Algo está podrido con Silicon Valley

La ruta hacia una sociedad más igualitaria y democrática parecía avanzar al final del siglo XX. El ataque a las Torres Gemelas en 2001, por el contrario, inició una etapa de restricción a la libertad, los derechos humanos, bajo el ascenso de fundamentalismos, reivindicaciones autoritarias o segregacionistas, guerras de todo signo. Nuevos controles y formas de vigilancia han erosionado la posibilidad de una convivencia racional. En ese marco, internet se desplaza a una especie de capitalismo salvaje; limita su libre acceso para abrir paso a cotos privados, servicios de paga —o, en apariencia, gratuitos—que obtienen ganancias fabulosas al tiempo que cancelan la promesa de un espacio de comunicación abierta y colectiva.

Algo está podrido con Silicon Valley. Ilustración: Cristian Ferronato / pixabay.com

La historia de los medios digitales de comunicación arranca con un interés científico y militar, da un giro hacia su uso abierto, por un breve periodo se vuelve un espacio de libertad y posibilidades, pero luego de algunos tropiezos se transforma en un territorio de vigilancia, consumo fragmentado y amurallado. La ilusión de un ciberespacio de información, diálogo y conocimiento para todos se ha diluido ante el dominio de una colección de tecnoemiratos mercantiles y corporaciones piratas, cultos de personalidad, linchamientos públicos, acosadores feroces y leyes caprichosas. A finales del siglo XX, un mundo digital feliz pudo ser posible, sin embargo, la corriente derivó hacia un Un mundo feliz huxleyano, de segregación y gratificación instantánea en línea. Comencemos por un principio este breve repaso de la digitalización de las conciencias.

UNA UTOPÍA LLAMADA WWW

El ingeniero británico Tim Berners Lee imaginó durante los años ochenta un sistema de comunicación basado en el concepto del hiperlink o hipervínculo, y en 1990 creó el algoritmo de una interfaz visual de fácil empleo que llamó World Wide Web (WWW), el cual sería un medio accesible y dinámico para utilizar / recorrer internet con un browser o navegador. No era difícil sucumbir al optimismo y la euforia que presentaba la posibilidad de unir al mundo en un espacio de conocimiento, información y libertad abierto a todos los usuarios. “La información quiere ser libre”, era el lema ciberpunk de la era y los primeros años de la WWW estuvieron marcados por el caos y la serendipia.

Buscar algo requería de buena suerte y paciencia, lo cual no era propicio para el mundo de los negocios. La ambición de empresas como CompuServe y Prodigy se manifestó al tratar de cercar territorios digitales, a fin de ofrecer portales de paga para controlar al usuario con la promesa de facilidad de uso y seguridad. Se trataba de ofrecer un entorno para informarse, hacer compras y relacionarse con otras personas en un solo lugar. Estas arquitecturas no lograron ser suficientemente atractivas y eventualmente se disolvieron en la geografía amorfa del ciberespacio.

No obstante, esa idea fue reciclada y mejorada por las redes sociales. Servicios como Instant Messenger de America on Line (1997) fueron sentando los cimientos de lo que sería el uso cotidiano de la red: la interacción, la monetización y el fraccionamiento de este territorio salvaje. La fiebre del oro digital afectó a muchos financieros que dispusieron fortunas para patrocinar ideas descabelladas con la esperanza de plantar su bandera en internet y explotar un mercado planetario que se abría.

La frenética carrera especulativa que se desató entre 1995 y 2001 llevó a la sobrevaluación de la industria tecnológica digital y posteriormente a la estrepitosa caída de la bolsa. Esto se conoció como la burbuja de los dotcoms, la cual estalló poco antes de los ataques terroristas del 11 de septiembre y arrasó con alrededor del 52 por ciento de las empresas en la nueva economía de las comunicaciones digitales. Fue la primera recesión de internet y mientras algunos pensaban que representaría la muerte de la colonización capitalista de ese espacio, en los hechos detonó un proceso mucho más agresivo de desarrollo e innovación que derivó en la Web2.0 y en el dominio de las redes sociales, las cuales dependían de la explotación del trabajo gratuito de producción de contenido por parte de los usuarios.

La cultura digital de la década de los noventa estaba todavía marcada por un espíritu transgresor y de ruptura, heredado de los clubes de aficionados y hobbystas que ensamblaban sus propias computadoras en las cocheras de sus casas. Los héroes de esta fase eran gente como Steve Jobs y Bill Gates, quienes abandonaron la universidad y no sólo crearon empresas multimillonarias, sino que definieron estilos de vida y trabajo que siguen vigentes. Surgió así una nueva cultura empresarial caracterizada por la juventud, el culto al código computacional, al atrevimiento de los innovadores y a la generosidad intrínseca que supuestamente caracterizaría a las empresas de este sector naciente.

Era una reacción contra la cultura corporativa representada por IBM y otras empresas con rígidas estructuras hegemónicas que dominaban el mercado. El nuevo orden abrió este sector tecnológico al público en general y dio lugar a exigencias laborales sin precedente. Trabajar para estas empresas se volvió un sueño compartido por muchos, pero también apareció un orden de desigualdad que se marcaba, entre otras cosas, porque algunos empleados tenían acciones de sus empresas mientras que otros sólo contaban con su sueldo. Unos cuan-tos eran parte de la empresa y otros eran mano de obra desechable, como se demostró en los brutales recortes de 2022 y 2023.

En los últimos años hemos visto multiplicarse infranqueables muros de paga y filtros que nos impiden acercarnos de manera gratuita o por lo menos razonable a la información y la cultura

ZOMBIFICACIÓN DE LA SOCIEDAD

Así llegamos a un tiempo en el que las redes sociales gratuitas que se mantienen y son impulsadas por anuncios definen la experiencia de la mayor parte de los usuarios de la red. La conveniencia de un sistema sin costo tiene su contraparte en el hecho de que el verdadero producto que venden estas empresas es la información personal del usuario. Mediante esos datos se crea publicidad enfocada personalmente a nuestros gustos y necesidades. Así, mientras veíamos fotos de gatitos, posteábamos imágenes de nuestra cena y discutíamos con ferocidad desde la superioridad moral que nos otorgaban las debilidades ajenas, Facebook se volvía una empresa aún más rica que Walmart, Ford, Tesla y JP Morgan Chase.

El sueño del ciberespacio está, en el mejor de los casos, fracturado, cooptado y colonizado por grandes corporaciones que pregonan la ilusión de un territorio gratuito, de posibilidades interminables, tan sólo para capturar audiencias pasivas e imponerles nuevas formas de consumo más voraces, inmediatas y compulsivas. Durante los últimos años hemos visto multiplicarse infranqueables muros de paga y filtros que nos impiden acercarnos de manera gratuita o por lo menos razonable a la información y la cultura.

Es obvio que producir y diseminar información tiene costos. Los que vivimos de la información y la reflexión no comemos likes. Sin embargo, el sis-tema de monetización que ha surgido, lejos de crear auténticas oportunidades, es un medio de control que rara vez beneficia a los autores y creadores. Sin embargo, ha logrado convencer a estos últimos de que la única manera de competir por un público es participar en una carrera salvaje por alcanzar más amigos y seguidores en las redes sociales; tratar de seducir cibernautas con la esperanza de que se conviertan en compradores de música, libros, arte o lo que sea. En la industria editorial esta práctica se ha institucionalizado hasta el punto en que muchos editores toman sus decisiones para publicar en función del número de seguidores y la actividad del autor en Twitter.

Avanzamos como zombis hacia una red donde será abolida la regla más importante de este sistema de comunicación: la neutralidad. El proveedor o el comisario decidirán lo que se puede ver y la velocidad con que se transmitan los contenidos, de manera que algunos sitios sean fácilmente accesibles y otros de acceso difícil o imposible. Hoy no es un secreto para nadie que los algoritmos de las redes sociales explotan las preferencias políticas para crear cámaras de eco del fanatismo, que empujan contenidos cada vez más radicales (explotando agravios, prejuicios, envidias y nostalgia por mundos imaginarios), así como la confrontación, en vez de fomentar el diálogo, el debate y la conciliación. Este fenómeno hace eco al hecho de que, desde la década de los años 2000, en los canales informativos de la televisión estadunidense por cable, CNN, MSNBC, Fox News y NewsMax, cualquier intento de diálogo entre visiones opuestas ha sido sustituido por propaganda histérica.

Algo está podrido con Silicon Valley

DEL HACKER AL INFLUENCER

Como bien señala Tiziana Terranova, “la infraestructura que hoy constituye la manifestación dominante de la conectividad digital no parece ser lo que en previas décadas se llamaba internet”.1 En su lugar tenemos una serie de servicios privados en línea, que conocemos como plataformas. Así surgió lo que ella denomina el Complejo de Plataformas Corporativas (CPC), controlado por los gigantes tecnológicos (las principales empresas de la información conocidas como el Big Tech o los cinco gigantes, valuadas en conjunto en más de 9.3 billones de dólares): Amazon, Google / Alphabet, Apple, Facebook / Meta y Microsoft.

La vieja arquitectura horizontal entre iguales que fue internet ha sido reemplazada, como señala Terranova, “por la centralidad de la computación de la nube que corresponde al cambio de los dispositivos de escritorio a los portátiles”.2 Estas empresas son antagónicas al viejo modelo de internet, ya que son comunidades cerradas y excluyentes que se dedican al extractivismo salvaje y clandestino de información ajena. Así pasamos de la era en que el hacker era el héroe popular a un tiempo en que el influencer es objeto de admiración e imitación. Una prueba más de que estas empresas son indiferentes por completo al bienestar de la sociedad es que se enriquecieron a niveles descomunales con la desgracia humana que causó globalmente la pandemia.

El desarrollo del CPC actual se caracteriza entonces por ocurrir durante un periodo de economía bélica (la Guerra contra el Terror, durante cuatro gobiernos: Bush, Obama, Trump y Biden), enmarcada por dos graves catástrofes financieras: la de los dotcoms y la recesión mayor precipitada por el colapso del mercado de los bienes raíces y la crisis de las hipotecas subprime (o de alto riesgo) en 2008. A lo largo de este tiempo hubo un crecimiento abrumador en términos de usuarios: en el año 2000 había 361 millones de cibernautas, diez años más tarde había 2 mil millones y en 2023 hay 5.16 mil millones; y lo más importante que debemos saber es que 4.76 mil millones de éstos son usuarios de redes sociales.3

LA GRAN RUPTURA

Si bien durante tres décadas el mundo entero aceptó utilizar los protocolos de comunicación TCP / IP (creados desde la década de los setenta), que administra el grupo ICANN (Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números), situado en California, hoy debido a las tensiones políticas, en especial la invasión bélica de Rusia contra Ucrania y la polarización entre Occidente y el Kremlin, China y Rusia han revivido su propósito de deslindarse y crear sus protocolos propios, ajenos al control estadunidense y europeo. Esto les daría la oportunidad de crear una mediósfera aislada, lo cual sería un método radical de censura a la información que consideran indeseable.

Actualmente China filtra contenido con su Great Firewall (Gran cortafuegos), mientras el gobierno de Putin ha comenzado a ordenar a todos los portales estatales que se cambien a servidores locales, e incluso está creando su propio sistema de nombres de dominio. Esta decisión política resulta riesgosa, implica enormes costos y una ruptura con internet como una forma de adquirir y compartir información, así como dar la espalda a un mercado enorme. Pero es claro que es una decisión ideológica que no se de-be a criterios tecnológicos. Un cisma equivalente ya existe en el mundo de la telefonía celular entre Apple y Google, que tienen servicios con fronteras, exclusiones y limitantes de interoperabilidad, en donde ambas partes quieren mantener a sus clientes cautivos. La aparición de otros protocolos de internet causará que los cibernautas queden segregados por fronteras nacionales, ideológicas, de marcas corporativas e incluso partidos políticos; así, la noción de una realidad compartida se va volviendo una utopía.

LA DESCOMPOSICIÓN DE LOS GIGANTES

De acuerdo con el escritor y activista Cory Doctorow, las plataformas en línea pasan por el proceso que llama enshittification (enmierdación):

Primero son buenas con sus usuarios, después abusan de ellos para beneficiar a sus clientes comerciales (los inevitables anunciantes) y finalmente abusan también de sus clientes para apoderarse del valor total de sus interacciones. Y después se mueren.4

Las plataformas gigantes han creado un sistema de gravedad en el ciber-espacio que regula la totalidad de la mediósfera al imponernos formas de vida, interacción y consumo. Reviso tres ejemplos de su modus operandi.

Según Cory Doctorow, las plataformas en línea primero son buenas con sus usuarios, después abusan de ellos para beneficiar a sus clientes comerciales y finalmente abusan también de sus clientes

LA ESTRATEGIA DE AMAZON consistió inicialmente en seducir a los compradores. Durante años vendía por debajo de los costos y subsidiaba los envíos. Sostenía pérdidas enormes, sin embargo, sus inversionistas financiaban sin cuestionar. Esta empresa fue creada en 1994, pero no fue sino hasta 2003 que comenzó a trabajar con números negros. Su buscador de productos era preciso y confiable. Poco a poco, aun los más escépticos a comprar en línea fueron aceptando la inevitabilidad del ahorro, la conveniencia y atracción de conseguir prácticamente cualquier cosa.

Amazon se convirtió en un poderoso bulldozer que arrasó con todo tipo de tiendas y comercios en el mundo real y digital; impuso una nueva economía de consumo, dictada por la inmediatez, los precios bajos y la fractura de los lazos de fidelidad a librerías, tiendas de discos y, gradualmente, a todo tipo de comercio. En esta fase, el consumidor era el principal beneficiario de un pacto mefistofélico que al eliminar a la competencia nos convirtió en adictos y dependientes de Amazon. Además, el sistema Prime resultó brillante, ya que al incluir por adelantado un pago fijo a los envíos, pocos se aventuraban siquiera a buscar en otros sitios que añadían un cargo por este concepto. Entonces la empresa de Jeff Bezos enfocó su generosidad hacia los vendedores, al ofrecerles un mercado mundial altamente operativo que pedía comisiones bajas.

Una vez convertidos en un poderoso monopolio de todo, optaron por explotar a proveedores y consumidores por igual, en beneficio exclusivo de sus accionistas. Impusieron comisiones de hasta el 45 por ciento y convirtieron a la plataforma en un auténtico coliseo, donde los vendedo-res deben sacrificar ganancias hasta el punto del suicidio para ser competitivos y aparecer en las primeras páginas de una búsqueda, las cuales de cualquier manera consisten casi en exclusiva de anuncios pagados y artículos de Amazon. Además, se han dedicado a plagiar y copiar todo tipo de productos para venderlos a bajo costo (obviamente, sin pagar comisiones).

FACEBOOK, POR SU PARTE, se volvió un atractivo sitio de reunión y encuentro virtual. Grupos y comunidades de personas afines (o más o menos compatibles) proliferaron, crecieron y luego se diversificaron, hasta ser indispensables en la vida de muchos. Una vez solidificada una masa crítica de usuarios, los anuncios y promociones a la medida de cada usuario (con la información recopilada clandestinamente, sin autorización) se multiplicaron en las distintas órbitas sociales de la red.

La gente lo aceptó, como suele suceder, en gran medida porque era gratuito. Una buena parte de esta invasión de anuncios estaba constituida por medios de comunicación (periódicos, revistas, blogs y sitios diversos). Los usuarios empezaron a acostumbrarse a leer artículos y ver videos a través de vínculos que les eran impuestos / sugeridos. Así la circulación de estos medios aumentó y se volvieron dependientes de las visitas que provenían de las redes sociales. Entonces Facebook cortó esas recomendaciones y les impuso cuotas para que volvieran a tener visibilidad, en un claro sistema de soborno y casi extorsión. Además, hay que señalar que mucho de este contenido eran publicaciones radicales que eran motivo de reacciones intensas, a menudo opiniones de extrema derecha, cargadas de odio y perspectivas incendiarias.

Algo está podrido con Silicon Valley

GOOGLE SE FORMÓ en 1998, con una actitud de desafío a la industria y la bolsa de valores; Serge Brin y Larry Page aseguraban que harían lo que se les diera en gana porque eran dueños de un producto prodigioso que no tenía competencia. Decidieron ofrecer beneficios astronómicos y condiciones fabulosas a sus empleados, aunque rabiaran tanto la competencia como los gurús de Wall Street, convencidos de que era una idiotez y una locura.

Su lema fue “No seas malo”, y se esforzaron por respetar ese dogma hasta que fue más importante aumentar sus ingresos, por lo que discretamente lo borraron de su acta constitutiva en 2018. En un principio trataron de mantener a su buscador sin influencia de anunciantes ni intereses, pero eso también cambió con los años. En su momento denunciaron que Yahoo había colaborado como informante con el gobierno chino para encarcelar al periodista y activista, Shi Tao, pero en cuanto tuvieron la oportunidad también fueron cómplices del régimen de Beijing al censurar sitios y espiar usuarios. En 2022 se unieron a la serie de empresas de tecnología que decidieron despedir a miles de empleados; sólo ellos corrieron a 12 mil en 2022.

El gran problema de Google y Facebook es que son incapaces de competir, mientras su espíritu monopolista los hace frágiles y temerosos. Ante la menor amenaza de un competidor o de una empresa con un producto potencialmente interesante o popular, su respuesta instintiva es comprarlo en caliente. Doctorow escribe que Google sólo hizo “un producto y medio exitosos en sus 25 años de existencia (un buscador que fue genial y un clon de Hotmail bastante bueno)”.5

Lo que sí han realizado con destreza es engrandecer las ideas de otros y volverlas operativas a gran escala. Basta considerar, por ejemplo, Google Translate, un útil traductor que emplea redes neuronales con habilidad y que adaptaron de varios antecedentes; desarrollaron Google Docs a partir de XL2Web y Writely; compraron Google Maps a los hermanos Lars y Jens Eilstrup, y Google Earth a Keyhole Corp. Pero han fracasado en prác-ticamente todas sus otras iniciativas, como Google Plus, Google Optimize, Google Hangouts, Google Video (que eventualmente sustituyeron al comprar YouTube) y Adsense.

De hecho, existe un cementerio de los 283 proyectos eliminados por Google: https://killedbygoogle.com/. Si googlear se convirtió en un verbo que significaba buscar en la red, también debería ser sinónimo de descomponer algo que funciona o de mostrar inseguridad. Doctorow señala que la autodeterminación tecnológica se contradice con los imperativos naturales de los negocios tecnológicos, que se enriquecen cuando nos arre-batan nuestra libertad de expresión, de “movimiento digital” y de conexión. En esencia, somos rehenes de las redes sociales y los servicios a los que nos hemos acostumbrado.

La llegada de los chatbots de inteligencia artificial ha causado pánico en los cinco gigantes: consideran que de no tomar las riendas del momento (es decir, comprar toda innovación que los amenace) sucumbirán como los dinosaurios que son. Microsoft pagó diez mil millones de dólares a OpenAI para incorporar su ChatGPT en ese fracaso patético que nadie utiliza a menos de que lo obliguen: Bing. Sin una evaluación racional, Google decidió hacer lo mismo al incorporar a su buscador el chatbot Bard. Así apuestan a que, en vez de buenos resultados en sus búsquedas (como sucedía antes de que las pervirtieran para enriquecerse más), la gente quiere una IA que especule tratando de adivinar, falsifique información y falle al tratar de responder preguntas de las que no entiende una palabra.

Los chatbots son herramientas muy útiles y pueden resultar una ayuda extraordinaria en muchos campos. El problema es que no solucionarán el desastre en que se han convertido los motores de búsqueda que, cada día más inservibles, usan cualquier pretexto para promover contenidos privilegiados, tanto en YouTube y Amazon como en Pinterest. TikTok evidencia de manera notable cómo en poco tiempo un servicio muy eficiente para adivinar lo que querían ver los usuarios optó por mostrarles lo que la empresa quería que vieran.

Los chatbots han causado pánico en los cinco gigantes: consideran que de no comprar toda innovación que los amenace sucumbirán como los dinosaurios que son

MALDICIÓN: LOS TÉRMINOS DE SERVICIO

Shoshana Zuboff definió apropiadamente la economía de las redes como el “capitalismo de vigilancia”, debido al continuo espionaje en línea, gubernamental y, en especial, corporativo. Sin embargo, es importante complementar esa definición señalando que se trata de una economía de la atención, en la que capturar miradas por el mayor tiempo posible es la manera en que las plataformas pagan a sus anunciantes. Terranova apunta que, si bien la información es prácticamente inagotable, “la atención es antes que nada un recurso escaso” y esa escasez “hace que los axiomas de la economía de mercado puedan ser aplicados a la economía de la red”.6

En abril de 2021, Apple se vio obligada a lanzar un sistema que específicamente pregunta al usuario si quiere permitir que su información sea rastreada. Esto significó un cambio monumental en una industria que depende de ofrecer servicios que se suponen gratuitos a cambio de explotar la información personal. Para Meta fue el equivalente a una amenaza de muerte. No olvidemos que la empresa de Zuckerberg se enriqueció de manera inverosímil por “poner anuncios”. Se estima que Apple perdió en 2022 alrededor de 10 mil millones de dólares por esa decisión.

Por su parte, Meta buscará la forma de seguir “ofreciendo beneficios para los usuarios y comercios con anuncios personalizados en las plataformas de Meta”. Sin embargo, la Unión Europea le impuso recientemente una serie de restricciones y multas por su uso indiscriminado y sin consentimiento de la información personal, a fin de venderla a sus anunciantes. No es ésta la primera acción contra las incontables violaciones a la privacidad que se cometen cada día. De hecho, esta comisión ha impuesto numerosas multas a otras empresas, pero en esta ocasión se ataca en específico el espíritu y eje del “capitalismo de vigilancia”.

Hasta ahora, el usuario de Facebook, Instagram o prácticamente cualquier plataforma acepta de hecho la publicidad personalizada cuando se suscribe al servicio, como indican los términos de éste (que nunca nadie lee). Pero el reglamento general de protección de datos, aprobado en 2018, señala que es ilegal vincular términos de servicio con anuncios dirigidos.

Internet, tal como lo conocemos y como lo soñamos, es decir, un bien común accesible a todos, un recurso público compartido y democrático, se encuentra moribundo. En sus horas de agonía somos testigos de un sórdido espectáculo: criptomonedas que cada día parecen más dinero de mentiras, oligarcas digitales fatuos e inteligencias artificiales insertadas en todos los dominios del quehacer, que podrán borrar sectores laborales por completo. La ilusión de un futuro computarizado se acerca a un feudalismo sin mano de obra, una ecología masturbatoria y nihilista, un sistema cerrado, opaco y voraz, instruido por algoritmos despóticos y ambiciosos que recuerdan la hipótesis de imaginar una inteligencia artificial programada para realizar una tarea en apariencia irrelevante, como fabricar clips sujetapapeles y, al hacerlo con tal determinación y eficiencia obsesiva, terminara destruyendo el mundo al utilizar todas las moléculas existentes para fabricar clips.

Notas

1 Tiziana Terranova, After the Internet. Digital Networks Between Capitalism and the Common, Semiotext(e), California, 2022.

2 Ibid., p. 9.

3 https://www.statista.com/statistics/617136/digital-population-worldwide/

4 Cory Doctorow, Tiktok’s Enshittification, 21 de enero, 2023, https://pluralistic.net/2023/01/21/potemkin-ai/#hey-guys

5 https://bit.ly/3LYBptX

6 Terranova, op. cit., pp. 64-65.

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