Una nueva epidemia ataca el planeta. Lo castiga con su látigo implacable. Sin escapatoria posible. Es el virus de las reediciones.
Hace unos días Pink Floyd anunció la edición de aniversario que preparan para celebrar los cincuenta años de The Dark Side of the Moon. Un box set precioso, suculento, seductorcísimo. Las novedades, esas piezas que las disqueras se guardan bajo la manga para que el fan caiga y compre de nuevo un disco que ya tiene (a veces en varias ediciones o formatos), es la mezcla original del disco en blu-ray audio 5.1 y el vinil del disco tocado completamente en vivo en Londres en 1974.
El único desperfecto que presenta esta joya es su precio: cinco mil pesitos. No es que no los valga. Claro que los vale. El problema es que con la avalancha de reediciones, ediciones en color y box sets que inundan el mercado no hay dinero que alcance. No hace muchos meses que salió el box set de Animals. Sólo en lo referente a Pink Floyd. Más todos los otros artistas que están bombardeando al melómano minuto a minuto. A ese pobre ser indefenso que no sabe decir que no. Que no se puede controlar. Que es una víctima indefensa de su compulsión por la música.
El mercado nos asfixia a los amantes de la música. Pero también se asfixia a sí mismo .
No es queja. Pero sí es queja. Esto se ha convertido en un puto hoyo negro. Con los Beatles acaban de hacer lo mismo en los aniversarios de Abbey Road, The White Album y Revolver. Por el capricho de escuchar el Álbum Blanco en blu-ray tuve que desembolsar cuatro mil varos. El box set incluye seis cd’s, más blu-ray y dvd. Está numerado y es tan bello que hasta te dan ganas de casarte con él. Sin embargo, el material inédito, en este caso lo jugoso para el fanático limítrofe y para el completista obsesionado, no siempre es tan revelador como esperaríamos. Lo cual pone sobre la mesa una discusión que al menos a mí siempre me ha parecido vital.
¿Soy un conservador por preferir los discos tal y como se publicaron? Entiendo todo lo que implican las tomas desechadas. El escarbar en todos los extras con afán de paleontólogo ayuda al escucha a hacerse una idea del proceso creativo de tal o cual obra maestra. Sin embargo, por algo los discos fueron publicados tal y como los conocimos de manera original. Es verdad que de repente puede aparecer por ahí una gema o dos, pero en general, la mayoría de los descartes son prescindibles. Por ejemplo la versión extendida del Hunky Dory de David Bowie. Salió hace unos meses bajo el título Divine Symmetry. Setenta y dos canciones, entre grabaciones en vivo, tomas alternas y nuevos mixes. Todo empaquetado a la perfección para que el bowienómano se encariñe y salga disparado a comprarlo. En un ejercicio crítico, la verdad es que dentro de todos esos tracks hay pocos hallazgos verdaderamente reveladores. Ese box set se pudo recortar y hacerse un disco doble y todos tan tranquilos. Menos la disquera.
Por eso tenemos esta versión tan exhaustiva.
Lo que lleva a otra discusión de vida o muerte: el mercado nos asfixia a los amantes de la música. Pero también se asfixia a sí mismo. Hace poco leí un artículo de Julio Valdeón que señala la crisis en la que está inmersa la industria. En primer lugar, la falta de plantas prensadoras de viniles causa estragos en los catálogos. Mientras que muchos títulos esperan entrar otra vez en circulación, ser reeditados, las trasnacionales se dedican a hacer reediciones costosas como las de The Dark Side of the Moon. El resultado es que el vinilo escasea y el producto se vuelve más caro.
Esto crea un nicho. Los amantes de la música como coleccionistas especializados. Habrá quien sí pueda comprarse todo lo que saque Pink Floyd, Bowie o los Beatles. Pero la calidad de sus colecciones se verá sumamente reducida. En lugar de variedad, la gente crea acervos de los mismos títulos. Y aunque existe una nueva generación de compradores que buscan títulos de artistas actuales como Taylor Swift, otro estudio acaba de revelar que el 95 por ciento de la gente que compra viniles no tiene tornamesa. Es decir: no los escucha. Es un puro fetiche. Así como puede ser para el fan de Pink Floyd comprarse el box set de The Dark Side of The Moon.
Y parece no tener fin. Ya lo había dicho Jack White hace unos meses: transnacionales, abran plantas prensadoras de vinilos. Ojalá y pronto hagan caso al llamado del dueño de Third Man Records.