A Sergio Ugalde
Cuando José Luis Rivas me invitó a presentar su traducción de Cuaderno de un retorno al país natal, de Aimé Césaire (Universidad Veracruzana, México, 2023), supe que no había escapatoria y tendría que zambullirme otra vez en ese océano vivo e hirviente que es el libro del longevo escritor nacido en 1913 en La Martinica, hace 110 años, y muerto en 2008.
I
No releía desde hace décadas ese “Memorando sobre mi Martinica”, como se subtitula la primera edición en forma de libro editada por Brentano’s, con prólogo de André Breton. Había leído las milenarias y apocalípticas líneas del Cuaderno... en la traducción que hizo Agustí Bartra en México en 1965. Lo debo haber hecho a principios de los años ochenta, antes de conocer al traductor y autor de Tierra nativa, quien tiene no pocas afinidades con el caribeño.
Celebro esta ocasión que me ha permitido sacar del fondo de los libreros el tomo de Raphael Confiant, Aimé Césaire. Une traversée paradoxale du siècle (Stock, 1996) y, sobre todo, The Collected Poetry of Aimé Césaire, traducida, anotada y prologada por Clayton Eshleman y Annette Smith, editada por la Universidad de California en 1983. Aquí, con este libro que compré en Florida en una visita relámpago a Marcela del Río, puedo llenar las lagunas para conocer mejor a este poeta volcánico y fundador que ha trasladado al español Rivas, nuestro amigo y poeta.
Una de ellas es que, en efecto, Césaire nació en las faldas del volcán Monte Pelée, en un pueblo pequeño y pobre llamado Basse-Pointe, donde su padre se desempeñaba como cobrador de impuestos y su madre como costurera, esa presencia que pedalea y pedalea en el poema. El niño que fue Césaire aprendió a leer y escribir gracias a la tutela de su abuela paterna, Eugenie. Se sabe, por una entrevista al poeta, que su padre leía en voz alta a Victor Hugo y algunos prosistas franceses clásicos. Era una familia pobre pero resuelta a educar a sus hijos. Aimé salió a los once años, en 1924, al Liceo Schoelcher en Fort-de-France, en donde el maestro Eugene Revert le dio lecciones de geografía y le habló de las características particulares de La Martinica. No sólo eso. Este maestro reconoció en el joven despierto y voraz un candidato ideal para ingresar en la Escuela Normal Superior de París y en el Liceo Louis-le-Grand, donde se inscribiría antes de ingresar en la Escuela Normal.
EN EL LICEO se hizo amigo de un joven poeta proveniente de Senegal, Léopold Sédar Senghor, quien junto con otro amigo de apellido Damas integró la redacción de un periódico, L’Étudiant noir, que aspiraba a ser una plataforma donde pudiesen reunirse los estudiantes de color de África y América. ¿Quién le diría a Césaire que su amigo Léopold llegaría a ser presidente? Por entonces conoció a Suzanne Roussy, con quien se casaría en 1937, a los 24 años, y que sería parte importante de la revista Tropiques. En ese ambiente parisino, Césaire entra en contacto con los poetas negros de Harlem que vivían o pasaban por París, como Langston Hughes, cuyos contactos con México son conocidos.
Césaire realizó un viaje por la costa Adriática de Yugoslavia, probablemente con la intención de visitar una isla “Martinka”. Seguramente fue en ese viaje, realizado en el verano de 1935, cuando empezó a escribir su Cahier... o Cuaderno de un retorno al país natal. Regresó a París ese mismo otoño y continuó la redacción del oceánico poema, al tiempo que obtenía su diploma de estudios superiores con una tesis sobre el sur y la literatura negra norteamericana. En 1939 regresó a Martinica y publicó en la revista parisina Volontés la primera edición del Cuaderno.
Aunque ese “milagro”, como lo llama el escritor martiniqués Raphael Confiant, se editó en 1939, Aimé Césaire trabajó intensamente en el manuscrito y se publicaron dos ediciones en 1947, la primera en enero —en Brentano’s — y otra en marzo de ese año. Entre esas dos fechas, 1939 y 1947, aparece en La Habana en traducción de Lyidia Cabrera, en 1943, una versión al español que desconozco.
Están disponibles las ediciones de 1947, la cubana y las mexicanas a car-go de Agustí Bartra y de José Luis Rivas, y Para leer a Aimé Césaire, editado por Philippe Ollé-Laprune en el FCE (2008), con la poesía traducida por José Luis Rivas. Paralelamente, Césaire iría armado las entregas de la revista Tropiques y amasando lecturas como las de Nietzsche, Claudel, Alfred Jarry, que se añadirían a las que había hecho de Lautréamont, Rimbaud y Mallarmé.
En el Cuaderno de un retorno al país natal no sólo está cifrado el pasado si-no el futuro. Por ejemplo, la mención a Toussaint Louverture puede leerse sólo como un anuncio del ambicioso libro que escribirá sobre él más tarde y que se encuentra recogido en uno de los tres volúmenes de sus obras completas, editados por su hijo Jean Paul Césaire en Fort-de-France en 1976 y publicados por Éditions Desormeaux.
II
Aimé Césaire publicó Cuaderno de un retorno al país natal cuando tenía 26 años y llevaba siete de vivir en Francia. En 1941, André Breton encontró a Césaire en Fort-de-France, La Martinica, viaje en que descubriría al filósofo Charles Fourier. En Francia, Césaire tendría dos encuentros decisivos pa-ra su creación poética y su visión política: Franz Fanon y Léopold Sé-dar Senghor. Ambos afirmaron y afinaron, acrisolaron su conciencia...
Cuaderno de un retorno al país natal es el título austero de un libro abismal. El país al que se refiere no sólo es un pequeño punto perdido de la isla de La Martinica. Es la raza negra que marca con su pulso y su aliento, su sombra y su historia doliente, la vida misma del poeta. Cuaderno de un retorno al país natal: libro volcánico que exhala y fabula un haz de historias que son las de las voces de la raza negra. Es una cascada y un río caudaloso. El idioma hierve y se agolpa, se tuerce y vuela hasta trazar un firmamento: el de la raza negra. El Cuaderno se presenta como una masa compacta. Lo es y no lo es.
Regresó a París y continuó el oceánico poema, al tiempo que obtenía su diploma de estudios superiores con una tesis sobre el sur y la literatura negra
Está armado como una construcción religiosa o, si se quiere, como una cruz. La inspiración que lo alza y recorre es anterior y posterior a Cristo y al cristianismo, aunque uno de sus asideros, referentes o puertos de llegada sea la Navidad. También podría pensarse que Cuaderno de un retorno al país natal tiene la forma de un archipiélago conformado por los versículos que van dibujando su historia. Podría titularse Contrahistoria del Caribe. Devorador y voraz. Pintado por contrastes e impulsado por la urgencia de contar una historia inmemorial.
Libro caudaloso, los ladrillos y la argamasa de sus paredes están embebidos y fraguados por un fantasma envolvente: África, el continente originario y olvidado, cuna de la humanidad. El rumor o clamor africano atraviesa y estremece con su voz coral esta obra que cabría leer como un nuevo testamento de la esperanza prometida a los hijos del Alba —los negros y su historia— que se van levantando de la arena de las playas a medida que los nombra el poeta con la furia amorosa de su voz.
Ese furor resuena en las arterias del poema gracias a la traducción de José Luis Rivas. Si Walt Whitman publicó su Canto a mí mismo y sus Hojas de hierba en 1855, Aimé Césaire editó con su Cuaderno de un retorno al país natal un canto al nosotros negro, tejido con el oleaje inmemorial de la voz que lo deletrea: África.
NO ES EL ÁFRICA FANTASMA de Michel Leiris. Es un África épica y esdrújula, sonora y asonante, discorde y desconcertante, como armada con proverbios y alientos que alimentan con ritmos y metales. África inmemorial pero cortantemente histórica, inscrita en la historia y en particular la del capitalismo salvaje, en la tenebrosa historia del Siglo de las Luces que, paradójicamente, vino a empeorar las condiciones de la población negra en las colonias francesas. Podría decirse que el Adán Negro que firma el Cuaderno de un retorno al país natal es un poeta surrealista o al menos vanguardista, como lo es Saint-John Perse, su vecino y tácito concertante. La lengua francesa que los atraviesa a ambos está alzada por los mismos mares y los mismos vientos. Ambos, por lo demás, traen marcados en el cuello los colmillos caníbales de los Cantos de Maldoror, y del Conde de Lautréamont, Isidore Ducasse.
Libro caudaloso, los ladrillos y la argamasa de sus paredes están embebidos y fraguados por un fantasma envolvente: África, el continente originario
Huelga decir que Cuaderno de un retorno al país natal también es un libro magnético, fundador o radical, que ha corrido de mano en mano en Francia, en África, en Estados Unidos, las Antillas, Hispanoamérica y México. Aquí mismo ha tenido varias traducciones y el propio José Luis Rivas ha regresado como un ciervo herido a sobarse y frotarse con su palabra, a la par húmeda y ardiente, al menos en una o dos ocasiones anteriores. Lo cual me lleva a preguntarme, con un garfio de psicoterapeuta, acerca del paralelo superficial y subterráneo que atraviesa ambos itinerarios.
Uno de los últimos libros de Aimé Césaire se titula Noria, ahí se encuentra incluida la “Ceremonia vudú para Saint John Perse”. Cabría decir que la traducción que presenta José Luis Rivas tiene algo de ceremonial.
Por último, si a alguien le interesa ahondar en el tema de la literatura en Martinica y Guadalupe, en la obra de Aimé Césaire y sus antecedentes y proyecciones políticas, cabe referirse a los artículos incluidos en A History of Literature in the Caribbean, Volume 1: Hispanic and Francophone Regions, editado por Albert James Arnold, Julio Rodríguez-Luis y J. Michael Dash (John Benjamins Publishing Company, Amsterdam / Philadelphia, 1994); en particular, los de Randolph Hezekiah, “Martinique and Guadeloupe: Time and Space”, y Régis Antoine, “The Caribbean in Metropolitan French Writing”.