El Colegio Nacional presenta el segundo volumen de los en-sayos del crítico literario y editor Christopher Domínguez Michael (México, 1962), que se dedica fundamentalmente a las literaturas francesa y rusa, con sobrevuelos en torno a autores que han escrito en castellano e inglés en ambos lados del Atlántico. Recoge libros y artículos publicados con anterioridad, organizados en tres partes, intituladas “Espíritus del Viejo Mundo (1985-1997)”, “La utopía de la hospitalidad (1993)” y “El XIX en el XXI (2010 y 2012)”.
La parte inicial contiene “Toda suerte de libros paganos”, “Feliz con el Antiguo Régimen”, “Crestomatía de Stendhal (1983)” y “El romanticismo y sus falsos amigos (1983-1995)”. En el primer apartado, Marco Aurelio y Renan conviven con Michel de Montaigne, Maquiavelo y un fraile danés, Jacobo Daciano, que llegó a México en el siglo XVI. “Feliz con el Antiguo Régimen” señala la influencia de la Ilustración en la contemporaneidad; para muestra, “Voltaire y Savater” insiste en el camino de la razón escogido por el pensador español:
... todavía hay batallas en las cuales Savater marcha a contracorriente, desde la necesidad de legalizar las drogas en el planeta, destruir la asociación contra natura entre la izquierda y el nacionalismo (...) o acabar de borrar todas las supercherías modernas, sean las de la vieja izquierda, las de la Nueva Era o de lo políticamente correcto (p. 79).
“Crestomatía de Stendhal (1983)” contiene una antología de citas de diversos autores que atestiguan la conformación del canon novelesco moderno; Stendhal es un nombre cimero al que debemos agregar los de Balzac, Tolstoi, Dostoievski y Flaubert. Se tocan polémicas claves del siglo XX, una de las cuales enfrentó a regionalistas y cosmopolitas hispanoamericanos en la primera mitad de la centuria, entre ellos Jorge Cuesta, cuyo credo estético, expresado en “La literatura y el nacionalismo” (1932), no deja dudas: “Por lo que a mí toca, ningún Abreu Gómez logrará que cumpla el deber patriótico de embrutecerme con las obras representativas de la literatura mexicana. Que duerman a quien no pierde nada con ella; yo pierdo La cartuja de Parma y mucho más”. En “El romanticismo y sus falsos amigos (1983-1995)” asoma uno de los hilos conductores de la compilación: la familiaridad con la tensión moderna por excelencia entre el espíritu de la Ilustración y su crítica radical, el romanticismo. No hay que confundir éste con un periodo literario rigurosamente fechado; se trata de una línea de fuerza intelectual y estética viva hasta hoy. Dice Domínguez Michael en “La sangre y el banquete (Rubén Darío)”:
... Fin del siglo XIX: la literatura y el Mal, una vez más. La pasión por rescatar a las letras de la humillación de la Ciencia y la Democracia se repetía, como cien años atrás, cuando los románticos alemanes se reunieron para ofender a la Enciclopedia y su responsabilidad en los crímenes revolucionarios. Fin del siglo XIX: bocas apestosas de ajenjo, estilos desfallecientes que comienzan por escandalizar a la sociedad del dinero y terminan por emblematizarla. Fin del siglo XIX: convivencia práctica de los mitos del Progreso y de la Decadencia, voluntad de oponer la belleza como artificio y el placer como perversión contra la mezquina rutina de Occidente, cuyas consecuencias padecemos hoy, en otro fin de siglo (p. 171).
“La utopía de la hospitalidad (1993)” establece un arco entre la modernidad encarnada en la fulgurante y romántica vida de Napoleón Bonaparte, el cansancio de los modernos decimonónicos, la literatura en castellano y la muerte de las ilusiones en la escritura europea de entreguerras. “Reseñas románticas” incluye, de nuevo, a Chateaubriand, Balzac y Stendhal y a un cuestionador del endiosamiento de los románticos, Mario Praz.
Llama la atención el ensayo sobre el escritor y crítico de arte Joris-Karl Huysmans, que permite iluminar las aspiraciones de libertad dentro del campo literario contemporáneo:
El siglo XIX fue de retractaciones interiores. Heredera de las Luces, la justicia renunció a la per-secución estética o religiosa de los escritores. Las causas judiciales contra Flaubert y Baudelaire fueron de naturaleza higiénica: el poder pretendía velar por la salud moral de los ciudadanos, pero de ninguna manera normar el gusto literario. Un Flaubert o un Huysmans podían evadir fácilmente las acusaciones de inmoralidad (“Justicia para Huysmans”, p. 219).
“El mar blanco y la tierra infértil” se adentra en la literatura rusa y estadunidense marcando algunas de sus singularidades. “Vladimir Makanin y Andréi Bitov” comenta el devenir de la narrativa rusa durante el siglo XX:
Durante la larga tiranía bolchevique que Maksim Gorky inauguró sobre las letras a principios de los años treinta, el resto del mundo se preguntaba sobre qué dormía en las gavetas de tantos escritores rusos vigilados y castigados. Estaba, desde luego, la emigración, desde Nikolái Berdiáyev e Iván Bunin hasta Aleksandr Solzhenitsyn y Joseph Brodsky. Sabíamos de las desapariciones dramáticas durante las purgas (Osip Mandelstam), de humillaciones como las que sufrió Mijaíl Bulgákov, del sereno dolor de Boris Pasternak o de los célebres juicios realizados hace más de veinte años contra los escritores disidentes (p. 252).
Uno de los defectos del libro se alimenta, paradójicamente, de la erudición del autor, conocedor de los cánones y consciente de su significación histórica y estética
“Islas de los bienaventurados” aborda a figuras como Luis Cardoza y Aragón, Braulio Arenas, Enrique Vila-Matas, David Huerta, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda y Victoria Ocampo. La literatura en castellano, en una compilación orientada a la francesa y la rusa, tiene su lugar como terreno de experimentación estética; no es casualidad que este apartado comience con “Artaud en México”, texto que ilustra la difícil relación de las modernidades europeas y latinoamericanas, tan distintas, tan parecidas:
En el México de 1936 Artaud se decepciona de inmediato. No encuentra visible a esa cultura india por la que desespera. Regaña a Diego Rivera, condena al marxismo, descubre a María Izquierdo, se define como sabio y coloca anuncios en la prensa solicitando expertos en medicina tolteca para conversar (p. 281).
“El XIX en el XXI (2010 y 2012)” se divide en “Románticos”, “Reformadores”, “Decadentes” y “Casi contemporáneos”. Ubica entre los románticos a Joseph de Maistre, un inteligentísimo reaccionario adverso a las revoluciones; al crítico Sainte-Beuve, santo patrón de la crítica no universitaria centrada en la actualidad literaria; a Balzac, tan aparentemente alejado de la sensibilidad romántica y, a la vez, tan cercano por su despiadada crítica de los mitos ilustrados de la sociedad de su tiempo; y a Tomás de Quincey: “ese noble caballero a quien debemos una de las versiones más perfectamente destiladas de todo romanticismo: su imaginación hizo transitable el paso entre la vigilia y el sueño sin recurrir a la dramatización de los absolutos” (“El niño que había estado en el infierno”, p. 416). En “Reformadores” nos topamos con Charles Dickens, Victor Hugo, Benito Pérez Galdós, Tolstoi y, por supuesto, Karl Marx, de quien se ofrece una descripción que retrata a sus acólitos hasta el presente:
Testarudo sin ser cruel, Marx fue un modelo clásico a imitar por sus seguidores, desde Lenin, Trotsky y Stalin hasta los numerosos doctores marxistas que poblaron al siglo XX. Marx amó a la humanidad sufriente como abstracción sin interesarle el sufrimiento concreto de su prójimo (p. 468).
“Decadentes” se refiere a una estirpe cansada de la crítica pero negada a adaptarse al buen decir burgués, y sienta en la misma mesa a reconocidos escritores al estilo de Henry James, Machado de Assis, Eça de Queiroz y Alphonse Daudet. Por último, “Casi contemporáneos” establece la línea directa con los ancestros, un cementerio en nosotros: Verne, Baudelaire, otra vez Chateaubriand, Poe, Mary Shelley. Respecto a la autora de Frankenstein, destaca su mirada sobre la Ilustración:
Tal parece que Mary Shelley fue la primera en intuir que el Emilio era el retrato de un hombre artificial, antes que un proyecto pedagógico liberador. Su criatura es un Narciso que se mira en el espejo de la Ilustración y descubre su irremediable falta de humanidad, el fracaso de toda escuela de virtud, el destino funesto que espera a todo aquel que creyéndose fiel al estado de naturaleza está construyendo, en realidad, un adefesio artificial (“El caso Frankenstein”, p. 571).
Ensayos reunidos (1983-2012) consigue su unidad de propósito a través de ciertos temas centrales. En primera instancia, la indagación sobre el ensayo crítico, sus alcances, obsesiones e intereses, desde la perspectiva de un contemporáneo con simpatía hacia los antiguos a título, precisamente, de descendiente de los modernos; no por casualidad, polemiza con los críticos académicos que rechazan la idea del crítico literario como escritor, en favor de la especulación teórica y el paradójico menosprecio de la literatura.
También hay que subrayar el interés por el canon, los hitos con los que diversas épocas se entienden a sí mismas, sin olvidar la conversación con las ricas zonas de autores menores que sustentan todas las literaturas, y con los autores del presente. En tercer lugar, Domínguez Michael se identifica con figuras como Roberto Calasso, Marc Fumaroli, Albert Béguin, Mario Praz, Octavio Paz y Edmund Wilson, modelos de una crítica concebida como escritura literaria y reflexión sobre el mundo; la política y la historia alimentan el trabajo del mexicano sobre la literatura y sobre el pensamiento de los últimos siglos.
LA TRAYECTORIA de Domínguez Michael se mueve a contracorriente de la crítica universitaria latinoamericana, que de literaria pasó a Estudios culturales, Teoría queer, Crítica feminista, Ecocrítica, Teoría decolonial, etcétera. Las virtudes y defectos de Ensayos reunidos 1983-2012 nacen de esta condición, que lejos de ser antiacadémica es más bien proliteraria, como se expresa en la simpatía profesada hacia docentes universitarios como Tzvetan Todorov y Lionel Trilling.
Uno de los defectos se alimenta, paradójicamente, de la erudición del autor, conocedor de los cánones y consciente de su significación histórica y estética: el ensayista se define como deudor del feminismo liberal, acepta con Hans Mayer (Historia maldita de la literatura. La mujer, el homosexual, el judío) que la Ilustración excluyó a las mujeres y, de hecho, menciona con gran consideración a algunas escritoras, Mary Shelley, por ejemplo. No obstante, repite tics críticos del pasado respecto a narradoras y poetas: la apariencia, las predisposiciones de carácter y las relaciones amorosas con varones. Igualmente, las consideraciones negativas sobre la teoría literaria olvidan su enorme fecundidad respecto al estudio de la literatura como un lenguaje con características propias; se quedan en las orillas de la marea postestructuralista, propiciadora del “género teoría”, término acuñado por el crítico Jonathan Culler para referirse a una suerte de crítica exliteraria ufana de su despliegue teórico y alcance político. Un ejemplo de la misma podría ser el pensador de colonial Walter Mignolo, con numerosos seguidores y seguidoras.
Entre las virtudes destaca la lectura cuidadosa de los cánones establecidos desde el humanismo de la primera mitad del siglo XX y divulgados por editoriales públicas y privadas, con plena conciencia de lo que significa esta intervención de las políticas culturales en la educación; una escritura elaborada desde la pasión por la lengua; y el empeño en preservar la literatura como espacio de reflexión sobre la condición humana. Todo ello está sazonado por la irreductible libertad intelectual de un escritor poco atento a las modas, dominado por la pasión propia de los lectores de raza. Por sobre todo, la dedicación de Domínguez Michael a la literatura está exenta del ánimo predominante del latinoame-ricanismo consagrado en Estados Unidos, que privilegia una visión opresiva y desdichada de América Latina como si no tuviéramos derecho a la estética y al pensamiento sino solamente a la denuncia de los vencidos.
Christopher Domínguez Michael, Ensayos reunidos 1983-2012, El Colegio Nacional, México, 2022.