La conciencia de Zeno

Más allá del "último cigarrillo"

Luego de dos intentos que pasaron inadvertidos, un escritor en ciernes —nacido en Trieste, Italia— había abandonado su vocación literaria. Entonces intervino la fortuna, a través de otro autor que optó por alejarse de su natal Irlanda. El encuentro de Italo Svevo con James Joyce fue decisivo para que ambos consumaran dos obras centenarias que hoy son clásicos modernos. Alejandro Toledo aborda en estas páginas la ruta de esa amistad, las afinidades y la obra del triestino.

Más allá del "último cigarrillo"
Más allá del "último cigarrillo" larazondemexico

Una suerte de colofón de los significativos centenarios que se cumplieron en 2022, sobre todo el del Ulises, de James Joyce, tiene como tema una novela italiana que se publicó, en edición pagada por el autor, al año siguiente, es decir, en 1923. Se trata de La conciencia de Zeno (La coscienza di Zeno), del triestino Italo Svevo (1861-1928). Son muchos los vasos comunicantes entre Joyce y Svevo, y ocurren a diferentes niveles.

El primero, anecdótico, viene del encuentro de estos escritores: Joyce vivía entonces en Trieste, había sido maestro de inglés en la escuela Berlitz y para conseguir ingresos de modo independiente puso un anuncio en el diario, ofreciendo sus servicios. Entre quienes lo contactaron estuvo un comerciante de nombre Ettore Schmitz (o Aron Hector Schmitz), que tenía tratos con Inglaterra por la venta de pintura exterior para barcos, el negocio de la familia de su esposa, y precisaba mejorar su inglés. De esta forma es como llega Joyce a la Villa Veneziani.

En sus conversaciones estos dos hombres se confiesan que escriben. Uno estaba intentando publicar un volumen con sus primeros cuentos, bajo el título de Dublineses, y tenía problemas con los editores, que entonces por ley ejercían en Inglaterra la censura (al ser responsables directos de lo que imprimían), y se esforzaba por concluir su primer ejercicio novelístico, que tituló Retrato del artista adolescente. El otro había publicado tiempo atrás dos novelas, Una vida (1892) y Senilidad (1898), bajo el seudónimo de Italo Svevo, que recibieron de forma unánime el silencio crítico, por lo que decidió retirarse de ese oficio. Así es como nace su amistad.

Presente en ello está Livia Veneziani, la esposa de Svevo, cuyo nombre resuena en Finnegans Wake (1939), en el personaje de Anna Livia Plurabelle. Ella misma escribirá un tomo memorioso, Vita di mio marito (dall’Oglio, 1976), en el que confirma lo aquí referido.

Se cree, además, que Svevo será uno de los modelos del personaje de Leopold Bloom, del Ulises, también dedicado a cuestiones comerciales, quizá por su modo ligero de ver la vida... El mismo Svevo describió a Bloom como un personaje sonriente, y de Zeno Cosini señaló Eugenio Montale que “es un hombre que sabe sonreír respecto a sí mismo y a los demás”. Lo que nos lleva a una de las peculiaridades de La conciencia de Zeno, que es el sentido del humor.

Hay territorios compartidos. Y se crea un curioso espejeo entre uno y otro. Como dice Giancarlo Mazzacurati (en el prólogo a su compilación de los Escritos sobre Joyce de Svevo), este último “le debe mucho... y hoy se comienza a sospechar que, si bien merced a un metabolismo distinto, acaso Joyce le deba algo a Svevo” (Península, Nexos 39, Bar-celona, 1990, p. 6).

Cierro este primer círculo: Joyce, al fin, conseguirá editar Dublineses y Retrato del artista adolescente (en gran parte por los oficios de Ezra Pound), para enfrascarse en el Ulises; Svevo volverá a la escritura, alentado por Joyce, y dedicará entonces parte de su tiempo a su tercera novela: La conciencia de Zeno.

Son muchos los vasos comunicantes entre James Joyce y el triestino Italo Svevo, y ocurren a diferentes niveles

MANZANO POR UN PENIQUE

Voy a mi colección sveviana y encuentro que la traducción casi única del libro al español (me platican de una de Sergio Pitol en la Universidad Veracruzana, que desconozco) se debe a Carlos Manzano: la tengo en Bruguera (1982), en Lumen (2001, revisada), Cátedra (2002) y en Debolsillo (2009)... La de Bruguera trae un prólogo extenso de Eugenio Montale y se está desencuadernando por el uso (como solía ocurrir con los libros de esa editorial); la de Lumen, de pasta dura, con buen papel y una tipografía amable... tiene un problema singular: está mutilada. Supongo que el editor ordenó que se quitara todo aparato crítico, por lo que no hay prólogo, pero además se eliminó el prefacio (de una página), que es realmente el comienzo del libro. En éste, un doctor S. afirma ser aquel de quien se habla en la novela, “a veces con palabras poco lisonjeras”. Refiere haber alentado a su paciente a escribir su autobiografía, confiando en que con esa evocación se refrescaran sus recuerdos del pasado; mas el paciente se sustrae a la cura. Es decir, abandona el tratamiento, escapa. Y en reacción a dicha fuga, el doctor S. publica esas memorias para vengarse; dice incluso: “espero que le disguste”. Y:

Sepa, sin embargo, que estoy dispuesto a repartir con él los elevados ingresos que obtendré con esta publicación, con tal de que reanude la cura. ¡Parecía sentir tanta curiosidad por sí mismo! ¡Si supiera cuántas sorpresas le reservaría el comentario sobre las numerosas verdades y mentiras que ha acumulado aquí! (pp. 77-78, Cátedra; las citas siguientes provienen de la misma edición).

El breve prefacio, pues, omitido en la edición de Lumen, produce un efecto importante: da un contexto turbio a lo que leeremos enseguida, pues se trata, por un lado, de líneas escritas bajo un proceso médico psicoanalítico, y que tendrían que permanecer archivadas como parte de ese tratamiento, ya que en ellas el paciente se expresa con entera libertad para tratar de mostrarse a sí mismo, y al médico encargado, sus procesos internos. Y es, por otro, un acto de venganza del doctor S., quien las hace públicas a sabiendas de que pondrá en graves predicamentos a su paciente y creará una serie de reacciones, seguramente negativas, en su entorno familiar y social. Esto sitúa al lector, además, en esa posición algo incómoda de quien se asoma a unos papeles que acaso no debe estar leyendo. Cada vez que Zeno Cosini, el paciente, revela algo comprometedor, uno imagina a los implicados enterándose, sorprendidos, de tal suceso, que quizá ellos recuerdan de otra manera.

Ilustración para la muestra La conciencia de Zeno. Cien años de un clásico moderno.
Ilustración para la muestra La conciencia de Zeno. Cien años de un clásico moderno.

Ese acto vengativo del doctor S. también es una primera escena cómica en la novela, al retratar a un formal terapeuta envuelto en furia ante el abandono de su paciente y ejecutando su revancha. Ana Dolfi, anotadora del volumen de Ediciones Cátedra, lee con poco humor el prefacio, y apunta:

El intento de resistirse y de oponerse a la cura ocultando los viejos traumas o las pulsiones más secretas del inconsciente (que al ser removidas provocan la neurosis, la histeria, la enfermedad mental) se concreta en la hostilidad hacia el médico. Por otra parte, en los casos freudianos la inicial hostilidad se transforma normalmente en un sentimiento bastante más complejo: de hecho, la autoridad “paterna” atribuida al médico facilita el desarrollo de un transfert emotivo que es esencial para el éxito de la terapia. Es, por lo tanto, muy significativo que en el caso de Svevo el médico confiese que su relación con el paciente esté todavía en el primer estadio de la hostilidad, lo que viene a sugerir indirectamente el absoluto fracaso de la terapia (p. 77).

No sé si le compete a una anotadora literaria efectuar ese “psicoanálisis” del prefacio (o si está pensando en un proceso similar vivido por ella), pues lo significativo, me parece, es cómo Svevo pone en entredicho la formalidad de la relación entre médico y paciente al retratar al doctor S. como un ser capaz de tremendas bajezas con tal de recuperar a aquel que huyó. Es, entre otras cosas, una burla al psicoanálisis, una puesta en duda de sus formalidades. Y el prefacio tiene para mí, entre otras funciones, la de activar ese humor incómodo (de quien se asoma a una intimidad sin tener derecho a hacerlo), que será uno de los elementos claves de la novela.

“U. S.”

Los lectores de Lumen se salvan de esa incomodidad, pues entran en directo a la autobiografía de Zeno Cosini, quien comparte con su creador algunos males. Uno muy específico es la adicción al tabaco.

En Vita di mio marito, Livia Veneziani reseña esa relación conflictiva entre Svevo y los cigarros, que implica tener desde muy joven compromisos siempre serios de evitar, y el fracaso de esas promesas. De ahí que en sus agendas Zeno siempre escriba, como una fecha significativa: “U. S.”, que no es “United States”, sino “ultima sigaretta”. Cree que el cigarrillo tiene su gusto más intenso cuando es el último.

Mis días acabaron llenos de cigarrillos y de propósitos de no volver a fumar y —me apresuro a reconocerlo todo— de vez en cuando siguen siendo los mismos. La ronda de los últimos cigarrillos, formada a los veinte años, sigue en movimiento. El propósito es menos enérgico y mi debilidad encuentra mayor indulgencia en mi viejo ánimo. En la vejez se sonríe uno al pensar en la vida y en todo lo que encierra. Es más: puedo decir que, desde hace un tiempo, fumo muchos cigarrillos... que no son los últimos (p. 86).

Es una ruta compartida por el personaje y el novelista, con un triste final: cuando Svevo está en el hospital, ya desahuciado, luego de un accidente automovilístico (que no fue aparatoso ni implicaba para los afectados, en un principio, mayores complicaciones), pide un cigarrillo, se lo niegan y él dice:

“¡Y ése en verdad hubiera sido el último cigarrillo!”.

Zeno Cosini no sólo escapa del psicoanálisis. Se hace encerrar en una clínica, en la que prometen quitarle la adicción al tabaco, y logra vencer las fronteras que le imponen (sobre todo la de una enfermera de nombre Giovanna, a la que se le ha ofrecido una paga extra por mantener al paciente enclaustrado, pero que sucumbe al coñac), para huir a medianoche.

El de fumar el último cigarrillo no es el único propósito incumplido, sino la síntesis de un ser con múltiples contradicciones. Ya mostramos una: hacerse encerrar para terminar ejecutando su escape. Puede conversar con alguien que padece alguna enfermedad que lo hace cojear, y termina él cojeando permanentemente sin tener dolencia alguna. Es un hijo dedicado, que acompaña al padre en el proceso final; mas el último gesto del padre será soltarle una bofetada. Es un hombre maduro que depende de un tutor, pues su padre desconfía de sus criterios como hombre de negocios y en su testamento fija esa cláusula. O escoge Zeno entre varias hermanas casaderas a una de ellas, a la que cree amar y de la que admira su belleza, como compañera de vida, y no será ella con quien termine unido.

Las cosas no concluyen como él las planea, pero tampoco le va muy mal: la vida ajusta sus designios y es hasta cierto punto benévola con él.

En torno a todos estos sucesos la novela propone mecanismos en los que aquello que es directo se tuerce, y lo más divertido (para el que lee) es ver cómo ocurre. Todo esto al parecer tiene relación con un carácter particular, que es propio de los seres que habitan Trieste, un lugar situado en lo que fueron los límites del imperio austrohúngaro, en donde se habla alemán e italiano, pero con un idioma local, íntimo, como lo es el dialecto triestino. De esos encuentros o desencuentros surge, incluso, el nombre de pluma del propio autor, que es italo, pero también svevo o suabo, de Suabia, al suroeste de Alemania.

Varias veces el personaje duda en acudir al dialecto triestino para expresar mejor sus sentimientos. Una de ellas sucede cuando piensa arreglar con Giovanni Malfenti el equívoco que surge en torno a su interés por casarse con alguna de sus hijas, y dice: “Me preocupaba la cuestión de si en semejante ocasión debía hablar en italiano o en dialecto” (p. 167), pues Svevo creía que cuando hablaban en italiano los triestinos mentían.

Esto también permea toda la novela, que fue escrita en un italiano mentiroso, digamos, y no en ese “dialectucho”, como también le llama Zeno.

Zeno Cosini no sólo escapa del psicoanálisis. Se hace encerrar en una clínica, en la que prometen quitarle la adicción al tabaco, para huir a medianoche

LA PARADOJA OMNIPRESENTE

Según escribió Ludwik Margules,

Los personajes de Svevo transitan en los tiempos de la prosperidad, de la paz y del desastre de la experiencia de la guerra. Zeno, el héroe de La coscienza di Zeno, parece metido en un enredo sin fin; es la víctima de la paradoja omnipresente que rige su vida. El héroe… parece empeñado en una batalla cuya finalidad es la elaboración del material de la paradoja para fundamentar el absurdo que gobierna su vida.

Esto lo señala Margules en unas palabras introductorias a la adaptación dramatúrgica de la novela realizada por Tullio Kezich, publicada por Ediciones El Milagro (en 1993), según la traducción de Hugo Gutiérrez Vega y Lucinda Ruiz Posada. Esa adaptación dio origen, además, a un teleteatro difundido por la televisión italiana que puede verse en YouTube. En éste aparece el elenco original de la pieza, que fue estrenada el 12 de octubre de 1964, en el teatro La Fenice de Venecia.

En la adaptación, la terapia se convierte en el hilo conductor de la historia. Zeno y el doctor S. revisan los pasajes importantes en la vida del paciente; y será al fin el médico quien abandone el proceso, al huir en 1916 a Suiza a causa de la guerra.

EL MILAGRO DE LÁZARO

La novela fue publicada en una fecha imprecisa de 1923 por la editorial Cappelli, en Boloña, con cargo al autor. No tuvo un éxito inmediato, y pareció compartir el destino de los libros anteriores de Svevo. Sólo hubo en es-te caso, en los primeros meses, un par de notas elogiosas.

En un número monográfico de Cahiers pour un temps (Centro Georges Pompidou, marzo de 1987), dedicado a Italo Svevo y Trieste (con colaboraciones de Eugenio Montale, Nino Frank, Claudio Magris y Mario Fusco, entre otros), cuenta esto Letizia Schmitz, hija del escritor, al ser entrevistada por Jean Clausell:

Cuando mi padre publicó La conciencia de Zeno encontró la misma indiferencia de los críticos, sin contar los artículos elogiosos de Benco y Pasini. Envió un volumen a Joyce a París, quien en-tusiasmó a Crémieux y Larbaud. Gracias a ellos la obra se tradujo y apareció en 1926 en Francia, lo que lanzó definitivamente a mi padre. Así, en el prefacio de la segunda edición, papá pudo escribir que Joyce había realizado en él el milagro de Lázaro, resucitándolo de su tumba (p. 181).

En París, Svevo pudo departir con James Joyce, Benjamin Crémieux, Valery Larbaud y Paul-Henri Michel, el traductor de Zeno. “Esta atmósfera amigable lo reconfortó”, dice Letizia. Y el reconocimiento en Francia impulsó otras traducciones, lo que lo llevó a ser atendido en Trieste y en Italia. Aunque de esto aclara Eugenio Montale (en el Circuito de la Cultura y de las Artes en Trieste, en ocasión del centenario del nacimiento de Svevo, discurso que funge como prólogo a la edición de Bruguera):

Sobre Svevo yo he escrito en muchas ocasiones, estando él vivo y después de su muerte, y alguien ha tenido la indulgencia de recordar que el primer examen de conjunto de la obra sveviana aparecido en una revista de difusión nacional lleva mi firma y se publicó en noviembre de 1925, un poco antes que el breve ensayo de B. Crémieux, que en 1926 provocó en París el llamado “Caso Svevo” (p. 5).

James Joyce e Italo Svevo, collage.
James Joyce e Italo Svevo, collage.

Y es cierto: en el número de Cahiers pour un temps son recuperados sus escritos de noviembre-diciembre de 1925 (de L’Esame) y de enero de 1926 (Il Quindicinale).

Así, fueron varias las voluntades que hicieron resucitar a Lázaro. Algo similar se había operado en 1922 cuando Ulises apareció en París, y Joyce aseguró que había tomado la técnica del monólogo interior de un autor francés, Édouard Dujardin, y en especial de su novela Han cortado los laureles (Les lauriers sont coupés, 1887), lo que revivió literariamente a Dujardin, entonces profesor de historia de las religiones en La Sorbona.

Una resurrección fallida, por cierto, es el tema del cuento de Svevo “Una burla lograda”, en el que unos amigos engañan a un compañero suyo, escritor casi sexagenario, con la noticia de que un editor alemán lo busca para proponerle el relanzamiento europeo de un viejo libro suyo. Hay incluso una reunión, en la que un tipo grotesco se hace pasar por el editor y le ofrece algo que parece ser un contrato; y los sueños literarios del protagonista, Mario Samigli, se despiertan. Cree que ha llegado su momento:

Toda la historia de la literatura estaba atestada de hombres célebres y no desde el nacimiento precisamente. En determinado momento se había fijado en ellos un crítico en verdad importante (barba blanca, frente alta, ojos penetrantes) o un hombre de negocios sagaz [...] y enseguida alcanzaban la fama. En efecto, para que ésta llegue, no basta con que el escritor la merezca. Es necesario el concurso de una o más voluntades ajenas que influyan en la masa inerte de los que después leen las obras elegidas por los primeros, cosa un poco ridícula, pero que no tiene vuelta de hoja. (Todos los cuentos, Gadir, 2006, p. 174).

No le ocurre a Samigli, como víctima de una broma bastante pesada, y sí a Svevo, quien disfrutó por unos (pocos) años, gracias a Joyce y a otros, de la fama pública.

“PAREZCO UN MEXICANO”

El humor sveviano es resultado de sofisticadas coreografías que se crean entre los implicados en una escena. En el capítulo del tabaco está el modo como Zeno logra desarmar el fuerte cerco impuesto por la enfermera Giovanna, los diálogos entre ellos (ejecutados muy probablemente en dialecto triestino), la petición de cigarrillos y la aparición de la botella de coñac, que agotan entre ambos, pero más ella, hasta producirle sueño... Y la puerta, que parecía un cerco infranqueable, se abre.

En el capítulo sobre la muerte del padre, la coreografía se complica al intervenir otros participantes, pues a Zeno y a su padre enfermo se agregan María, la camarera, y Carlo, el enfermero. Afuera, el viento y la tormenta marcan su presencia al interior de la casa. Todo esto se conjunta hasta llegar a “la terrible escena” que Zeno no olvidará nunca.

Un momento muy curioso (que de la novela salta al teatro) es cuando el padre se recupera momentáneamente, gracias a las sanguijuelas, y se mira en el espejo.

Fueron varias las voluntades que hicieron resucitar a Lázaro. Algo similar se había operado en 1922 cuando el Ulises, de Joyce, apareció en París

“¡Parezco un mexicano!” —dice.

Me pregunto, y no encuentro la respuesta: ¿qué significará para el señor Cosini parecer un mexicano?

En el capítulo siguiente, el del matrimonio, se añadirán otros participantes, y por ello mismo el juego se complica, pues están Giovanni Malfenti y su esposa, las cuatro hijas casaderas (en realidad tres, pues una es aún menor de edad) y un visitante inesperado, de nombre Guido Speier. Tiene Svevo la habilidad de dar a cada parte acciones significativas, y con la suma de ellas se construye un momento complejo.

De situaciones de uno a uno (Zeno y el doctor S., Zeno y la enfermera Giovanna), crece el elenco hasta cuatro personas (el protagonista, su padre, la camarera y el enfermero) y se llega a una escena familiar en la que está por resolverse un asunto crucial en la vida del protagonista, cuando decide hacer por fin la propuesta matrimonial. Hay en todo esto, por el modo como el juego se complica, una suerte de crescendo, en el que se agregan personajes (como la amante y su madre o la secretaria de Guido, entre otros). La novela se va abriendo al mundo y sus complejidades; su punto de arribo es el caos de la guerra.

La conciencia de Zeno, como expuso en 1961 Eugenio Montale, “es una gran comedia psicológica y de costumbres, una representación que no tiene un comienzo auténtico y no acaba propiamente”.

Es una novela de recorridos dobles que se entrecruzan: por el interior del personaje y el alegre drama triestino.

Hay que volver a ella, y al mismo Svevo, una y otra vez.