Apesar de su lirismo, en términos literarios, aunque el “corrido mexicano” esté escrito en verso, su pro- pósito es narrativo y, por tanto, está más cerca de la crónica que de la poesía. Vicente T. Mendoza, el máximo especialista en este asunto, lo data hacia “el último cuarto del siglo XIX, cuando se cantan las hazañas de algunos rebeldes al gobierno porfirista, [que] es propiamente el principio de la épica en que se subraya y se hace énfasis en la valentía de los protagonistas y su des- precio a la vida”.1
Señala que, antes del corrido propiamente dicho, hubo antecedentes desde fines del siglo XVIII, dado que este género popular, primero literario y luego literario-musical, proviene del romance castellano y se ajustaba entonces a “cuartetas de rima variable, ya asonante o consonante en los versos pares, forma literaria sobre la que se apoya una frase musical compuesta generalmente de cuatro miembros, que relata aquellos sucesos que hieren poderosamente la sensibilidad de las multitudes”.2
El corrido, por lo general anónimo en sus inicios, se diferencia del romance castellano, al igual que de la copla, la jácara y el cantar, también españoles. Estas formas se adapta- ron en México y produjeron una expresión genuina en la voz de cantadores que lo interpretaban en las plazas públicas, a partir de hojas sueltas impresas que hacían las veces de “prensa popular”, pues informaban sobre los sucesos más importantes de la vida local, regional o nacional, para públicos iletrados.
El corrido canta los lances de hombres y mujeres valientes o que han sufrido una tragedia, y a veces el autor moraliza sobre la forma en que enfrentan la existencia los bandoleros, desertores, valentones, parricidas e hijos e hijas desobedientes. Aborda también hechos históricos, movimientos rebeldes, asesinatos, raptos, persecuciones, tragedias pasionales, fusilamientos, venganzas, vida carcelaria, accidentes, desastres, fatalidades y maldiciones, sin olvidar el lirismo amoroso, el elogio de pueblos y ciudades y la lealtad y vigor de animales (en especial de caballos).
CARLOS CHÁVEZ AFIRMA que en nuestro país el corrido se caracteriza por la “narración de hazañas, hechos y sucedidos”, además de que, musicalmente, “tiene un carácter pro- pio inconfundible”.3 Para el Dr. Atl, nuestra música popular puede dividirse en dos vertientes: las canciones y los sones, y afirma que “las canciones son, generalmente, endechas de amor, ca- si todas con ideas pesimistas y tonada melancólica; o bien historias de guerrilleros o de héroes o hazañas de bandidos. A estas últimas se les da el nombre de corridos”.4
Entre los primeros corridos icónicos, ya dignos de este nombre, Mendoza relaciona los de Macario Romero (1878), los Mártires de Veracruz (1879), Leandro Rivera, Juan Alvarado y Valentín Mancera (1882), Heraclio Bernal (1885), Carlos Coronado (1900) y Jesús del Muro (1910), “hasta llegar al de Benito Canales (1913), como una prolongación de esta especie”. El “Corrido de Heraclio Bernal” (de autor des- conocido) ya contiene los elementos definitorios de este género, y Mendoza lo incluye en su antología, en la sección de “Bandoleros”:
Año de mil ochocientos / ochenta y cinco al contado, / murió Heraclio Bernal / por el Gobierno pagado. // Estado de Sinaloa, / Gobierno de Culiacán, / ofrecieron diez mil pesos / por la vida de Bernal. // La tragedia de Bernal / en Guadalupe empezó, / por unas barras de plata / que dicen que se robó. // Heraclio Bernal gritaba / que era hombre y no se rajaba, / que subiéndose a la sierra / peleaba con la Acordada.
Es revelador que esta letra refiera sucesos en el norte del país y, en especial, en Culiacán, Sinaloa, pues en los estados norteños de México, con epicentro en Culiacán, es donde se ha desarrollado, modernizado y cobrado auge el género del corrido desde ha- ce casi siglo y medio. El presunto bandolero se vuelve héroe, enfrentado a un gobierno autoritario (el de Porfirio Díaz) que utilizaba un tribunal ambulante (la Acordada), el cual tenía la facultad de procesar delincuentes al margen del sistema judicial. El protagonista goza de la simpatía de quien refiere el suceso, y la transmite al oyente. En la tercera de las once estrofas no se asegura que Bernal fuese ladrón, sino un perseguido del gobierno debido a unas barras de plata “que dicen que se robó”. Y en este “dicen” se siembra ya la duda, pues si lo dice el gobierno existen razones para no creerlo, y Bernal pasa de ser un bandolero a un héroe popular, como lo serán a lo largo de la historia casi todos los bandidos perseguidos por el gobierno, incluidos hoy los narcotraficantes.
EL “CORRIDO DE BENITO CANALES” (también de autor desconocido) es uno de los más extensos, y Mendoza lo incluye en la sección de “Valientes”. Otra vez, el enemigo es el gobierno (ahora, el de Victoriano Huerta) y el héroe perseguido es Benito Canales, guanajuatense para más señas. Van, como ejemplo, unas pocas estrofas:
Año de mil novecientos / en el trece que pasó, / murió Benito Canales: / el gobierno lo mató. // Andaba tienda por tienda, / buscando tinta y papel / para escribir una carta / a su querida Isa- bel. [...] // Al llegar a Surumuato, / su querida le avisó: / —Benito, te andan buscando, / eso es lo que supe yo. // Don Benito contestó, / con sin igual arrogancia: / —Aun- que fuesen cien rurales, / yo los espero con ansia. // Regresó para su casa, / con mucha resolución, / preparó muy bien sus armas / y esperó a la comisión. // Cuan- do el Gobierno llegó, / todos venían preguntando: / —Dónde se encuentra Canales, / que lo venimos buscando. // Una mujer tapatía / fue la que les dio razón: / —Orita acaba de entrar, / váyanse sin dilación.
Al final, Benito Canales se entrega sin oponer resistencia, por mediación del padre capellán, quien le ruega de-poner las armas (“pues al fin te han
de matar”). Antes de confesarlo, lo desarma y le pide que haga un acto de contrición; luego lo entrega a la Acordada y Benito es fusilado. Nunca se explica cuál es su delito, pero queda claro que es un opositor al gobierno, como lo revelan las siguientes estrofas:
Después marcaron el alto, / gritando los federales: / —¡Viva el Supremo Gobierno! / ¡Muera Benito Canales! // Les respondió don Benito: / —Ahora, diablos del infierno, / ¡viva Benito Canales! / ¡Muera el Supremo Gobierno!
Ya preso, y con rumbo al paredón, Canales se mostró risueño de tan valiente y hasta se dio el lujo de un sarcasmo.
Refiere el corridista:
Luego Benito Canales / dijo al cercano soldado: / —Hagan de mí lo que queran, / ahora que estoy desarmado. // Se atusaba y sonreía / y le decía a la Acordada: / —Soy de puro Guanajuato, / pero ahora no valgo nada.
Benito Canales se entrega sin oponer resistencia, por mediación del capellán, quien le ruega deponer las armas (pues al fin te han de matar )
Mendoza informa que el corrido mexicano ha tenido diversos nombres; entre ellos, romance, historia, narración, ejemplo, tragedia, recuerdos, versos y coplas. Sin embargo, el término corrido se impone sobre todos los mencionados, y el porqué de esto lo documenta Gabriel Saldívar:
El preciso momento en que se cambia el nombre de relación o romance por corrido no nos ha sido posible localizarlo; pero sí podemos afirmar que fue durante la época colonial, pues en muchos de los manuscritos que se denunciaban a la Inquisición se lee al referirse a los mismos: “que corren con escándalo por la ciudad y reino”, así como al hacer alusión a copias “que corren en tal o cual parte’, de donde es muy fácil que se haya derivado la palabra corrido, atribuyéndola a papeles que pasaban de mano en mano.5
EN LA CULTURA POPULAR es uno de los géneros literarios y musicales más vigorosos de la historia nacional y, desde hace casi un siglo y medio, se convirtió en crónica y espejo de nuestra realidad. Los corridos son relatos y, no pocas veces, cuentos perfectos del arte popular mexicano. Aunque pueden parecerse a otras formas literarias y musicales, por su estructura y sus motivos son diferentes a la canción ranchera y al huapango, aunque existen estupendos corridos “ahuapangados”, como el narcohuapango ranchero “Negro y azul” o “The Heisenberg Song”, de la serie de Netflix, Breaking Bad, compuesto por Pepe Garza (Monterrey, 1965) e interpretado por Los Cuates de Sinaloa.
Es posible precisar, sin duda, la fecha del nacimiento del narcocorrido.
Debemos a Juan Carlos Ramírez-Pimienta, investigador de la Universidad Estatal de San Diego, autor del libro Cantar a los narcos y máximo especialista en el tema, el descubrimiento del primer corrido de esta herencia, “El Pablote” (1931), de José Rosales, y la localización del primer narcocorrido propiamente dicho, “Por morfina y cocaína”, de Manuel C. Valdez, que data de 1934.
Para este investigador es importante distinguir entre un corrido sobre narcos y un narcocorrido: el primero relata un suceso acerca de un personaje que trafica drogas, pero cuyo oficio no se describe, ni siquiera por alusión, en un lance de muerte. Es el caso de “El Pablote” que, interpretado por Rosales, a dúo con Norverto González, “fue grabado en El Paso, Texas, el 8 de septiembre de 1931”. El narcocorrido, en cambio, refiere hechos del oficio de los narcotraficantes. Siendo así, el primero, “Por morfina y cocaína”, fue “grabado el 9 de agosto de 1934 en San Antonio, Texas”, a dúo entre Cuéllar Valdez y Juan González. Unas semanas después, también en San Antonio, se grabaría “El contrabandista”, compuesto por Juan Gaytán e interpretado por él y Frank Cantú. Muy posterior es el intitulado “Carga blanca”, de Manuel C[uéllar] Valdez, “grabado al finalizar los años cuarenta”.6
En estos primeros narcocorridos hay mucho de lamento y de juicio moral, pues en ellos se narra el sufrimiento por la condena que se impone a los narcotraficantes; la canción es una especie de vehículo para relatar el duro escarmiento que reciben quienes se dedican a cometer este delito. Como es obvio, estas décadas corresponden también a la persecución punitiva de las autoridades estadunidenses y mexicanas contra el tráfico de drogas, que luego se llamaría “la guerra contra el narco”.
“EL PABLOTE” NARRA la muerte de Pablo González, en el bar El Popular de Ciudad Juárez. Fue el mayor traficante de drogas en las primeras décadas del siglo XX en esa ciudad fronteriza. Es celebratorio (“con tintes positivos”, como acota Ramírez-Pimienta), tal como lo presenta José Rosales en la segunda parte —el desenlace—de la composición:
La bala 45 / el pecho le atravesó / y casi instantáneamente / muerto en el suelo cayó. // Hace diez meses exactos / a Teódulo Álvarez mató, / y quién lo habría de decir / que con la misma pagó. // Llegaron los polecías / cuando todo había pasado / y entre un charco de sangre / estaba Pablo tirado. // Y Robles sin oponerse / se entregó a la polecía: / —Si la vida le arranqué, / fue por defender la mía. // Martín y los cantineros / dijeron lo que pasó: / —Pablote quería matarlo, / y por eso disparó. // El domingo por la tarde / lo llevaron a enterrar / y La Nacha ante el cadáver / cómo lo habría de dejar. // El Pablote era temido / Pero su día le llegó. / Carnitas y Policarpio / y a Dosamantes mató. // Y aquí termina el corrido / de González, El Pablote, / que murió en El Popular / a manos de un tecolote.
En estos primeros narcocorridos hay mucho de lamento y juicio moral... en ellos se narra el sufrimiento por la condena que se impone a los narcotraficantes .
Hay elementos verificables que destacan en esta historia. El Pablote provoca a Feliciano Robles a sabiendas de que es “policía especial” (de ahí el remate: “a manos de un tecolote”). “Su fama es la de un personaje abusivo, parrandero y violento”, precisa Ramírez-Pimienta, y en su historial sumaba el asesinato de Teódulo Álvarez, también policía. Otro elemento: aquí aparece el apodo (La Nacha) de la primera mujer de que se tiene noticia, en las composiciones sobre narcos, involucrada en el tráfico de drogas, Ignacia Jasso, esposa de El Pablote. En las décadas del veinte y el treinta, la pareja controlaba el tráfico de drogas en Juárez y, en particular, el de morfina. Una segunda versión de “El Pablote”, interpretada por Francisco El Charro Avitia, se grabó en los años cincuenta, transformando aquel corrido sobre un narco en un narcocorrido, pues en esta versión sí se menciona el oficio delictivo de El Pablote:
Señores, voy a cantarles, / con una expresión muy fina, / las hazañas de El Pablote, / que era el Rey de la Morfina. // Siempre andaba emparrandado, / derrochando su dinero, / con la pistola en la mano, / desafiando al mundo entero. // No había quien se le parara, / hasta ni la policía. / Yo creo gozaba de fuero, / porque hacía lo que él quería.
“POR MORFINA Y COCAÍNA” (1934), de Cuéllar Valdez, el primer narcocorrido propiamente dicho, narra el pesar de los delincuentes que han sido condenados por las autoridades a varios años de prisión, lejos de sus padres y hermanos, sus esposas y sus hijos, y que no saben siquiera si los volverán a ver. Escribe e interpreta el compositor (a dúo con Juan González):
En la cárcel del condado / sacaron una cadena: / eran puros prisioneros / que van a su triste pena. [...] // Van Guadalupe García, / también un americano, / con su corazón muy triste / y su destino en la mano. [...] // Por morfina y cocaína, / por marihuana y licor, / están poniendo su tiempo / muchos allá en Leavenworth. // Pero el mundo es una bola / y el que lo anda es un bolón, / y cada quien con sus uñas / se rasca su comezón. [...] // Señores, este corrido / no es de mayor interés: / es compuesto humildemente / por Manuel Cuéllar Valdez.
Todas estas composiciones primigenias marcaron un momento significativo en la historia del corrido y el narcocorrido mexicanos, pero lo que les siguió no fue tanto un auge del subgénero, sino un apogeo del corrido que narra el crimen de los contrabandistas, que iba desde el licor y el tabaco hasta la canela y otros productos, en un tráfico de norte a sur. El resurgimiento del subgénero ocurrió en la década del setenta del siglo pasado y se debe, como bien lo prueba Ramírez-Pimienta, a los hermanos Jorge, Hernán y Raúl Hernández, nacidos en Rosa Morada, Sinaloa, quienes conformaron la agrupación musical Los Tigres del Norte. En 1971 lanzaron su primer álbum, Cuquita, sin incluir en él ningún narcocorrido. Al año siguiente grabaron su segundo álbum, El cheque, en el que incluyen una primera composición con el tema del narcotráfico, “Carga blanca”, de Cuéllar Valdez, en la época pionera.
Fue con su tercer álbum, Contrabando y traición (1974) y, muy en particular, con el tema que le da título, compuesto por el chihuahuense Ángel González (fallecido en 2005), que los hermanos Hernández alcanzaron un éxito extraordinario y catapulta-ron a otros grupos, compositores y solistas en este subgénero apoteósico. “Contrabando y traición” es un tema algo ingenuo, en el que hay más de traición (amorosa) que de contrabando de drogas. Pero esto al público no le importó o no lo advirtió; lo cierto es que, con él, nacía el moderno narcocorrido. Hoy forma parte de lo que podríamos llamar sus temas icónicos o clásicos. Escribe Ángel González e interpretan Los Tigres del Norte:
Salieron de San Isidro, / procedentes de Tijuana, / traían las llantas del carro / repletas de hierba mala: / eran Emilio Varela / y Camelia, la Texana. // Pasaron por San Clemente, / los paró la Emigración, / les pidió sus documentos, / les dijo: “¿De dónde son?”. / Ella era de San Antonio, / una hembra de corazón. // Una hembra si quiere a un hombre / por él puede dar la vida, / pero hay que tener cuidado / si esa hembra se siente herida: / la traición y el contrabando / son cosas incompartidas. // A Los Ángeles llegaron, / a Hollywood se pasaron; / en un callejón oscuro / las cuatro llantas cambiaron. / Ahí entregaron la hierba / y ahí también les pagaron. // Emilio dice a Camelia: / —Hoy te das por despedida; / con la parte que te toca, / tú puedes rehacer tu vida. / Yo me voy pa’ San Francisco / con la dueña de mi vida. // Sonaron siete balazos: / Camelia a Emilio mataba. / La policía sólo halló / una pistola tirada. / Del dinero y de Camelia, / nunca más se supo nada.
La musicalidad y el efectismo de la venganza colocan en segundo plano la inverosimilitud y la torpeza referentes a la droga: ¿cuánta marihuana puede caber en las cuatro llantas de un automóvil como para arriesgar la vida?, ¿cuánto dinero se puede obtener con esa mínima droga? ¡Se trata de marihuana, no de morfina o cocaína! Pero los oyentes quedaron fascinados con esta historia de amor y despecho que le ponía glamur al tráfico de estupefacientes. Un dato importante es que su letra rompe con la ortodoxia de las cuartetas del romance castellano y, hasta entonces, en general, del corrido, porque se usan estrofas de seis versos octosilábicos, sin perder en absoluto su armonía. Muestra que el letrista puede hacer lo que se le dé la gana porque el corrido ya es, esencialmente, mexicano.
LOS TIGRES DEL NORTE volvieron a tener otro enorme éxito en 1975, con su cuarto álbum, La banda del carro rojo, y con la composición que le da título, de la autoría de Paulino Vargas (1939-2010), un narcocorrido muy superior al tan apreciado “Contrabando y traición”. Escribe el duranguense Paulino Vargas e interpretan Los Tigres del Norte:
Dicen que venían del sur / en un carro colorado, / traían cien kilos de coca, / iban con rumbo a Chicago. / Así lo dijo el soplón / que los había denunciado. // Ya habían pasado la Aduana, / la que está en El Paso, Texas, / pero en mero San Antonio / los estaban esperando: / eran los rinches de Texas7 / que comandan el condado. // Una sirena lloraba, / un emigrante gritaba / que detuvieran el carro / para que lo registraran / y que no se resistieran / porque, si no, los mataban. // Surgió un M16 / cuando iba rugiendo el aire / y el faro de una patrulla / se vio volar por el aire; / así empezó aquel combate / donde fue aquella masacre. // Decía Lino Quintana: / —Esto tenía que pasar, / mis compañeros han muerto, / ya no podrán declarar, / y yo lo siento Sheríf / porque yo no sé cantar. // De los siete que murieron / sólo las cruces quedaron, / cuatro eran del carro rojo, / los otros tres, del gobierno, / por ellos no se preocupen: / irán con Lino al infierno. // Dicen que eran de El Candil, / otros, que eran de El Altar, / hasta por ahí dicen muchos / que procedían de El Parral. / La verdad nunca se supo: / nadie los fue a reclamar.
En términos literarios, Paulino Vargas, en “La banda del carro rojo”, al igual
que Ángel González, en “Contrabando y traición”, utiliza a la perfección la estrofa de seis versos octosílabos, ya sean con rima consonante o asonantada, y en la música Los Tigres del Norte vuelven a usar el acordeón (ajeno en los corridos primitivos) para iniciar o rematar cada estrofa, dándole más vivacidad melódica. Otro elemento importante es la economía para contar una historia. Los corridos y, en este caso, los narcocorridos, dejan de ser extensos, como el de Benito Canales, y pasan a ser sucintos, en una narrativa breve, similar a la del cuento.
El narcocorrido se ha afianzado en el gusto popular. Este subgénero de la crónica en verso es un espejo de nuestra realidad. músicos y letristas lo han llevado más allá de las fronteras de México
Además de los ya mencionados, entre los mejores de Los Tigres del Norte están “Jefe de Jefes” y “Muerte anunciada”, éste dedicado a referir el final del capo colombiano Pablo Escobar Gaviria, despedido hasta el panteón en olor de multitudes, pues no hay que olvidar que los capos de la droga han gozado la aceptación popular, y el trato de héroes y benefactores, gracias a la base social que construyeron frente a la ineptitud, el desdén e inclusive la complicidad de gobiernos y autoridades militares y policiacas.
LUEGO DEL AUGE de las décadas de los años setenta y ochenta del siglo anterior, el narcocorrido se ha afianzado en el gusto popular. Este subgénero literario y musical de la crónica en verso es, sobre todo hoy, un espejo de nuestra realidad. Grupos, solistas, músicos y letristas lo han llevado más allá de las fronteras de México, no sólo a Estados Unidos, sino también a la mayor parte de los países de Latinoamérica, con una enorme aceptación en Colombia, país que padeció consecuencias del narcotráfico como las que se sufren hoy en México.
El sinaloense Rosalino Sánchez Félix (1960-1992), El Rey del Corrido, mejor conocido como Chalino Sánchez, asesinado hace tres décadas, compuso e interpretó, además de temas rancheros, corridos y narcocorridos, muchos de ellos por encargo. Hizo la apología de delincuentes y narcos menores a quienes conoció de cerca y lo habían ayudado. En “La muerte del Pelavacas” incluye un par de versos que lo retratan: “Pa’ todo el que vive recio / se encuentra lista una fosa”. Su influencia fue decisiva en el desarrollo de este subgénero.
Entre los narcocorridos del siglo XX que forman parte de su corpus clásico, hay que mencionar “El Gato de Chihuahua”, compuesto por Martín Ruvalcaba (1967-2015) e interpretado por Los Huracanes del Norte, y “Las monjitas”, de Francisco Quintero Ortega, interpretado por el Grupo Exterminador, ambos grabados en 1996. Ya en el siglo que corre, entre los más notables están “El bazucazo” (2007) y “Fiesta en la sierra” (2008), compuestos ambos por Manuel Fernández, El Bigotón, e interpretados por El Tigrillo Palma; además de “El 24” (2020), también de Fernández y cantado por Palma, sin olvidar “El centenario” (2010), de Mario Quintero Lara, interpretado por Los Tucanes de Tijuana.
Entre éstos, “Fiesta en la sierra”, una obvia apología de Joaquín El Chapo Guzmán, destaca por todo cuanto revela, desde la perspectiva política, de lo que ha sido la relación gobierno-narcotráfico, las más de las veces de inacción por parte de las autoridades o ya de franca complicidad con los capos del narco. (No hay que confundirlo con otra pieza de 2014, que lleva el mismo título, “Fiesta en la sierra”, pero es de la autoría de Mario Quintero Luna, interpretada por Los Tucanes de Tijuana y que, de acuerdo con algunos investigadores, hace la apología de Ismael El Mayo Zambada). Escribe Manuel Fernández e interpreta El Tigrillo Palma:
Había una fiesta en la sierra, / las metralletas tronaban, / había perico y licor, / muy a gusto la pasaban. / Con un cuerno entre sus manos, / el Jefe los observaba. // El festejo es pa’ su gente, / pa’ sus hombres de confianza: / los que se juegan la vida / para cuidarle la espalda. / Ellos también se merecen / pegarse una destrampada. // Con un cuadro de lavada8 / y botellas de tequila, / también cerveza y Buchanan, / alegres se divertían, / y el Jefe al ver el relajo / una sonrisa tenía. // Pocos patrones como él / que saben granjear su gente; / él viene de cuna humilde / y eso lo lleva en su mente. / Oriundo de Sinaloa, / cuna de puros valientes. // Por eso todos lo estiman, / lo respetan y lo admiran / y sin pensarlo dos veces / por él se juegan la vida. / Y como es bueno el señor / hasta el gobierno lo cuida. // Es chaparro de estatura, / pa’ qué les digo apellidos; / como una fina persona / el hombre es reconocido. / Por eso con mucho gusto / yo le canto su corrido.
Se inscribe en la apoteosis admirativa y en la apología de los narcos, así como de su oficio, con un sentido aspiracional, además del orgullo local, ya que los capos se convirtieron en héroes
Esto ya se inscribe en la apoteosis admirativa de los delincuentes y en la apología de los narcos, así como de su oficio, con un sentido aspiracional, además del orgullo local, ya que los capos hicieron mejoras materiales en sus comunidades y se convirtieron en patrones, padrinos y héroes. El sonorense Valentín Elizalde (1979-2006), conocido como El Gallo de Oro, la agrupación Calibre 50 y, más recientemente, Gerardo Ortiz (1989), nacido en Pasadena, California, representan la vertiente de los corridos “belicosos”, antecedentes de los “tumbados”, y que en cierta forma influyen en ellos. Pero el precursor de los corridos tumbados es el sinaloense Alfredo Ríos (1983), mejor conocido como El Komander, “especialmente famoso por sus narcocorridos y su papel en el llamado Movimiento Alterado”. Es una tendencia que nació en 2009 en Culiacán y “rinde culto a la forma de vida y acciones violentas del crimen organizado. En las llamadas ‘Canciones Enfermas’ o ‘Corridos Enfermos’ se hace alusión a la vida de millonarios, consumo de drogas y el uso de armas de grueso calibre”.9 Además de El Komander (“Cuernito Armani”, “El Taquicardio”, “Trato de muerte”, “El cigarrito bañado”, “Mafia nueva”, etcétera), como punta de lanza, otros intérpretes y grupos de este movimiento son Los Buitres, Larry Hernández, Noel Torres, Los Cuates Valenzuela, Oscar García, Buchones de Culiacán, Buknas de Culiacán, Los Primos, Erik Estrada y El RM, de acuerdo con el sitio web sinembargo.
UNO DE LOS NARCOCORRIDOS más heterodoxos es el que compuso el culichi Daniel Niebla e interpretó un cantante y compositor de Guamúchil, Sinaloa, que murió muy joven, a los 22 años, en un accidente automovilístico: Ariel Camacho (1992-2015), quien formó un trío de requinto, guitarra y tuba, denominado Los Plebes del Rancho.
Este corrido, “El Señor de los Cielos” (2014) puede ser otro punto de partida del “corrido tumbado” (llamado así porque se le mezclan los géneros del hip-hop y el trap), que ahora ha cobrado una atención global con su mayor exponente de moda, Peso Pluma, y otros solistas y grupos entre los que se cuentan Natanael Cano, Eslabón Armado, Tony Loya, Grupo Diez 4tro y Porte Diferente, que de no ser por el Auto-Tune (el equivalente, en la música, del Photoshop) estarían mudos.
“El Señor de los Cielos”, de Niebla, es una obra de ficción a partir de la realidad histórica. En ella, el narco más poderoso que ha existido en México, Amado Carrillo Fuentes (El Señor de los Cielos o El Rey del Oro Blanco), líder del Cártel de Juárez, refiere, como si de su autobiografía se tratara, sus inicios desde su infancia miserable y se imagina muriendo en una cirugía (para cambiar su apariencia), como en
efecto ocurrió. Niebla lo hace decir:
Me empezó a buscar la DEA / sin tener mínima idea / de dónde estaba metido. / Aunque los gringos se aliaron / al gobierno de Zedillo, / nunca pudieron conmigo.
DE DIENTES PARA AFUERA, presidentes del país, diputados, senadores, gobernadores, presidentes municipales y autoridades en general han combatido la expresión cultural de los narcocorridos, aunque muchos se abracen con los narcos. En 2011 y 2015, autoridades locales del norte de la República quisieron prohibirlos y arrestar a quienes los interpretaran en lugares públicos, y en el Congreso federal ha habido iniciativas de diputados, en 2019 y en el año que corre, para vetarlos, lo cual es una ironía, porque al menos en este sexenio a los narcos se les ha tratado con abrazos, no con balazos, y quienes han propuesto tales iniciativas son legisladores del partido en el poder.
Esto prueba lo que concluye Juan Carlos Ramírez-Pimienta:
El narcocorrido no es sino una manifestación cantada y contada en un marco de violencia y desasosiego que priva en el país. Confundido el síntoma con la enfermedad, se ha demonizado un género que es una de las mejores herramientas o barómetros para tomarle el pulso a la sociedad mexicana (en México y en Estados Unidos) de fines del siglo XX e inicios del siguiente. El mexicano ha usado el corrido y el narcocorrido por muchas décadas. [...] Cuando algunas de las funciones del Estado dejan de cumplirse y quien entra a llenar ese vacío es el narcotraficante, no debe extrañarnos que el imaginario popular convierta en héroes a estos personajes. Más que demonizar estas producciones culturales, conviene estudiarlas. 10
Para una sociedad enferma, canciones enfermas. Queda claro que este subgénero seguirá retratando, y relatando, la realidad del momento, y para que desaparezca tendrá que desaparecer primero el narcotráfico.
Notas
1 Vicente T. Mendoza (antología, introducción y notas), El corrido mexicano, Fondo de Cultura Económica, México, 1954, cuarta reimpresión, 1984, p. XV.
2 Ibid., p. IX.
3 Carlos Chávez, “La música”, en México y la cultura, Secretaría de Educación Pública, México, 1961, p. 642.
4 Dr. Atl [Gerardo Murillo], Las artes populares en México, edición facsimilar de la de 1921, Instituto Nacional Indigenista, México, 1980, p. 369.
5 Gabriel Saldívar, con la colaboración de Elisa Osorio Bolio, Historia de la música en México (épocas precortesiana y colonial), Secretaría de Educación Pública / Publicaciones del Departamento de Bellas Artes, México, 1934, p. 240.
6 Juan Carlos Ramírez-Pimienta, Cantar a los narcos. Voces y versos del narcocorrido, Planeta, México, 2011, pp. 53-83.
7 Se refiere a los Texas Rangers, “una agencia de aplicación de la ley que era conocida por su violencia contra los mexicano-estadunidenses a principios del siglo XX”. En los narcocorridos, rangers ha pasado al español como rinches.
8 La cocaína “lavada” se consigue con un proceso de extracción, secado y tamizaje que la libra de toda impureza; es la más fina y alcanza precios elevadísimos. Con ella se consienten, en sus festejos, los narcos adictos. De ahí la expresión “cuadro de lavada” o, también, “cuadro lavado”, que es el lugar donde se coloca la droga para el consumo de los invitados.
9 “Movimiento Alterado: Las polémicas ‘Canciones Enfermas’ y la violencia como negocio”, redacción de SinEmbargo, 8 de enero, 2013.
10 Juan Carlos Ramírez-Pimienta, op. cit., p. 21.