Nuevo regreso a Norman Mailer

El próximo 31 de enero se cumple el centenario natal del escritor estadunidense Norman Mailer (1923-2007), protagonista del llamado nuevo periodismo que despuntó en su país durante la segunda mitad del siglo XX como uno de los autores más brillantes de la época —junto con Truman Capote, Tom Wolfe, Gay Talese o Hunter S. Thompson. Se distinguieron por la originalidad radical de su estilo; también por su virtuosismo, exigencia y rebeldía. Fue así que Mailer produjo una serie de libros memorables, en el contexto de una generación que renovó tanto las letras como el periodismo: nada fue igual después de ellos.

Norman Mailer
Norman Mailer Foto: Especial

Una idea sincopada de la oportunidad, y la habitual desmesura de su persona pública, hicieron de Norman Mailer en los últimos años de su vida una agria y hasta colérica parodia del viejo Mark Twain. Su temperamento dividido entre la historia y la ficción no mermó su enorme simpatía hacia Ernest Hemingway, a quien llamaba El Patrón y ubicaba en la misma constelación de Lev Tolstói. La arrogancia de sus discusiones juveniles pervivió en las ácidas fatigas de la vejez, sabiéndose más solo que nunca tras la muerte de Jack Kerouac al final de los años sesenta, de James Jones en la década siguiente, y de Truman Capote en los ochenta. La obra de estos tres —“my rebel generation”, escribió– está en las páginas de Mailer.

Siempre al borde de lo encarnizado se dio a conocer, al igual que Jones, con una novela de guerra, Los desnudos y los muertos. Como le sucedió a Kerouac, descubrió el carácter totalitario de su tiempo, a la vez tan disimulado y tan alto, y no se cansó de exponerlo en infinidad de reportajes y crónicas, así como en un puñado de novelas a las que trató de dotar de la impronta de la historia, como Los ejércitos de la noche. Ante A sangre fría, hizo a un lado la posibilidad de provocar una revolución en la conciencia de su tiempo; la inexpugnable maestría de Capote lo llevó a asomarse a los misterios de la rosa negra de la sociedad estadunidense con La Canción del Verdugo.

Capítulo aparte en la vida del escritor ocupa su corresponsal inverosímil, Jack H. Abbott. En ocasión del centenario natal de Mailer acaso no haya mejor espacio para apreciar sus variaciones y posturas que en el espejo negro de las cartas de Abbott desde la prisión, En el vientre de la bestia.

“Así que sí”, apunta el duro credo literario de Mailer, depositado en el generoso ómnibus que él mismo integró entre las tapas de Advertisements for Myself:

... tal vez es la hora de decir que corre un gran peligro la República y que nosotros somos los cobardes que estamos obligados a defender la valentía, el sexo, la conciencia, la belleza de cuerpo, la búsqueda del amor y la toma del que, a fin de cuentas, podría ser un destino heroico. Sólo que decir estas palabras es exhibir la tristeza que nos embarga, pues quienes creemos que la ma-yoría nos pasamos la vida escribiendo sobre el miedo, la impotencia, la estupidez, la fealdad, el narcisismo y la apatía, y no obstante ha sido nuestro acto de fe, nuestro intento por ver —por ver y ver bien, oler, aun tocar—, que aspira en efecto a atrapar ese nervio del Ser que podría incluirnos a todos, esa realidad cuya existencia podría depender de la vida honesta de nuestro trabajo, el honor propio que nos permite decir solamente lo mejor de lo que hemos visto.