Cuando Jeff terminó de vestirse dando el último estirón al nudo de la corbata blanca, recargó las manos en el canto del lavabo para mirarse fijamente en el espejo. Sonrió con un inadvertido tufo de orgullo. Hacía mucho que no experimentaba esa arrogante satisfacción de sentirse a gusto con su cuerpo, gratificación psicológica que se había vuelto casi indispensable con la irrupción de las redes sociales. A pesar de su rechazo a éstas, sacó su smartphone de la mochila Vans para hacerse una selfie frente al espejo, personificando una pose de artificiosa sensualidad. Estaba casi seguro de que se la pedirían para promocionar el título en la cuenta de tuiter de Mormon Boyz. Jeff creía que las redes sociales sólo servían para crear algoritmos que masturbaran egos débiles. Todo se trataba de propaganda ideológica y publicidad. Una estúpida competencia por tener la razón en la que ganaban los de siempre. Los millonarios, los blancos, los musculosos.
Hubiera sido juguetón y motivante mandarle la foto a David, como acostumbraba hacer en sus grabaciones hasta antes del incidente, cuando el final se suspendía en lo imperceptible. Pero de súbito recordó que David ya no estaba al alcance. La bomba de adre-nalina se convirtió en retortijón achacoso. Ya no era una sonriente emoción en las notificaciones del celular. Un número que marcar. Alguien a quien correr para refugiarse bajo su embestido torso. La derrota se apoderó del reflejo sobre el cristal azogado de aquel genérico baño para visitas. Volvió a sentirse feo e inútil. Por suerte la derrota no duró mucho. Travis dio unos golpecitos a la puerta del baño, asomó la cabeza y con cuchicheos le dijo a Jeff que en el cuarto de arriba sólo faltaba él. Jeff suspiró, dejando un pequeño vaho de resignación sobre el espejo.
Judas le dijo a Jeff que cerrara la puerta. Con cerrojo.
Dentro del cuarto de paredes durazno y alfombra como el humo de una pipa de metanfetamina, sólo estaban los dos camarógrafos, Pedro enhiesto como un militar frente a las pesadas cortina blancas que al tapiar las ventanas borraban cualquier noción tangible del tiempo fuera de ese cuarto, con las manos cruzadas a la espalda baja, Judas, y ni rastro del pelirrojo con tina fresca en su torrente sanguíneo.
Uno de los camarógrafos se acercó a ellos para decirles al oído que si podían restregarse los penes en esa posición erguida para hacerles una sesión de fotos que luego usarían en promociones y postales.
—Si puedes abrazar a Jeff con tu ma-no bien sujetada a tu hueso y mirar directamente a mi cámara —dijo el fotógrafo calvo y gordo. Pedro obedeció y cuando el musculoso brazo rodaba por la espalda, Jeff sintió que el pálido durazno de las paredes se disolvía con la irradiación blancuzca proveniente de las cajas de luz ubicadas en las esquinas formando un perímetro alrededor de la cama, que se condensaba gracias a las lámparas, los paraguas de luz nylon y un reflector de aleación de aluminio en un punto lejano, recreando un pedazo de cielo que lo flotaba entre la eternidad a un paso de San Pedro y una intranquilidad siniestra y excitante. Todo era demasiado blanco y pecaminoso al mismo tiempo. Jeff sabía que entre él y Pedro existía una rivalidad que si bien no le importaba, podía sentirla con el mismo fantasmagórico espectro que atacaba su brazo izquierdo. Rivalidad fomentada desde los chismes de pasillo y los blogs que daban cuenta de los pormenores del porno gay como si fueran actores de Hollywood. Pero no podía negar que le atraía Pedro. A un grado tan profundo que no tendría problemas en renunciar a su voluntad con tal de ser penetrado por su bendito trozo mexicano de once pulgadas.
—BIEN, EL JOVEN ENTRARÁ dispuesto a aprender y cumplir con los deberes del Sacerdocio Aarónico —empezó a platicar Judas—, en su misión de llegar a ser un gran pastor como ustedes. Pero recuerden, no pudo contener el deseo de poseer el cuerpo de una mujer por pura pasión carnal, sin diseminar su semilla para nutrir nuestra congregación de nuevas personas.
Y debe corregirse. Recobrar el camino. Entender que ha sido elegido para guiar el rebaño y que sólo entregándose a la férrea masculinidad de sus pastores podrá recibir la gracia de los hombres que representan a Dios aquí en la Tierra. Tiene que pagar y entregarse a la bendición de los hombres para volver al camino del bien.
Por fin el pelirrojo entró al cuarto. Apenas podía mantenerse en pie. Judas le dio las instrucciones restregándole su canosa barba al oído. Tenía que mantener la cabeza agachada todo el tiempo. Lavar los pies de sus pastores, Pedro y Jeff, con una toalla blanca húmeda. Hincarse. Pegar las manos y cruzar los dedos en posición de oración y reflexionar sobre sus pecados mientras adoraba los cierres de los pantalones de Pedro y Jeff al tiempo que ellos descubrían sus sagrados mástiles lentamente. El pelirrojo tendría que adorar los toletes erectos de los pastores como fuertes dedos de Dios apuntándole directo a sus malos pensamientos. Tenía que arrepentir-se y lavar cualquier rastro de pecado que pasara por su mente. Luego abrir la boca, empezar a comerlos y la rutina de siempre del porno gay.
Antes de grabar, Judas ajustó los gafetes negros en las solapas de los sacos de Pedro y Jeff en un ángulo que fuera tan real como los mormones que van de casa en casa salvando el mundo.
Listo. Comenzó la grabación.
Todo fluía celestialmente. Jeff tuvo que invocar a Dios con la lengua en su paladar para no eyacular cuando Pedro, por órdenes de Judas, metía la lengua a su oreja como queriendo exorcizar su tímpano de cualquier inmundicia pecadora mientras el aspirante a líder mormón debilitado por el slaming les besaba los prepucios a su vez por orden divina, según el guion. Los tres actores parecían entrar a un nivel más alto de categoría erótica y ambición y fantasías religiosamente concisas.
Dio dos penetraciones más por mera mecánica machista.
Sin placer ni conciencia. Invirtió al pelirrojo de tal modo que no se ahogara con su propia espuma .
JEFF DE VERDAD SENTÍA que presenciaba un ritual mormón. Los camarógrafos estaban fascinados con los close ups a la punta de su mástil, que no paraba de expulsar hilos transparentes y viscosos que formaban masculinas telarañas en los labios del pelirrojo.
Judas ordenó que la hora de la comunión anal había llegado. Y que el primero en dar el cuerpo del todopoderoso tendría que ser Jeff dándole su mástil como el cuerpo y la sangre y Pedro utilizó toda la secreción preseminal que seguía destilando de la punta del mástil de Jeff como un pequeño geiser inmaduro para formar un pequeño esputo que usó como lubricante. Pedro habló por primera vez, divino, dijo mientras untaba la secreción de Jeff en el ojete del pelirrojo con una paciencia suave y autoritaria. Como lo haría un pastor mormón de verdad, empujando unos dos centímetros dentro con la ayuda del dedo índice.
Las primeras penetraciones de Jeff fueron paradisíacas. Atravesaba el cielo y las nubes con su fierro. El agujero de su aprendiz de pastor trepidaba. Hervía. Conforme la penetración se hundía, podía sentir las llamas del infierno aspirar su prepucio con la fuerza de gravedad del pecado al fondo del culo del pelirrojo. Apretando su tronco blanco con las venas a punto de estallar.
La palpitación del esfínter se desplazó por todo el cuerpo del pelirrojo en cuestión de segundos. Al principio Jeff pensó que era la excitación de la escena. Su gracioso cabello naranja parecía respirar por cuenta propia. Siniestro era ver que a pesar del terremoto del que era presa su cuerpo, el peinado seguía intacto. Con la raya izquierda recta. Inmóvil. Su agujero podría ser un infierno ardiendo pero por fuera parecía que se arrastraba desnudo sobre la nieve en la punta del Himalaya. Tiritaba. Pero cuando a mitad de las penetraciones el pelirrojo empezó a producir espuma blanca que salía por su boca contra la voluntad del músculo del cuello, Jeff supo que aquello era una convulsión por el choque entre el efecto de la metanfetamina y la paranoia de la presión sanguínea.
El pelirrojo estaba teniendo una sobredosis a mitad de la grabación. Jeff iba a sacar su mástil cuando Judas gritó preso de su lujuria:
—¡De ningún modo! ¡No te atrevas a sacarla! ¡Esto es! Es Dios trabajando, expiándolo de todos sus pecados. Está funcionando. ¡Sigue así hasta llevarlo al cielo!
JEFF SINTIÓ CÓMO LA REALIDAD le carcomía la cara. La fantasía se había ido al infierno. No al del ano del pelirrojo. Sino al real. Donde no hay ética e integridad frente a la tragedia humana y el egoísmo es un monstruo que se come su propio vómito. El infierno se había apoderado de Palm Springs y había echado raíces en ese maligno cuarto de paredes durazno y hombres egoístas vestidos de blanco. Dio dos penetraciones más por mera mecánica machista. Sin placer ni conciencia. Invirtió al pelirrojo de tal modo que no se ahogara con su propia espuma, que olía a bicarbonato. Tenía un fierro de buen tamaño.
—¡Hablen a una ambulancia, maldita sea!
Gritó sacudiendo a su aprendiz de pastor. Nadie hizo nada y él quería salvarlo de la sobredosis fracturándole la espalda.
El pelirrojo dejó de convulsionar. Las pupilas volvieron a su sitio. Salió del trance incorporándose desorientado pero firme. Se limpió la espuma y las babas con sus propias manos y preguntó como si nada por qué habían dejado de penetrarlo.
Jeff se talló los ojos respirando profundo para atenuar el pánico.
Judas se acercó al pelirrojo mimando su cabeza con el cariño rutinario con el que se tranquiliza a las mascotas:
—Hazme caso, Jeff, yo conozco a mis muchachos. Nunca pasa nada grave. Todo es cuestión de obedecerme y seguir la inercia de lo que hacemos y por lo que hemos nacido.
Jeff bufó por debajo de sus bigotes. Para abstraerse del estrés pensó en cómo debía sentirse el instrumento del pelirrojo en su trasero. Jeff se definía completamente versátil. Sin problemas de estacionamiento. Aun así, por alguna razón casi siempre terminaba penetrando a activos dotados. A excepción de David y por eso se enamoró. El problema con la tina no era tanto los efectos físicos o psicoemocionales o las espumosas convulsiones como la que acababa de presenciar, sino la desmoralizada capacidad de convertir en pasivo total e insaciable a todo aquel homosexual que se atreviese a probarla en una inyección, provocando que los gays activos pasaran a convertirse casi en una especie en peligro de extinción.
QUISO DESTROZARLE LA CARA de un puñetazo al tal Judas, con su rostro de condescendencia avariciosa. Pudo hacerlo. Pero un puñetazo nunca era suficiente para él. Aún tenía la camiseta de algodón puesta. Salió del cuarto con su mástil tieso dando un portazo tan fuerte que toda la casa se cimbró. Enojado por cómo la maldita cristiandad estaba acabando con los gays activos de San Francisco. Por su culpa gente como Jeff se quedaba con hambre y terminaba enamorándose de cobardes como David porque lo penetraban como nadie lo hacía en siglos.
Pedro suspiró aliviado de no tener un perro en esa pelea inesperada. Luego, ensambló una pequeñita sonrisa aprovechando que nadie lo veía.