Maruan Soto Antaki es escritor y analista político de madre siria y padre mexicano. En esta entrevista nos relata su singular historia familiar, comparte sus influencias literarias y su mirada sobre la situación política en Oriente Medio y su símil con América Latina. Ha publicado, entre otros títulos, Fatimah (Alfaguara, 2019), El jardín del honor (2017), Casa Damasco (2013), Pensar México (Taurus, 2017) y Pensar Medio Oriente (2016).
¿Podemos comenzar esta charla hablando de tus orígenes?
Comencemos por lo más básico. Nací en México (1976) y soy la primera generación de una inmigración de origen sirio por vía materna. Mi madre, la escritora Ikram Antaki, también provenía de una familia inmigrante. Mi bisabuelo fue el último gobernador de Antioquía a principios del siglo XX, todavía en tiempos del imperio otomano. Él era griego ortodoxo, cuya línea puede rastrearse hasta los tiempos de la primera cruzada.
Mi madre escribió esta historia de familia en su novela El secreto de Dios (1992). En pocas palabras, a principios del siglo XX los turcos perpetraron un genocidio en contra de los armenios, una operación de limpieza étnica. Mi bisabuelo se opuso y decidió rescatar a cuantos armenios pudo, escondiéndolos en las catacumbas de la familia, para en la noche hacerlos pasar por la frontera a Alepo, en Siria. Logró salvar a algunos, pero se dieron cuenta en Constantinopla (en mi casa todavía llamaban así a Estambul) y lo expulsaron de su ciudad. Él mismo tuvo que cruzar a Alepo con su familia. Todos sus hijos habían nacido en el viejo país, y fue hasta la generación de mi madre que nacieron en Siria. Vale la pena decir que en Antioquía se hablaba árabe y griego. La relación con el mundo árabe parte de allí. Mi madre llegó a México en 1975 y un año después yo nací.
¿Cómo se conocieron tus padres?
Es una historia un tanto cursi. En ocasiones la realidad es así. Considerando su origen, mi madre contaba con dos lugares para recibir algún apoyo al llegar a México. El primero era el patriarcado de Antioquía, que codirigía un obispo corrupto como el carajo, el monseñor Antonio Chedraoui (1932-2017), amigo del Negro Durazo y otros personajes sombríos de la política mexicana. La otra opción era el Partido Comunista, pues mi madre había sido muy cercana al partido comunista sirio. Se acercó a ambos, pero no se sintió cómoda con ninguno. Así que, en una librería de libros rojos en el centro de la Ciudad de México, conoció a un comunista de línea dura y origen purépecha, mi padre. Al cabo de un año, yo vine al mundo. Te dije que la historia era cursi.
¿Cuáles son las imágenes geográficas de tu infancia?
Son muy diversas. Yo tuve una infancia un poco inestable. Para ello hay que entender el contexto de la época. Se trataba de los finales de los setenta y la mitad de los ochentas. Un periodo abrazado por la guerra fría, una época muy ideologizada. Ahora en el siglo XXI creemos estar politizados y polarizados, pero se nos olvida lo que eran los ochenta. En esa década había personas que se mudaban de país para apoyar un proyecto ideológico. Mi infancia pasó entre muchas ciudades, como la Managua sandinista y el Trípoli de la Libia de Gadafi, quien todavía no llegaba a los niveles de demencia a los que llegó después.
¿Todavía se albergaba una esperanza en Gadafi?
Era como un aprendiz del demente criminal en el que luego se transformó. Cuando regresé como adulto a ese lugar, pude darme cuenta de ello con mucho mayor claridad. Tienes razón en que había algo parecido a una esperanza, una ingenuidad que luego se volvió en una complicidad asesina.
También viví en España, en todos estos países el componente ideológico siempre estaba muy presente. Cada dos años aproximadamente cambiábamos de país. Así que mis imágenes eran más bien de viajes y de distintos colegios. Vale la pena decir que siempre regresábamos a México a una misma escuela, que tenía una línea ideológica acorde con la causa de estos viajes. Un ritual a mi llegada era contar frente a la clase lo que yo había visto en esos lugares, que por lo general nadie más conocía. Creo que allí comencé a forjarme como narrador.
Además de contar con una formación ideológica de izquierda. ¿También tuviste una educación francófona?
La parte de la francofonía fue una cosa curiosa, pues cuando mi madre llegó a México no sabía una palabra de español, pero hablaba muy bien francés, porque había estudiado en Francia. Además, como en todo país de Oriente Medio en esa época (hay que recordar que la mayoría de ellos se independizaron en los años cuarenta del siglo pasado) estaba hecho un poco a la imagen de los protectorados, con tintes coloniales. Hasta mi generación, los estudios en Oriente Medio eran prácticamente bilingües (francés y árabe). Mis primos estudiaban las dos lenguas dentro de las escuelas oficiales. Así que, como mi madre no hablaba español y yo nací muy pronto, había que encontrar vasos comunicantes entre ambas crianzas. La primera lengua que aprendí a leer fue el francés y lo hice a través de los cómics, que eran los que ella había leído. Otras personas, cuando hablan de su primer acercamiento hacia la literatura, hablan de Hemingway o de otros autores de renombre, pero para mí fueron Asterix, Tintin y Lucky Luke. A partir de ellos tuve una educación francófila, aunque en intervalos. Por ejemplo, en Managua estudié en el liceo francés, porque era la escuela más o menos decente allí. También estaba la relación con las Alianzas francesas. Ambas servían de puente entre el Oriente Medio que tú también conoces, y que mantiene todavía reminiscencias francófilas o afrancesadas.
¿En qué tipo de escuela estuviste en Libia?
La verdad no tengo ni idea. Hay gente que tiene mejor relación con su infancia que yo, porque tampoco guardo tantos recuerdos de ella, no sé si tú los tengas.
¿Pero consideras que tuviste una infancia infeliz?
Nadie es infeliz viajando y conociendo lugares. Nadie. Fue una infancia increíblemente divertida. No había lugar para el aburrimiento. Conocí muchos países y mucha gente. Además, personas que nadie más a mi alrededor entendía. Te pongo un ejemplo de los pocos que recuerdo de Libia. Cuando viví allí, yo estaba convencido que ya hablaba árabe. Pero no es lo mismo creer que saber. Me acompañaba alguien que estaba allí para cuidarme, pero que tampoco hablaba ni una palabra de árabe. Al estar en la calle le dije con toda seguridad que teníamos que tomar un autobús y él me siguió. Obviamente terminamos perdidos del otro lado del mar y luego tuvieron que rescatarnos (risas). Cuando me convertí en adulto, quise viajar a esos países a los cuales mis padres me llevaron tan irresponsablemente.
¿Cuál fue tu paso definitivo de lector a escritor?
La guerra civil siria de 2011. En ese tiempo empecé a publicar muchos textos para revistas con la intención de explicar lo que sucedía en Oriente Medio. Ya había comenzado a comentar y escribir sobre el fenómeno de la Primavera Árabe, aunque progresivamente fue ocupando casi todo mi tiempo. Como yo tenía comunicación con familia y amigos, me era mucho más fácil comprender lo que sucedía, pues había muy pocas personas en esta región del mundo que estaban bien enteradas de lo que allí pasaba. Sin embargo, vale la pena decir que en ciertas regiones o ciudades era muy difícil saber lo que sucedía, incluso para los locales.
También estudiaste cine.
Sí, aunque decidir lo que uno tiene que hacer el resto de su vida a los 17 años es muy difícil. Estudié cine y tenía un amor mucho más grande que ahora hacia él. Me gustaba la idea de contar historias, aunque ahora, pasadas varias décadas, puedo darme cuenta de que intentaba hacerlo en un lenguaje diferente al que tenía en casa. No sólo mi madre era escritora, sino que mi padre era editor y era un hombre que se hizo a través de los libros. Incluso mi abuela era crítica de literatura rusa. Así que yo quería llevar un camino propio, en un espacio ajeno a la familia. Hice cine y producción durante mucho tiempo, me ganaba bien la vida, pero luego llegó la guerra civil siria y tomé otro camino.
Es importante mencionar que en 2022 el mundo árabe es el invitado en la FIL de Guadalajara, y que la percepción que se tiene de éste en América Latina ha cambiado radicalmente en los últimos diez años. Previo a este periodo, era todavía relativamente sencillo hablar de lo que sucedía allí, pero desde la guerra civil siria esto cambió radicalmente, casi nadie sabía explicar lo que pasaba. Desde el año 2000, me di a la tarea de viajar a Libia, Líbano y Siria, éste último país incluso en largas temporadas. Y desde las primaveras árabes había una gran ausencia de recursos que pudieran explicar lo que estaba sucediendo allí. Como muchos hijos de migrantes, sobre todo los de primera generación, me di a la tarea de acercar información en contenido político y noticioso. A partir de allí tengo que tratar de entender cuál es mi propia relación con la guerra civil siria y con mi origen. Así que empiezo a escribir sobre esto. De allí salen dos libros, uno sobre mi origen, familia y formación, otro sobre mi relación con la guerra en Siria. Al principio los había escrito tratando de hacer guiones, porque era la plataforma con la que estaba familiarizado. Pero sin darme cuenta, esos guiones se empezaron a convertir en libros. Así que busqué una editorial y desde entonces, durante una década, he publicado un libro cada año.
A tus ojos, ¿qué nos hermana y nos diferencia a los árabes y latinoamericanos?
Bueno, es claro que hay un vínculo histórico fuerte entre México y Líbano. También existe alguna relación con ciertos sectores sociales de Siria. Tenemos similitudes en las estructuras sociales, centradas en la familia. Para mí, la familia importa mucho más de lo que debería; muchos de nuestros problemas se dan porque nos importa demasiado. Si uno quiere estructurar comunidades políticas, necesita desprenderse del apego familiar. En nuestro caso, ambas son sociedades de mamá y papá, de hijos que se van tarde de sus casas.
También las identifica el hecho de que tienen una relación matriarcal importante y se acompañan en la mesa de domingo o de viernes, donde la comida juega un papel unificador. Al mismo tiempo son sociedades que, por esta misma composición, son ampliamente disfuncionales cuando se alejan de las formas clánicas o tribales. Por eso en ambos casos no sabemos hacer política, lidiar con personas diferentes al círculo cercano.
La relación con la ley es un tanto problemática. En ese aspecto hay algo curioso, donde vienen las diferencias. Las sociedades árabes tienden a una relación dictatorial con la ley, mientras que la mexicana se acerca más a una atmósfera a-legal. En ambas, la corrupción está muy presente, aunque a distintos niveles. Para responderte en corto, hay algo que nos une y es lo siguiente: las cosas de la familia se quedan en familia.
Mi niñez pasó entre la Managua sandinista, el Trípoli de la Libia de Gaddafi, varias ciudades de España Vivir en Ciudad de México, vivir en Damasco. ¿En dónde te resulta más complicada la vida cotidiana?
Tendría que hacer la comparación con el Damasco previo a la guerra, es decir, hace más de diez años. Pues desde entonces no es un lugar vivible. Aunque parecía en algunos momentos tener tintes de normalidad, todavía hay misiles que caen y matan a civiles. Siempre hay casos cercanos, te puedo contar de la amiga de una sobrina que murió por esta causa. Mi sobrina estaba junto a ella en ese momento y milagrosamente no le pasó nada. También puedo contarte que un amigo mío alauita, cercano al régimen, tenía que esquivar francotiradores para ir a buscar un pollo, cuando lo conseguía. Hoy tenemos a una Siria en reconstrucción, increíblemente cómplice de la indiferencia, donde se trata de fingir que no pasó nada durante estos últimos once años. Un país de 23 millones de personas, donde once de ellos tuvieron que salir y hacer su vida en otro lado. Luego llegó el dinero ruso, emiratí, bielorruso, etcétera, que permitió la reconstrucción de Homs, por ejemplo.
Te voy a responder entonces a lo que me preguntas basándome en el Damasco previo a la guerra. En el fondo considero que ambas sociedades son detestables. Creo que hay una mirada viciada hacia la ley, una falla estructural absoluta de saber hacer gobierno, son gobiernos disfuncionales. A pesar de esto, también reconozco una capacidad gigantesca de sus habitantes para poder vivir a pesar de sus propias estructuras sociales, ya sean las del Estado o las de su propia sociedad. Eso hace que, en el caso de ambos espacios, el entendimiento de la vida a través de la corrupción diaria se haya institucionalizado. Esto es mucho más grave en Siria. En México se habla mucho de corrupción, pero no llega a los mismos niveles. El problema de Siria es que el Estado es una dictadura y es absolutamente totalitario. En México tenemos muchos problemas y un coqueteo autoritario, pero no tenemos idea de lo que es el autoritarismo.
En todo caso, creo que ambas son sociedades que no se merecen vivir como viven.
¿En dónde te diviertes más?
Puedo decirte que en México tuve una adolescencia muy divertida, pero si me preguntas ahora dónde me siento más cómodo, ya coqueteando los cincuenta años, tendría que decirte que en los Emiratos Árabes Unidos.
¿De plano?
Sí, totalmente.
¿Dónde preferirías morir?
No tengo prisa, la verdad.
¿Dónde plantarías un olivo?
En Damasco. Supongo que cuando uno se hace viejo, piensa más en los orígenes. Creo que es un asunto de edades. Me he dado cuento de esto en los últimos diez años. En ellos, mis primos emigraron y mis tíos murieron. En este periodo me he hecho más árabe que nunca. Ciertos modos que antes no estaban tan presentes se reforzaron en mí.
Compártenos un poco tu panteón de escritores árabes.
Hay dos fundamentales. Uno de ellos es el poeta sirio Adonis (pseudónimo de Ali Ahmad Said Esber, 1930) a quien considero como uno de los más grandes escritores vivos. El otro es el novelista y ensayista Amin Maalouf (1949), un escritor libanés a quien regreso cuando quiero escribir historias. También te podría mencionar al sirio Khaled Khalifa (1964) quien escribió In Praise of Hatred (2008), sobre la guerra civil en su país.
Algo curioso que te voy a comentar es que las personas de mi edad o que rondan los cuarenta años, tendían a llevar una buena relación con los alauitas. Y mi primer amor platónico de adolescencia fue una mujer alauita.
De ojos verdes, seguramente…
Sí, exacto. Sabes de lo que hablo (risas). Además, varios de mis amigos de la vida práctica eran alauitas y también mukhabarat, es decir, de la policía secreta. Yo he fumado desde muy chico y quienes podían conseguirme cigarros extranjeros eran alauitas. Si tenía dólares y necesitaba cambiarlos, también iba con los alauitas, pues ellos controlaban el país.
Para dejarlo claro, los alauitas son una rama del islam minoritaria en Siria. Sin embargo, tienen las riendas del poder desde hace medio siglo. Bashar al-Assad, el presidente de Siria, es alauita. En efecto, es una minoría muy poderosa. Por ejemplo, hoy en día controlan el mercado mundial del captagón, una metanfetamina muy usada en Oriente Medio. Los primeros años yo estaba seguro de que iba a perder Bashar. Creo que casi todo mundo pensaba que le iba a pasar lo mismo que a Gadafi en Libia o a Mubarak en Egipto. Nadie imaginó el nivel de violencia con el que iba a responder ni el apoyo que tuvo por parte de los rusos. Al mismo tiempo, fue una sorpresa que los americanos decidieran no intervenir en la zona, ya que históricamente lo han hecho. Incluso llegué a temer por los alauitas, que se les fuera a perseguir después de derrocar el régimen que los cobija.
Si tuvieras hijos, ¿dónde te gustaría que crecieran?
Te podría decir que ahí donde no deberían crecer niños: en la Ciudad de México (risas).
Para terminar, ¿qué proyectos tienes en marcha?
El próximo año sale un libro de ensayos juveniles. Creo que hay que explicar algunos conflictos mundiales capitales a los que ahora son adolescentes, para que tengan herramientas que les permitan resolver ciertas cosas en el futuro. Se llama Lo que hicimos mal los adultos, que ilustrará Bef (Bernardo Fernández). También tengo una novela en camino sobre un ateo que se da cuenta que con quien puede hablar mejor es precisamente con Dios, que se vuelve su mejor interlocutor. Además, un ensayo sobre la historia política de las bibliotecas en el mundo, pues son un ejercicio político, de poder. Y bueno, yo ahora vivo de que las cosas no funcionen, pues además de las letras me dedico al análisis político. Y entre México y el Medio Oriente, no temo al desempleo.