UN PRINCIPIO FILOSÓFICO
No siempre son las sombras las que nos atormentan:
también las luces, cuando su brillo es excesivo,
nos impiden ver lo que tenemos enfrente. Si
yo quisiera sacar de esto una conclusión, como hacen
los que piensan en el mundo, diría es en ese equilibrio de sol y de oscuridad que alcanzamos a ver
el camino que tenemos que seguir; pero como no sé
si hay alguna conclusión que pueda ser definitiva,
y como sé también que, en algunas circunstancias,
la verdad es tan cierta como su contrario, prefiero
abstraerme de estas frases que surgen de ninguna parte
y dejar las conclusiones para quien quiera extraerlas. En verdad,
será también lo mismo que haré cuando, después de
poner el punto final a lo que estoy diciendo, descubra
que mi punto de partida no tiene nada de oscuro,
y que no necesito de ninguna luz para saber que, en verdad,
los árboles crecen, incluso de noche, cuando el cielo
no les da el sol que necesitan para vivir.
REMORDIMIENTO NOCTURNO
Tú, a quien la noche cedió la más
pura de sus imágenes, y extendiste la mano
en el vacío para tomar lo que pasara más cerca
de tus sueños: abre los ojos, yergue
tu cuerpo, busca en lo más recóndito
de ti la palabra que se perdió, en algún
rincón de tu vida, antes de que el musgo
del tiempo la borre.
Tal vez sea sólo un nombre, tal vez
sea el sinónimo del amor que no osaste
confesar, o la respuesta a la pregunta que
te hicieron y dejaste hundirse en el silencio
para que nada cambiara en tu vida; y
sólo ahora, cuando la noche viene a tu encuentro,
recuerdas que podía haber sido otra cosa, si hubiera sido otro el camino.
Podía haber sido el azar, una distracción,
un mirar a lo lejos, y de pronto no había nadie
frente a ti. Ahora, sin embargo, vuelve a extender
la mano, y toma lo que la noche trae en su vacío,
sólo para saber, de nuevo, cuál es la palabra que
no dijiste, el gesto que no tuviste, la mirada
distraída a cuanto estaba a tu alrededor, como si
alguna de esas cosas pudiera cambiar tu vida.
EL CUADRO
Aprendo con las manos la gramática de tu cuerpo,
separando oraciones y dividiendo sílabas. Atravieso
la conjugación de tus senos, me pierdo en el gerundio
de tus cabellos, me equivoco, a veces, al enunciar
los verbos. Pero acepto tus correcciones, y regreso
al principio de la frase cuando me dices que tengo
que regresar a poner acentos y comas, o que me
equivoqué en los complementos. En efecto, no es
fácil esta gramática que recorre la lengua
del amor, la única que no necesita
de diccionarios y que, a veces, no necesita
de palabras. “Entonces”, preguntas, “¿para qué sirve
todo este trabajo?”. Pero cuando te respondo
que todo tiene que hacerse según las reglas,
y que hasta la gramática del amor las tiene,
vas al cuadro y borras todo lo que ahí estaba,
para recomenzar, como si todavía no supiéramos
cómo se llena el cuadro blanco.