En choros anteriores les contaba cómo el síndrome de la vejiga hiperactiva estaba acabando con mi vida social. El mingitorio se había convertido en mi airbnb. Ahí recibí la llamada. Las oficinas centrales me informaban que Eagles of Death Metal encabezaría el Festival Adverso.
Pinche vida, es un capítulo de La rosa de Guadalupe: un minuto te están escaneado la próstata por sospecha de cáncer y al siguiente ya estás trepado en un avión rumbo a Guadalajara. Estarán de acuerdo en que si se atraviesa por una fase de incontinencia urinaria lo más recomendable es quedarse estático hasta que todo vuelva a la normalidad, pero también coincidirán en que si Boots Electric clava la bandera del rock & roll en esta patria no se puede quedar uno guardado jugando al viejo, ebrio y perdido.
Después de una birria con El Chololo me lancé directo al Parque Agua Azul. La tocada era en la Concha Acústica, un venue que fue clausurado en 2008 y decidieron reactivar el año pasado. El principal reto de llegar temprano a un festival consiste en no ponerte tan pedo para llegar mínimamente consciente a la banda estelar. Algunas veces lo consigo, otras no. En ocasiones la adrenalina impide que te tumben las veinte chelas que te bajaste, pero en otras el puto hígado te traiciona y a la tercera ya empiezas a hablar como Stephen Hawking. Para evitar derrapones, me la llevé relax con las IPA.
CHELA EN MANO ME REVENTÉ a Automatic, la banda angelina que se ha convertido en uno de mis fetiches de los últimos años. Después, como en los cocteles de las exposiciones, me acercaba a picotear del programa un par de rolas de cada banda y salía del foro para internarme en los jardines del Agua Azul a soñar en cómo sería mi vida si hubiera abandonado la civilización occidental y me hubiera recluido a vivir en las montañas como el Unabomber. Yo no sé por qué me gusta un chingo la naturaleza, si me produce tanta puta alergia. Y ahí, entre los árboles, me encontré con Antonio Ortuño. Nada más porque sé que es fan de Eagles, si no hubiera pensado que venía de desaparecer los cadáveres de dos ayahuasca believers.
A las once de la noche ocurrieron dos milagros. El primero: que siguiera en pie, el segundo, ver aparecer en el escenario a Jesse Hughes todo de blanco, con sus tirantes y una capa roja. Pocas bandas han pasado por tantísimas encarnaciones como Eagles of Death Metal. La más fresca, con la irresistible Jennie Vee en el bajo, estaba de regreso después de aquella visita en 2016. Esta vez Jesse no lucía la sudadera con la leyenda Mexico is the shit, pero el espíritu de la torta ahogada se había apoderado de él. Y con el mostacho todavía manchado de salsa nos ametralló de riffs.
La música invita al mosh pit. El despliegue de energía es tal que la respuesta es chocar
La música de los Eagles invita al mosh pit. El despliegue de energía es tal que la respuesta de tu cuerpo es chocar contra otras personas. Y eso hice. Pero nadie me siguió el pedo. Un momento, me dije, el que tiene cuarenta y cinco años aquí soy yo. Dejen eso para los rucos. Pero fue inútil. La pasividad era absoluta. Entonces lo vi. Era una mole de dos metros con Acapulco shirt. Más ancho que el ropero de Narnia. Comencé a lanzarme contra él y yo, que no soy nada esbeltito, rebotaba caricaturescamente contra su humanidad. Agarraba todo el vuelo posible y él me hacía a un lado sin esfuerzo alguno, como a una mosca, sin soltar su cerveza. Wow.
LAS ROLAS SE SUCEDÍAN y el público seguía momificado. Pero once canciones después, en cuanto comenzó a sonar “I Want You so Hard”, mi insistencia rindió frutos. Los fans se lanzaron al slam y comenzó la fábrica de moretones. Ni entre tres conseguimos mover al gigante gentil. Tras el estallido vino la calma. El cover de “Moonage Daydream”. Se lucieron macizo con ese solo de lira. El momento Bowie. El punto más alto de la noche. Y después el encore. Jesse bajó del escenario en “Speaking in Tongues” y requinteó desde las entrañas mismas del público. Excelente servicio. Pero todavía faltaba la cereza del pastel. Y ésa se la puso Jennie Vee al arrancarle a su instrumento una versión femme fatale de “Ace of Spades”. Esperábamos un cierre con broche de oros. Y a cambio nos dieron un póker de espadas.
Y por una noche Guanatos se volvió totalmente Águila, pero no del América, del Death Metal.