Los libros iluminados de William Blake

Al margen

William Blake, Dante huyendo de las tres bestias, tinta, acuarela y lápiz, 1824-1827. Foto: Fuente: commons.wikimedia.org

“William Blake es por mucho el mejor artista que el Reino Unido ha producido”, escribió alguna vez Jonathan Jones, crítico de arte del periódico The Guardian. Personaje de ideas controvertidas para su tiempo, el reconocimiento no le llegó en vida; sin embargo, hoy se le concede un lugar central en la producción artística universal y su influencia se expande más allá de los confines de la isla británica. Ésta se encuentra, sobre todo, en el ámbito de la gráfica y en especial de la que acompaña a la letra impresa, pues se le considera precursor de los libros de artista. Por ello, antes de que termine el mes del libro, vale la pena sumergirnos en el fantástico mundo de William Blake.

ERA UN VISIONARIO —de forma bastante literal. Desde los cuatro años decía haber experimentado la presencia de Dios en su ventana y con el tiempo serían los ángeles quienes se le aparecerían. Las visiones se convirtieron así en un elemento fundamental para su producción y las figuras del mundo espiritual comenzaron a poblar su muy vasto universo creativo.

Nacido en el Londres de la Ilustración, en 1757, sobra decir que su pensamiento, más cercano al espiritismo que al racionalismo, fue muy polémico. Para Blake, entender la realidad sólo desde el conocimiento empírico era un sinsentido; la imaginación era para él lo más importante que tenía la humanidad, un vehículo para liberar su potencial. Por lo tanto, desde su perspectiva, la racionalidad predicada por pensadores de la Ilustración no era más que una camisa de fuerza para la existencia humana, una forma de imponerle límites. Así, mística y creación son conceptos que se entretejen intrincadamente en su obra.

Sus ideas espirituales en torno a la producción artística lo han ubicado en la categoría de los románticos, pero lo cierto es que el trabajo de Blake es difícil de encasillar. Si bien comparte ciertos rasgos con el romanticismo de su época, sobre todo una suerte de rebeldía frente al statu quo, fue un personaje que más bien habitó en los márgenes. Sus estudios en la Academia Real de Arte, por ejemplo, fueron truncados por decisión propia ante la rígida educación que promulgaba los valores estéticos del neoclasicismo.

Cansado de copiar las obras y el estilo del pasado grecorromano se volvió a refugiar en el grabado, oficio en el que había comenzado a formarse como aprendiz en un taller, desde muy joven. A través de los impresos se había encontrado con la obra de Durero, Rafael y los artistas anónimos del gótico medieval, referencias que marcarían sus intereses plásticos; para el academicismo de su época, esos artistas no sólo eran anticuados, sino que se vinculaban con un oscurantismo contrario al pensamiento ilustrado y el cual éste buscaba erradicar. Desde luego, esto lo hacía más atractivo para Blake, que encontraba más inspiración en la magia que en la razón.

Era un visionario —de forma literal. Desde los cuatro
años decía haber experimentado la presencia
de Dios

Los márgenes estéticos en los que se ubicaba su obra lo convirtieron en un forastero del mundo del arte de fines del siglo XVIII e inicios del XIX; estuvo continuamente sometido a duras críticas, por lo que pocas veces fue valorado entre el gremio de los marchantes y los mecenas.

No vendió mucho y la única exposición individual que tuvo en 1809 no únicamente fue autogestionada —la montó en la mercería de su hermano—, sino que tuvo nulo éxito comercial. Era, pues, el epítome del artista incomprendido, tachado como un loco por sus contemporáneos debido a su pensamiento radical —bueno, las visiones de ángeles que le hablaban desde los árboles tampoco ayudaban a aminorar esa fama.

Sus peculiares intereses y reflexiones religiosas lo llevaron también por el camino del escándalo e incluso lo convirtieron en un personaje incómodo. A menudo malinterpretado como un proclamador de la herejía, lo cierto es que Blake nunca renegó de la fe cristiana; al contrario, la idea de Dios era central a su pensamiento, aunque es innegable que su interpretación era asimismo poco ortodoxa.

Es a través del cristianismo que Blake se convirtió en un opositor a la esclavitud, por ejemplo, y también fue uno de los precursores de lo que después se llamó amor libre e incluso de lo que hoy conocemos como poliamor.

LAS IDEAS DE BLAKE circularon en su tiempo a través de la escritura, una parte fundamental de su práctica artística, pues también fue un poeta prolífico. Es precisamente esta doble vocación creativa, por las artes plásticas y la poesía, la que nos lleva a su legado en el ámbito de los libros. De hecho, no existían dos caras de su obra, sino que él las concebía como una sola práctica. Esta idea le obsesionó al grado de buscar la manera de producir piezas en las que texto e imagen pudieran ser una y la misma; es así como nacen los libros iluminados. Jugando con el doble sentido de la palabra, de la iluminación espiritual e intelectual y la de la ilustración gráfica, Blake desarrolló una técnica conocida como grabado en relieve para integrar su poesía a su obra visual, sin distinción entre una y otra. Esto también le permitiría autopublicarse, una preocupación constante ya que el poco éxito que gozó fue como ilustrador de libros de otros —destaca su trabajo para La tumba, de Robert Blair, en 1808—, pero éste se vio manchado por la difícil relación que mantuvo con los editores, de quienes temía que le robaran sus ideas. Los libros iluminados sentaron las bases para generaciones de artistas que a partir del siglo XIX y con mayor fuerza en el XX experimentaron con el libro como soporte para el arte visual.

Además de desarrollar su propia producción editorial, Blake continuó ilustrando títulos de otros autores, legándonos una de las mejores reinterpretaciones visuales de un clásico de la literatura universal: La divina comedia.

Gracias al apoyo de un mecenas que llegó un poco tarde a su vida, en 1824, el artista al fin pudo dedicarse de lleno a crear su propia visión de los versos de Dante; realizó un centenar de ilustraciones de una riqueza visual incomparable. Su muerte, en 1827, dejó la obra inconclusa, pero a pesar de ello pudo legar una impronta indeleble en la ilustración editorial.