La palabra original

Escrituras sobre embarazo y maternidad

En “Ella y la noche”, la hondureña Mimí Díaz Lozano presenta a una mujer dando a luz: “... Dios, la noche y el dolor en su cuarto misérrimo. Él lo dijo: ‘Parirás tus hijos con dolor’... Empequeñecida, desmoronándose su arquitectura vital, se hunde en un absoluto vacío”. Incluido en Vindictas: Cuentistas latinoamericanas, presenta una visión femenina del siglo XX sobre un tema poco frecuente, mientras dominó lo escrito por hombres. Hoy, cuatro autoras con total solvencia levantan la voz sobre el asunto, celebra Federico Guzmán Rubio.

Jazmina Barrera (1988). Fuente: hablemosescritoras.com

Al igual que la lengua, la literatura es una creación colectiva. Contra lo que se suele creer, una obra literaria empieza a significar no cuando su originalidad expresa algo novedoso, sino cuando se incorpora a una corriente a la que aporta un matiz, cierto estilo, otra mirada. De hecho, la originalidad más radical consiste en crear esa corriente, incluso a posteriori, como reveló Borges en “Kafka y sus precursores”, en una operación que más bien consistió en mostrar que esa corriente existía, si bien nadie la había identificado.

El culto romántico a la originalidad y su concepción del arte como una expresión absolutamente personal y de una subjetividad contundente, supersticiones que seguimos adorando, parecerían desmentir la afirmación anterior. Sin embargo, un romántico perdido en el Rin o en el Distrito de los Lagos no basta para crear el romanticismo, que exigió un buen puñado de poetas tuberculosos, de la misma forma en que hicieron falta varios pequeños dioses algo estridentes para manifestar la van-guardia, por mencionar a dos movimientos que, como la enorme mayoría, prácticamente no contaron con ninguna mujer en sus filas.

Qué pobres serían la novela y la revolución de una sola novela de la revolución. En cambio, las particularidades de cada una de tales novelas se expanden y, en conjunto, la ternura salvaje de Cartucho, las canciones monótonas y tristes de Los de abajo, así como las conspiraciones estilísticas de La sombra del caudillo lo son más gracias al contraste que se establece entre estas obras. Es verdad que cada una de ellas significa más por efecto de acumulación, pero también por el de dispersión; juntas, todas crean una corriente de la que de inmediato se deslindan para convertirse en un caso excepcional. Una obra literaria, si lo es, paradójicamente toma distancia del género al que se adscribe, incluso cuando lo funda.

Daniela Rea Gómez (1982).

DIGO TODO ESTO por dos motivos básicos. El primero es porque existe una clara tendencia que consiste en la escritura de diarios o ensayos sobre embarazo y maternidad, como lo demuestran las cuatro obras mexicanas que se analizan en este texto: Linea nigra, de Jazmina Barrera (Almadía, 2020); In vitro, de Isabel Zapata (Almadía, 2021); Fruto, de Daniela Rea Gómez (Antílope, 2022), y Germinal, de Tania Tagle (Lumen, 2023). El segundo motivo, que reviste más importancia, es porque las cuatro autoras conciben sus propias obras precisamente como un relato colectivo, tanto en lo que se refiere a la experiencia que narran cuanto al discurso en el que se insertan. Esto explica que una de las intenciones primordiales de las cuatro sea establecer un diálogo con la respectiva tradición que cada una de ellas elige.

DE HECHO, uno de los aspectos más visibles que comparten estos cuatro textos es la polifonía, la abundancia de citas virtuosamente elegidas, la búsqueda a veces desesperada de referentes, el reconocimiento en otras voces que las hayan antecedido. Así, por ejemplo, Daniela Rea incluye abundantes testimonios periodísticos en torno a la experiencia de varias mujeres como hijas y como madres a lo largo de todo el país, con la suya como eje, al tiempo que se apoya en diversas teóricas feministas para interpretarlos; Jazmina Barrera e Isabel Zapata, incómodas con la ausencia del tema del embarazo en la literatura, emprenden una meticulosa investigación para dar con las pocas pistas existentes, y Tania Tagle relee la Biblia y los clásicos de la filosofía griega con la mirada de una madre.

Sorprende, o no tanto, lo novedoso de esta corriente dada la más que evidente trascendencia y universalidad del tema. Ello se explica, como a estas alturas ya no es un secreto para nadie, por el lugar marginal que las escritoras han ocupado en la historia de la literatura y porque muchas de las que gozaron de prestigio y popularidad tuvieron que renunciar a la maternidad, o bien, tuvieron que resignarse a tratar temas supuestamente propios de mujeres.

Como un acto reivindicativo contra este borrado, las cuatro escritoras se proponen, mediante una aportación personal, que parte de su propia experiencia y de convocar distintas voces alrededor de la maternidad, ir creando un conjunto de obras que rompan con ese silencio milenario, en el que las mujeres puedan al fin encontrar un lugar en la palabra. Las cuatro, cada una a su manera, son claras en sus intenciones:

Escrituras sobre embarazo y maternidad

Quiero decirlo todo y saberlo todo y escucharlo todo, romper con el pacto de silencio que mantiene en aislamiento los temas dolorosos relacionados con la maternidad. Levanto la voz para que la historia adquiera vida propia y encuentre su sitio junto a otras mujeres (Isabel Zapata).

Este libro está hecho de curiosidad y de miedo. A falta de una tribu con quien sentarme a sentir y a pensar durante todo este proceso que, me permito insistir en esto, no debería ser tan solitario, me puse a escribir. Corrijo, no a escribir; más bien, a hacer que la escritura y todas las voces que conjura, antiguas y actuales, me acompañen (Tania Tagle).

Sé de otras escritoras que también están escribiendo sobre embarazo y parto y lactancia. Más libros fragmentarios, que citan al Libro de la almohada. Me encanta esta moda, y quiero que sea mucho más que una moda. Que seamos más. Muchas. Creo que nunca vamos a ser suficientes [...] Quiero que sobren los libros, que los haya buenos y malos. Quiero un canon, una tradición. Y también una ruptura, libros en contra del canon. Nuevos géneros literarios (Jazmina Barrera).

Para entender mi nueva circunstancia hice lo que sé hacer: periodismo. ¿Cómo interpreto al mundo? A través de las experiencias de otras personas, de escucharles y entender cómo su propia historia va encontrando un lugar y un sentido en el mundo que viven. Escuchar a otras, para escucharme a mí misma y encontrar lo común (Daniela Rea).

Conscientes de que están creando una tradición, surge pronto la preocupación por la forma que ésta adquirirá. Por supuesto, no es una corriente exclusiva de México, y por citar obras precursoras podrían mencionarse, limitándose a la literatura latinoamericana, la crónica Nueve lunas, de la peruana Gabriela Wiener, o Matate, amor, novela de la argentina Ariana Harwicz. Pero, por más que existan antecedentes, el asentamiento de esta tradición todavía es un proceso en marcha, lo que provoca que aún no haya modelos definitivos que reproducir, como sucede con géneros agotados.

La interrogante sobre la forma no es cuestión aislada, va de la mano con la duda de qué texto mutante puede responder a la metamorfosis del cuerpo

LA INTERROGANTE sobre la forma no es una cuestión aislada, sino que va de la mano con la duda de qué se desea realmente escribir y qué clase de texto mutante puede responder a la metamorfosis del cuerpo. Si bien las cuatro autoras escogen el tipo de escritura que desean desarrollar, ésta también viene condicionada por otra clase de factores, estrechamente ligados al tema que abordan: todos los libros son fragmentarios porque, como mencionan varias de ellas, se tuvieron que escribir a ratos, incluso en el celular mientras se amamantaba, como es el caso de Barrera, y porque este formato se presta a la hospitalidad hacia otras voces:

Mi cuerpo, entre más se deformaba, más me causaba curiosidad, deseo y repulsión, todo al mismo tiempo [...] Empecé a escribir el primer ensayo de este libro bajo esa premisa y se fue convirtiendo en un diario de embarazo a la par de un cuaderno de notas sobre lo monstruoso (Tania Tagle).

Durante largo tiempo pensé que el gusto por los géneros mínimos, por los fragmentos, por lo minúsculo, por lo que ocurre in vitro, era un defecto que me hacía desviarme de los grandes temas. Una falla de carácter. Hasta que me di cuenta de que mi deseo habitaba precisamente esos espacios reducidos. Mi vida se reconfiguró a partir de un embrión que supo multiplicarse, sin desbordarse, hasta formar los órganos de mi hija (Isabel Zapata).

Yo quería escribir un ensayo sobre el embarazo. Siempre quiero escribir ensayos, es decir experimentos, sin compromisos ni clímax ni tramas ni extensiones. Leí algunas páginas de este archivo a unos amigos y uno de ellos me dijo “es un relato”. El embarazo es transformación en el tiempo, es cuenta regresiva, y en eso, quiera o no, hay trama, hay relato (Jazmina Barrera).

La necesidad de escribir sobre el cuidado, más que la maternidad, fue abriéndose espacio, como se abrieron espacio mis hijas entre mis piernas, entre lo que era y lo que soy. No todas somos madres, pero todas hemos sido hijas. Todas hemos cuidado y hemos sido cuidadas (Daniela Rea).

Además de ser una decisión estilística consciente, la forma viene determinada por la visión literaria de cada escritora. Es verdad que los cuatro libros son fragmentarios y que combinan recursos del ensayo, el diario o la crónica, pero en cada uno prevalece un rasgo que dialoga, esta vez, con la trayectoria de la respectiva autora.

Isabel Zapata (1984).

EL OFICIO PERIODÍSTICO de Daniela Rea, que consta en libros como La tropa. Por qué mata un soldado, recorre Fruto. En el caso de Jazmina Barrera, la fluidez de Cuaderno de faros o de Punto de cruz hace que la narración de diversas anécdotas en torno de su embarazo resulte natural y penetrante. Tania Tagle, por su parte, practica una escritura lírica y reflexiva, de una belleza sintética próxima al aforismo y a la imagen, próxima a la que ensaya cotidianamente en su popular cuenta de Twitter. Por último, Isabel Zapata mantiene en In vitro la inteligencia analítica y cercana de los ensayos de Alberca vacía, así como la trabajada y original sencillez de su poesía.

Esta variedad de miradas permite que se resalten ciertos rasgos del embarazo y la maternidad, como la disolución de la identidad y del propio cuerpo al crear otros, desde diferentes ángulos y con diferentes estilos:

Hoy cumples un mes, Emilia, y desperté con una sensación de que ya no sé quién soy. O no lo recuerdo. O no lo volveré a ser. Ya no soy de mí (Daniela Rea).

Tengo sueño todo el tiempo, me siento como anestesiada, como si estuviera aquí sin estarlo. Quizá porque una porción de mí está construyendo a alguien más, o porque una porción de mí es, en este momento, alguien más. Es todo muy confuso, pero lo que quería escribir es esto: el embarazo es una historia de Doppelgänger (Jazmina Barrera).

Me miro al espejo intentando hallarme detrás de la mamífera que está a punto de dividirse en dos. Ahí están mis manos, mi boca y mis clavículas, lo único de mí que prevaleció a la metamorfosis. Pero ya no las siento mías, pertenecen a otro cuerpo que ha sido borrado (Tania Tagle).

¿No es la maternidad una manera de desaparecer, no nos obliga a hacernos a un lado?

Quiero tener un hijo para ser invisible (Isabel Zapata).

Incluso si las cuatro obras tratan sobre el embarazo y la maternidad, cada una los enfoca de manera tan distintiva que se confirma que dichas experiencias, como cualquier otra en plumas talentosas, lejos de resultar redundantes, son complementarias e inagotables. Tania Tagle, con generosa perspicacia, escribe tres ensayos sobre cuestiones relacionadas con el embarazo y la crianza de su hijo: la monstruosidad, la peligrosa ambigüedad del concepto de milagro y la capacidad de mantener y transmitir el asombro. Isabel Zapata ahonda en los significados y las sensaciones que se crean a lo largo de un embarazo por medio de reproducción asistida. Jazmina Barrera relee —es decir, reescribe— la literatura existente sobre el embarazo. Por último, Daniela Rea se enfoca en qué significa ser madre en un contexto de diferentes violencias como el que atraviesa México.

Escrituras sobre embarazo y maternidad

LEJOS DE LLEGAR a una respuesta concluyente —y a pesar de enfrentarse al tema mediante su propia experiencia y habiendo leído todo lo escrito al respecto (o precisamente por ello)—, las cuatro autoras terminan sus libros con más preguntas que respuestas. Pero se trata de preguntas más amplias y por lo tanto más sabias que las que tenían antes de ser madres y antes de escribir: Estoy en obra negra, como si fuera yo la recién nacida. Me he vuelto un poco hija de mi hija (Isabel Zapata).

Insistí para que mi mamá se relacionara con su historia de una manera crítica, asumiendo cómo el patriarcado nos cruza y decide por nosotras. Donde ella sentía ternura, yo le hablaba de amor romántico; donde ella veía orgullo, yo le señalaba sometimiento; donde ella recordaba felicidad, yo le nombraba su ingenuidad. Donde yo presumí crítica, en realidad hubo un intento de quitarle su historia y decirle cómo debía vivirla (Daniela Rea).

Nunca se me había ocurrido pensar en el parto como el momento de una partida: cuando alguien parte de ti. El momento de una partida y el momento de una partición. El momento de partir-se en dos (Jazmina Barrera).

Algo en que sí se parecen la maternidad y la filosofía es que ambas tratan de dudar. Para hacer filosofía hay que renunciar a todo lo que se sabe, igual que para criar. Siempre creí que tener un hijo suponía enseñarle todas las cosas del mundo, transmitirle el lenguaje y la cultura, imponer unos modales y una moral y poner a su disposición todo mi conocimiento. Pero tener un hijo se trata de renunciar a las certezas, morales, sociales y económicas —en mi caso, sobre to-do estas últimas—. Cuestionar primero cada decisión que se toma para luego abrazar la ignorancia como una fe (Tania Tagle).

Son muchos los aspectos que las cuatro escritoras tratan y muchas las aristas en que cada una de ellas se sumerge. Uno de los que destacan, al tratarse al fin y al cabo de madres escritoras, es el lenguaje. A todas les asombran las formas que ellas y sus hijos crean para comunicarse, y el proceso mediante el cual las dos hijas de Daniela Rea, la de Isabel Zapata, el hijo de Jazmina Barrera y el de Tania Tagle empiezan a adquirir las palabras, el cual quizás sea el rasgo que nos define como especie:

Nunca se me había ocurrido pensar en el parto como el momento de una partida: cuando alguien parte de ti... El momento de partirse en dos (Jazmina Barrera)

Sus patadas y sus desplazamientos me parecen una especie de clave morse: nuestra primera comunicación, deliciosamente ambigua y unidireccional (Jazmina Barrera).

Tras nueve meses de colocar los ladrillos, es tiempo de aprender a nombrar los muros que nos separan. De inventar un vocabulario para amarnos (Isabel Zapata).

Aprendiste a saludar con tu manita. La abres y la cierras como si fuera una estrella marina. Hoy nos quedamos dormidas mientras te amamantaba (Daniela Rea).

Los niños no adquieren el lenguaje, lo recrean. La lengua es una enorme hoguera alimentada por todos sus hablantes. Los niños juegan a su alrededor, aprenden de nosotros a respetar el fuego, a relacionarse con él y a mantenerlo vivo. Arrojan ramitas como balbuceos y ríen al verlas arder y consumirse. Poco a poco, también van aprendiendo a fabricar sus propias antorchas para explorar las sombras que la hoguera no alcanza a iluminar (Tania Tagle).

Tania Tagle (1986).

LOS CUATRO LIBROS exigirían continuar con este ejercicio en que se conjugan y contrastan sus miradas sobre temas presentes en el embarazo y la maternidad. Tendrían que añadirse, por poner un ejemplo, las culpas y los reproches que surgen permanentemente, el dolor y el cansancio, el extrañamiento que despierta el supuestamente más natural de los procesos, el cuerpo que en su transformación adquiere absoluto protagonismo, las mentiras e imposiciones naturalizadas en el discurso social del embarazo o la relación con la propia madre, a la que se mira de manera distinta cuando se convierte en abuela, esté viva o muerta.

También tendría que hablarse, claro, de los temas que tratan exclusivamente cada una de las cuatro obras, como la violencia de género que permea en Fruto, las dudas que estructuran In vitro, las representaciones de la maternidad en las artes plásticas que analiza Linea nigra o la ternura inquisitiva de Germinal. Sin embargo, y de nuevo cada uno a su manera, los cuatro libros proponen un cierre en el momento en que la madre y la hija o el hijo se reconocen:

Nunca había sentido a alguien tan cerca como siento a mi hija y sin embargo todo en ella es un misterio para mí. ¿Cómo puedo ser yo el país natal de esa persona desconocida: mi corriente sanguínea su sistema fluvial, los latidos de mi corazón las campanadas que marcan su horario oficial, mi estado de ánimo su pronóstico meteorológico, el sonido de mis intestinos su lengua primera? (Isabel Zapata).

Hoy cumples 3 meses. Te gusta mirar los árboles y que te miren a los ojos. Te gusta George Harrison, pasear en Chapultepec y columpiarnos. Yo disfruto abrazar tu cuerpo tibio, pasar mi nariz por tus cachetes y pensar que te está gustando la vida (Daniela Rea).

Sé que tenías tus propios signos para comunicarte conmigo aunque no pudieras nombrarlos: la leche derramada por las comisuras de tus labios que significaba que ya no querías seguir comiendo, tus puños apretados alrededor de mis dedos para que yo supiera que te ponía nervioso la bañera, el gorgoteo con el que me saludabas en las mañanas cuando amanecías de buen humor, los chillidos bajitos y guturales que me avisaban que estabas a punto de enfermarte. Todos perdidos bajo los signos nuevos y corrientes que te fui imponiendo, alimentándote con ellos cada día hasta que los creíste tuyos (Tania Tagle).

Es más difícil escribir sobre la felicidad. Sobre esa felicidad fácil, evidente, casi ridícula que siento ochenta veces al día, no hay mucho más que decir. Ejemplos: cuando Alejandro toca la guitarra y Silvestre pone atención, cuando reconoce a su abuela y ríe, cuando abro la puerta y grita de alegría porque sabe que vamos de paseo (Jazmina Barrera).

Para hacer honor a nuestro tiempo, que privilegia al lector sobre la lectura y al escritor sobre la escritura, no puedo evadir la cuestión de cómo yo leo estos libros. Por una parte, como padre, me siento identificado en varios de los cuestionamientos que plantean y, a la vez, como hombre (cediendo al cuestionado binarismo de género), muchas de las experiencias que se narran me resultan insalvablemente ajenas. Reconocimiento y perplejidad, cercanía y extrañamiento, comprensión y otredad son algunos de los binomios por los que, en mi opinión, debe oscilar la literatura, y estas cuatro obras me los otorgaron a mares.

A pesar de mi imposibilidad de gestar, estas obras me interpelan por el simple hecho de que, como hijo y padre, la maternidad es una cuestión que me cruza. Además, su lectura enriquece mi visión del mundo y me permite aproximarme a universos en principio inaccesibles para mí.

Por más que en principio no sea el destinatario natural de estas escrituras, encuentro en ellas una explicación de un aspecto de la vida que, conforme se lleva a cabo con toda transparencia, restituye y salvaguarda su misterio. Hacer eso con las palabras exactas, como hacen estas cuatro obras, es para mí una de las definiciones más auténticas de la literatura.