Juan Ponce

El ojo alegre del vedettismo mexicano

“¿Volverá la bella época?”, preguntó en su momento el escritor y periodista José Alvarado, y respondió enseguida: “Es muy difícil”. En efecto, hace unas décadas, en la intensa vida nocturna de la hoy Ciudad de México, las vedettes cautivaron a un público y se proyectaron como los símbolos sexuales de aquellos años. Ese mundo irrecuperable puede atisbarse en las imágenes de un testigo, maestro de la lente que comparte aquí su testimonio.

Greta Grey en el cabaret El Patio, ca. 1971.
Greta Grey en el cabaret El Patio, ca. 1971. Foto: Cortesía de Juan Ponce Guadián

Juan Ponce Guadián nació en el barrio de Tepito del Distrito Federal, el 16 de marzo de 1945, y fue poseído por la figura femenina. Rodeado por un ambiente de prostitutas en la calle de Rivero, hizo sus pininos sexuales con esas meretrices. Y en su fascinación por las mujeres vestía a sus amiguitas como rumberas para retratarlas.

Poncecito tomaba en préstamo una pequeña cámara instantánea de su hermano mayor, marca Brownie Fiesta, y de pronto ¡flash!... esas películas revelaban a sus pequeñas vecinas transmutadas en las grandes figuras eró-ticas que admiraba.

—Yo siempre fui un ojo alegre —recuerda—, me encantan las mujeres, por eso desde muy pequeño, con mi propio dinerito, iba a los cabarets. Que los había de raspa, baratos, y de caché, lujosos. Pagaba una mochada porque era menor de edad —dice el fotógrafo, sentado en la sala de su departamento al sur de la Ciudad de México, rodeado por decenas de fotos enmarcadas y sueltas, negativos, cuadros, cámaras de todo tipo, botellas en miniatura de licor, muñequitas que él mismo decora: una parafernalia digna de un modesto museo dedicado a la cachondería mexicana.

El que sería conocido como el “gran fotógrafo de las vedettes” encontró en el periodismo una vía para explorar sus dos pasiones: la fotografía y las mujeres. Desde sus primeros encargos en el semanario El Metropolitano en 1963, pulió su técnica en noches de trabajo y juerga en cabarets como el Club de los Artistas, Siglo XX, Tío Sam y cientos más.

La Princesa Lea, ca. 1976.
La Princesa Lea, ca. 1976.

LAS VEDETTES, EXCITACIÓN Y PODER

—Era noche de burlesque: una suave música guiaba mis manos. Me fui quitando la ropa con movimientos sugerentes. Lancé miradas sensuales a decenas de hombres que me miraban impávidos. Me excité y sentí un poder especial ante ellos. Ya los tengo en la palma de mi mano, pensé —así recordaba Olga Muñiz, para NotieSe, una de sus incontables madrugadas de vedette, a propósito de la exposición de Juan Ponce, Chulas y divertidas. Otras divas mexicanas, en la Galería José María Velasco, en 2011.

La génesis del vedettismo se ubica a principios del siglo XX con el “género chico”, fenómeno de entretenimiento popular. Este origen se funda en figuras como las tiples Esperanza Iris y María Conesa, quienes a través de la zarzuela, el cuplé y la opereta, combinaron canto, comedia y danza. Luego, el país importó el teatro de revista, el cabaret, ritmos como el charlestón y movimientos artísticos como el orientalismo.

Esta primera generación de bailarinas como Xenia Zarina y Carmen Tórtola influyó en la siguiente, que saltó al cine en plena época de oro. Rumberas y estrellas que se consagraron como primeras actrices, bailarinas y símbolos sexuales, entre ellas María Félix, Silvia Derbez y Gloria Marín; actrices como Silvia Pinal, Lilia Prado y Ana Luisa Peluffo, que además del cine trabajaban como vedettes. En paralelo estaban las exóticas, que semidesnudas abrevaban del burlesque estadunidense y la cultura tiki en las carpas: pequeños teatros itinerantes de comedia ligera para las clases bajas.

Así quedó asentado en la muestra virtual Vedettes: Glamour y erotismo en movimiento, montada en 2021 por el Museo del Estanquillo, con colecciones de Carlos Monsiváis, el Archivo Digital Ficheraz y también Google Arts & Culture.

Estas mujeres fueron protagonistas de la vida nocturna y su descomunal crecimiento entre los años cincuenta y setenta, cuando ascenderían vede-ttes como la mencionada Olga Muñiz, la Princesa Lea —conocida también como La majestad de las vedettes—, la Princesa Yamal, Lyn May, Alejandra del Moral, Olga Breeskin y Gina Montes. Una pléyade en la que también se incluyeron Irma Serrano, Sasha Montenegro, Ivonne Govea, Greta Grey y Alma Moreno, La Tonga.

El declive de esos años dorados se firmó con el cine de ficheras, el surgimiento de los importados table dances, la devaluación, el neoliberalismo y el gran terremoto de 1985, que mató la noche de la ciudad.

Irma Serrano, La Tigresa, en su casa del Pedregal, ca. 1970.
Irma Serrano, La Tigresa, en su casa del Pedregal, ca. 1970.

El AUGE DE LA PRENSA ROJIAMARILLA Ponce forjó su leyenda en el trajín informativo impreso dominado por los grandes tirajes de El Universal, Excélsior, La Prensa y El Sol de México, pero también en la prensa vernácula. Tan ingeniosa como escandalosa e hilarante, ésta dio cuenta del pulso vital de una nación priista hasta la médula, que encontró en la posguerra y el Estado Benefactor su milagro mexicano. Una somera revisión de sus titulares en casa de Ponce da cuenta: “Verónica Castro, ¿mafiosa?”, “Donan ojos a Rigo Tovar”, “El futbol como la Coca Cola: pura publicidad”, “Urge una limpia entre los bofes mexicanos”, “¡Isela Vega es alquilahombres!”, “Cruel, el ‘82 para los artistas”.

En esta avalancha mediática de medio pelo, las vedettes ocupaban un rol central, en portadas de revistas y periódicos de las llamadas nota roja y amarilla, como Chulas y Divertidas, Ay…! Espectáculos, deportes y bla bla bla, Culpable, Chispas de Buen Humor, Diversión y Escaandalosa, Sir, Estadio y Órbita, ésta última “la Playboy de los pobres”. El crédito en muchas de estas imágenes era de Juan Ponce, que pasaba noche y día tomando fotos a esas divas que, a su manera, rompían el statu quo de una sociedad mojigata.

Gina Montes, en la filmación de la película Cuentos colorados, ca. 1981.
Gina Montes, en la filmación de la película Cuentos colorados, ca. 1981.

CUADRO DE HONOR: DE PIPINO A DURAZO

Juan Ponce no sólo documentó la fascinante noche chilanga del vedettismo, sino también espectáculos populares como el teatro, las carpas, las peleas de box —él mismo fue un boxeador aguerrido, bajo el apodo de Chacho—, y la comedia. Mientras fotografiaba a las chulas, también posaron ante su cámara gran parte de los personajes que modelaron la educación sentimental de millones de mexicanos.

El Santo, Dámaso Pérez Prado (el “Gran Maestro Cara de Foca”, resalta Ponce), Rocío Dúrcal, Juan Gabriel, Los Polivoces, Rubén El Púas Olivares, Pipino Cuevas, Cantinflas, Manuel El Loco Valdés y Arturo El Negro Durazo, entre otros, fueron captados por Juan Ponce en shows, camerinos, filmaciones y eventos del populacho.

Esa era fue definida por Durazo, entonces director de Policía y Tránsito de la ciudad, quien fue apadrinado por la presidencia y tejió una de las redes criminales más oscuras en la historia del país. Un tipazo, dice Ponce, quien fue testigo del momento en que ese Kingpin Totonaca le obsequió a la Princesa Lea, su vedette consentida, un collar y un anillo de esmeraldas, mismos que porta en las fotos que Ponce le tomó.

Alejandra Del Moral en su casa de Niños Héroes de Chapultepec, ca. 1975.
Alejandra Del Moral en su casa de Niños Héroes de Chapultepec, ca. 1975.

MAESTRO DE LA LENTE CACHONDA

Ponce fue personaje y documentalista fotográfico de un entretenimiento que, con sus bemoles y claroscuros, insufló vida a la ciudad previa al definitivo año de 1985. Algunos de estos momentos quedarían impresos en el libro Vivir la noche. Historias en la Ciudad de México (varios autores, Conaculta, 2014). Muchas otras permanecen en su archivo personal en espera de ser reveladas, como algunas de las que el maestro selecciona para El Cultural.

Juan Ponce Guadián recogió el testimonio visual de una vida nocturna que, más allá de los estereotipos, se convierte en un palimpsesto para entender la cultura popular de un país donde la amnesia crónica es el brazo amputado del cuerpo social. Una época cuyo espíritu habita en los intersticios del arte fotográfico, más allá de la nostalgia.

Fue el Caronte de un territorio donde las clases sociales desdibujaron sus límites diurnos para entregarse a regiones primitivas que se materializan en una ceremonia epicúrea absorbente. Cámara en mano, nos adentra al inframundo cachondo a través de sus fotos y las historias que se asoman detrás. Maestro de la lente, Ponsex y su ojo alegre nos revelan, directo en la memoria, instantáneas de sensualidad, goce y desparpajo de la noche gobernada por las vedettes: sensuales amazonas de un país llamado deseo.

Este texto fue escrito a partir de Juan Ponce, el fotógrafo que desnudó la noche, exposición presentada por la Galería RAB 63 y Producciones El Salario del Miedo, con la curaduría de Jazmín Rangel Evaristo y Jaime Martínez Aguilar.