J. M. Servín: “En esta ciudad nadie es inocente”

ESGRIMA

J. M. Servín: “En esta ciudad nadie es inocente” Foto: Producciones El Salario del Miedo

La capital mexicana que J. M. Servín narra en su libro más reciente, Mi vida no tan secreta (Literatura Random House, 2022), ya no existe o bien se ha transformado al grado de que muchas zonas son irreconocibles. Pero si algo parece no haberse extinguido es la violencia y agresividad de un territorio propicio a la nota roja. Esta novela de no ficción relata parte de la historia familiar del autor, sus ires y venires por distintos puntos de la mancha urbana, a la caza de una estabilidad económica que nunca llegó. Con vueltas al pasado —el 68 o el terremoto del 85— y la descripción de lugares como Lecumberri o Infiernavit, Mi vida no tan secreta derrumba algunos mitos que han forjado, a su vez, la historia de esta ciudad.

"En muchos sentidos —afirma el autor—, mi familia padeció la delincuencia común y también la generada por la complicidad entre la policía, el gobierno y los criminales. Este libro es un testimonio de cómo en esta metrópoli todos padecimos o participamos de esa nueva dinámica social donde la delincuencia era completamente aceptada como una expresión idiosincrática, cultural".

Al inicio de la novela, después de entrar de lleno al drama que significó la amputación del pie de Lucio —su padre—, J. M. Servín nos muestra el tiempo que abarcará su relato, casi una década, que inicia con el incendio del Casino Royal en 1980, donde muere Raúl, su hermano mayor, hasta la detención de la secta de los Narcosatánicos, en 1989. Casi una década de crímenes para entender este conglomerado desde otra perspectiva:

"Durante esos años —continúa—, la Ciudad de México se transforma a partir de una delincuencia de alto impacto. Su llegada modificó hábitos y mitos, desde la manera de cuidarte en la calle hasta la irrupción de la mujer delincuente como gran figura. Esta transformación derivó en una especie de industria, y de ahí mi interés en personajes como el Negro Durazo, Alberto Sicilia Falcón o Alfredo Ríos Galeana. En lo personal, creo que muchos lo vivimos en carne propia: si bien no nos pasó nada grave, a finales de los años setenta y todos los ochenta, con la irrupción de judiciales que asaltaban, dirigidos por Durazo, empezamos a percibir la presencia de las drogas de manera cada vez menos discreta; donde antes sólo conocíamos la mariguana, empezamos a oír la palabra clave en todo este asunto: cocaína".

La experiencia en carne propia va en serio: durante los años cincuenta, su padre estuvo preso injustamente en Lecumberri, quince días; ahí se encontró con Pancho Valentino, el asesino del sacerdote Juan Fullana Taberner. Así lo precisa J. M. Servín:

"El crimen de Pancho Valentino es nuestro A sangre fría. Mi padre, que conocía a una gama muy amplia de personas, algunas con oficios no precisamente legales, llegó a mencionar a Pancho Valentino, pero se refería a él con desprecio. Entonces me puse a reconstruir la historia que compartieron, un trabajo titánico porque mi padre murió en 1988 y yo tenía pocas notas. El resto fue ir a la hemeroteca tras el personaje. Quería reconstruir el Lecumberri que vivió mi padre y no el de Nosotros los pobres. Él era muy buen joyero, siempre escaso de dinero, así que ajustaba alhajas o fundía el oro que le llevaban todo tipo de rateros, entre ellos Pancho Valentino".

Del terremoto de 1985, en el que J. M. Servín participó como rescatista, si bien reconoce los actos solidarios de una sociedad que hizo frente a la tragedia, también destaca los claroscuros de un suceso que partió en dos la historia de la Ciudad de México:

"Creo que hay muchas falsedades y verdades —apunta— que no se sostienen por sí mismas. Ese desastre es el primer momento realmente serio en el que la sociedad capitalina intenta formarse como un país moderno, reconstruyendo una urbe devastada, pero sucede como todo en México: sólo en las apariencias. Considero que la izquierda oficialista, con Carlos Monsiváis a la cabeza, inventó el término sociedad civil y la solidaridad del mexicano. Esta izquierda necesitaba una identidad distinta para alejarse del PRI, así que le pusieron sociedad civil, que significa el bueno, el solidario, el que lucha, con este victimismo que vive el mexicano.

"Fue vendernos la idea de que somos democráticos o que se fortaleció la democracia. Sí, hubo solidaridad, pero forzada por las circunstancias. Lo que pocos dicen es que hubo también mucha rapiña y mucho egoísmo. Yo lo vi en soldados y en clasemedieros que robaban en los departamentos derruidos. Un compañero de trabajo un día me dijo que si quería entrarle de damnificado para que me dieran una casa. Ése es el mexicano, ésa es la sociedad civil que habita entre nosotros. La solidaridad que aparece cuando hay una tragedia".

El libro también cuenta sus años en la Unidad Habitacional Iztacalco, o Infiernavit, desde este enfoque:

"Para mí era un reto muy grande escribir sobre esa unidad, no sólo por sus peculiaridades arquitectónicas y la intención por la que fue construida: una utopía donde el proletariado viviría muy bien en una casa de buen tamaño, rodeado de un edén urbanístico con lago, juegos infantiles, explanadas y andadores. Esa maravilla no duró ni cinco años. Llegamos familias de distintos niveles económicos, distinta educación, y ante la falta de una autoridad, la unidad se convirtió en botín: muchos colonos desmontaron los apartamentos y las casas para robarse excusados, llaves de agua, todo lo que pudieron. Es la expresión del mexicano al que le encanta irse por las malas, una idiosincrasia que tenemos enraizada: la corrupción, ser violentos, majaderos, no respetar lo que tenemos. ¿Qué pasó en esta unidad? ¿Qué pasó en Ciudad Juárez? ¿Qué pasa en Zacatecas? ¿En Guanajuato? Todo el país está invadido de muertos y desaparecidos por una cultura de la violencia. Tendríamos que preguntarnos por quién, por qué ocurre todo esto".

¿Cómo logró J. M. Servín salir casi ileso de una vida en la que hubiera sido más sencillo dejarse llevar por la corriente? Así responde:

"Creo que hay dos factores: mis padres se amaban y me dieron una infancia amorosa. Y la otra: desde muy niño tuve libros en mi casa. Quien diga que los libros no sirven para nada se está perdiendo de algo así como estar con una mujer hermosa. La lectura me llevó más allá porque, de otra manera, estaría en Infiernavit o quizá muerto. Además te vuelve mañoso y astuto, aprendes a leer lo que tienes en tu medio ambiente, y como yo no era de los depredadores tenía que andar como los ñus, así, siempre al tiro por si venía el león.

"Por eso —concluye— me interesaba narrar esta novela desde una experiencia personal y sacar de la historia de la Ciudad de México lo más negro, o mucho de lo más negro; contarla a través de una familia como nosotros, que no somos inocentes, no somos el pueblo bueno, pero sí estamos obligados a vivir contra la pared, con el cuchillo en la mano porque si te apendejas te chingan, te extorsionan, te violan, te asaltan, te madrean, tu humillan, te matan".