Yoko Ono

Poesia y arte conceptual

Frecuentemente denostada como responsable del rompimiento de John Lennon con Paul McCartney, —que derivó en la disolución de los Beatles—, Yoko Ono (Tokio, 1933) es una artista de vanguardia de la escena neoyorquina. Mantuvo vínculos con las artes performativas y fundó el grupo Fluxus, que se distinguió por su postura satírica ante el mercado del arte moderno. Como desgrana Abraham Truxillo, la obra conceptual de esta creadora tiene peso y relevancia propia.

Yoko Ono en performance de Cut Piece en Kioto, Japón, 1964.
Yoko Ono en performance de Cut Piece en Kioto, Japón, 1964. Foto: Fuente: e-flux.com

Una fría tarde en Manhattan de 1965 —de las que vuelven la isla un desafío para todo el que la camine—, Yoko Ono se sentó en el suelo del escenario de una de las salas del Carnegie Hall, ese edificio de piedra de estilo renacentista incrustado en el Midtown.

Cut piece en nueva york

Entre ella y el público mediaban unas tijeras de sastre: en el filme en blanco y negro en el que se registró el performance se ve a los asistentes convertirse en participantes al subir a escena y tomarlas para hacerle guiñapos la ropa y llevárselos a sus asientos mientras ella permanece inmóvil. El rechinido de la tarima a cada paso y algunos murmullos son lo único que se escucha antes de que los extraños en cuclillas corten a ras del cuerpo; la despojan de sus prendas con tranquilidad perturbadora mientras la agresión contrasta con la delicadeza de los participantes al cortar los jirones.

Por fin, un joven sube con confianza al escenario y exclama al público: “Very delicate, it might take some time” ("Muy delicado, puede llevar tiempo"), para luego esmerarse en rasgarle toda la blusa y el corpiño mientras ella intenta contener el resquemor. Antes de que las prendas caigan y descubran por completo sus senos, Yoko las sostiene contra su cuerpo, moviéndose por primera vez. La imagen final recuerda a una Cenicienta ultrajada por las hermanastras o quizá a una víctima de violación; los voyeurs, que no participaron, han cumplido una función acaso más inquietante. Incluso a través del filme es posible asistir vivamente al performance, en el que arte y vida se entrecruzan produciendo experiencias estéticas y valores distintos a los de las artes tradicionales.

SON MUCHAS LAS INTERPRETACIONES que Cut Piece —nombre de la pieza— ha suscitado desde el día en que Yoko Ono la presentó por primera vez (Kioto, 1964). Algunos han visto en el performance una reivindicación feminista: la denuncia de la cosificación y el sojuzgamiento de la mujer en sociedad, mientras que otros la han entendido como una metáfora de la entrega del artista a su público a través una comunión canibalesca (sentido declarado por la propia Yoko).

A la distancia, Cut Piece resulta ser también una metáfora de los ataques personales y los denuestos misóginos de varias generaciones de fanáticos que la culparon por la separación de la banda de su esposo, John Lennon, así como de las descalificaciones populares bastante desorientadas de quienes sólo la recuerdan dando exasperantes gritos en algún concierto de rock (su “Pieza de voz para soprano”, que trasciende el punk). Encima, Yoko también ha soportado embestidas recurrentes de críticos contra su arte, siempre bajo sospecha de fraude, quienes se han afanado en blandir esas mismas tijeras y desnudarla a ella misma —y a cualquiera que se atreva a hacer arte conceptual—, pretendiendo demostrar que la artista va desnuda, aunque paradójicamente, ellos han tenido que arrebatarle antes la ropa.

Poema para tocar.
Poema para tocar. ı Foto: Fuente: wikiart.org

A esa misma distancia, no obstante, también es posible ponderar su obra y sacarla de la órbita del esposo —quien más bien había empezado a gravitar en torno a ella y su concepción estética— para apreciar el trabajo de una creadora coherente y transgresora que practicó desde siempre una nueva idea de arte, a la que llegó antes que muchos, dándole el rostro que conocemos hoy. Es una obra enraizada en las vanguardias de la segunda mitad del siglo XX, entre las que resalta como fundadora desde los inicios del movimiento Fluxus. De esta vasta obra, su escritura se destaca con una originalidad y un brillo particulares.

GRAPEFRUIT: LIBRO DE INSTRUCCIONES

Yoko Ono publicó Grapefruit en 1966, en una edición artesanal que imprimió pocos ejemplares. Más tarde, en 1970, se lanzó una edición aumentada, con mayor tiraje, que fue publicada en español ese mismo año bajo el título de Pomelo, por Ediciones de la Flor, en Argentina.1 Esta versión ha sido reeditada recientemente, con mucha fortuna, en edición facsimilar por la notable colección Alias.

Sin numeración de páginas ni índice, el libro consta de unas doscientas instrucciones que siguen de cerca la tradición de las “partituras evento” (event scores) de George Brecht —mismas que en América Latina permearon el trabajo de escritores como Julio Cortázar y Juan José Arreola—, cuyo antecedente más lejano está en las famosas instrucciones que dictó Tristan Tzara para escribir un poema dadaísta. La obra trasciende el texto literario tradicional: como libro de artista es un objeto estético en sí mismo antes que un “portatexto”. Yoko incluyó además dibujos, postales (arte correo), poemas experimentales, programas de presentaciones, catálogos, cuestionarios y entrevistas. Así pues, se trata al mismo tiempo de una obra de arte y de su documentación.

A medio camino entre arte concep-tual y literatura, las instrucciones son instantáneas poéticas —e incluso minificciones—, mucho más líricas que los ejercicios del resto de los miembros de Fluxus; conjugan concepto, imagen y metáfora, casi siempre con un remate sorpresivo. El instructivo invita a grabar, registrar, observar, escuchar y, en definitiva, percibir nuestra realidad y a nosotros mismos como por primera vez.

Si la tradición del haikú japonés se basa especialmente en la contemplación de la naturaleza, el libro de Yoko extiende esa mirada hacia todos los rincones de la vida. Los textos nos llevan a apreciar la belleza cotidiana y sencilla de nuestro entorno (como dictados por un Matsuo Bashō vanguardista) a fin de descubrir que, con una sensibilidad apropiada, el mundo entero puede ser una obra de arte o un ready-made, sin necesidad de colocarlo en un pedestal de museo. La autora nos invita a “Lustrar una naranja” (“Pieza de bruma II"), “Mirar el sol hasta que se ponga cuadrado” (“Pieza solar”) o, simplemente, “Regar” (“Pieza de agua”). El libro es una guía para ejercer la ensoñación mediante piezas lúdicas, marcadas por la sinestesia, como es el caso de “Pieza acuática”:

Robar la luna del agua con un balde.

Seguir robando hasta que no se vea

[la luna

en el agua.

Algunos textos son indicaciones para realizar pinturas, filmes, performances e instalaciones, muchas de las cuales Yoko realizó efectivamente en algún momento de su temprana carrera (entre las que Cut Piece se vuelve una instrucción más). La obra cumple con el programa de Fluxus, caracterizado por la experimentación, la intermedialidad, la diversión, la sencillez y la fugacidad, mezclando —al igual que el Romanticismo literario— arte y vida. En sus páginas, el lector descubre que las ventanas encendidas por la noche son también estrellas; el sol, un pececito dorado que nada por el cielo de Este a Oeste; las teclas de un piano, pétalos; la vida, una cerilla que se apaga; morir, cambiar de domicilio y cambiar de domicilio, morir; la lluvia de un aljibe, nubes al alcance de la mano; el ser humano, un animal de costumbres afectadas.

Yoko renuncia a la ironía propia de ciertos artistas que se burlan con un gesto nihilista del público, a cambio de una ternura y un idealismo a veces ingenuo

EL CARÁCTER de los textos permite hacer partícipe al lector para que se vuelva él mismo un creador. La obra sucede en la imaginación (como to-da literatura), burlando el fetichismo mercantil al que son proclives las artes plásticas. Yoko renuncia a la ironía propia de ciertos artistas que se burlan con un gesto nihilista del público —lo cual es más bien simple y llana indolencia—, a cambio de una ternura y un idealismo a veces ingenuo que no teme servirse del surrealismo y el absurdo. Sin embargo, su afán resulta una osadía, sobre todo en un mundo que adora la distopía y el pesimismo. Varias instrucciones resultan también un hechizo para la autosanación emocional y la comunión, como “Pieza de piedra”:

Buscar una piedra que tenga

[el tamaño o el peso de uno.

Romperla hasta convertirla

[en polvo fino.

Tirarla al río. (a)

Enviar pequeñas cantidades

[a los amigos. (b)

En el terreno exclusivamente literario, la obra cuestiona el sistema de representación escrita y su soporte, el libro, en textos que se emparentan con los del mexicano Ulises Carrión; como, por ejemplo, en “Pieza numeral”, la voz poética dicta: “Contar todas las palabras del libro / en vez de leerlas”, y “Pieza numeral II”:

Reemplazar los sustantivos del libro

[por números

y leer.

Reemplazar los adjetivos del libro por

números y leer.

Reemplazar todas las palabras del

[libro por

números y leer.

Este mismo propósito se sugiere con mucha belleza en el poema “En línea”:

––– ésta es una línea derecha

––– ésta no es tan derecha

––– esta línea tiene mil millas de largo

––– esta línea mide una pulgada

––– esta línea tiene historia

––– esta línea es olorosa

––– esta línea está sufriendo

––– esta línea fue alguna vez un círculo

––– esta línea fue un fénix

––– se dice que esta línea era una vez

[un poco gris

esta línea sólo aparece cada mil

[millones de años

LA REEDICIÓN

La edición facsimilar de Pomelo a la que nos hemos referido fue publicada en 2020 (Alias), bastante bella y asequible. El papel rústico le hace justicia a la impresión argentina de 1970, que fue la primera versión de Grapefruit al español.

Un comentario aparte merece la traducción de Susana Lugones, quien eligió el infinitivo para las instrucciones (algo propio del español rioplatense) en lugar del imperativo gramatical, sutilmente impositivo. Su traducción corresponde mejor al tono dulce de los textos, que evita la orden directa. El facsímil rinde un pequeño homenaje a Susana, quien fue raptada y desaparecida por la dictadura militar argentina el 20 de diciembre de 1977. La propia Yoko Ono facilitó los derechos de la obra para reeditarla, luego de conocer el terrible destino de su traductora.

En suma, este libro de Yoko resulta una puerta giratoria para traspasar de la poesía más depurada (sus imágenes) al espacio del arte conceptual, únicamente por el poder de la palabra. Quien la atraviese llegará listo para descubrir ese arte que permanece vigente tras casi un siglo de ser inaugurado por Duchamp, por más que les pese a ciertos críticos inquisidores de la sensibilidad, “enemigos del arte contemporáneo”, como los llama César Aira. A casi sesenta años de su publicación, los parangones de es-ta obra en nuestra tradición artístico-literaria siguen siendo escasos. Sin duda, no será así por mucho tiempo.

Nota

1 Todas las citas provienen de esta edición.