Virgina Hill: La reina de la mafia

En la tradición de la crónica policiaca y la literatura noir, estas páginas conjugan una franja de la historia nacional —y al mismo tiempo completan el retrato de un personaje, que aparece tangencialmente en el libro del autor, Mi vida no tan secreta. Luego de la Segunda Guerra Mundial, los gánsters de la mafia estadunidense buscan ampliar su mercado y operaciones, en particular hacia México y Cuba.Una figura seductora protagoniza el relato, en el contexto de la modernización que introdujo, en los altos niveles políticos y sociales de nuestro país, nuevas modalidades de la delincuencia y el hampa

Virginia Hill (1916-1966).
Virginia Hill (1916-1966). Foto: clarin.com.

En octubre de 1946 arriba a la ciudad de Camagüey, Cuba, el capo di tutti capi, Lucky Luciano, con vuelo directo de Nápoles a Río de Janeiro antes de llegar a la reunión cumbre de la mafia, en La Habana. Iba extraditado por el gobierno estadunidense luego de liberarlo de la prisión de Great Meadows, Nueva York. Así correspondía la intermediación de Luciano para facilitar el desembarco del ejército gringo en Sicilia, durante la Segunda Guerra Mundial.

Del 22 al 26 de diciembre de 1946, el Hotel Nacional hospeda a más de quinientos miembros del Sindicato del Crimen de Estados Unidos. El propósito era ampliar sus negocios, modernizarlos y aprovechar las ventajas que ofrecen Cuba y México. Frank Sinatra ameniza la mayor reunión cumbre en la historia del hampa surgida en Estados Unidos. El cantante regala pitilleras de oro grabadas con dedicatorias a Lucky Luciano, Meyer Lansky y algunos más, como señal de respeto.

Entre las decisiones que se tomaron ahí se cuenta la de eliminar a Bugsy Siegel, quien administraba el lujoso hotel Flamingo, en me- dio de la nada, en Las Vegas.

El 20 de junio de 1947, luego de pagar la cuenta en el lujoso restaurante Ocean Park, Bugsy Siegel fue a su mansión de Beverly Hills en compañía de Chuck Hill, hermano de la amante y cómplice de Bugsy, Virginia Hill; de Jerry Mason, secretaria de aquélla, y Allen Smiley. Bugsy pidió a Chuck y Jerry que lo dejaran hablar a solas con Allen Smiley. Instalado en los mullidos sofás tapizados de seda, pensaba de modo obsesivo en su amante Virginia, la hermosa mujer y opera- dora financiera que en un arrebato de enojo contra él, dos semanas antes tomó un vuelo a Europa.

Bugsy dormitaba frente a las amplias ven- tanas abiertas y de pronto despertaba para llamar por teléfono —inútilmente— a Virginia. Se sirvió un whisky con hielo y comenzó a elogiar a su cuñado, quien bajo sus enseñan- zas se había convertido en todo un playboy en cada territorio donde Siegel tenía influen- cia y control: la Ciudad de México, Acapulco, La Habana, Las Vegas. Hizo otra llamada para preguntar cómo iba el Flamingo. Un fracaso. De pronto, varios disparos de un rifle calibre 30-30 con mira telescópica y silenciador en- traron por las ventanas que daban al jardín. Lo acribillaron en uno de los sillones de la estancia. Una bala atravesó su ojo derecho y lo hizo saltar veinte metros. Bugsy rodó so- bre la alfombra bañada en sangre. Smiley sal- vó la vida sin recibir un solo tiro. No se sabe si fue negociado con los jefes. Smiley intentó llamar a Virginia, sin respuesta. En ese mo- mento, hombres de confianza de Meyer Lans- ky tomaron la dirección del hotel.

AÚN QUEDABA QUÉ HACER con Virginia Hill. Luciano quería recuperar el dinero que ella había robado a la mafia. Le pidió a Lansky que la presionara “hasta que entregue el último dólar que nos robó”, dijo.

Lansky llamó por teléfono al sicario que se encargó de Siegel para ordenarle recobrar el dinero que Virginia tenía en cuentas suizas. “Recupera sólo el dinero. Después te diremos qué hacer”. El hombre que disparó contra Siegel era Carmine Galante, quien se convertiría en jefe de la familia Bonanno en 1974, hasta su ejecución cinco años después.

A su vez, Tony Accardo dio la orden a Joe Epstein que acompañase a Galante en la cacería contra la mujer. Al día siguiente, ambos volaron hacia Europa.

Ella se había escondido en un hotel de París; poco tiempo después, mientras paseaba por la plaza Vendôme, Galante la tomó del brazo y la empujó a la parte trasera de un auto negro. Entraron en un restaurante discreto y Hill se sintió aliviada al descubrir, al final de una barra, a Epstein con el auricular de un teléfono colgando de su mano derecha. Accardo la empujó hasta él.

—Alguien quiere hablar contigo —dijo Epstein. La voz de Lansky fue implacable al otro lado del auricular:

—Devuélvenos lo que es lo nuestro y te dejaremos vivir tu vida. No te enfrentes a nosotros. Entrega el paquete a Joe. Si no lo haces, Carmine se encargará de que lo hagas.

Virginia colgó y le prometió a Epstein que en tres días y en ese mismo restaurante le entregaría un maletín con el dinero.

Escapó de París. Durante tres días la esperaron sus captores sin tener resultado. Pasaron tres semanas después de su desaparición. Se fue a refugiar en su casa de Lucerna, creyendo que la mafia no conocía esa propiedad. Una mañana, mientras ella se relajaba nadando en la piscina, sonó el teléfono. Fue a contestar y su rostro palideció. Era Lansky.

—Hola, Virginia. No te asustes, pero si miras por la ventana podrás ver en el interior del coche a Joe y Carmine. Te lo advierto por última vez: o devuelves el dinero que nos robaste o Carmine saldrá del coche y te hará una visita.

Epstein y Galante tenían la orden de no perderla de vista. Debían acompañarla a un banco de Ginebra y recibir el dinero en un maletín. Una vez que lo tuviesen en su poder, debían llamar a Lansky para recibir nuevas instrucciones.

En el maletín había 720 mil dólares de los 810 mil robados al Flamingo.

Lansky volvió llamar a Hill:

—Nos debes noventa mil dólares, que irás pagando a plazos. Nos da igual cómo los consigas, aunque tengas que hacer de puta. Cuando hayas devuelto todo el dinero, no podrás regresar a Estados Unidos. Si alguna vez regresas, Carmine te hará una visita.

Lansky colgó.

Virginia Hill (1916-1966).
Virginia Hill (1916-1966). ı Foto: Especial

VIRGINIA LLEGÓ A LOS ÁNGELES en 1933, con poco más de dieciséis años. Era una pueblerina que nació en Limpscob, Alabama, el 26 de agosto de 1916 (otras fuentes mencionan Kentucky, así como el pueblo de Marieta, Georgia). Llevaba una pequeña valija, huyendo de las violaciones a las que la sometía el padrastro. Comenzó a trabajar como edecán en la Feria Mundial de Chicago. Ahí conoció a Joe Epstein, uno de los más famosos corredores de apuestas de la ciudad. Se enamoraron y él se convirtió en su mentor.

En 1937 le presentó a Frank Costello y a Bugsy Siegel en un bar de Nueva York. Virginia le había pedido que le presentara a Siegel, con quien luego aseguraba que había tenido el mejor sexo de su vida. Meses después abandonó a Epstein para seguir a su nuevo amante y cómplice en la aventura del Flamingo. Ya antes había trabajado como correo para Al Capone, trasladando grandes cantidades de dinero, joyas y pieles para “apuestas de protección” entre Chicago y Nueva York.

Su trabajo como mensajera con Adonis, Costello, Nitti y otros le ganó el mote de la Reina de la mafia. Le gustaba la poesía y la literatura, era versada en las obras de Alejandro Dumas y Jane Austen. Coleccionaba primeras ediciones y obras originales de Renoir y Van Gogh, entre otros. La presencia de Hill fue fundamental en la transformación del México moderno en asuntos como narcotráfico, juego, lavado de dinero, prostitución, espionaje, corrupción a altos niveles políticos y empresariales. Una visionaria.

Gastaba a manos llenas sin rendir cuentas, pero Siegel no sabía que su amante y administradora estaba engordando dos cuentas secretas en Suiza. Bugsy comenzó a gastar de más y su gran amigo, Meyer Lansky, salió a cubrir los desfalcos de su propia bolsa y comenzó a presionarlo para que terminara la obra del hotel o ellos podrían acabar muertos. La inauguración del inmueble sería el 26 de diciembre. Murray Humpries, el hombre de Chicago enviado por The Mob para cuidar sus intereses, informó de las presiones que sufría Siegel y la certeza de que una tal Virginia Hill desviaba dinero del casino. No se sabía si esto era con el consentimiento de Siegel.

Según Lansky, Hill había depositado 600 mil dólares en un banco de Los Ángeles, que luego retiró para llevarlos en una maleta a Zurich, Suiza. “Beny [Bugsy] es un inocente o un estúpido por dejarse estafar por una puta... es como mi hermano, mi mejor amigo, y no olvidemos que ha sido uno de los mejores de nuestro negocio; pero cuando sus amigos, sus mejores amigos, ya no pueden confiar en él, lo mejor es decretar su sentencia de muerte”, concluyó.

El 24 de diciembre de 1946 se celebraba la fiesta en el Hotel Nacional de La Habana. El derroche amenizó el espíritu navideño de los asistentes. El 26, todos los jefes de la Cosa Nostra esperaban noticias de Las Vegas. Se prometía una inauguración fastuosa en el Flamingo. Estaría la orquesta de Xavier Cugat y su despampanan- te esposa, Abbe Lane, como cantante. Jimmy Durante haría cuatro actuaciones durante la noche interminable para entretener a los invitados. George Raft, actor famoso por sus interpretaciones como gánster en el cine, pasaría saludando de mano y haciendo chistoretes a los presentes más distinguidos.

Comenzó a trabaja como edecán en la feria de Chicago. Conoció a Joe Epstein, uno de los más famosos corredores de apuestas de la ciudad. Se enamoraron.

A las tres de la mañana de La Habana, Siegel llamó a Lansky. No había asistido nadie a la inauguración en Las Vegas. Ni Cugat, ni siquiera Raft, amigo de Siegel. Sólo veinte personas, entre los que se contaban meseros, habían acudido a un día lluvioso en el Flamingo, con sus alfombras enlodadas.

NO HUBO GANANCIAS, así que la suerte de Bugsy Siegel estaba echada, por de- cisión de Lucky Luciano y Tony Ac- cardo, jefe de la familia de Chicago.

Poco antes de su muerte, Siegel manejó a casa su elegante sedán negro, hizo una parada en una barbería de Beverly Hills. Una hermosa mulata adolescente le hizo manicura mientras lo afeitaba su amigo Harry Drucker. Les gustaba discutir sobre boxeo y beisbol mientras tanto.

Drucker había sido boxeador amateur pero era mejor degollando con la navaja clientes indeseables por Siegel. Al final, satisfecho de su imagen de galán sofisticado, repartió generosas propinas y siguió a su domicilio con Virginia en North Linden Driven, Beverly Hills. Disfrutaba esa mansión en sus estancias en la ciudad angelina. De camino compró Los Angeles Times.

Virginia se enteró en París del homicidio y sufrió un colapso nervioso, no tanto por la noticia sino más bien por las consecuencias que podría traerle; era un oráculo. Bugsy manejaba todo a nombre de la cúpula mafiosa. Ella odiaba el Flamingo por estar en pleno desierto y ser alérgica a los cactus.

El sindicato se procuraba opio en bruto en Turquía y Grecia, lo expedía a México y desde ahí lo traficaba a Estados Unidos. Bugsy y Virginia se encargaban de todas las operaciones. Usaban aviones y camiones con doble fondo en los tanques de gasolina. Desde laboratorios clandestinos, principalmente en Nueva York, el opio se convertía en heroína, la droga más deseada en ese país.

Por ese mismo año de 1947, la Costera Miguel Alemán tenía unos meses de haber sido inaugurada y Acapulco se presentaba como el puerto turístico más importante del mundo.

Esa playa estaba por explotar como la Costa Azul mexicana. A la Perla del Sur llegaría el jet set internacional, las drogas duras, la prostitución de lujo. Espionaje, intrigas políticas. Farándula y política mexicanas apuntalan su complicidad con la mafia para tejer una red criminal internacional que hasta hoy es redituable en millones de dólares. Incluía al presiden- te de México, Miguel Alemán, Meyer Lansky, Frank Costello, Virginia Hill, Orson Welles, Rita Hayworth, Lana Turner, Errol Flynn, Cantinflas, Johnny Weissmüller, María Félix, Tintansón Crusoe y Johnny Stompanato —asesinado de una puñalada en 1958 en Los Ángeles por Cheryl Crane, la hija de Lana Turner. Fue un gánster de poca monta, guardaespaldas del mafioso Mickey Cohen, a quien James Ellroy usó como personaje en relatos y novelas, al igual que a Stompanato.

NO FALTABA MUCHO para que Miguel Alemán, en contubernio, entre otros, con un notario de apellido Palazuelos y el director de la Junta Federal de Mejoras Materiales, Melchor Perrusquía, El emperador de Acapulco, regalaran terrenos ejidales al petrolero Jean Paul Getty, y despojaran a los campesinos de esas tierras para construir el lujoso hotel Pierre Marques. Actores como John Wayne, Johnny Weissmüller, Cary Grant y otros más se despacharon con la cuchara grande gracias a la corrupción gubernamental, para asociarse y edificar hoteles como el Flamingo —el mismo nombre del hotel de Las Vegas—, el Casablanca y otros más. Era un plan a todo lujo para invadir Acapulco con casinos y hacer del puerto el Montecarlo tropical. El cerebro de todo era Frank Costello, máximo gánster de la Cosa Nostra, quien pasaría unas semanas en México como incógnito para supervisar los negocios en marcha.

Virginia Hill ya había estado en el país por su cuenta. Desde finales de los años treinta, se había asociado con el militar mexicano Luis Amezcua Torrea, que poco después le abrió las puertas de Los Pinos. En 1940 contrajo matrimonio con Carlos Valdez González, un bailarín homosexual que utilizaba como alcahuete. Lo había conocido dos años antes en un viaje del bailarín a Chicago. Poco después, su hermano Chuck se casaría también en México, con la actriz Susana Cora.

En 1949 comenzó la persecución sobre la diva de la mafia.

ELLA SE INVOLUCRÓ DE INMEDIATO con empresarios millonarios, en particular con el judío Alfred Cleveland Blumenthal, extraficante de alcohol en Nueva York durante la Prohibición, que hizo fortunas con salas de cine y prostíbulos donde realizaba películas pornográficas. Se movió a México para evadir impuestos y emprender nuevos negocios de su estilo. Se le consideraba el más próspero empresario de hoteles y clubes nocturnos en el Distrito Federal y Acapulco. Tuvo como centros de operaciones el Hotel Reforma y su exclusivo centro nocturno, el Ciro’s, así como el Casa- blanca, un cabaret en Acapulco. Blumenthal, como su seudónimo M. I. K., traficaba con drogas y tenía sobornados agentes mexicanos y químicos que procesaban estupefacientes en una farmacia de la calle Corregidora, entre Correo Mayor y Academia, en el Distrito Federal: El Fénix, de su pro- piedad, que tomaba el nombre de la organización farmacéutica más gran- de de la capital.

Ella movía enormes cantidades en efectivo y no había manera de rastrearlo. Lo mismo ocurría con los clientes adinerados que habían pasado por su cama

Blumenthal regenteaba la vida nocturna de la capital y del puerto; presentó a Hill con la crema y nata de la sociedad mexicana. Un séquito de fotógrafos y reporteros de sociales los seguían como sabuesos por todas partes. Mink, casimires ingleses, champaña, dólares y candilejas. En el fondo, ella soñaba con ser actriz de Hollywood, pero nunca se dio el tiempo. Amaba más el dinero y las bacanales.

Virginia tuvo desde su segunda visita a México la única encomienda de establecer los contactos adecuados para el funcionamiento sin fallas de la inversión de la mafia. No resulta difícil imaginar la caricaturesca pretensión del jet set capitalino arropado por el naciente priismo.

Lansky fue el cerebro financiero que infiltró el dinero de la mafia en América Latina. En aquellos años comenzó a incrementarse el consumo de drogas en México. María Dolores Estévez Zulueta, conocida como Lola, La Chata, controlaba el tráfico de cocaína, heroína y mariguana en la capital desde un humilde puesto de comida en el mercado de La Merced. Buena parte de esa droga entraba por Acapulco para ser transportada a la ciudad.

Gran parte de esa élite delincuencial cosmopolita se había refugiado en el país durante la Segunda Guerra Mundial, atraída por la rubia de ojos azules. Virginia Hill representaba la fantasía de la estrella hollywoodense: sexy, promiscua y reventada. Era todo menos estrella de cine, pero representaba como pocas el glamur astuto, prostibulario y seductor a la femme fatale de la literatura noir estadunidense.

Desde finales de los años cuarenta, el gobierno de Estados Unidos había sometido a Virginia Hill a un exhaustiva investigación fiscal, por considerarla una gran evasora. Ella movía enormes cantidades en efectivo y no había manera de rastrearlo. Lo mismo ocurría con la cantidad y nombres de clientes adinerados que habían pa- sado por su cama. Costaba trabajo estimar el dinero que había movido. Era una maestra de la prostitución y el narcotráfico de altos niveles. Dashiel Hammett, Raymond Chandler; Rita Hayworth, Gilda. Hollywood.

A LOS 34 AÑOS, ya indultada por Lucia- no, Hill ofrecía fastuosos banquetes para relacionarse con más políticos y empresarios poderosos, y abrirle las puertas del país a la mafia italo-estadunidense. Vivía amenazada y vigilada por sus jefes. Acompañó a Siegel durante su estancia en México como visor de los nuevos negocios. “Conozco bien ese lugar, me encanta”, dijo ella. Diez años antes habían venido a Sinaloa a mercar heroína. Cuando él se presentó a supervisar las inversiones en hoteles y casinos, se rumoraba que habían contraído matrimonio en Acapulco luego de una semana de borrachera. Ella se convertiría poco después, por un corto tiempo, en amante del mencionado capitán piloto de la Fuerza Aérea mexicana: Luis Amezcua, quien ascendió en la escala política hasta ser uno de los hombres más importantes del presidente Alemán. El capitán se convirtió de inmediato en el contacto de Hill en Los Pinos y utilizaba aviones de la armada mexicana para transportar contrabando. El coronel Carlos I. Serrano, fundador de la Dirección Federal de Seguridad y amigo personal de Miguel Alemán, era el enlace entre traficantes de ambos países.

Virginia celebró algunas de esas bacanales en la Ciudad de México: en las Lomas de Chapultepec y las suites de los hoteles Del Prado y Reforma, entre otros sitios exclusivos de la oligarquía mexicana y extranjera radicada en el país. Así cubría todos los frentes donde se concentraba el poder político y empresarial mexicano.

De esta manera recuperó los privilegios que le había otorgado la mafia antes de ser etiquetada como traidora. Algunos nombres: Joe Epstein, Frank Nitti, Charles Fischer, Frank Costello y Joe Adonis le soltaron carretadas de dólares para que costeara todos sus caprichos, que incluían residencias para sus familiares.

Bugsy Siegel (1906-1947).
Bugsy Siegel (1906-1947). ı Foto: commons.wikimedia.org

EN SU ADOLESCENCIA había trabajado como mesera en Chicago, en el Ristorante San Carlo, el preferido de Al Capone. Fue Joe Adonis quien la sacó de ese lugar para convertirla en prostituta de lujo y soplona de la mafia, que inició en la prostitución y las drogas du- ras a muchas jovencitas que buscaban ser actrices de Hollywood o se deslumbraban con el glamur de los ambientes controlados por los capos. Entre sus iniciadas se dice que estaba Elizabeth Short, La Dalia Negra, asesinada brutalmente en Los Ángeles en 1948 e inmortalizada en la ficción noir y el True Crime.

Virginia pronto escaló peldaños hasta convertirse en el correo de la mafia. A los treinta años ya era experta operadora de la Cosa Nostra siciliana asentada en Chicago y Nueva York. Se convirtió en enlace de negocios de apuestas entre los enemigos jurados, Al Capone y Lucky Luciano. Todo ello le valió el título de la Reina de la mafia, fetiche sexual de tirios y troyanos.

Se daba sus días sin huella de alcohol y cocaína con Errol Flynn, otros artistas de Hollywood y miembros del jet set mexicano en yates como el llamado Zaca, propiedad del actor, anclado frente a La Roqueta. En una noche de juerga, Hill podía zamparse hasta quince jaiboles. En la Ciudad de México parrandeaba en el Tenampa y en el Ciro’s. En una reunión, en una suite del Hotel del Prado, acompañada de Amezcua, Hill, que no acostumbraba consumir drogas, casi muere de una sobredosis de heroína. Amezcua logró salvarla llamando a un médico de confianza que tenía una clínica de belleza en la calle de Versalles, en la colonia Juárez, donde se hacían cirugías estéticas a esposas de políticos, traficantes, vedettes y artistas de cine. En esas reuniones a veces se colaba Carlos Denegri, el corrupto periodista que perfeccionó el chayote y el soborno a la idiosincrasia priista.

En una de las visitas de Hill a la capital, Bernabé Jurado, el famoso abogánster especialista en juicios contra delincuentes, sacó de la cárcel a un hermano de Hill y a sus acompañantes luego de una trifulca en el Guadalajara de Noche, en Garibaldi. Los meseros no habían querido atenderlos por petulantes. Jurado les cobró una fortuna que Virginia pagó al momento en dólares.

Virginia Hill (1916-1966).
Virginia Hill (1916-1966). ı Foto: clarin.com.

LLEGÓ A ESTADOS UNIDOS tras ser reclamada por el Comité Especial para la Investigación del Crimen Organizado en el Comercio Interestatal, que era dirigido por Ernest Kefauver. Fue investigada minuciosamente desde 1950, luego de abandonar momentáneamente su exilio en Suiza. En el primer careo, mientras jugaba con su estola de visón en el juzgado, se levantó ante los senadores y les gritó:

—¡Váyanse al diablo! Espero que una bomba atómica caiga sobre ustedes.

En otra de las comparecencias, en 1951, lucía avejentada pese a su edad, harta de horas, días y meses con interrogatorios públicos donde trataban de exhibir hasta el detalle sus intimidades. Un senador le preguntó sobre su autoproclamada inmoralidad. Ella se levantó y dijo:

—Soy la mejor puta del mundo. Sólo eso, senador, sólo eso.

En una ocasión imprecó a los fiscales en el jurado:

—Conozco miles de mujeres en este país que son mantenidas por hombres. ¿Por qué ellas no pagan impuestos? Si van a meterme a la cárcel por eso, ¿por qué no encarcelan también a las otras?

En la agenda amorosa de Virginia, el FBI encontró una larga lista de personajes que sostenían su lujosa vida como Reina de la mafia, entre ellos, Meyer Lansky, Joe Adonis, Joseph Profaci, Vincent Mangano, Juan Ro- mano (exrepresentante del actor Rodolfo Valentino) y Carl Leamble, Jr., heredero de una de las mayores fortunas cinematográfícas de la época. Desde su adolescencia, Virginia ya era una belleza singular, iniciada en la prostitución por el amigo de la familia Capone, Joe Epstein, quien le enseñó a la entonces adolescente buenos modales, gusto por las artes, refinamiento, y la puso en manos de afamados modistos, que Epstein usaba como soplones. Él se encargó de presentarla con la plana mayor de los mafiosos. Así se convirtió en intermediaria y correo de la mafia. Portaba en dobles fondos de maletas, enormes cantidades de efectivo y drogas.

En una noche de juerga, Virginia Hill podía zamparse hasta quince jaiboles. En la Ciudad de México parrandeaba en el Tenampa y el Ciro's

Ante una de las tantas preguntas que se le formulaban sobre la procedencia de sus ingresos, Virginia Hill contestó a los comisionados:

—¡Es que soy la mejor del país en la cama!

Su especialidad era el sexo oral.

ENTRÓ AL CINE COMO PERSONAJE, interpretada por Ginger Rogers en Testimonio fatal (Tight Spot, 1955, de Phil Karlson), como una testigo protegida encerrada en un cuarto de hotel mientras espera para declarar en el citado Comité Especial. Edward G. Robinson actúa como Kefauver.

En su última comparecencia ante la Comisión, ella leyó lo siguiente:

Éstas son mis últimas palabras para ustedes. Estoy cansada de su maldita persecución. Deseo de todo corazón no volver a poner los pies en su llamado “mundo libre”. Ustedes saben tan bien como yo que no les debo nada. Si acaso, ustedes me deben algo. Y si todavía buscan gánsters, ¿por qué no empiezan desde lo alto de la Casa Blanca hacia abajo? Métanlos a todos en la cárcel y este mundo estará mejor. Así que pueden irse al infierno ustedes y todo el gobierno de Estados Unidos.

ROMPIÓ CON EL ESTEREOTIPO de la mujer apegada a los valores tradicionales. La modernidad engendró un modelo de popularidad negativa, capaz de convertir a un mafioso o mafiosa en anti- héroes para las masas. Poder, dinero y fama, el ideal de cualquiera para hacer lo que se le pegue la gana. No es gratuito que mafiosos de élite, Virginia Hill entre ellos, hayan elegido el reino de la impunidad hasta hoy: México.

Su adiós llegó el 24 de marzo de 1966 a las 8:30 am. El reporte forense dijo que Virginia Hausser, née Hill, era residente en Salzburgo, Gainsberg 16, Koppl, las afueras de Austria.

Encontrada muerta.

Yacía sobre la nieve sin señales de violencia física.

Causa de su muerte: una sobredosis de somníferos.

Sin auxilios religiosos.

El sueño eterno al que se refería Ray- mond Chandler.

Fuentes

Juan Alberto Castillo, La Cosa Nostra en México (1938-1950), Grijalbo, México, 2011.

Enrique Cirules, La vida secreta de Meyer Lansky en La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009.

Íñigo Domínguez, Crónicas de la mafia, Libros del K. O., Madrid, 2014.

Eric Frattini, Mafia, S. A.: 100 años de Cosa Nostra, Espasa, Barcelona, 2003.

David Hanna, Rey de la mafia: Carlo Gambino, Editorial Novaro, México, 1976. https://archive.org/details/BenjaminBugsy SiegelFBI/siege1a/ https://www.jotdown.es/2016/07/bugsy-siegel -ii-asesinatos-s/

Barry Levinson, Bugsy (película, 1991).

Clare Longrigg, No hagas preguntas: La vida se- creta de las mujeres de la mafia, Ediciones B, Barcelona, 2005.

Rod Silica, La verídica historia de la mafia, Editores Asociados, México, 1974.

Burton B. Turkus, Sid Feder, Crimen, S. A., Bruguera, Barcelona, 1972.

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