Georges Simenon, el fenómeno

Publicó su primera novela con diecisiete años y así inauguró una carrera apabullantemente productiva para sus colegas: más de cuatrocientos libros que llevan su nombre y ventas por más de seiscientos millones de ejemplares. Nacido en Bélgica en 1903, sus creaciones han sido llevadas a la televisión, al cine y a las series. Pero acaso la medalla más notable sea la devoción que le profesan lectores en todo el mundo, entre ellos el editor barcelonés Jaume Vallcorba, quien anunció que las editoriales españolas Acantilado y Anagrama publicarán en conjunto toda la obra de Georges Simenon. Luis Bugarini desentraña los ejes de su singularidad.

Georges Simenon (1903-1989).
Georges Simenon (1903-1989). Foto: corriere.it

En su mayor parte, la narrativa francesa de la primera mitad del siglo XX fue engolada y preciosista. Su modo de contar se estimó vigoroso si repiqueteaban campanas en cada página y una mujer entonaba una aria de minutos para decir “buenas noches”. No hace falta citar páginas de Marcel Proust (1871-1922) o André Gide (1869-1951) para probarlo. Una vez que se llega a esos títulos, no se olvida que su modo de representar una imagen fue iluminar cada palabra hasta que el lector sin experiencia termina por devolver el libro al estante.

Fue una elección estilística alejada, por cierto, de la literatura de los enciclopedistas, narradores y comediógrafos franceses de los siglos anteriores, digamos Honoré de Balzac (1799-1850) o Guy de Maupassant (1850-1893), para quienes el contacto con el lector era artículo de primera importancia.

Por décadas esa forma de narrar, enjoyada y de brillos que enceguecen, se consideró la manera más delicada de hacerlo. Los narradores franceses de entonces fueron los grandes maestros del estilo y una página sin mácula implicaba escribir por encima de las nubes, tan cerca de ellos. Incluso esa marca de dulzor aterciopelado puede hallarse en las novelas más populares de la época, como las de Colette (1873-1954), en donde la delicadeza de las emociones pasa por un filtro preciosista y amanerado en la expresión —llámese Chéri (1920) o Gigi (1944). Uno termina agotado como lector tras seguir esas performáticas escriturales que buscan demostrar que se domina una lengua. Dejo fuera a los ensayistas y poetas —Stéphane Mallarmé (1842-1898) o Paul Valéry (1871-1945)—, ya que la forma cristalina de su proyecto literario se aparta de cualquier efecto luminoso o sentimental. Los cito como referencia sólo para probar que era posible escribir de otro modo y vivir bajo el mismo calendario.

I. VIGENCIA DE SIMENON

Con la mayor felicidad posible, uno lee a Georges Simenon (1903-1989) y no encuentra rastro de esa narrativa chiclosa. Su estilo es amable y trepidante, ágil y resuelto. Parece escrito en los albores del siglo XXI, por un narrador de treinta años. Quizá ésta es la clave de su modernidad y perfil atlético de sesgo atemporal. Sus obras parecen escritas un día antes de su publicación. Uno las halla en las mesas de novedades con el mismo garbo de juventud de quienes se inician en la literatura. No se hallan en sus libros parrafadas de sensaciones con la forma de un vértigo producto del consumo de láudano y absenta, sino escenas cortas en las que se enlazan hechos que, a su vez, nos llevan a otros hechos y así en sucesión hasta que se integra una panorámica narrativa de amplio espectro.

Simenon es un narrador para todas las épocas. Uno llega a sus libros por curiosidad y nunca vuelve de los viajes a los que nos invita. Pero, ¿de qué Simenon hablamos? ¿Del creador de Jules Maigret, investigador de la policía francesa? ¿Del novelista del enredo y las emociones, la descripción de situaciones emocionales al límite? ¿Del memorialista cabal y desproporcionado? ¿Del articulista que nunca dejó de observar la realidad de su tiempo? Simenon tiene la dimensión de un escritor catedralicio y a pocos autores puede aplicárseles semejante apelativo. Escribió más que Proust y, quizá, que Balzac mismo. Más de cuatrocientos libros publicados, traducidos a cincuenta idiomas y que vendieron más de seiscientos millones de copias alrededor del mundo1 atestiguan su pasión imparable por la literatura y por el acto más natural del individuo: contar.

Hay Simenon para todos los gustos y si bien una obra de estas proporciones requiere tener curadores profesionales de tiempo completo, por suerte brotan iniciativas como la de la también española editorial Acantilado (hoy asociada a la editorial Anagrama para continuar el proyecto), dirigida entonces por Jaume Vallcorba, la cual anunció que publicará la totalidad de la obra simenoniana. Es un proyecto que puede lanzar al agotamiento a cualquiera, pero Vallcorba, apasionado del belga, refiere lo siguiente: “Quien se acerque a Simenon no podrá dejar de sentir la extraordinaria fascinación con que, en unos ambientes obsesivos y quién sabe si amorales, es capaz de acercarnos a lo más profundo del ser humano”.2 ¿No es ésa, acaso, una de las finalidades del arte?

El editor barcelonés, uno de los más finos de la lengua castellana, se decantó por el trabajo del nacido en Lieja, Bélgica, y no dudó en considerarlo, en un estallido de fascinación, “uno de los grandes escritores del siglo XX”.3 A mi juicio, no hay sombra de duda en esa afirmación a ciento veinte años del nacimiento del autor. ¿Qué hay en esa profundidad a la que hace referencia Vallcorba? Luego de leer múltiples novelas de Simenon concluyo que hay una forma de mirarnos, desde cuya amplitud nos es dado lograr atisbos de lo que significa la miseria, la bondad o la empatía que habita el ser humano. Los elogios a la narrativa han sido tantos que no queda sino asomarse a sus páginas. Cada una de ellas, felizmente, garantiza lo que uno espera de una novela para la playa (no puede negarse), y pese a ello, al cerrarla, uno queda en suspensión debido a que intuye la emisión de un mensaje cifrado. Así que no queda si-no volver a leer o comentarla con otro lector de Simenon. Por lo común, al terminar la lectura de uno de sus libros nos orbita esta intuición: ¿qué fue lo que leí?

Portada "Tres habitaciones en Manhattan"
Portada "Tres habitaciones en Manhattan"
En Maigret todo es mesura y cada pista funciona para revelar la siguiente.
Esa llamada de teléfono casual puede poner de manifiesto un detalle esencial para identificar al asesino

POR SUPUESTO, ESA PREGUNTA es natural si leemos a James Joyce (1882-1941) o a Allen Ginsberg (1926-1997). No es una sensación usual al leer lo que se denomina un bestseller. Y es que debido a su fama y al número de ejemplares vendidos en el mundo, Simenon está considerado un autor de altas ventas. Estamos ante un caso excepcional en el que esa denominación no lleva de forma implícita un reparo de antemano. El lugar común refiere que un libro genial lleva consigo un largo periodo de ser ignorado, incluso por quienes valoran tales libros. Luego, después de un giro sorprendente, como si se tratase de la narrativa cinematográfica, una viejecilla pierde el texto original en el tren, en donde un editor lo encuentra y sucede la magia de la fama. Simenon figura en la literatura universal para probar, quizá por única ocasión, que vender libros no implica baja calidad en la escritura. De ahí que surja tanto escepticismo a su alrededor para lograr su pleno reconocimiento. Leerlo aporta placer sin límites, es lo único cierto.

II. JULES MAIGRET, EL TIPO “DURO”

Ahora bien, no puede decirse menos: la novela negra es uno de los géneros más vendidos del mundo libresco. No digo de la literatura porque tales libros no siempre alcanzan esa condición, pero sí de quienes leen por placer y viven el misterio como una necesidad vital. A las personas les intriga la muerte y todo lo que se mueve alrededor de ella. También disfrutan la vida de los bandoleros, criminales de toda clase y personas que viven al margen de la sociedad. Existe un placer malsano en su búsqueda y estetización, que habla de nuestra época y del mal estado de la humanidad. ¿Sería posible una novela negra sin una sola muerte, una desaparición o el despliegue de hechos inexplicables? Parece poco probable y ésta es una de las condiciones que mantienen a este tipo de novelas en un escalón por debajo del canon literario considerado highbrow: depende de un hecho estandarizado para que comience a girar el mecanismo narrativo.

La narrativa de lengua francesa suele exhibir autores de novela negra en las mesas de novedades. No importa si se llama Pierre Lemaitre (1951) o Fred Vargas (1957), siempre habrá algo para iniciar la búsqueda de un objeto perdido, un recuerdo anticipado, cierta fotografía que revela la identidad de una persona. Y pese a esa circulación acelerada, con decenas de investigadores y policías con la intuición superdotada, Jules Maigret se mantiene hoy como uno de los más carismáticos del universo noir. ¿Será porque bebe calvados, por su forma aguda de preguntar y discernir, por la permanente comunicación con su esposa o por ese modo de inteligencia ejercida con discreción, a diferencia de Sherlock Holmes, que termina por ser ridículo y desorbitado? En Maigret, por el contrario, todo es mesura y cada pista funciona para revelar la siguiente. Esa llamada de teléfono casual puede poner de manifiesto un detalle que resulta esencial para identificar al asesino.

Aun con su fineza, el investigador es un tipo rudo. Puede introducirse en entornos duros (cabarés, prostíbulos, bares de mala entraña), tal como se narra en Maigret tiende una trampa (1955; 2016), donde está suelto un asesino de mujeres, que además es hábil para escapar de la policía. En esa novela, Maigret se entrevista con las posibles víctimas que están expuestas a la acción del criminal. Siente compasión, les busca el rostro, les ofrece unos francos para que tomen un taxi al salir. Para él, pese a ser un policía de la antigua escuela parisina, ellas no son carne de la noche. Tienen nombre, sienten como él y su esposa, volverá por ellas el hambre y la sed. Maigret es un alma noble que imagina que puede modificar el estado arruinado de las cosas, para rectificarlo.

El otrora pope de la crítica española, Rafael Conte (1935-2009), moderado en sus juicios, no disimuló su entusiasmo por el autor belga: “La figura y la obra de Georges Simenon desborda todos los límites que se suelen imponer tanto a la novela policíaca como a la literatura propiamente dicha”.4 Hay algo de cierto en ello, debido a que la fama y las ventas le dieron la mayor libertad posible a Simenon, aunque significa que rompió todos los moldes de la novelística. La mayoría de sus libros son narraciones secuenciales, sin mucho juego formal, en donde lo que importa es la transmisión de una historia, que es una búsqueda. “Desbordar todos los límites” implica crear por completo una novelística. Ni aún con el respaldo del frenesí más agresivo es dable afirmar algo semejante.

Él lo hizo.

Es posible cifrar su ingente obra en el acto mismo de buscar. Lo mismo Maigret que los protagonistas de sus “novelas duras”, como las llamó el propio Simenon, buscan. Se apremian unos a otros o buscan una definición de sí mismos en actos de terceros, en el eco de sus actos en el tiempo. En fotografías, ropa sin usar, vestigios de cualquier pasado. Sobre la base de esa exacta persecución, el escritor integra el marco de la historia y la desenrolla con paciencia, en tanto que el lector se atiene a las conclusiones de Maigret o de los personajes. Buscan el autor, los personajes y el lector, que subraya en su libro las posibles pistas que siembra el autor.

No siempre estamos de acuerdo con el investigador. En Maigret tiende una trampa, pongamos por caso, a todos les parece inmoral que utilice a mujeres de la propia corporación policial para actuar como el cebo del asesino. Así lo hace. Uno arquea la ceja ante dicha contrariedad al ser enunciada y páginas más adelante los personajes lo cuestionan entre dientes. Para Maigret, sin embargo, las tareas policiales son una invitación a la vida espartana. Quien es policía renuncia a parte de su vida personal para integrarse a un cuerpo de élite. Su entrega es total, al punto de que no pocas páginas de las novelas de este personaje son escenas en donde el agente comenta con su esposa, Louise Léonard, los enredos en los que está metido. Y ella le aconseja con ternura e inteligencia. No pocas veces le ha ofrecido salidas que él utiliza para avanzar en un camino que le parece vedado. Su vida familiar es parte cabal del ciclo novelístico. Se lee en una página: “Le había prometido a la señora Maigret volver a comer, pero se había olvidado de preguntarle qué pondría de comida. Le gustaba saberlo desde la mañana para sentirse satisfecho por adelantado”.5 Él, dueño de la calle, anhela la comida casera que prepara su mujer.

El París de las novelas de Maigret es un escenario obscuro y lacerante. No se hallan las fisuras provocadas por el actual tráfico intenso de drogas, ni teléfonos móviles pero, aun así, la delincuencia roba, trafica, asesina, ex-

torsiona, entra a domicilios sin derecho, se entrega a las felicidades que ofrece la vida para quienes no tienen que trabajar por ellas. Ecco el escenario de trabajo del investigador.

III. LAS NOVELAS SIN BARANDAL

Uno agradece las entrevistas a escritores, según nos alejamos de ellos en el tiempo. Georges Simenon le habló con claridad a Bernard Pivot en Apostrophes6 (1981) y explicó la diferencia entre la novela policial y las que llamó “novelas duras”. Detalló que narrar es una escalera, la novela negra tiene barandal (un muerto, un investigador, pistas), del cual agarrarse para continuar la narración, en tanto que las “novelas duras” son escaleras sin barandal: es fácil caerse, perder el equilibrio, salir mal librado. Para Simenon, que llegó a publicar hasta cinco novelas al año y que se preciaba de terminarlas hasta en una semana, la aventura de escribir no se parecía a ninguna otra. Logró la clase de singularidad que mantiene vivo el interés del lector y lo hace pasar de un libro a otro. Una magia en cifras que nadie alcanzará nunca más, eso parece claro.

Portada del libro "Pedigrí"
Portada del libro "Pedigrí"
Portada del libro "Maigret tiende una trampa"
Portada del libro "Maigret tiende una trampa"

Dentro de las “novelas duras” se encuentra su célebre Tres habitaciones en Manhattan (1946; 2021), que cuenta la historia de dos personas que se conocen por casualidad, entre quienes brota un amor que debe sortear la sombra del pasado, los celos mudos, las palabras soterradas, la experiencia del presente. El estilo narrativo en las “novelas duras” no es diferente al que Simenon utiliza para las policiales. Es sintético, si bien se permite un asomo a la psique de los individuos. Se percibe una labor narrativa más decantada y cada escena se cuida con los adjetivos precisos. Flaubert habría apreciado su búsqueda de la “palabra justa”. Hace conjeturas sobre su infancia y adolescencia. ¿Qué los llevó a ser quienes son? Esta novela es una de las pocas que siempre se ha podido hallar en librerías, editada por sellos de importancia. Para demasiados lectores ha sido la puerta de entrada al mundo simenoniano.

A pesar de su inclinación por los entornos arruinados por el alcohol y la vida fácil, el autor es capaz de ternura. En las “novelas duras” se permite escribir desde cualquier geografía y punto de vista. La falta de “barandal” le otorga el sentido más amplio de libertad y entonces sube un escalón, baja dos, gira, se retuerce y vuelve por el mismo camino. Tres habitaciones en Manhattan detalla las dificultades de trenzar lazos verdaderos en la vida adulta. Quizá por ello ha ganado notoriedad y permanencia en la profusa lista de sus obras. Las parejas se asoman a un espejo en el que viven, que es el de las dudas, los quiebres amorosos, la incapacidad de llegar al otro pese a que duerman juntos a diario. El salto al vacío que representa vivir.

Portada del libro "El círculo de los Mahé"
Portada del libro "El círculo de los Mahé"
Portada del libro "Carta a mi madre"
Portada del libro "Carta a mi madre"
Portada del libro "Memórias íntimas"
Portada del libro "Memórias íntimas"

André Gide le escribió a Georges Simenon en 1939: “[…] no comprendo muy bien cómo usted concibe, compone, escribe sus libros. Hay en ello, para mí, un misterio que me interesa particularmente. Me cuesta muchísimo creer en los fenómenos (y, para mí, usted es un fenómeno) y no me quedo tranquilo hasta que consigo explicármelos”.7 Ese misterio, en la idea de Gide, es el que mantiene vivo a Simenon en medio de un oleaje editorial que cada año lanza a decenas de autores de novela negra que son olvidados por los lectores nada más salir de la librería. Su misterio conjura para que podamos leer sus libros en las vacaciones (y diría: volver a ellos), y asimismo en la sala de la biblioteca, sin remordimientos. Lo que leemos es un segmento de la mejor literatura producida en el siglo XX.

Junto a Tres habitaciones en Manhattan destaca El círculo de los Mahé (1968; 2014), que relata el viaje del doctor Mahé a la isla de Porquerolles (al sur de Francia, entre Marsella y Niza), en donde una secuencia de hechos inesperados transforma esa novela en un sueño buñuelesco. De nueva cuenta, la falta de barandal permite a Simenon arrojarse a explorar el arte novelístico que habrá imaginado que dominaba sin límites. Quizá las “novelas duras” no sean el mejor camino de llegada a su obra. El estilo cristalino de su prosa subsiste, pero una vez libre del corsé noir, el autor belga navega hacia costas en las que su onirismo se vuelve más auténtico según hace avanzar la trama.

A la manera de las películas en blanco y negro en las que de pronto se le aparece el diablo al protagonista, este relato del doctor Mahé está ideado para dar cabida a sucesos que carecen de explicación. Si bien el primer viaje es un fracaso para él y se promete no volver, años después hace maletas y regresa con la intuición de que lo espera la emisión de un mensaje oculto. El presente nos habla, dice una sabiduría milenaria, y sólo necesitamos prestar atención a los signos del tiempo.

Ahora bien, recordemos: en 1968, en tanto la novelística de lengua francesa se encuentra en uno de sus momentos más altos (situacionismo, existencialismo, OuLiPo, Tel Quel, Nouveau Roman, por decir algo), Simenon se mantiene fiel a la construcción de su novelística, casi de espalda a los hallazgos de su tiempo. Se trata de una edificación clásica en donde lo importante es su fidelidad al modelo simenoniano. Eso lo vuelve un paradigma ético: ignoró las luces de estroboscopio de la nación que las produce casi de manera natural, y caminó por la senda que eligió y quiso llevar hasta el fin.

IV. SIMENON EN EL CANON DE FRANCIA

En el tercer bloque de su producción escritural se encuentra la parte memorialista, que no debe ser tenida en menos. En principio, no sólo porque abre vías hacia el individuo a secas, despojado de su condición de escritor, sino porque explica variados motivadores que detonaron sus obras más personales. En las monumentales Memorias íntimas (1990; 2000) se permite relatar en primera persona el hecho más doloroso de su vida: el suicidio de su hija, asimismo escritora, Marie-Jo Simenon (1953-1978), con un disparo en el corazón a la edad de veinticinco años. Las circunstancias alrededor de su muerte aún no se clarifican, esto es, las “circunstancias emocionales”, pese a que el propio Simenon habló con los medios del hecho. Eso le supuso un quiebre emocional y dejó de escribir durante un tiempo.

Mucho más se relata en Memorias íntimas, a lo largo de más de mil páginas, pero destaca el relato de sus años de periodista y escritor novato, lo mismo que su pasión por los bajos fondos. Mucho de lo que es Maigret se debe al propio Simenon, que trasplantó par-te de sus (malos) hábitos al personaje. De igual relevancia, si bien más ligera, es la Carta a mi madre (1974; 1993), dolorosa reflexión acerca de la figura materna, en la que evidencia la tormentosa relación que tuvo con la suya, así como el detalle de emociones que pocos escritores permiten siquiera dejar entrever a los lectores. Como buen escritor de lengua francesa, Simenon asume la vida familiar como el escenario propicio en el que se tejen y destejen las pasiones humanas, que luego se muestran al mundo. A su modo de entender, la familia es el primer tablado en el que todos bailan y velan sus armas iniciales, de camino a la construcción de un proyecto individual de sobrevivencia en el mundo.

Pedigrí (1948; 2015), en último término, es una novela de corte autobiográfico, por lo que debemos leerla con cuidado. Escenas de la vida familiar, en las que sobresale la descripción minuciosa de la vida sentimental del protagonista (el propio Simenon de niño o adolescente), narrado de forma deliciosa para satisfacción de quienes anhelan un ejercicio arqueológico de su escritor favorito. Este volumen se lee como un paseo de días felices, en el que no hace falta nada más para aderezar una sonrisa al amanecer. Refiere Simenon sobre el libro: “Pedigrí no fue escrito ni de la misma forma, ni en las mismas circunstancias, ni con las mismas intenciones que mis otras novelas, y por eso sin duda constituye una especie de islote dentro de mi producción”.8 Entonces Pedigrí es una excepcionalidad en su obra, de la misma forma en que el propio Simenon lo es dentro de la literatura europea.

En la parte más anecdótica de su trabajo, las novelas del belga se han llevado al cine y a la televisión con suerte diversa. Las dos últimas adaptaciones han sido muy aplaudidas y no es difícil entender las razones. Maigret (2016) actuado por Rowan Atkinson (1955) generó suspicacias por el perfil cómico del actor. El resultado fue satisfactorio por su retrato lúgubre de un París en agonía. Atkinson personificó a un agente serio y reflexivo, a la altura de las circunstancias. Gérard Depardieu (1948), por su parte, actuó como el investigador para el filme Maigret (2022), con resultados notorios por la personalidad del actor francés. Eso es para señalar que Simenon está vivo en los libros, la televisión y la pantalla grande.

En el tercer bloque de su producción se encuentra la parte memorialista, que no debe ser tenida en menos... explica motivadores de sus obras más personales

El rescate de su obra representa un triunfo editorial de primer orden. Durante décadas, los volúmenes sólo podían hallarse en traducciones deficientes, publicadas en entregas para aficionados al género policial y vendidas en puestos de revistas. Esto nos pone al día con respecto a Francia, ya que una selección de la obra de Simenon fue publicada en La Pléyade (dos tomos, más de 3,300 páginas, papel cebolla), que agrupa a autores del canon en lengua francesa. Los criterios de publicación no siempre son claros. Diversos autores, por ejemplo, Charles Maurras (1868-1952), Lucien Rebatet (1903-1972) o Robert Brasillach (1909-1945), aún esperan la publicación de al menos un título en la colección.

El autor y coleccionista de pipas, en Suiza, 1981.
El autor y coleccionista de pipas, en Suiza, 1981.

Así que por alguna razón misteriosa, por su condición de “fenómeno”, a decir de Gide, Simenon se encuentra presente entre nosotros más que cualquier otro escritor de nuestra época. Quedo sin razones para explicarlo (“la magia de la literatura”, me digo) y entonces me entrego a la parte gozosa de leer, que es interminable.

Notas

1 Ver https://www.britannica.com/biography/Georges-Simenon

2 VV. AA., George Simenon, Acantilado, Barcelona, 2012, p. 3. Énfasis añadido. Cf. https://www.acantilado.es/wpcontent/uploads/george_simenon_opusculo.pdf

3 Ibidem.

4 VV. AA., George Simenon, Acantilado, Barcelona, 2012, p. 35. Énfasis añadido. Cf. https://www.acantilado.es/wpcontent/uploads/george_simenon_opusculo.pdf

5 Georges Simenon, Maigret y el mayorista

de vinos, Caralt, Barcelona, 1975, p. 76. Énfasis añadido.

6 Ver https://youtu.be/GMQdPhPn7U8

7 VV. AA., George Simenon, Acantilado, Barcelona, 2012, p. 76. Énfasis añadido. Cf. https://www.acantilado.es/wpcontent/uploads/george_simenon_opusculo.pdf

8 Georges Simenon, Pedigrí, Acantilado, Barcelona, 2015, p. 7. Énfasis añadido.