La cicatriz de Tadeo

Esta crónica de un crimen escalofriante confirma una vez más que las posibilidades del asombro no tienen límites. Convierte un tema de nota roja en material literario, como algunos paradigmas de las letras contemporáneas —Truman Capote, Norman Mailer. A su vez, en México, por citar algunos, Vicente Leñero investiga el asesinato del matrimonio Flores Muñoz, Jorge Ibargüengoitia recrea la barbarie de Las Poquianchis y, en años más recientes, Bernardo Esquinca ha tratado el caso de La Mataviejitas. En esa herencia se inscribe el siguiente relato que va de la Ciudad de México a Puebla para mostrar, sin paliativos, los signos de una descomposición social que no tiene precedentes.

La cicatriz de Tadeo
La cicatriz de Tadeo Foto: Tim Hüfner / unsplash.com

I

Eran cerca de las dos de la tarde cuando encontró al bebé muerto. Estaba revolviendo la basura del enorme contenedor azul. Sus manos separaban botellas de plástico, latas, bolsas, restos de comida. Un día antes, el domingo 9 de enero de 2022, fue día de visita en el reclusorio, por eso sabía que con un poco de paciencia podría hallar entre los desperdicios, si no un manjar, sí algo menos deprimente que el sabor de la sopa seca, las papas o los frijoles que servían en el comedor.

Quizá por eso llamó su atención aquella bolsa negra. La levantó por el asa, pesaba. Curioso, el preso revisó el contenido: en su interior había tres bolsas más; la última, de papel, estaba llena de cal. Dentro de ésta, una cobija de color azul envolvía el cuerpo de un bebé; la cabeza cubierta por un gorro de tejido blanco resaltaba el color morado de su rostro. En su nariz había sangre seca. No esperó más; corrió alejándose del área de procesados para dar aviso del hallazgo a un oficial. El primer custodio al que vio fue al que conocía por el apodo de El Chapulín; éste le acompañó de regreso al contenedor y confirmó que, en la nave siete del penal de San Miguel, Puebla, en el área de reciclado, entre las rejas verdes y bajo un prisma rectangular con techo de cinco metros de alto, el cadáver de un bebé se hallaba sepultado en la inmundicia.

Por sus cabezas, seguramente, pasaba la misma pregunta: ¿Quién lo hizo?

II

La melena despeinada le cae sobre los hombros, ladea la cabeza y los dedos de su mano izquierda se pierden entre la espesura de esa mata castaña. Luego un parpadeo involuntario y reiterado aparece y contrasta con su rostro serio. Sus fosas nasales se expanden. Es 14 de enero de 2022 y ella está a punto de explicar en un noticiero de cobertura nacional, del canal televisivo de Milenio, cómo fue que se enteró de la noticia. “Está con nosotros Saskia Niño de Rivera, directora general de la fundación Reinserta”, señala el conductor, Carlos Zúñiga, al presentarla.

Es conocida por ser sobrina del presidente de la Asociación de Bancos de México (AMB) y prima de la comediante de stand up, Sofía Niño de Rivera. Saskia, especialista en secuestro y psicología forense, se encarga a través de Reinserta de dar educación a niños y adolescentes que viven dentro de la prisión. Por su labor en el activismo, ha sido elegida por la revista Forbes en su edición mexicana como una de “Las 100 mujeres más poderosas” de este país.

De la pantalla sale su voz. Comienza a contar esa historia que, como un incendio, se esparcirá por medios nacionales y extranjeros, lo mismo en noticieros que en podcasts y redes sociales. Relata que la noticia llegó hasta ella a través “un medio de comunicación chiquito en Puebla”. Intrigada, buscó entre sus contactos. Halló a dos personas recluidas en el penal de San Miguel, quienes le confirmaron la trágica noticia.

“La panza se me revolvió, llevo quince años caminando en las cárceles del país, he visto peleas de gallos adentro de las cárceles, carreras de caballos, peleas de perros... pero un bebé muerto adentro de la cárcel es algo que nunca me había tocado ver”, revelará Saskia meses más tarde, el primero de junio de 2022, frente a un auditorio del Tec de Monterrey.

Sobrepoblación y hacinamiento no son los únicos problemas. Dentro de este penal... tan sólo desde 2020 han ocurrido motines con asesinatos y fugas de reos... algunos presos
han tenido permiso para salir en Navidad

EN CUANTO CONFIRMÓ lo sucedido, la activista tomó una decisión: apoyada por el equipo de Reinserta, el jueves 13 de enero de 2022 lanzó un comunicado que da cuenta de lo ocurrido y responsabiliza al entonces gobernador de la entidad, el finado Miguel Barbosa Huerta, así como a las autoridades penitenciarias, de ser cómplices del autogobierno y los actos de corrupción que se viven al interior del penal de San Miguel. A partir de ese momento, la noticia comenzó a viralizarse.

“Saskia, ¿qué se sabe?”, pregunta el conductor, Carlos Zúñiga.

Sentada frente a la pantalla de su computadora, ella narra el suceso que poco a poco se convierte en un cuento de terror. Señala que, de acuerdo con la investigación de las autoridades de Puebla, el bebé encontrado por el interno que pepenaba en el basurero del reclusorio ingresó muerto al penal. Como si el caso no fuese lo suficientemente macabro, Saskia añade: “El bebé, de aproximadamente tres meses, tiene una incisión en el abdomen, lo cual también nos da a entender que, quizá, podría haber sido usado para ingresar droga a la cárcel”. Por un momento, la incredulidad se apodera del rostro del conductor.

“Las autoridades están diciendo que el bebé ingresó al penal... no nació dentro del penal... ingresó un día familiar; sin embargo, están diciendo que no saben a ciencia cierta si estaba muerto al momento de ingresar al penal... ¿Por qué ingresaron a un penal a un bebé muerto?, ¿cómo es que las autoridades no se dieron cuenta?”, concluye Saskia, cortando el aire con la mano izquierda.

El presidio al que se refiere es el Centro de Reinserción Social de San Miguel, mejor conocido como Cereso de Puebla. Está en el kilómetro 2.5 de la carretera Camino al Batán, de la junta auxiliar Lomas de San Miguel, en Puebla. En este Cereso, de acuerdo con el portal poblano Ángulo7, hasta noviembre de 2021, “las estadísticas indican que tiene una capacidad para 2 mil 397 personas, no obstante, su población es de 4 mil 864, por lo que enfrenta 103 por ciento de sobrepoblación, ya que tiene 2 mil 467 reos más de los que tiene capacidad” (8 de febrero, 2022).

Sobrepoblación y hacinamiento no son los únicos problemas. Dentro de este penal, tan sólo desde el 2020 han ocurrido motines con asesinatos y fugas de reos. Se sabe además que, en contubernio con el director, Jaime Mendoza Bon, algunos de los presos han tenido permiso para salir del penal en Navidad a cenar con sus familias. El Universal Puebla publica el 25 de abril de 2021 que

... La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) reveló a principios de este 2021 que en la cárcel estatal se realizaron celebraciones con la autorización de las autoridades penitenciarias los viernes, sábados y domingos del 2019. Además, prostituían a las internas debido a que las llevaban al área varonil para que tuvieran relaciones sexuales a cambio de dinero.

El Cereso de San Miguel ha sido calificado por diversas organizaciones como conflictivo: en el año de 2019, la CNDH efectuó un diagnóstico nacional de supervisión a doce centros penitenciarios y de reclusión; de éstos, la mitad fueron reprobados y el resto, incluido el de San Miguel, aprobó con una calificación apenas de seis (El Universal, 24 de enero, 2022).

CON AÑOS DE INGOBERNABILIDAD a cuestas, en el penal de San Miguel la manufactura de drogas, la prostitución, los motines y las pésimas condiciones de higiene, más la insuficiencia de programas para la prevención y atención de incidentes violentos, permite que, incluso, exista un área para peleas de perros, en las que se cruzan apuestas. Según la misma Saskia, al final de las reyertas sacan los cadáveres de los perros en bolsas negras que luego tiran al basurero del penal.

Así, en el Cereso de San Miguel, entre los 104 cuartos acondicionados para encuentros íntimos, restaurantes, farmacias, tiendas de abarrotes, locales de venta de ropa, ferretería y peluquería; entre los quioscos y dos gimnasios; entre miles de personas hacinadas, es cosa común arrojar cuerpos al desperdicio.

La cicatriz de Tadeo
La cicatriz de Tadeo

COMO SI SE TRATARA de tiempos míticos, en esta tierra de nadie sólo gobierna un caos que hace explotar en las pantallas la imagen de Saskia hasta volverla una especie de Erinia, aquellas criaturas mitológicas que perseguían a los culpables de crímenes. Con rapidez, sus palabras vuelan furiosas, como flechas de fuego atravesando la noche, que incendian radios, diarios y redes sociales.

El fuego da luz pero, como la ira, también quema.

III

El 6 de enero se conmemora en México la llegada de los Reyes Magos, una tradición muy significativa en la que se acostumbra obsequiar regalos a los niños. Es un día de fiesta y risas. Todos celebran junto a sus hijos. Todos, excepto Karina y Juan, un matrimonio que justo en esa fecha de 2022 enterraba a su hijo, un bebé de tres meses, en el panteón Civil San Nicolás Tolentino, en Iztapalapa, al oriente de la Ciudad de México.

Al bebé lo nombraron Tadeo, que significa valiente, y nació el 4 de octubre de 2021. Tras presentar fallas intestinales, fue internado en el Hospital Pediátrico de Iztacalco, en la Ciudad de México. Tan sólo noventa y tres días después, el 5 de enero, falleció por hemorragia pulmonar aguda, coagulación intravascular diseminada y choque séptico, según consta en el certificado de defunción con folio 210164529, que fue expedido por la Secretaría de Salud.

Después del papeleo y una larga espera antes de recibir el cuerpo, rodeados por cientos de lápidas, escoltados por las inquietas hojas de árboles de pirul, entre el aroma a flores podridas de sepulcros vecinos, macetas improvisadas con latas de aluminio, vasos de unicel tirados sobre una tierra recién escarbada que escupe piedras y huesos, frente a globos azules y blancos y rehiletes coloridos, ahí, juntos, Karina Ayala y Juan Martínez se despidieron de su hijo que yacía debajo de una tumba. Sin consuelo, pensaban que el entierro ponía fin a esa tragedia. No sabían que la historia de terror apenas comenzaba.

IV

Estamos hechos tanto de memoria como de nuestro pasado. Por ejemplo, una cicatriz es una marca de vida, una huella en el cuerpo, una singularidad, un recuerdo hecho de carne. Un parche de piel que muestra las batallas enfrentadas y el triunfo, la fama o el renombre a costa del padecimiento.

Los antiguos griegos lo sabían. Siglos atrás, en La Poética, Aristóteles llamó anagnórisis al acto de reconocimiento en el que un personaje descubre y entiende su identidad o la de un tercero. En La Odisea, por ejemplo, Euriclea, la anciana ama de llaves, reconoce a Ulises por la cicatriz de su muslo; sin embargo, guarda el secreto para ayudarlo a luchar contra los pretendientes de Penélope. A Edipo se le reconoce como “el niño de los pies hinchados”, pues sus tobillos tienen la marca del clavo que se los atravesó para ser colgado como animal.

De forma caprichosa, como suele torcerse un destino aciago, o como si se tratara de una historia griega, Tadeo lleva en su cuerpo dos marcas que le permiten ser reconocido por su madre en una pantalla: la cicatriz de siete centímetros en el abdomen, producto de las seis cirugías a las que fue expuesto, y un brazalete del hospital. Alarmada, después de enterarse de la inconcebible noticia en diversos medios, Karina Ayala encuentra similitudes con los datos de su hijo y sospecha lo peor: que Tadeo es el bebé arrojado a la inmundicia de ese presidio.

En San Nicolás Tolentino, el horror se suma a la muerte, pero también a la demanda de cráneos por parte de la santería, que ha encontrado un sitio para hacerse de restos humanos .

Intranquila, le pide a su esposo que acuda al panteón a verificar que el cuerpo de su hijo sigue en su sepulcro. También inquieto por la duda, Juan Martínez se traslada hasta el cementerio. Al llegar solicita a uno de los trabajadores que escarbe en la tierra donde enterraron a su hijo. Al removerla se abre el pequeño ataúd que guardaba el cuerpo de Tadeo: está vacío. Cuando Juan va a la administración en busca de explicaciones, le responden que no hace falta verificar nada, que los encargados ya se habían percatado. Entonces, como si la situación no fuese lo suficientemente insólita, lo amenazan y acusan de haber cometido un delito.

Preocupado por su integridad, el hombre le pide a un amigo que los acompañe a él y a su esposa hasta la ciudad de Puebla. Antes contactan a la directora general de Reinserta, Saskia Niño de Rivera, quien luego de una entrevista los apoya en el largo y terrible periplo que inicia en la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México, para levantar una denuncia, y continúa en la del estado de Puebla. Durante esta pesadilla, el matrimonio tiene que hacerse de valor para declarar, someterse a exhaustivos y, probablemente, insensibles interrogatorios; les realizan pruebas de ADN y esperan el resultado —positivo— para poder reconocer el cadáver de su hijo. Finalmente, el domingo 23 de enero de 2022, les entregan el cuerpo. Ese mismo día, por segunda ocasión, Tadeo es enterrado.

En silencio se precipitan los recuerdos. Una cicatriz es un nombre, una marca: hierro al rojo vivo en la memoria. Estamos hechos de recuerdos.

V

El panteón civil San Nicolás Tolentino es el segundo más grande de la Ciudad de México. Abarca una superficie de 113 hectáreas, más o menos 158 veces la cancha del Estadio Azteca. Desde hace setenta años, este cementerio recoge los huesos de millones de seres humanos, a los que distribuye entre las 810 mil 944 fosas divididas en 64 lotes. El panteón se ubica en Iztapalapa, la alcaldía más poblada y violenta de la ciudad, y está flanqueado por unidades habitacionales de la colonia Paraje San Juan.

La entrada principal de este lugar está situada sobre la avenida San Lorenzo. De sus puertas de acero color café cuelga un anuncio de su horario, de 8:00 a 14:00 horas. Pese a esto, por la extensión de su larguísima barda perimetral, hay boquetes por los que se puede tener acceso durante todo el día. Según trabajadores del panteón, los vecinos abren las paredes con machetes para hacer más sencillo el cruce. Por esos agujeros la gente puede entrar y salir, incluso, llevando maletas con restos humanos.

“Hay gente que entra a robar huesos o a hacer sus rituales de brujería o santería”, dice, muy seguro, uno de los trabajadores, que prefiere reservarse su nombre.

En el panteón San Nicolás Tolentino abundan criptas olvidadas, otras abiertas y hurtadas: se han robado desde las flores hasta los ángeles o los libros que forman parte de los adornos y acabados de las tumbas. Al parecer, el despojo comienza con los materiales y escala hasta llevarse los cráneos. Empleados del panteón han sido testigos de las más extrañas escenas: veladoras encendidas frente a improvisados altares de la Santa Muerte, gatos crucificados, bolsas llenas de plumas de gallo negras.

—Sí, se meten a hacer maldades, tiran cazuelas, cabezas de puerco, de gallina —dice uno de los trabajadores de mayor edad.

La Santa Muerte.
La Santa Muerte.

EN SAN NICOLÁS TOLENTINO, el horror se suma a la muerte, pero también a la demanda de cráneos por parte de la santería, que ha encontrado aquí un sitio efectivo para hacerse de restos humanos que, según datos del diario El País, logran venderse hasta en 1,500 dólares (30 de enero, 2022).

Pareciera que estas actividades escapan de las autoridades de la Alcaldía Iztapalapa, pues según el oficio DG-GyPC/0162/2022, en este lugar

... se prestan los servicios públicos de inhumación, exhumación y reinhumación de cadáveres, restos humanos en estricto cumplimiento y observancia de lo previsto por el capítulo VI del Reglamento de Cementerios del Distrito Federal en relación con lo dispuesto por el Reglamento de la Ley General de Salud en Materia de Control Sanitario de la Disposición de Órganos, Tejidos y Cadáveres de Seres Humanos [sic].

No obstante, la profanación de tumbas en San Nicolás Tolentino explica las cosas desde una óptica que es distinta, en la que existe una maquinaria de descomposición que se aprovecha de la premura, la ignorancia y las condiciones desfavorables de algunas personas, para operar con impunidad a través del horror, la violencia y la crueldad.

Bajo esta lógica de barbarie, alguien, entre el 6 y el 8 de enero de 2022, pudo pasar tranquilamente por los huecos de la barda —o quizá por la entrada principal—, avanzó por la avenida de tierra, pisó la hierba ajada de las tumbas, escuchó el crujir de las hojas secas mientras caminaba entre escombros y huesos sacados de sus fosas por perros famélicos, evitó pisar las cabezas de cerdo, de gallo, vio temblar la flama de las veladoras que iluminaban la oscuridad y atravesó la tierra de los muertos para llegar al otro lado del panteón. Se detuvo en la fosa 606, línea 11 del lote C-5, donde se encontraba enterrado el bebé Tadeo Ayala Peralta. Y comenzó a escarbar.

VI

El jueves 3 de febrero de 2022, por medio del boletín número 55, la Fiscalía General del Estado de Puebla asegura que “esclareció totalmente el caso del bebé hallado sin vida en San Miguel. La Institución solicitó, obtuvo y cumplió orden de aprehensión en contra de dos mujeres y solicitará imputación en contra de tres hombres” —que ya estaban encarcelados. En total fueron detenidas 21 personas. Sin embargo, la autoridad no explicó las razones por las cuales robaron el cuerpo de Tadeo del panteón San Nicolás Tolentino para trasladarlo al estado de Puebla, ingresarlo al Cereso de San Miguel y arrojarlo a la basura. La increíble explicación la dio el gobernador Miguel Barbosa a través de la televisión: “El propósito de introducir al bebé fue desestabilizar la cárcel estatal, debido a los grupos de control que ahí operan” (4 de febrero, 2022). Las conclusiones descartan el uso del cuerpo de Tadeo para ingresar drogas, agredirlo sexualmente o utilizarlo para prácticas esotéricas.

De la estrambótica declaración se desprenden más preguntas que respuestas; ante la falta de explicaciones lógicas lo único claro es la afrenta a la inteligencia, pues el discurso político y el interés de los gobernantes predomina sobre la verdad y la justicia.

De nuevo habla Saskia Niño de Rivera, en el auditorio del Tec de Monterrey: “Nuestro sistema penitenciario alberga a personas completamente segregadas por la sociedad y nos hemos olvidado por completo de él, sin entender que lo que ocurre dentro de las cárceles es relevante afuera... porque impacta en la sociedad”. Saskia se detiene por un momento y, finalmente, suelta: “Porque lo que se definió al final fue que Tadeo fue usado para un proceso de santería; fue ingresado al penal para un interno que practicaba ese tipo de rituales”.

La increíble explicación la dio el gobernador Barbosa:
El propósito de introducir al bebé fue desestabilizar
la cárcel, debido a los grupos de control que ahí operan

VII

El viernes 4 de febrero de 2022, el periódico e-consulta expone en su sitio web los rostros de las dos mujeres que introdujeron a Tadeo en el penal de San Miguel. Se trata de Nadia Carolina García Manzano y de Jéssica Velázquez Zambrano, esta última policía estatal custodio. Junto con tres hombres, Gerardo N., también custodio, y dos internos, Antonio N. y Sergio N., de quienes se reservaron apellidos e imágenes, ejecutaron el vesánico hecho.

Jéssica y Gerardo ayudaron a que Nadia introdujera a Tadeo. El cuerpo del bebé fue entregado a Antonio, quien lo ocultó en el penal, mientras que Sergio fue el encargado de dejar al bebé en la basura. En entrevista televisiva, el gobernador de Puebla añadió que cuentan con grabaciones de los responsables. A través de las cámaras de video fue posible lograr la reconstrucción de los hechos. Las cosas sucedieron más o menos así:

El domingo 9 de enero de 2022, en el Valle de México hay cielo nublado. El Sistema Meteorológico Nacional pronostica una temperatura mínima de 7° C y una máxima de 22° C. Las calles poco a poco comienzan a llenarse de gente que acude a los mercados a regatear precios, luego a dar generosas propinas en los restaurantes; algunos asisten a liturgias en busca de milagros negados, los menos devotos esperan en sus casas el tedioso partido de futbol del mediodía; otros se reúnen con sus amigos en departamentos de interés social para convocar tiempos menos hostiles, mientras los parques se llenan de risas infantiles y los solitarios entran a las cantinas para apagar sus miedos.

Hay personas que aprovechan el día de descanso para visitar a sus familias. En las avenidas, una serpiente de metal se arrastra, enorme, sobre el asfalto. Es una ciudad interminable y los autos buscan escapar de ella, salir de prisa hacia la carretera. Hacia el oriente de la Ciudad de México, la avenida Zaragoza es una vía que ofrece la huida del caos y promete, al menos, una tregua. Sobre ésta avanza una camioneta Tracker color negra. Dentro del vehículo hay dos pasajeros.

Su destino es el estado de Puebla, a 139 kilómetros de distancia, más o menos dos horas y media conduciendo. Para llegar hasta allá debe tomar la autopista 150D, pasar a un costado del restaurante Qué chula es Puebla donde, en ocasiones, hay retenes policiales. Si tiene suerte y no es elegida por la policía para una revisión podrá llegar a la caseta de San Marcos donde, después de pagar cincuenta pesos, seguirá por una larga línea recta.

A lo largo del recorrido, la furgoneta negra transita a un lado de la localidad que eligió Manuel Payno para dar nombre a su novela más famosa, Los bandidos de Río Frío, luego de eso ya todo serán árboles y curvas. Este tranquilo paisaje le da a la conductora de la Tracker la oportunidad de observar el majestuoso volcán Popocatépetl y, quizás, relajarse mientras se orilla para dar un rápido vistazo a su acompañante y asegurarse de que todo va bien. Ya en marcha, basta con acelerar hasta atravesar el centro de Puebla, dejarlo atrás, luego tomar la desviación que lleva a la carretera Camino al Batán y, en el kilómetro 2.5, detenerse frente al Cereso de San Miguel.

ANTES DE BAJAR de la camioneta, Nadia Carolina, de 24 años, con cabello lacio y negro, cejas espesas, nariz pequeña y labio inferior grueso, toma aire y luego camina hacia la puerta de visitantes del penal. De su mano derecha cuelga una bolsa negra que se balancea a cada paso. Al llegar a la aduana tiene que soportar el sol de invierno mientras espera en la fila; los domingos son los días de visita más concurridos: infantes, ancianos, madres, esposas, todos esperando para atravesar, aunque sólo sea por horas, ese campo minado de cólera y atrocidad, a veces un desierto de soledades, que es la prisión.

Cuando por fin logra llegar a la puerta de la aduana, Nadia Carolina deja registrado su nombre y el de la persona a quien visita con asiduidad: Antonio N., de quien se dice que realiza prácticas de santería. En la zona de registro, ella habla con un guardia que le entrega el gafete número 2377, luego cruza un torniquete y se acerca al cuarto de revisión. La bolsa negra es examinada; hurgan al interior de ésta. Alguien más la toma. Ya sin el paquete, Nadia Carolina continúa su camino por el patio. Dos horas más tarde firma el registro de visita y se marcha del Cereso de San Miguel.

A partir de este momento las cámaras no muestran nada. Lo único que se sabe es que la bolsa negra con el cuerpo de Tadeo recorrió los pasillos donde termina la razón y comienza la bestialidad, donde la ferocidad habita en la sangre y en la mirada que se agazapa del miedo, en el silencio que mira cómo la brutalidad se convierte en aire que pesa y oprime.

Aproximadamente a las 18:00 horas del 9 de enero de 2022, el interno Sergio N. recorrió el patio del penal para detenerse entre el área de reciclado y la nave 7. Frente a él había un contenedor grande de metal de color azul. Estaba sucio, oloroso, repleto de basura. Ahí arrojó la bolsa negra con Tadeo adentro. Luego se dio la vuelta y caminó hasta perderse entre el extenso mar de uniformes color caqui.