La poesía y esa extraña, La Piedad

Orlando Mondragón visita la muerte a través de la mirada de un médico en Cuadernos de patología humana, libroganador del XXXIV Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe. Se trata de versos en los que aflora ética, razón, materia y esencia entre las guardias de un hospital. La piedad, confinada como virtud desde hace tiempo, se manifiesta como una acción que busca ser eficaz aun en su naturaleza hermética, subjetiva, al tiempo que se abre paso y nos interpela hoy, cuando el protagonismo del yo es una enfermedad social.

Portada "Cuaderno de patología humana"
Portada "Cuaderno de patología humana" Foto: Especial

“Ungido por los mismos poderes que lo nuevo, lo antiquísimo no es un pasado: es un comienzo. [Y esta] pasión contradictoria lo resucita y lo convierte en nuestro contemporáneo”.1 Inevitablemente, después de leer Cuadernos de patología humana, de Orlando Mondragón, ganador del XXXIV Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe (Visor Libros, 2022), uno advierte que ha leído, sin duda, poesía y, perdóneseme el pleonasmo, contemporánea. En él la muerte, de larga tradición en la literatura, es visitada a través del yo lírico de un médico. Mondragón no resucita el tema, lo descubre y nos sugiere, como las finas plumas, prestar atención a otros asuntos o diálogos entre el mundo cognitivo y la imaginación: el sentir.

Al leerlo accedemos al mundo de las ideas, acompañado de lo emocional. Ética, razón, fe; materia y esencia van por los pasillos colaborando en las guardias del hospital. Es que la muerte y su anverso, la vida, han sido preocupaciones tanto artísticas como filosóficas, porque todos estamos tácitamente condenados a morir.

MARÍA ZAMBRANO, en El hombre y lo divino, cuenta que Sócrates discutió y sometió a conocimiento su condenación, y advierte un carácter piadoso en la exposición de su defensa en Apología de Sócrates (Platón). En su discurso, el filósofo va del sentir al pensar, de igual manera que el yo lírico de Cuadernos de patología humana. Así, la naturaleza oscura, hermética y subjetiva de la piedad impregna el quehacer en el hospital: se trata de un crepúsculo de nuestra finitud, imposible soslayarla en ese contexto.

Para Zambrano, la piedad “ha vivido de incógnito" desde hace tiempo, ha

sido relegada a no ser, a contrariarse en la oscuridad cavernaria por falta de fundamentos que la expliquen. Negada por el Logos, la confinaron a ser una virtud. Sin embargo, es conocimiento, un "saber ser” con el otro. Y ese otro se halla en distinta condición: dioses-hombres, juez-acusado, médico-paciente. Como sea, la intelectualización de la virtud admite la unidad del ser.

Cuando el yo lírico examina la realidad tangible —como el cuerpo— se enfrenta a vicisitudes similares a las de la piedad: resistir o existir contravoluntad. “El cuerpo persiste en el mundo a pesar nuestro”, se lee en el poemario. La piedad es acción que busca ser eficaz, porque surge de un conocimiento llevado a la ejecución. La acción que inicia desde el hecho de sentir lo otro es también un “habérselas”, dirá Zambrano. Comenta Mondragón:

VI

Toda la vida que tiene mi

[enfermo se cuenta en dieciséis

respiraciones por minuto.

Ha firmado un papel

que me obliga a desconectarlo.

[Mi dedo es el verdugo

que silencia los monitores.

El pecho se sacude un poco.

Solo eso.

¿Cómo es ese habérselas, ese sentimiento diario sobre la contravoluntad? Otro poema nos responde: “La enfermedad no enseña, / no es instrumento de castigo”. En estas palabras piadosas el hablante siente el dolor del enfermo; luego intenta el consuelo para ambos. Así se expresa la contravoluntad de la naturaleza: resistir. Resistir a la existencia. ¿Siempre tratamos de evadir la fatalidad del azar?

EN ALGUNOS VERSOS se construyen analogías con la Creación: “Es como si la biología quisiera mantener un misterio a salvo ¿de quién? De uno mismo. Guardar las zonas invisibles, los enigmas del cuerpo y la materia”. El condicional “como si” apunta a un asombro, una extrañeza inherente al filósofo y al poeta, que le precede al nombrar las cosas, descubrirlas, crearlas. Asimismo, encuentro en estos versos una conciencia de unidad: lo físico ligado a lo metafísico, cuya revelación es el reconocimiento en lo otro. De ahí que el Pathos de piedad, ese “saber tratar”, se dilate en el lector.

La muerte no es el fin, y en tanto la palabra viva, habitará entre nosotros como prueba de nuestra perfecta confección

Pocos sienten piedad en nuestros días. Acaso se ha diluido la conciencia de que somos sujetos sociales; quizá porque nos absorbe una enfermedad de protagonismo cuya manera de existir es sobrepensarse a sí mismo, todo el tiempo hablamos desde un yo que ignora la existencia y necesidad de los otros. La piedad hoy parece continuar relegada en la caverna, extraña, subjetiva, inaccesible. Su muerte categórica se debe a que es cercana a lo religioso, en un tiempo que menosprecia la fe y lo sagrado. Sin embargo, existe la poesía que se revela al mundo.

La trascendencia de Cuadernos de patología humana, sin duda, se deberá a su enorme talento para hacernos sentir humanos. La muerte no es el fin,

y en tanto la palabra viva, habitará entre nosotros como prueba de nuestra perfecta confección:

Portada "Cuaderno de patología humana"
Portada "Cuaderno de patología humana"

X

Escribo para que el tiempo

[realice el inventario

de los hechos.

24 de octubre.

Tengo un niño que nació muerto

[en mis brazos.

La madre no quiere cargarlo.

[¿Dónde lo pongo?

Supongo que este libro le hubiera gustado a María Zambrano, crítica sagaz de la filosofía, con versos como: “Qué sencillo explicar con palabras / los lugares del cuerpo. // Qué delgadas son las palabras / para decir / y que no se rompan”. La piedad es una virtud, por eso no cualquiera accede a ella. Yo la vi en Cuadernos de patología humana: “Su nieta la encontró en el baño, sentada en su propia oscuridad". ¿Será que la piedad halle en la poesía una ventana para revelarse porque la razón le cerró las puertas?

Nota

1 Octavio Paz, Los hijos del limo, Madrid, RBA, p. 21.