Pocos libros en la historia de la literatura latinoamericana han sido tan audaces como La amortajada (1938), empezando porque no se preocupa en explicar su osadía. A diferencia de los vanguardistas, que al menor descuido anunciaban que estaban revolucionando la literatura porque si no lo gritaban ellos nadie se enteraba, o incluso de Borges o Arlt, que escribían prólogos de una falsa modestia (el primero) o de una soberbia magnífica (el segundo) para así justificar sus libros, la chilena María Luisa Bombal (1910-1980) publicó su novela sin mayores proclamas ni instructivos, confiada en que sería leída como lo que era: una pequeña obra maestra distinta de todo lo escrito hasta entonces. Y lo fue y no lo fue.
LA AMORTAJADA FUE AUDAZ desde su tratamiento desinhibido de lo fantástico. La autora no pide permiso ni perdón por imaginar, no brinda explicaciones rebuscadas para lo maravilloso, no niega lo soñado; la magia sólo ocurre. En La invención de Morel, publicada sólo dos años después, y al igual que en sus cuentos fantásticos, Bioy Casares siempre brinda una explicación para el hecho fantástico, con lo que lo racionaliza; una década después, Carpentier publicaría El reino de este mundo, donde atribuye lo fantástico a una condición cultural y geográfica: Latinoamérica es maravillosa por defecto. Nada de esto ocurre en La amortajada, construida a partir del momento en el que una mujer muerta observa, desde el féretro, a los dolientes que acuden a despedirse de ella. Ana María —la protagonista— ni siquiera se muestra extrañada o sorprendida por ver la vida desde la muerte, y en lugar de cuestionarse la causa del prodigio, mejor se dedica a rememorar su vida. Este hecho resulta inquietante por partida doble, pues más allá de la posibilidad de seguir viendo, recordando y pensando a pesar de estar muerta, lo realmente extraordinario y misterioso para Ana María son todas las experiencias que vivió y, para el lector, el punto de vista desde el que se narran. Para Bombal, lo fantástico reside en lo que se vive y en la forma en que se rememora e interpreta, enigmas frente a los que la muerte palidece.
La amortajada fue formalmente audaz. En sus breves e inmensas cien páginas se alternan tiempos verbales y distintas personas gramaticales con tal naturalidad, que los cambios pasan inadvertidos y exigen una lectura atenta y distanciada para identificarlos. Esta fluidez responde a que la experimentación, en Bombal, no es un alarde técnico, sino que está al servicio de la narración y de los personajes. Por ejemplo, al inicio, la novela está narrada en una tradicional tercera persona omnisciente, pero cuando Ricardo, el primer amor de Ana María, se asoma al féretro para ver su cadáver, una primera persona, más comprometida y ligada afectivamente con la narración, se apropia del texto. Los narradores en primera, tercera y a veces segunda persona se van pasando la voz, discretos y generosos, siempre en función de cuál de ellos es más pertinente para contar ese determinado pasaje.
Lo mismo sucede con los tiempos verbales: pasado y presente se alternan, se confunden y se funden, en consonancia con una vida entera que transcurre en la noche del velorio de la amortajada. Obviamente, estos recursos responden al influjo de las vanguardias, de las cuales Bombal tomó lo que necesitaba para su literatura, mientras dejó de lado el alboroto y la estridencia para quienes se contentaban con espantar al burgués. De hecho, La amortajada no sería vista como uno de los experimentos narrativos más radicales de la vanguardia latinoamericana si hubiera fallado, pero la chilena logró narrar, con la fragmentación cubista y la atmósfera surrealista, de una manera fluida y espontánea.
Bombal describió experiencias en la vida de las mujeres, como el aborto o el orgasmo, hasta entonces ausentes en las letras latinoamericanas
La amortajada fue audaz porque, de nueva cuenta sin pedir permiso, habló del cuerpo como nadie lo había hecho antes, y mucho menos del de la mujer. Pudiera pensarse que la literatura fantástica, ocupada en imaginar mundos lejanos o la inmaterialidad de los fantasmas, no era el vehículo idóneo para explorar el cuerpo. Sin embargo, fue en un marco fantástico desde el cual Bombal describió por primera vez experiencias en la vida de las mujeres, como el aborto o el orgasmo, hasta entonces ausentes por completo de las letras latinoamericanas por su renuencia a hablar del cuerpo —sobre todo del femenino—, por la preponderancia casi absoluta del punto de vista masculino y por la moral imperante. De hecho, Bombal nunca emplea las palabras “aborto” y “orgasmo”, pero a través de la elipsis, la perífrasis y la descripción poética —consustanciales a su escritura— alude a lo que hasta entonces nadie había nombrado.
Que Ana María estuviera embarazada de su amante ya era una afrenta moral, que no tuviera el menor remordimiento por ello resultaba todavía más escandaloso y que finalmente considerara abortar era ya demasiado, pero Bombal es clara al describir la indecisión de su protagonista, al usar los puntos suspensivos más subversivos en toda la historia de la literatura latinoamericana: “Mañana, mañana buscaré esas yerbas que… o tal vez consulte a la mujer que vive en la barranca…”. Finalmente Ana María aborta, aunque la novela mantiene con astucia la ambigüedad de si se trató de un aborto espontáneo o provocado, con lo que pudo sortear la posible censura. Pero si la causa del aborto no se aclara, su descripción es sobrecogedora:
... Corrí hacia la puerta y la abrí. Avanzaba penosamente en la oscuridad con los brazos extendidos, igual que las sonámbulas, cuando el suelo se hundió bajo mis pies en un vacío insólito.
Zoila vino a recogerme al pie de la escalera. El resto de la noche se lo pasó enjugando, muda y llorosa, el río de sangre en que se disgregaba esa carne tuya mezclada con la mía…
BOMBAL ES IGUALMENTE evocativa y exacta para hablar del placer. Ya en su primera novela, La última niebla (1934), había ensayado una descripción del orgasmo, que aparece en La amortajada de forma supeditada a la trama; no es que Bombal se proponga ser la primera en narrar lo que sea, si-no que para contar la historia que necesita contar requiere introducir las experiencias relevantes que vivió su protagonista, y el orgasmo es una de ellas, no asociado, por cierto, a la pareja que más amó:
Fue como si del centro de sus entrañas naciera un hirviente y lento escalofrío que junto con cada caricia empezara a subir, a crecer, a envolverla en anillos hasta la raíz de los cabellos, hasta empuñarla por la garganta, cortarle la respiración y sacudirla para arrojarla finalmente, exhausta y desembriagada, contra el lecho revuelto.
Si la descripción del aborto y del orgasmo resaltan por su novedad y atrevimiento, hay muchas otras, siempre ligadas a los procesos del cuerpo y los afectos, que podrán ser menos subversivas pero igualmente logradas, como las que dedica a la vejez, el embarazo, la tristeza y la plenitud.
A pesar de las novedades antes mencionadas, la intención de Bombal no es innovar por innovar, tan es así que La amortajada tiene un pie bien firme en la tradición novelística de entonces. Porque, entre otras muchas cosas, también es una novela criollista que respeta algunas de las pautas del subgénero. Allí están los escenarios idílicos de Don Segundo Sombra o las haciendas idealizadas de Las memorias de Mamá Blanca, pero lo que en Ricardo Güiraldes y Teresa de la Parra es ante todo un regionalismo melancólico, en la chilena es un simple escenario para que su protagonista despliegue las emociones y vivencias que exaltan y resumen toda vida. Y el hecho de ser simultánea e imposiblemente una novela criollista y una intimista es sólo una de las felices paradojas de La amortajada, que también es una novela realista y a la vez fantástica, un cuento de fantasmas una conciencia lúcida que es abandonada en una atmósfera onírica, y el estudio psicológico de una mujer, y finalmente una novela construida bajo una premisa de la literatura gótica más clásica —una muerta que vive y contempla su propio velorio y enterramiento—, en la que el horror brilla por su ausencia, opacado por las alegrías y miserias de la vida que llega a su fin y que se rememora como lo que es: el más extenso de todos los sueños.
EL PRIMERO EN ADVERTIR las paradojas de La amortajada fue Borges. Cuando su amiga le contó el argumento de la novela que estaba escribiendo —según él mismo confiesa en la reseña que publicó en Sur (núm. 47, agosto, 1938)—, el argentino le advirtió que era de “ejecución imposible”, pues la parte mágica “invalidaría” la psicológica, o viceversa. Ella lo escuchó pacientemente y desechó sus opiniones, y a Borges, al leer la versión final de la novela, no le quedó más remedio que aceptar que se había equivocado y que Bombal había conseguido lo imposible, por lo que La amortajada estaba destinado a ser un “libro que no olvidará nuestra América”. Desde entonces, la influencia de esa novela ha sido primordial en la literatura latinoamericana, que la ha leído y aprovechado según el espíritu de cada época. La nuestra ha privilegiado el lugar que ocupa en ella el cuerpo femenino, mientras que para Juan Rulfo, como él mismo lo aceptó en múltiples ocasiones, fue una influencia decisiva para imaginar los fantasmas de Comala. No deja de ser llamativa la forma en la que Rulfo conoció a Bombal, según cuenta Diego Zúñiga en María Luisa Bombal, el teatro de los muertos (UDP, Santiago de Chile, 2019). En una estancia en México, la chilena acudió a hacer un trámite a las oficinas de migración donde Rulfo trabajaba como empleado. Para sorpresa de la escritora, el empleado sabía mucho de literatura y además compartía su admiración por el noruego Knut Hamsun, por lo que días después regresó a regalarle uno de sus libros; el resto de la historia es literatura, y de la mejor.
Esta última es una de tantas anécdotas en una vida saturada de ellas, casi siempre debidas a la literatura y la amistad, pero también a la tragedia y al abandono. La película Bombal (2012) pretendió aprovecharlas para un biopic taquillero, pero redujo a la escritora al episodio en el que le disparó en pleno centro de Santiago a uno de sus amantes. Éste resultó herido y Bombal libró la cárcel gracias a que sus abogados demostraron que estaba atravesando una crisis psiquiátrica, de la que logró sobreponerse. Más allá de esa Bombal de cuestionable gusto cinematográfico, yo prefiero recordar a la que escribió La amortajada en la mesa de una cocina de Buenos Aires mientras Neruda escribía sobre la misma madera la primera Residencia en la tierra, recordar a la amiga de Borges y de García Lorca en el climático Buenos Aires de los años treinta, a la que Victoria Ocampo le encargó una reseña para Sur de una película argentina protagonizada por Libertad Lamarque, pues ningún otro colaborador de la revista hubiera aceptado encargo tan poco prestigioso. La reseña fue de tal modo exitosa que agotó los ejemplares de Sur y los productores cinematográficos se acercaron a Bombal para que escribiera guiones de cine, de los que alguno fue un éxito de taquilla. Más tarde ella se marchó a vivir a Estados Unidos y pasó largos años en Nueva York, donde siguió trabajando en el cine y en la publicidad. La prestigiosa editorial Farrar & Straus se interesó por sus novelas, pero le exigió unirlas, alargarlas y aligerar su carga poética, lo que la escritora aceptó a regañadientes, según cuenta en su Testimonio autobiográfico (2005), rescatado por Lucía Guerra para la publicación de sus obras completas. A pesar de los cien mil ejemplares que vendió el resultado, Bombal consideró esa versión como una mutilada, aunque contaba con el doble de extensión de las originales.
De hecho, tras La amortajada, que publicó con veintiocho años, y salvo algún cuento y ediciones revisadas, María Luisa Bombal no volvió a ser publicada. El resto de su vida lo pasó huyendo de esa novela tan poética y extraña en la que ya había escrito todo lo que había vivido y, proféticamente, lo que aún le faltaba por vivir. Vieja, volvió a Chile, donde pasó sus últimos años como una leyenda olvidada, alcohólica y sola, ansiando el premio nacional —tan insignificante frente a ella—, que nunca se le concedió. Cuántas tardes solitarias habrá pensado María Luisa Bombal que se había convertido en Ana María, la protagonista de su novela, que evoca su vida desde la muerte; cuántas tardes solitarias habrá pensado María Luisa Bombal que la vida es más misteriosa que la literatura. Pero como en La amortajada, a veces la literatura es más hermosa que la vida, y en eso radica su más insolente audacia, pues la belleza es siempre una violenta insolencia que contrasta con la grisura rutinaria del mundo.