Enrique Florescano: la aventura del pasado

Fue un animador exhaustivo de investigaciones que enriquecieron el conocimiento de la historia, la proyectaron hacia nuevos territorios, vasos comunicantes que abrieron horizontes para descubrir, precisamente, la novedad de nuestro pasado y la aventura de adentrarse en él. Maestro por antonomasia, funcionario y sobre todo autor prolífico, Enrique Florescano (1937-2023) murió el pasado lunes 6 de marzo; deja un recuerdo entrañable que habrá de persistir en sus amigos y discípulos, en sus lectores.

Enrique Florescano (1937-2023).
Enrique Florescano (1937-2023). Foto: Cuartoscuro

Entre los numerosos espacios, planos, corredores y escalinatas en el interior de su casa en el pueblo frío de Cuajimalpa, a un costado de la carretera vieja a México-Toluca, queda la impresión de que todos sus paños son muros —como lo plantea M. C. Escher en su Relatividad— y lo cierto es que todos ellos estuvieron cubiertos de libros. Todos los temas tenían (o despertaban) su interés, aunque en especial llamaban su atención las indagaciones de sus maestros —como Gonzalo Aguirre Beltrán, Edmundo O’Gorman, Silvio Zavala—, de sus amigos —co-mo José Joaquín Blanco, David Brading, Luis González y González, Friedrich Katz, Lorenzo Meyer, Carlos Monsiváis— y de sus contemporáneos —como Alfredo López Austin, Guillermo Bonfil, Ciro Cardoso, Marcelo Carmagnani, Jean Meyer, Arturo Warman—, con quienes se sentía atado por la afinidad del empeño en construir saberes, antes que por las simpatías y diferencias procedentes de la política o bien del oficio del historiador. En esta biblioteca había un orden en perpetua construcción, el cual en cierto modo acusan hoy las solitarias cédulas de metal que identifican los temas de cada entrepaño animado, desde luego, por la lectura y el estudio ininterrumpidos.

A PARTIR DE LOS NOVECIENTOS SESENTA, la biblioteca de Alejandra Moreno Toscano y Enrique Florescano se transformó en un selecto depósito de mucho de lo que sus maestros en El Colegio de México y en la École des Hautes Études en Sciences Sociales en París les ayudaron a apreciar de la historia social y sus promesas. En ella quedó el rastro de su interés por los combates en favor de la historia, así como de los modelos a partir de los cuales Florescano ensayó una manera propia de entender la historia económica, de la agricultura, la geografía histórica e incluso las llamadas mentalidades.

Atento a las novedades teóricas y prácticas en el ejercicio de la historia, como lo hacía de estudiante en Xalapa, tomó para sí lo que consideró pertinente para su propio desempeño y además promovió su empleo y su crítica. Por Valéry supo que perder la razón está en las posibilidades de la historia, contra lo que opuso mesura y frialdad. Su espíritu crítico, al final de los novecientos setenta, lo animó a plantear y realizar, en compañía de una amplia mesa de colegas provenientes de las ciencias sociales y las humanidades, la revista Nexos.

Los numerosos libros apenas dicen una parte de su trayectoria profesional, siendo que se cuentan por docenas todos aquellos en los que dejó algo propio, como asesor—de la serie SepSetentas de la Secretaría de Educación Pública— o director —como en una de las últimas series que él mismo organizó e impulsó desde el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Biblioteca Mexicana.

En sus libros quedan las pesquisas en torno a la historia económica —como Precios del maíz y crisis agrícolas de México (1708-1810). Ensayo sobre el movimiento de los precios y sus consecuencias económicas y sociales (1969) o Estructuras y problemas agrarios de México (1500-1821) (1971)— y alrededor de las historias de la historiografía mexicana —desde su Ensayo sobre la historiografía colonial de México (1979) hasta Memoria mexicana (1994) y Memoria indígena (1999) e Historia de las historias de la nación mexicana (2002)—, derivada de su estudio sobre la historia del poder —del cual asimismo se desprenden las páginas de Los orígenes del poder en Mesoamérica (2009) y Dioses y héroes del México antiguo (2020). El deseo de superar la “inextricable atadura, mitológica y legendaria” de Quetzalcóatl y conocer su “historia real”, lo llevó a ensayar un estudio inicial en la revista Cuadernos Americanos (primavera de 1964), y volvió sobre el tema en El mito de Quetzalcóatl (1993) y en Quetzalcóatl y los mitos fundadores de Mesoamérica (2004).

Atento a las novedades teóricas en el ejercicio de la historia, tomó para sí y además promovió su empleo y crítica

Apenas suele llamarse la atención sobre la manera en la que supo combinar el trabajo de temas relegados por la historiografía —como cuando se propuso documentar la sequía en México (1980)—, con la reflexión pública sobre el desempeño propio en títulos como El nuevo pasado mexicano (1991) y sobre todo en La función social de la historia (2012). Y sin embargo aquí está algo de lo mejor de su oficio.

EL LIBRO COMO DISPOSITIVO y herramienta lo vivió en carne propia, en su natal San Juan de Coscomatepec, Veracruz, ante los primeros cien Breviarios que publicó el Fondo de Cultura Económica, aportación esencial de su padre normalista. Y lo mismo que sucedió con el libro sucedió con la revista, me atrevo a sugerir, en su formación profesional. Me refiero en particular a la lectura de los primeros lustros de Cuadernos Americanos, pues encuentro que las cuatro grandes pasiones intelectuales de Florescano fueron las mismas que atendieron los fundadores de esta revista excepcional, a saber: su propio tiempo, la aventura del pensamiento, la presencia del pasado y la dimensión imaginaria.

Así como formó su extraordinaria biblioteca —impensable sin lo que aportaron las propias pasiones e intereses históricos y académicos de Alejandra Moreno Toscano, como la historia urbana—, también a lo largo de su vida formó y alentó a un gran número de profesionales del pasado que se dedicaron a historiar los movimientos campesinos y obreros, la minería, la historia de las ideas, la historia social del arte, la historia cultural, la historia de la historia y la edición crítica de textos. Esto en el aula, así como en el tiempo en que encabezó las tareas de los seminarios que organizó en la Dirección de Estudios Históricos del INAH. Nunca dejó de imaginar, estructurar y realizar proyectos de investigación, series bibliográficas, publicaciones periódicas, en los que todas las veces combinó su tiempo con el de las generaciones posteriores a la suya.

Una de sus mayores felicidades radicó en concitar libros, como editor y como autor, que una vez impresos no sólo eran capaces de poner en duda los fundamentos de las diferencias que se creían de fondo, sino que además revelaban la portentosa vitalidad de las afinidades. O al revés —su escepticismo se nutría en las páginas de Montaigne.