Un relato

Jonás

Inserto en el Antiguo Testamento, el libro de Jonás narra la historia fallida de un rebelde. Un día, Dios le ordena que vaya a la ciudad de Nínive y predique sobre el juicio que recibirá si persiste en su desobediencia. Jonás decide huir: aborda un barco que busca llegar “lejos de la presencia de Jehová”. Aquí, Abraham Truxillo ficciona al personaje.

Pieter Lastman, Jonás y la ballena, óleo sobre roble, 1621.
Pieter Lastman, Jonás y la ballena, óleo sobre roble, 1621. Foto: Fuente: wikipedia.org

Ahora, pues, oh, Jehová, te ruego que me quites la vida; porque mejor me es la muerte que la vida.

JONÁS 4:3

El primer día floté a merced de las corrientes con la resignación del polvo que arrebata el viento del desierto de Harabá, donde intenté engañar a Dios por vez primera. Hundidos mis sentidos en letargo atroz, embriagadas las facultades, me entregué a la ensoñación de una tierra y una esposa que no volvería a poseer. En mis visiones de náufrago caminé otra vez con los pies descarnados por las dunas, huyendo de la ciudad donde Él me encontraría. A intervalos inmemorables despertaba a mi verdade-ra condición en medio del mar devorador, y la sed me abrasaba entonces con doble furia y mi boca era la misma llaga de mi delirio, bajo el mismo sol. El último trago de agua me lo había dado Jasaef la noche anterior, antes de que me arrojaran del barco.

Sin embargo sabrán, ingenuos ninivitas, que no maldigo a mis compañeros. ¡Maldito sea yo! Mi ruina fue la liviandad misma de mi carne. Intenté elegir el sosiego de un techo, la calidez de mi esposa que no quise perder.

A FIN DE NO CUMPLIR el mandato de Dios, había urdido con ella un plan según el cual nos encontraríamos en Tarsis, donde nos ocultaríamos al cabo de tres lunas. Fue así que atravesé el desierto y me hice a la mar en el puerto de Jope. Mas la misma tarde de mi partida, durante un sueño desvanecedor, vino a mí de nuevo la revelación. De un árbol salió la misma voz de la primera vez, que me ordenaba abandonar la nave y partir de inmediato rumbo a Nínive. Luego el árbol comenzaba a desplomarse sobre mí y sus hojas caían húmedas y frías.

De esta suerte me levanté con la tormenta en la nariz mientras mis compañeros clamaban a sus dioses. Las olas se derrumbaban sobre nosotros como muros de una ciudad impía. Tres hombres se perdieron en el mar, entre ellos el hijo menor de Jasaef.

Para hallar al que atraía la desgracia, mis compañeros jugaron a la suerte unos huesos de aceituna y la fortuna me señaló. Tan pronto me precipitaron contra las aguas, la tormenta se detuvo; me vi abandonado en un mar en súbita calma. Floté a la deriva hasta que las tinieblas me cubrieron. Entonces recordé las palabras que había escuchado una mañana después de compartir el lecho con mi esposa: “Irás a Nínive, aquella gran ciudad, pregonarás contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí”. Comprendí la ingenuidad de mi juicio. En mi simpleza había creído que su mandato no se cumpliría: yo sabía menos que un asno.

EL SOL SURGIÓ al siguiente día para atizar la llaga de la sed, ahora en un desierto de agua. Esa tarde el animal apareció. Su presencia se anunció con un repentino movimiento de las aguas. A una legua, la vi aparecer como una isla recién creada, bullente por su espiráculo. La hembra —sé que era hembra— se movía como la primera madre de la Tierra, zambulléndose y emergiendo sin mesura. En medio del delirio la vi acercarse; semejaba un inmenso bote bajo el agua.

De pronto me vi envuelto en un remolino de sargazos y penetré con violencia en una gran bóveda. Por un tiempo inenarrable me sumergí en un ensueño que me arrobó por completo. Entonces me fueron concedidas visiones asombrosas, que incluso en los instantes más devotos de oración me habían sido negadas: navegué y fui el animal yo mismo rumbo a las entrañas de la Tierra. Mi cuerpo se disolvió entre la inmensidad del mar.

No sé cuanto tiempo pasó antes de que el pez me expulsara de sus entrañas, me vomitara como a un parásito. Mi ser se contuvo nuevamente y sentí un dolor estremecido; una vez más me vi arrancado y recordé la orden que dictaba mi porvenir. La corriente me sacó al otro lado de la tierra, cerca de Ur, y en la arena esperé a que unos pescadores me encontraran. Luego me alimentaron y vistieron sin que yo lo agradeciera.

DE ESTA MANERA he remontado junto a ellos el Hidequel, hasta ésta, su opulenta ciudad de torres y capiteles perecederos. Así pues, necios ninivitas, rían de mí como les plaz-ca o entréguenme al verdugo con el que me amedrentan, si no creen mi profecía de fuego para ustedes. Pues yo, Jonás de Jerobán, hijo de Amitai, les digo que mañana estaré en la cima de aquella montaña, a la sombra de la higuera, mirando la perdición de su ciudad; y en caso de que Él los perdonase, le demandaré que me fulmine allí mismo o que me devuelva para siempre al vientre del pez.