plantea una identificación con su tema —a la manera de Sabines— ni establece una distancia para vincularlo con la marginalidad —como Huerta—, sino que despliega ambas opciones simultáneamente. El vacío que experimentan “Los derrotados” es producto de una opresión sin referencia “a lugar o tiempo alguno”, una realidad opresiva y en cierto modo intangible:
Van hacia atrás, atropellándose,
y nada sino la mueca del dolor en que se hallan
[les importa.
Semejantes a los amorosos no oyen, no ven, están llenos
[de polvo, de viejo miasma y de calor.
Bajo los muelles se reúnen a darse besos de lata y aserrín,
y se cogen las manos y bailan a la luz del alcohol
y cantan y creen en la vida, pero en nada creen,
[están solos, solos como ellos mismos.
“Los derrotados” se alejan y al hacerlo se encuentran. Las nociones convencionales de la identidad se diluyen o cambian su signo: “No supieron ellos ni los que los conocieron, quiénes eran, / por eso nunca llegaron a nada / porque nunca quisieron”.
Este “no llegar a nada” contiene el reconocimiento, la aceptación de sí mismo y la renuncia al mundo del que se marginan. Si “Los amorosos” se desbordan en el arrebato sentimental y se abisman en su soledad, en Huerta la complicidad que une a “Los hombres del alba” tiene un desfogue en su actividad nocturna, interrumpida por los días “en que no se pertenecen”. En cambio, para “Los derrotados” la condición marginal resulta definitiva: el drop out de Reyes se distingue del de Sabines en que su pasión no se alimenta de sí misma, sino de una instancia destructora y opresiva. “Los derrotados” contiene más implicaciones sociales que “Los amorosos”, con resonancias más feroces y totalitarias que las descritas por Huerta en “Los hombres del alba”: para ellos no hay distinción entre el día y la noche. En todo caso, la diferencia es “reptar por las calles” o caminar de pie.
“Los derrotados” cumple un ciclo que Huerta inicia y Sabines traslada al plano amoroso; el proyecto encuentra solución, toca sus últimas consecuencias y su ensordecimiento. En el rumbo descrito por los poemas de Efraín Huerta, Jaime Sabines y Jaime Reyes, los auténticos victoriosos se debaten siempre contra el mundo.