Todo en todas partes al mismo tiempo, de Daniel Kwan y Daniel Scheinert

Filo luminoso

Todo en todas partes al mismo tiempo, de Daniel Kwan y Daniel Scheinert. Fuente: apple.tv

La inminente destrucción del mundo, o de la realidad, ha sido motivo, tema para docenas de filmes a lo largo de la historia. En tiempos apocalípticos como el que vivimos, de pandemia politizada, inteligencias artificiales acechantes, guerra mundial, hipermorbosidad, catatonia moral y populismos enfebrecidos, aumenta la compulsión de imaginar el final antes de ser barridos por extraterrestres, de convertirnos en hongos zombis asesinos, de morir aplastados o de hambre o sed.

Afortunadamente, no todas estas visiones requieren de presupuestos faraónicos ni de superhéroes y monstruos de historieta generados por computadora. Algunas son íntimas (como 4:44 Last Day on Earth, de Abel Ferrara, 2011), otras son angustiantes y devastadoras (Children of Men o Niños del hombre, Alfonso Cuarón, 2006) y otras más son divertidas y sentimentales (Seeking for a Friend for the End of the World o Buscando un amigo para el fin del mundo, Lorene Sca-faria, 2012).

El segundo largometraje escrito y dirigido por el dueto de los Daniels: Daniel Kwan y Daniel Scheinert (Swiss Army Man o Un cadáver para sobrevivir, 2016) es un frenético, grotesco, expansivo y a la vez emotivo intento de ser todo lo anterior en un lúdico acercamiento al multiverso en Todo en todas partes al mismo tiempo.

El principal mérito de esta cinta es su transgresora y provocadora anarquía, que se expresa contra toda fórmula, convención de género, patrón reconocible y regla de éxito. Es un ejercicio anticorporativo que parte de las entrañas corporativas de la muy exitosa empresa A24. La narrativa arranca cautelosa, de pronto se acelera y convierte en un bulldozer que arrolla al espectador con ver-tiginosas tramas paralelas, perpendiculares y cruzadas, algunas desternillantes, excesivas, maniacas y repetitivas hasta el punto de la náusea.

Evelyn Wang (Michelle Yeoh) es una mujer atribulada por la monotonía, la frustración y el agobio cotidiano. Junto con su esposo, Waymond (Ke Huy Quan), tienen una lavandería que se encuentra al borde de la quiebra. La crisis explota cuando son objeto de una auditoría fiscal conducida por la implacable agente Deirdre Beaubeirdra (Jamie Lee Curtis), que los amenaza con multas, confiscación de sus bienes e incluso prisión. Evelyn tiene una relación tensa con su hija Joy (Stephanie Hsu), quien es lesbiana, depresiva e insegura (por sus elecciones y por su peso, cosas que su madre no cesa de juzgar). La ruptura entre madre e hija tiene lugar cuando Evelyn no se atreve a presentarle a su padre (James Hong) a la novia de Joy, Becky (Tallie Medel), y sólo dice que es “una buena amiga”. Evelyn piensa que su marido es demasiado inocente e ingenuo, mientras él cree que la única manera de recuperar la atención de su esposa es divorciándose.

Además, Evelyn debe atender a su exigente padre que la visita y nunca estuvo de acuerdo con que se casara con Waymond ni con su decisión de emigrar a Estados Unidos. Evelyn ha desgarrado sus relaciones familiares por idealismo, por mantener las apariencias y por su obsesivo deseo de control. Lo que comienza como la tragicomedia de una familia de inmigrantes chinos en el Valle de Simi, California, da un giro cuando un mensajero de otra dimensión (del Alphaverse), en el cuerpo de su esposo, le informa que ella es la única que puede salvar millones de universos de una inminente destrucción.

Todo actor es protagonista de vidas alternativas, engendradas por un guion que se desborda siempre hacia
la realidad 

EL DRAMA CÓSMICO INTERDIMENSIONAL ocurre paralelamente al psicodrama familiar en espacios domésticos retacados de cosas, cubículos, corredores y oficinas desoladoras despojadas de identidad, así como en los pasillos de la lavandería. Hay docenas de peleas coreografiadas al estilo del cine de Hong Kong (con evocaciones al cine wuxia y las fantasías históricas de filosofía y artes marciales), empleando las armas más estrambóticas imaginables, desde una cangurera hasta un perro pomeranian. La fotografía de Larkin Seiple y la desquiciada edición de Paul Rogers hacen que cada escena se multiplique, divida y fragmente de manera prodigiosa en caleidoscopios que mezclan vivencias, ilusiones, deseos, reflejos mediáticos y apuntes metafílmicos.

Desde la primera toma domina una sobresaturación visual que refleja el estado mental de nuestra era de esquizofrénica convivencia entre lo virtual y lo real. Ese caos representa también la mente de Evelyn al imaginar todas sus vidas posibles (“Vi mi vida sin ti, era hermosa”). El visitante de Alphaverse le explica que ella necesita unos dispositivos que parecen anticuados auriculares de bluetooth, más algún acto ilógico y absurdo para saltar entre universos. Los caminos no elegidos se convierten en universos alternativos con desenlaces distintos y cada personaje tiene entonces una serie de alter egos. Evelyn es la versión menos exitosa de todas las existentes, por lo que debe apropiarse de los talentos de las otras Evelyns: una estrella del cine de artes marciales, una chef de Benihana, una cantante de ópera, una piñata, una mujer con dedos de hot dog e incluso una piedra.

Las fuerzas nihilistas que creen que “nada importa” y están encarnadas por Jobu Tobacky y “el bagel de todo” (que va más allá de tener ajonjolí, semillas de amapola y sal, para incorporar la totalidad del metaverso) amenazan con devorarlo todo, como un agujero negro que evoca a Douglas Adams. Evelyn debe confrontarlas, y también recuperar la confianza en la vida para reconciliarse con su familia y sus decisiones, enmendar su incapacidad de comunicación, su intolerancia, sus prejuicios para apreciar la belleza de cada situación, lugar y persona. La cursi sensiblería de esta batalla contrasta con el cinismo desaforado y la ironía punzante del método de los Daniels, que pusieron en evidencia desde su exitoso videoclip de “Turn Down for What”, de Lil Jon y DJ Snake, que sin duda funciona, aunque sea tan agotador como infantil, tan emocionante como repetitivo.

La cinta es una ambiciosa y enciclopédica celebración del cine, desde la elección del reparto, que es un homenaje a tres estrellas con carreras muy distintas (Yeoh, Quan y Curtis) hasta la evocación de 2001: Odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1969), Matrix (LanWa y Lilly Wachow-ski, 1999), In the Mood for Love o Deseando amar (Wong Kar-Wai, 2000), Ratatouille (Brad Bird, 2007) y Persépolis (Marjane Satrapi, 2007), así como la estética de las caricaturas salvajes de los hermanos Fleischer. También están los obvios contrapuntos a cintas recientes del Hombre Araña y Dr. Strange.

Todo actor es protagonista de numerosas vidas alternativas, engendradas por un guion que se desborda siempre hacia la realidad. Aquí los actores deben cambiar su comportamiento y registros emocionales en segundos, a veces en una misma escena. Esto crea un portentoso muestrario de talento que es un afortunado contraste con el bombardeo de ocurrencias y locuras. Esta dualidad logró que los 139 minutos, tan afortunados como insufribles de los Daniels, fueran premiados con siete premios Oscar; con ese ejemplo abrirán inevitablemen-te nuevas formas de transgredir, provocar y trastornar las reglas de Hollywood.

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