No había leído nunca a Antonio Ortuño. Nacido en Guadalajara (1976), es uno de los autores más celebrados de mi generación.
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Bastó la recomendación de Joselo Rangel para empezar por su más reciente novela, La armada invencible (Seix Barral, 2022).
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La violencia parece ser el tema que da cohesión a su extensa bibliografía. La armada invencible no es excepción, al abordar el heavy metal, género transgresor y estridente. O que lo fue hace décadas. También hay una fuerte dosis de humor, bienvenida cuando gran parte de la literatura mainstream nacional se obsesiona con la solemnidad y la sordidez.
La anécdota es sencilla, no simple: al cuarentón Barry Dávila, cantante de una banda de thrash de Guadalajara, devenido un hombre de negocios, lo alcanza la crisis de la mediana edad. La manera que encuentra para capotear la inexorable decadencia es volver a juntar a La Armada Invencible, grupo de metal tapatío que fue leyenda local.
Entra a escena el narrador principal, Yulian, exbajista de la banda, ilustrador que trabaja en el taller de laminados automotrices de su amigo, el Gordo Aceves. Éste es fan irredento de La Armada Invencible y su mecenas desde los noventa, heredero de un próspero negocio. En él acoge a Yulian, cuando éste cae en desgracia: el exmúsico rumia el doble fiasco de no haber consolidado su banda y de invertir su talento gráfico en diseñar decorados para tipos con tanto dinero como pésimo gusto. Divorciado y solitario, rompe la rutina cuando el Gordo le invita cervezas y recuerdan los viejos tiempos. Hasta que reaparece Barry en el taller... y todo sale mal.
Sigue una comedia deliciosa: los anhelos de los personajes se cruzan en el proyecto de revivir una banda que jamás fue relevante, tocando un subgénero musical caduco. La Armada Invencible está condenada a fracasar una segunda vez.
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Esperaba una novela descarnada, en el tono de Enrique Serna o Álvaro Enrigue. Al contrario, tal vez una de sus mayores virtudes sea la ligereza, en el mejor sentido del término.
Entre otras cosas trata de la amistad. Pese a su humor negro, por momentos tan cercano a Ibargüengoitia, pienso en ella como una obra luminosa, bocanada de aire fresco literario.
Cabría ver a cuarentones patéticos que intentan revivir sus años de gloria. La historia arranca no pocas carcajadas al exhibir a los chavorrucos agitando las ralas melenas escuchando a Slayer. A pesar de ello, Ortuño redime a sus dos personajes centrales a través de la música y consigue una dualidad notable: el motor detrás del afán protagónico de Barry es el mismo que sostiene la amistad de Yulian y el Gordo Aceves. El apetito de aplausos y la añoranza por el esplendor ido que hace tan despreciable al vocalista, en el bataco se transforma en el anhelo de alcanzar su sueño.
Yulian se deja arrastrar mansamente por la vida, carece de iniciativa y es inseguro sobre todo, como dice Lacan, cuando tiene frente a sí (Spoiler alert!) al objeto deseado, Pati, Patito, guitarrista de la banda, con quien tuvo un frustrado romance. Es el único personaje que permanece fiel a sí mismo, inconsciente de la admiración reverente que despierta en los demás, incluido Barry.
Quizá esa coherencia le granjee el respeto del Gordo Aceves, sidekick incombustible dispuesto a seguir a su amigo hasta el fondo del infierno, si es necesario, lo que dota la novela de un conmovedor giro hacia el final: la amistad se impone por encima del metal, el negocio y los valores morales de la Guadalajara más tradicional. Lo que en Barry y sus amigos swingers es patético, en Yulian y el Gordo se vuelve glorioso. ¿Y el Patito? Recomiendo que vayas a leer el libro.
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Una rama de la narrativa mexicana se dedica al rock. No sólo se inspira en esa música, sino se enfoca en las peripecias de los ejecutantes y en la dinámica al interior de las bandas. Ofrezco como evidencia un puñado de novelas: Las jiras, de Federico Arana (1973), La música de los perros, de Mauricio-José Schwarz (1996), Los desesperados (2018), de Joselo Rangel y Metal (2019), de Samuel Segura.
De ellas, La armada invencible establece un diálogo más cercano con Las jiras. Incluso no puede ser casual el nombre de unos personajes, los hermanos Arana, predecesores de La Armada en la escena metalera de Guadalajara. Pero donde la novela de Arana tiene un final trágico, la de Ortuño salva a su modo a los personajes, rematando la historia con una escena catártica para lectores metaleros.
Para quienes no lo son, el volumen es también un estupendo breviario sobre el heavy metal clásico, desde Black Sabbath hasta Pantera. Aun si ello rebasa los intereses del lector, los personajes son tan entrañables que es imposible no celebrar la victoria pírrica de Yulian (y, ya encarrerados, conmoverse con el último agradecimiento del autor).
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Se atisba en Antonio Ortuño una vocación audiovisual. La historia está contada entre la voz de Yulian y los testimonios que los músicos ofrecen ante la cámara (literaria) de lo que se descubre (Spoiler alert!) es un documental sobre el grupo.
La vocación cinematográfica de la novela, estructurada con precisión de relojería, sugiere la posibilidad de una serie. Esos testimonios suscitan mi única queja lectora del libro: a ratos todos parecen hablar casi igual, detalle menor que se diluye frente a la sólida caracterización de cada uno.
Novela sobre rock pesado, la amistad, la juventud desaparecida y la ambición de trascendencia cuando se intuye la propia fragilidad, La armada invencible es una de las más destacadas del 2022, y una sobre el rock nacional de lectura obligatoria.