En el año 280 de nuestra era, el volcán Xitle sepultó el sur de la Ciudad de México. La apariencia actual de este pequeño volcán no debe engañarnos. Lo que pasó entonces debió ser uno de los fenómenos geológicos más trascendentes del centro del país: dio como resultado 80 kilómetros cuadrados de paisaje rocoso, que se extienden del Ajusco a Coyoacán. Se calcula que esto se debió a un flujo de lava que duró entre dos y nueve años, tras una explosión de gran magnitud. Eso es lo que hoy llamamos el Pedregal, una maravillosa y tangible metáfora de que efectivamente la vida brota después de la destrucción. Igual a como sucedió en Pompeya, Cuicuilco, una de las civilizaciones más antiguas del Valle de México, quedó también sepultada por lava y dejó escasos vestigios de su existencia.
Después del trágico hecho, esa tierra fue considerada como inhóspita durante siglos, pero en su lugar la naturaleza dio forma a un particular entorno, del que surgió una biodiversidad muy propia. Muchos encontraron ahí inspiración, desde pintores como José María Velasco —y, por ende, alumnos suyos, entre ellos Diego Rivera—, hasta exploradores decimonónicos que buscaron entre sus negras rocas evidencias de nuestro pasado. No es de sorprender que, conforme avanzó el tiempo, los caballetes dieran paso a los restiradores y el Pedregal se convirtiera en una tierra a ser conquistada por los arquitectos, desde Juan O’Gorman hasta Luis Barragán.
ESTA HISTORIA ES EVOCADA HOY en su propio entorno en Modthern Nature, una instalación de gran formato de la artista mexicana Gabriela Galván en Arte Abierto, dentro de Artz Pedregal —se trata de la primera exposición a gran escala que hace la artista en el país en los últimos diez años. El área está compuesta por un jardín sensorial que conjuga rocas y especies endémicas de la zona con obra audiovisual, resultado de una investigación de largo aliento sobre las transformaciones naturales y humanas de este ecosistema, desarrollada a través de una colaboración con especialistas de la UNAM y la Reserva Ecológica el Pedregal de San Ángel (REPSA).
La exposición también sale al espacio público llevando esas mismas plantas y rocas endémicas a convivir con los jardines de la plaza comercial, plantando un recordatorio del entorno en el que se encuentra Artz y, por extensión, el foro Arte Abierto.
El contraste es interesante, pues se trata de regresar un poco de la naturaleza salvaje a un paisajismo artificial, diseñado por manos humanas.
La singularidad del Pedregal se ve reflejada en el propio entorno en el que se encuentra la instalación, bastante particular en cuanto al paisaje artístico mexicano. Arte Abierto es una asociación civil sin fines de lucro que invita a artistas (tanto consolidados como de mediana trayectoria y emergentes) a producir obra en lo que ellos definen como un “espacio abierto”. Lo insólito es que éste se encuentra inmerso en un centro comercial, algo poco común en México, pero que abre posibilidades interesantes. “Se trata de un espacio disruptivo, fuera del mundo académico”, explica Mónica de Haro, directora general de Arte Abierto, en entrevista para El Cultural.
La singularidad del Pedregal se ve reflejada en el propio entorno, particular en cuanto al paisaje artístico mexicano
De Haro está consciente de que se trata de un proyecto heterodoxo en cuanto a su ubicación y explica que esto es lo que les llevó a plantearse un modelo de la misma naturaleza. “Por el contexto en el que estamos nos parece importante que el público se encuentre con el arte desde otro lugar, buscamos un diálogo directo”, agrega. Una de las principales maneras de lograrlo es invitar a los creadores a desarrollar una pieza ex profeso, sin que ocurra la intermediación de un curador, de modo que no exista ninguna frontera que separe al artista y al espectador. Hay, en cambio, un acompañamiento: “Lo que nos caracteriza es que los proyectos se llevan a cabo de principio a fin de la mano de Arte Abierto, todo el equipo se involucra desde que se está gestando la idea” , puntualiza de Haro.
A TRAVÉS DE ESTA COLABORACIÓN, el lugar se transforma cada seis meses, característica que también se ha vuelto de enorme relevancia para el foro. “Desde los primeros proyectos nos dimos cuenta de que lo que el público quería, siendo un ambiente inusual para entrar en contacto con el arte, era tener una experiencia”, continúa Gabriela Correa, directora institucional de Arte Abierto. Esto se ha convertido en uno de los ejes centrales del sitio, añade De Haro, afirmando que lo que buscan es “generar interés en la gente que quizá no viene buscando oferta cultural, pero llega con la intención de tener una vivencia de esparcimiento”. Al respecto, destaca: “Queremos que el público se involucre y participe; buscamos ofrecer distintas capas de lectura, no sólo lo meramente contemplativo sino una experiencia lúdica y también, para quien quiera profundizar más, brindar capas educativas a través de nuestro programa público”.
Para la exposición de Gabriela Galván, el programa público incluirá Paisajes paralelos, una serie de visitas a sitios emblemáticos del Pedregal, como el Museo Anahuacalli, la REPSA, la Casa Estudio Max Cetto y la Ruta de la Amistad. Asimismo, el programa Recorridos transversales ofrecerá visitas guiadas con especialistas o investigadores de otras disciplinas; se llevarán a cabo de julio a octubre.
Colocar esta programación como eje de Arte Abierto corresponde precisamente a la diversidad de públicos a la que este espacio se enfrenta. “Es una de las columnas vertebrales de Arte Abierto”, continúa Correa. “Trabajamos con personas que tienen experiencia curatorial y de mediación en museos, pero tratamos de que los formatos sean diferentes porque el espacio es algo completamente distinto. Trabajamos un modelo de gestión cultural que es una suerte de híbrido, porque no somos un museo, pero tampoco una galería; brindamos un foro en el que los artistas pueden expresarse con gran libertad, desarrollando proyectos que en otros lugares sería imposible realizar”.
Esa libertad nos brinda hoy la posibilidad de sumergirnos en el paisaje del Pedregal, dentro del cubo blanco de un espacio expositivo, una experiencia que nos suscita una reflexión crítica sobre cómo los espacios que habitamos al sur de la ciudad lo han modificado irremediablemente.