"La infancia no viaja"

En estos versos inéditos de la narradora y poeta argentino-mexicana Sandra Lorenzano palpita el pulso del reencuentro con un origen que es pasado, pero se refrenda como signo del presente; la palabra, las memorias, la voz –hasta el acento al hablar— marcan destinos de exiliados. "Entrar en la pampa como se entra al mar / dejando todo en la orilla / bien doblado lejos del agua": así canta la voz poética que sufre el destierro de los mapas geográficos y opta por seguir "el camino de las hormigas"

"La infancia no viaja" Foto: Pexels

La infancia no viaja.

Se hace vieja, atrás.

FERNANDA GARCÍA LAO

1.

Cocuyos decían algunos

“bichos de luz”

verano

lejos de las manos que los encerraban

en el vidrio

nosotros esperábamos la noche

para bailar con el brillo en los párpados

el mundo era un cuadrado de pasto

siempre a medio crecer

los perros las bicis

y el calor que llegaba

con chicharras y siestas

no había aún herida en el canto

ni cenizas enterradas

todo respiraba con el mismo ritmo

el río la lengua las pieles

pero la infancia no viaja

es luciérnaga que envejece

en un mapa invertido

Hay una voz desterrada

que persiste en mis sueños.

VICENTE HUIDOBRO1

2.

Vuelve la lengua. Siempre. Una y otra vez. La lengua. La voz.

Tu piel. Desde la mudez deslenguada del que ha perdido la tierra.

¿Y si no hablo? ¿Si no hablara más? ¿Si hiciera un pacto con el ángel caído?

¿Si me perdiera en el fondo abisal del sur? ¿Si hiciera de la palabra un puro deseo? ¿Si dejara los sonidos en el fondo

del río? Barro. Huesos.

Sueño con una moneda en la tráquea. Una moneda oxidada como voto de silencio.

3.

Me avergüenza ese instante en que las sílabas se traban. No es error. No es tropiezo. Es la historia que corre por mis venas. Es la memoria que fractura lo que vendrá. Seré huesos tartamudos.

¿Quién habla allí?

Shibboleth

Hubiera muerto yo con los cuarenta y dos mil balbuceantes efraimitas. No es tropiezo, dice el Libro de los Jueces.

No es la belleza de la voz

es el riesgo oculto en el sonido.

¿Te irías? ¿Te perderías, entonces, en el marrón rojizo de mis ríos? ¿Te volverías también tú un puro silencio astillado?

¿Cómo desaparecerías si no te quedara más remedio?

¿Si el centro del río te absorbiera?

¿Si te hubieras vaciado de palabras?

4.

Entrar en la pampa como se entra al mar

dejando todo en la orilla

bien doblado lejos del agua

cada tanto un grupo de árboles

y el mito de la tierra fértil

cultivaban papas en el fondo del jardín

de ahí nos vienen, ma, las manos de campesinas

las venas marcadas las palmas fuertes

lo tenían prohibido y los cosacos eran implacables

aunque fueran sólo tres latas con algunos brotes

el bisabuelo les recitaba versos que un joven Bialik

escribía en el pueblo vecino

mientras alguien imaginaba ya la ciudad asesinada

aquí edificios y montañas parecen una sola cosa

únicamente las distingue el ruido

casi escribo “la sordera” para hablar del silencio

trampas de la añoranza

Un día lo hice (creo):

dejé todo en la orilla

y seguí el camino de las hormigas

como si entrara al mar.

5.

Cocuyos decían algunos

También quise huir / borrarme / sembrar mi lengua en

[el desierto

voz desterrada / aterrada que arrulla el balbuceo en un frasco

bichos de luz

caranchos

no todo es trigo y huesos en esa patria

que se hace vieja, atrás

junio-julio, 2023

Nota

1 Citado por Sylvia Molloy en “Vivir entre lenguas”.