Apenas unos destellos de Kundera

“Los personajes novelescos no piden que se les admire por sus virtudes. Piden que se les comprenda…”, dice Milan Kundera sobre sus libros o quizá sobre él mismo y sus inquietudes recurrentes. Como una provocación de lectura, José Woldenberg ofrece fragmentos escogidos del escritor, donde se dejan entrever algunas de las obsesiones en las que insistió a lo largo de su obra: el juego entre la memoria y el olvido, los héroes de la derrota, las tensiones entre política y amistad, el sentido del humor como acto de resistencia vital

Milan Kundera
Milan Kundera Foto: Ilustración: msimanta jahed / behance.net

Reflexivo y melancólico, Milan Kundera escribió una obra mayor. Van unos destellos para abrir el apetito:

UNO. AGNES ESPERA en un restaurante y ve las fotos de una revista. “En medio de una multitud de espectadores había caído en picada un avión en llamas”. “Pensaba en la salvaje alegría que debía haber experimentado el fotógrafo”. Encuentra otras fotos, donde aparecen personas desnudas en la playa. Una de ellas es la hermana de la reina. “En todas partes hay un fotógrafo”.

Agnes recuerda que, cuando era niña, su madre le dijo que Dios lo ve todo y ella quedó deslumbrada. “Fue entonces cuando sintió por primera vez el placer, la extraña satisfacción que el hombre siente cuando es visto, visto contra su voluntad, visto en los momentos de intimidad, cuando es violado por una mirada”.

Kundera explora el efecto que la expansión de la fotografía tiene sobre nuestras relaciones. La satisfacción de ser observado, el miedo a ser observado. Las cámaras fotográficas como un nuevo Dios que todo lo ve y de las que no podemos escapar. Es una novela de 1989, cuando las redes son el futuro, pero ya apunta derivaciones de la nueva era, narcisista (ser visto a como dé lugar) y temerosa (dado lo fácil que es que cualquiera trascienda no sólo la privacidad sino la intimidad de las personas). (La inmortalidad, 1990).

El tema recorre la obra del autor. Es tal la aglomeración de sucesos a gran velocidad, que el olvido todo lo cubre

DOS. UN CIENTÍFICO CHECO recapitula sobre su vida. “Todo su pasado ya no se le aparece como una aventura sublime, rica en acontecimientos dramáticos y únicos, sino como la minúscula parte de un tropel de acontecimientos confusos que atravesaron el planeta a tal velocidad que no pudo distinguirse sus rasgos”. La retrospectiva cambia la representación. El pasado esperanzador se volvió presente insulso; la emoción es resignación. Entonces piensa: “el grado de la velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido”.

El tema recorre la obra de Kundera. Es tal la aglomeración de sucesos a gran velocidad, que el olvido todo lo cubre. Sociedades sin memoria o con muy escasa, individuos modelados por un recuerdo esquivo. “Nuestra época se entrega al demonio de la velocidad y por eso se olvida tan fácilmente a sí misma”. Kundera cambia la ecuación: “nuestra época está obsesionada por el deseo de olvidar y, para realizar ese deseo, se entrega al demonio de la velocidad… quiere apagar la temblorosa llamita de la memoria”.

Ese juego entre la memoria y el olvido es recordado por los lectores de Kundera. La pérdida de memoria y el presente perpetuo han modificado las relaciones sociales y la autopercepción. (La lentitud, 1995).

TRES. AL ESCRIBIR sobre el Quijote, Kundera apunta su idea de la novela. Ve en ella “no sólo el lado penoso y vulgar de la vida, (sino) también su belleza hasta entonces menospreciada: la belleza de los sentimientos modestos, por ejemplo, el de esa amistad impregnada de familiaridad que siente Sancho por don Quijote”. Se trata de rescatar y recrear los dos hemisferios de la vida y “los sentimientos modestos” de los personajes, que acaban por esculpir la existencia. “Los personajes novelescos no piden que se les admire por sus virtudes. Piden que se les comprenda…”. A esa tarea se volcó la luminosa obra de Kundera. Para él, don Quijote es diferente de los héroes del pasado. Héroes de epopeya, que vencen o son vencidos, pero “conservan hasta el último suspiro su grandeza”, mientras “don Quijote ha sido vencido. Y sin grandeza alguna. De golpe, todo queda claro: la vida humana como tal es una derrota.

Lo único que nos queda ante esta irremediable derrota que llamamos vida es intentar comprenderla. Ésta es la razón de ser del arte de la novela”. La novela es una suerte de compensación ante el fracaso, un intento por desentrañar el sentido de lo que quizá no tenga sentido, una fórmula superior de acercamiento a lo eminentemente humano. (El Telón. Ensayo en siete partes, 2005).

CUATRO. PARA MILLONES, la política ha sido una fuente inagotable de amistades fracturadas. En los estados totalitarios fue rasgo común de la vida en sociedad. La política que todo lo preside, todo lo ordena y subordina tuvo un efecto devastador. “La llaga más dolorosa (la) dejan las amistades rotas; y nada más idiota que sacrificar una amistad por la política”.

Escribe: “Lo que más me llamó la atención de los grandes procesos de Stalin es la fría aprobación con la que los hombres de Estado comunistas aceptaban la condena a muerte de sus amigos”. La causa, el Partido, la política, por encima de todo, fueron demoledores para el arte y las relaciones. Por ello, este párrafo debería grabarse en hierro: “Es necesaria una gran madurez para comprender que la opinión que defendemos no es más que nuestra hipótesis favorita, a la fuerza imperfecta, probablemente pasajera, que sólo los muy cortos de entendederas pueden tomar por una certeza o una verdad. Contrariamente a la pueril fidelidad a una convicción, la fidelidad a un amigo es una virtud, tal vez la única, la última”. (Un encuentro, 2009).

CINCO. HAY EN KUNDERA una derrota vital. No sólo porque tuvo que exilarse, sino porque al final lo arropa una especie de fatalismo. “Comprendimos desde hace mucho que ya no era posible subvertir el mundo, ni remodelarlo, ni detener su pobre huida hacia adelante”. Un yunque inamovible se impone por su propio peso. “Sólo había una resistencia posible: no tomarlo en serio”. Por ello la ironía, lo equívoco, en ocasiones la distancia juguetona presiden sus relatos.

“Sólo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella”. (La fiesta de la insignificancia, 2013).