Dice Hunter S. Thompson en Miedo y asco en Las Vegas: “Sudaba a chorros. Mi sangre es demasiado densa para Nevada. Nunca he podido explicarme a mí mismo en este clima”. No podría sentirme más identificado. Mientras escribo esto, con 45 grados a la sombra, me encuentro empapado en mi propio jugo.
En mis 45 años nunca me ha apestado el sope. Ni cuando jugaba basquetbol toda la noche a los 17. Lo juro por la reina del pop. Quien acaba de salir del hospital. Desde aquí un saludo.
Siempre he usado desodorante. Pero más por autosugestión que por verdadera necesidad. Este maldito verano mi infame cuerpo se ha rebelado una vez más, nunca se acaban las sorpresas, y me ha comenzado a chillar la ardilla. Y lo más desagradable, me ha comenzado a sudar profusamente. Desde que me levanto hasta que me acuesto. Y si hago alguna actividad empeora. Putas glándulas sudoríparas.
OLER MAL NO ME CAUSA ningún conflicto. Pero sudar sin descanso, cuando nunca lo había hecho, es muy mal viaje. El antitranspirante no me hace efecto. Así que he intentado varios remedios caseros. Limón y talco, por ejemplo. El primero no sirve para un carajo. El segundo es bastante incómodo. Me siento como si fuera un bebé. Es como salir a la calle con dos polvorones sevillanos marca El panqué de Durango bajo los brazos.
Como nunca falta en estos casos, consulto al doctor Google. Y me arroja lo siguiente: sufro de hiperhidrosis. Tuve una novia que se quejaba de que le sudaban mucho los pies. Siempre pensé que exageraba. Una década después me ha llegado la empatía en forma de castigo. Según esto no existe una causa médica para la hiperhidrosis. Puede deberse a cambios hormonales, esos malditos cabrones, por su culpa se han desatado varias guerras, o factores de edad. Puto cuerpo, no se cansa de restregarle a uno en la jeta que ya es un ruco.
Los tratamientos van de lo leve, aplicación de sales de aluminio, hasta la cirugía. Qué vergüenza operarse por algo así. Gente con cáncer en los hospitales y uno pide una intervención para dejar de sudar como cerdo. Estoy convencido de que es una venganza de los dioses del karma. Siempre me he burlado de la gente a la que le chilla la ardilla. Aprendí la lección, por favor que esto pare.
A pesar de haber vivido en el norte tantos años, esto es totalmente nuevo. Donde quiera que me paro la gente voltea a ver de dónde proviene ese agrio aroma. Y lo primero que piensan es que uno no se ha bañado. No importa que me haya vaciado medio bote de antitranspirante. Le cuento a una amiga y me dice que me aguante. “¿No que muy punk? Deberías portar con orgullo tu nueva fragancia”.
Siempre he creído que un poco de androstenona no está mal, pero creo que exageré
En la serie Comedians in Cars Getting Coffee, Jerry Seinfeld invita a cómicos para cotorrear con ellos. En un capítulo, la entrevistada es Julia Louis-Dreyfus. Confiesa que si no sale de su casa no usa desodorante. Dice que es malo para la salud. Qué comentario más jipi, pienso.
Lo malo para la salud es que no sea yo Julia Louis-Dreyfus y la gente vea como una excentricidad mi decisión de no untarme nada en los sobacos y no como una falta de higiene. Y me pregunto, si no me deshiciera de todo esto que estoy aventando ahora, a dónde se iría. Qué haría mi cuerpo con todo ese sudor.
Otro problema es que el exceso de sudor se convierte en salitre. Y ando por la vida con las playeras negras con países inexistentes de manchas blancas. Sé que debería usar ropa de color en estos climas. Pero un verdadero punk usa ropa negra a cuarenta grados. Creo que es un poco tarde para un cambio de filosofía. Nunca he sido de esos que cambian de equipo. Con Santos hasta la muerte, a pesar de la directiva.
Siempre he creído que un poco de androstenona no está mal, pero creo que exageré. Me he hecho con la corona de la feromona y parece que no existe albañil que pueda arrebatármela. Pero qué digo. Si los albañiles huelen mejor que yo. Lo cual me tiene sin cuidado, lo que ya no soporto es el maldito sudor. Mis axilas parecen dos bolsas de hielo abandonadas en la banqueta a las cuatro de la tarde. Se derriten a la velocidad de la luz.
Como ya he probado todo y nada funciona, echaré mano del recurso de los desesperados: la terapia fuego contra fuego. Me meteré una hora al temazcal. O sudo de una vez todo lo que tengo que deshidratarme.
O sufro un choque de calor.