Una casa para Amelina

La pertenencia a un país implica más que una geografía. Refiere al sitio donde puedes confiar en los otros, dijo Victoria Amelina. Alberto Ruy Sánchez analiza el contexto sociopolítico de la guerra genocida contra Ucrania mientras recupera, junto con la de esta autora, otras voces literarias que sufrieron las consecuencias del totalitarismo soviético. Además pone el foco en Un hogar para Dom, novela donde la también periodista asienta:“Así como el aire es tuyo mientras lo lleves dentro, el hogar es nuestro mientras lo llevemos en el cuerpo”.

Victoria Amelina (1986-2023). Foto: twitter.com

Dos semanas después de iniciada la más reciente invasión rusa a Ucrania, en un breve ensayo publicado en El Cultural (341, del 5 de marzo, 2023), mencioné la recurrencia de “la casa” en la literatura de los países colonizados por la Unión Soviética. El hogar es lo que permite escapar de la destrucción y la barbarie soviética. De la devastación material y de la agresión simbólica, pues el autócrata bombardea lugares, pero también bombardea la realidad al imponer una falsa realidad paralela, una mitomanía convertida en verdad oficial. Un tirano, “el gran abusador”, inventa enemigos, difama, persigue e incita al linchamiento.

Anotaba el contraste entre una poeta joven, la ucraniana Kateryna Kalitko, con la ucraniana de expresión rusa, Anna Ajmátova. La primera habla del hogar como el ámbito primordial donde aún es posible oponerse a la expansión de la guerra. “Todavía es posible un hogar allá, donde ponemos a secar la ropa [...] El cuerpo inflamado de la guerra se metía en los corazones florecientes porque no la habíamos dejado entrar en nuestro hogar para calentarse una noche fría”. Ajmátova, medio siglo antes, muestra en su poema "Réquiem" cómo el terror estalinista entró en su casa como un río desbordado y se llevó prisionero a su hijo. Su convulsión retaba al “realismo socialista” del estalinismo como una mentira cruel, imposible.

EN LOS MESES SIGUIENTES a la invasión se publicaron dos explicaciones claras de este surgimiento del hogar como última resistencia ante la guerra de Putin. Una de ellas es del historiador Timothy Snyder, autor de Bloodlands, sobre Europa entre Hitler y Stalin, entre otros libros sobre Ucrania y los totalitarismos nazi, soviético y ahora, ruso. Para Snyder, el hogar es resistencia natural porque no se trata de una guerra mi-litar, sino de un genocidio. Los ataques militares sistemáticos contra blancos civiles no son sólo respuesta a la sorpresiva resistencia de los ciudadanos ucranianos: ocurren porque la invasión rusa es el esfuerzo de exterminio de un pueblo, su Estado, su cultura, su intimidad, su autodeterminación, su derecho a existir. Snyder explica que el ejército de Putin cumple punto por punto el concepto de la legislación internacional sobre qué es un genocidio: el intento de eliminar totalmente a un pueblo. “El hogar” concentra diferencias de todo tipo. El cobijo extremo. Por tanto es la última frontera que reta al genocida. El lugar donde las personas son lo que pueden ser, no lo que un régimen autoritario dice que deben ser o dejar de ser. De ahí los secuestros de niños ucranianos, para aniquilar en ellos su cultura. Rusificarlos como supuesta salvación y asesinar a los adultos que no quieran ser convertidos en otros. Como una confirmación, en marzo de 2023, tras un año de iniciado el ataque, la Corte Penal Internacional de los Derechos Humanos emitió una orden de arresto contra Putin, por el secuestro masivo de niños como crimen genocida. Esos chicos representan el hogar vulnerado. Y los titulares sobre los pocos rescatados que vuelven con sus familias hablan de “regreso al hogar”.

La segunda respuesta vino de una escritora ucraniana, Victoria Amelina. En su ensayo sobre lo que llama la necesidad de extender “las fronteras del hogar”, sostiene que para sobrevivir, Ucrania debe mantener vigiladas las fronteras con sus vecinos rusos. No sólo han cometido enormes genocidios en Ucrania a lo largo de la historia: le niegan su derecho a existir autónomamente. La guerra de Putin contra Ucrania comenzó en diciembre de 2013, cuando Rusia invadió y se anexó Crimea, al sur del país. Putin fue derrotado en 2014, cuando la descomunal resistencia ucraniana en la Plaza Maidán de Kiev expulsó a un gobernante títere de Putin, que ordenó disparar contra los ciudadanos. Establecieron un gobierno democrático que convirtió la resistencia en una lucha del autoritarismo contra el derecho a la autodeterminación, la democracia contra el totalitarismo. Victoria Amelina llamó a esas jornadas de Maidán 2014, en las que participó, “la Revolución de la Dignidad".

UN RECONOCIDO CINEASTA y escritor de Crimea, Oleg Sentsov, fue encarcelado por sus protestas contra la anexión de esa península. El gobierno ruso entró a su casa y se lo llevó a Moscú, donde fue torturado y enjuiciado por un tribunal militar, que lo condenó a veinte años de cárcel con acusaciones fabricadas. En 2018, Victoria Amelina dio un discurso sobre él en un congreso del Pen Club Internacional en India. El juicio contra Sentsov fue tema de una cinta, dirigida por Askold Kurov, que Amelina presentó, enfatizando la referencia kafkiana del título, El proceso, y afirmando que lo subversivo de Sentsov no era que en efecto fuera terrorista, como se le acusaba, sino que contara historias. El discurso de Amelina se titula: “Las historias ganan las mentes de la gente, no las balas”. Sentsov recibió el prestigioso Premio Sájarov y fue liberado en un intercambio de prisioneros, en 2019.

La mitomanía putiniana que afirma que Ucrania es Rusia niega la diversidad de historias que se tejen en un hogar ucraniano. Amelina afirma que, como escritora, piensa en el hogar como las narraciones que comparten sus habitantes y esa narrativa, en Ucrania, es “compleja, dolorosa y dramática”. Luego de sobrevivir la matanza de Holodomor, en la que Stalin decretó la muerte de hambre de cerca de cinco millones de personas, su propia familia, nacida en Ucrania, fue rusificada.

Amelina cita la idea de Milan Kundera sobre Checoslovaquia como parte de Europa occidental secuestrada por la Unión Soviética. Propone que se

considere a Ucrania como parte natural y solidaria de Europa. Un hogar, para Amelina, es donde puedes confiar en los otros. Esto adquiere un sentido nuevo cuando pensamos que la denuncia es práctica cotidiana en los países que fueron del bloque soviético y la delación comienza a serlo de nuevo en Rusia y en países donde el totalitarismo se impone. Más aún, Amelina afirma que los ucranianos hoy no sólo pelean por defender a Ucrania del invasor: también defienden a toda Europa. Por tanto, las fronteras del hogar que desea son las del continente europeo.

LOS PERIODISTAS RUSÓFILOS, que se confunden con propagandistas, dibujan mal las fronteras del hogar. Y callan sobre los fantasmas que lo habitan. Es decir, sobre los crímenes cometidos en la casa. En otro ensayo, titulado, “Nada malo ha sucedido: la historia de dos genocidios”, Victoria Amelina dice que Rusia evita hablar del Holocausto porque identificar un genocidio, aunque fuera perpetrado por los nazis, da palabras para identificar los que Rusia ha cometido. Y así, su ciudad, Leópolis, está atravesada tanto por el Holocausto como por el Holomodor, presentes en las casas de su ciudad como grandes silencios.

Cuenta que un ucraniano, Raphael Lemkin, muy activo en los juicios de Núremberg, ayudó a definir el concepto contemporáneo de Derechos Humanos y la noción de genocidio. Escribe Amelina: "si no fuera por él, no tendría el lenguaje que me permite identificar y comprender los crímenes de Stalin". Y ahora los de Putin. Como autora, dice, “lo que puedo hacer es escuchar los silencios que laten en el suelo de mi ciudad y traducirlos a un lenguaje que los vivos entiendan”. Lo hizo de manera aguda y divertida en su novela Un hogar para Dom, escrita en 2017, publicada en su país en 2021 y en mayo de 2023 por la editorial española Azor, con notas de la autora y los editores, y prólogo de José Manuel Cajigas. La historia, sencilla, lleva varias capas de significados que vale la pena señalar, aunque la novela se disfrute en primera instancia sin ellos. Más los sentidos que adquiere con el tiempo. Es un libro cuya luz está encendida en la historia más actual de Ucrania, que nos incumbe a todos.

El argumento es lúdico y muy profundo a la vez. El narrador de la novela es un perro inadecuado, pésimo cazador que avergüenza a su amo, quien lo vende a un coronel soviético retirado. Gracias a su olfato, el animal lee en la nueva casa donde habita varias capas históricas que la gente no percibe. La idea de Amelina de hacer hablar a los fantasmas de los muertos y los crímenes que han pasado en un viejo departamento de la ciudad de Leópolis, encuentra en el relato una fluidez inesperada. El perro no tiene el dilema, como los humanos, de hablar ruso o hablar ucraniano. Se llama Dominik, pero le dicen Dom. Hace referencia a Domus, casa. El título original es un juego de palabras intraducible. Un hogar para Dom, en ucraniano Dim dlja Dom, usa la palabra ucraniana dim para decir casa u hogar y la palabra cercana al ruso, dom, que puede traducirse igual, y es el nombre del perro. Literalmente, además de significar un hogar para el perro significa que la casa entera está en el perro. Al avanzar la novela su cuerpo se va cargando de historias de vivos y muertos. El perro es el hogar: sitio de historias compartidas. “Tu hogar es donde te recuerden. Y así como el aire es tuyo mientras lo lleves dentro, el hogar es nuestro mientras lo llevemos en el cuerpo”.

Victoria documenta crímenes de guerra de Putin, en 2022.

Al perro lo acosa la idea de los olores que permanecen, como el de los patos que va a cazar al lago. Huele en el agua la sangre de los patos y tras el miedo percibe la rabia. También la felicidad, el odio, el deseo. La sangre, de olor penetrante, delata a los humanos y permite al perro conocer las anécdotas de cada uno, sus pasiones y tragedias, sus alegrías y culpas. “Un hogar es el lugar donde siempre está tu olor más profundo, invariable y real, esperándote como si nunca te hubieras ido”.

El nuevo dueño del perro es un coronel soviético retirado que vive con su esposa, dos hijas y dos nietas. Una de ellas, ciega. Se han mudado a un departamento donde dejaron un viejo baúl enigmático. La llave se perdió. Poco a poco sabemos que el baúl contiene un tesoro simbólico. Unas migajas de pan que son memoria del Holomodor, el crimen de Stalin que mató de hambre a millones de ucranianos y que en la novela surge en el baúl y en los rituales de la ciudad, donde cada cuarto sábado de noviembre la gente pone en las ventanas de las casas veladoras que recuerdan a sus muertos. Aullido luminoso, callado como la llama, de un sufrimiento inconmensurable.

Como autora, dice, lo que puedo hacer es escuchar los silencios que laten en el suelo de mi ciudad y traducirlos a un lenguaje que los vivos entiendan
Portada del libro "Un hogar para Dom"

EN ESE DEPARTAMENTO VIVIÓ el escritor de ciencia ficción Stanislav Lem. En la historia hay referencias a él y la novela abre con un epígrafe suyo, significativo del proyecto narrativo. Una alegría de olvido, que va en sentido contrario al esfuerzo de Amelina, que termina describiendo la compleja y dolorosa intensidad que ella invoca como un grito insoportable. Dice Lem:

Que el sufrimiento, el dolor y el miedo de un ser humano desaparezcan con su muerte, que nada quede de sus vicisitudes y torturas, ni de los placeres a los que lo somete la vida, es un regalo que debemos agradecer a la evolución y que nos pone en el mismo lugar que a los animales. Si quedara, aunque fuera un sólo átomo de los sentimientos de cada persona infeliz y torturada, y esta miserable herencia creciera de generación en generación, si una chispa de sufrimiento pudiera pasar de una persona a otra, el mundo estaría atestado de terribles aullidos, arrancados violentamente de nuestras entrañas.

El perro lamenta no contar esta historia con olores, lenguaje que los humanos no comprenden. En la ciudad, Leópolis, que es donde nació Amelina, han pasado polacos, rusos, alemanes. Ucrania vota su independencia y el tiempo del libro va de 1991 a 2005, momento de redefinición, violentado por la invasión rusa de 2014, antecedente orgánico de la de 2022. La muerte de Victoria Amelina, un mes después de la aparición en español de esta novela, añade urgencia de comprender su proyecto narrativo y su logro. El desgarrador testimonio de Héctor Abad (publicado en El País), que estuvo a su lado durante el ataque, ayuda a conocer la dimensión de la búsqueda literaria y vital de esta escritora y su esfuerzo por documentar los crímenes de guerra del ejército putinista en Ucrania. El retrato que escribió Lydia Cacho (en Gatopardo: “Victoria Amelina: al rescate de una vida breve”) es testimonio de una década de conocerla, de la urgencia por resquebrajar la mitomanía de Putin sobre la invasión. Habla de su militancia al documentar crímenes de guerra y de Un hogar para Dom. “Quería contar las dificultades a las que se enfrenta nuestro país luego de tantos años de haber vivido bajo el yugo de la Unión Soviética; fuimos parte de ella y a la vez tenemos identidad ucraniana”. Sólo la literatura describe una complejidad que va más allá de una definición simple de identidades y lenguas.

En la novela queda la huella profunda, el olor sustancial, diría el perro, de la autora que siente a Ucrania como una llama encendida. El fuego de la agresión criminal de Rusia se encuentra con el fuego de la voluntad ucraniana de existir y tener un hogar. Su lucha nos concierne porque la amenaza totalitaria, esencialmente, no se detiene ni reconoce fronteras a su dominio.