Somos retrógrados sin memoria. Sucedió lo que más temió esta columna, empezaron las prohibiciones musicales en algunos estados del país. Se advertía con Satanic Warmaster que lo correcto era prohibir el black metal nazi, pero hoy la corrección y prohibición se extienden a otros géneros. Como si la música fuera la causa del crimen y la violencia, las libertades se anulan a la mexicana: los músicos ya no pueden cantar ni trabajar y las personas ya no pueden ir a un concierto ni escuchar sus géneros preferidos.
A finales de mayo, el ayuntamiento de Cancún y el gobierno de Quintana Roo prohibieron los conciertos de corridos tumbados y los géneros “que promuevan la violencia y el delito”, incluidos rock, heavy metal y hip hop. Pero nombraron a un fiscal acusado de corrupto, narco y extorsionador. Los primeros afectados fueron El Komander y Grupo Firme, tuvieron que cancelar llevándose al público entre las patas.
En efecto dominó, la prohibición de la música en conciertos, escuelas y eventos públicos empezó a cocinarse en los congresos de Tamaulipas, Sinaloa, Durango y Chihuahua. Fingen, como si prohibiendo fueran a resolver o prevenir el problema. La música y las personas van a encontrar reductos ilegales, otra raya más de corrupción. Hace cinco décadas el rock y los conciertos fueron prohibidos, eso generó represión, persecución, extorsión y los hoyos fonqui.
Como si la música fuera la causa del crimen, las libertades se anulan a la mexicana
MÁS PATÉTICOS que el presidente son los medios, con el beneficio que obtienen por el manejo que le dan al fenómeno de Peso Pluma. Vil contenido que responde a una necesidad de búsqueda morbosa. Las palabras clave colocan en los mejores lugares del buscador las peores estupideces y aseguran las codiciadas métricas. También en mayo, prácticamente todos los medios publicaron el mismo contenido: “Niño se quita la vida tras prohibirle escuchar a Peso Pluma”. Salieron de pesca con el niño muerto y Peso Pluma de carnada, tratando de amarrar la música como causa de la muerte. El cantante salió a corregirles la plana y a darles una lección: si el niño se quitó la vida no fue por mi música, sino por la situación familiar y la falta de atención de los padres. “Mi música no es para niños”, remató.
Esos gobiernos y esas familias están utilizando la música y a los artistas para evadir su responsabilidad y hacer como que trabajan o cumplen su deber. Prohibirnos escuchar y etiquetarnos como criminales en potencia por nuestras preferencias musicales suena muy facho en el país derechoizquerdahabiente del “prohibido prohibir”.