Disidente, recluso de la fama y la infamia

Esta segunda entrega sobre Milan Kundera, fallecido el pasado 11 de julio, cierra un perfil del novelista que fue también crítico de su tiempo, visionario, pensador ecléctico. En la primera parte, aparecida en El Cultural 411 (del 22 de julio, 2023), analizamos su idea del humor como defensa ante los radicalismos políticos y lo recordamos como profesor en París, a fines de los años setenta. En esta edición, Naief Yehya dialoga con su obra polifónica y con la radical apuesta del también cineasta contra las certezas unívocas, mientras José Woldenberg ofrece chispazos sugerentes de varios libros del checo, nacionalizado francés.

Milan Kundera (1929-2023). Foto: imdb.com

Para Jahaciel García Venegas

En 1984 parecía que todo el mundo estaba leyendo La insoportable levedad del ser. Yo comenzaba la carrera de ingeniería en la UNAM y prácticamente todos los conocidos, lectores y no tanto, estaban maravillados por la cuarta novela de Milan Kundera. Es sospechoso que un libro pueda unificar criterios a nivel planetario, más cuando no se trata de literatura complaciente, cebo emocional o chatarra sobrepromocionada. Me mantuve reacio a leer aquel bestseller a pesar de su pedigrí hasta que alguien, no recuerdo quien, me lo regaló.

NACER DE LAS RUINAS

El impacto fue enorme, casi físicamente doloroso. Kundera despertó esa sensación tan rara de descubrir algo a la vez novedoso y familiar, una voz que me acompañaba y provocaba, que abría las puertas de un mundo nuevo, triste y extraño, pero también intensamente sensual y acogedor. La atracción de sus personajes trágicos, absurdos y atormentados resultaba irresistible.

El universo entero estaba súbitamente interesado en el kitsch, el olvido y el libertinaje. Yo quedé enganchado y las posibilidades pornográficas de su literatura me influenciaron permanentemente. Conseguí La broma (1967), La vida está en otra parte (1969) y El libro de la risa y el olvido (1979). Los devoré en pocas semanas. Comenzaba entonces a escribir, intentando dar forma a ese lirismo ridículo de la adolescencia tardía, con la ilusión de que cualquiera podía escribir y creyendo que la ingenuidad e inexperiencia literaria eran virtudes. Kundera dijo: “Pasar de la inmadurez a la madurez es ir más allá de la actitud lírica. El novelista nace de las ruinas de su mundo lírico”. La influencia de la prosa pulcra y despojada de artificios de Kundera no me hizo mejor escritor, pero sí me liberó de la idea churrigueresca de la literatura que padecía. Lo más importante: su ironía y desencanto del comunismo hirió la fantasía soviética a la que me ataba desesperadamente y más que cualquier análisis político dañó para siempre mi credulidad en los sistemas políticos totalitarios y de los otros. Me impactó la concepción que tenía Kundera de la novela como una expresión de la libertad total y a la vez de la pureza creativa extrema que valía la pena defender. Aunque hacía ficción de su autobiografía, de sus cuestionamientos filosóficos y de su pasión musical, aseguraba que la novela no servía para ilustrar ideas ni debía ser vehículo político de ningún tipo. Su objetivo era ser un mecanismo de cuestionamiento y juego, en donde el poder de la imaginación en sí mismo reinaba sin fines ulteriores. La lista de escritores que Kundera admiraba era muy extensa pero su inocultable herencia cultural centroeuropea, particularmente Kafka, Nietzsche, Musil y Broch, era mayúscula.

ESTILO Y ARQUITECTURA

Kundera componía sus obras en una auténtica polifonía, con serio enfoque en los tonos, los volúmenes, el espacio físico que dedicaba a cada personaje, así como el uso de diferentes tempos, como si se tratara de música (andante, lento, prestissimo). En Los testamentos traicionados (1993) asentó que la novela es: “Una perspectiva, una sabiduría, una posición que descartaría la identificación con cualquier política, cualquier religión, cualquier ideología, cualquier doctrina moral, cualquier grupo". Kundera escribía con un estilo a la vez riguroso y fortuito, azaroso y disciplinado. Como alguien que conocía perfectamente el camino, pero tomaba desviaciones inesperadas, riesgosas e impredecibles para llegar a un final que usualmente no es un fi-nal. A pesar de permitirse libertades delirantes al estirar la realidad hacia la fantasía siempre se mantenía sereno, casi frío, frente a las catástrofes y prodigios que describía, quizá manteniendo un desapego irónico, fiel a sus orígenes como poeta surrealista. Kundera dijo que sus novelas no eran psicológicas, aunque eso significaba que las acciones no partían de la psicología sino lo opuesto.

Si bien es cierto que el autor checo nacido en Brno deseaba trabajar su literatura en plena libertad, también se imponía restricciones estilísticas, lógicas y arquitectónicas severas, como la noción de “construir una novela a partir de un número fundamental de palabras… de crear categorías existenciales a través del análisis, estudio, definición y redefinición de ellas”. Por ejemplo, El libro de la risa y el olvido está erigido sobre conceptos precisos: olvidar, risa, ángeles, frontera y litost (término en checo que significa el estado de agonía y tormento creado por el descubrimiento súbito de la propia miseria).

Su gran maestría radicaba en hacer que las preocupaciones y obsesiones en la cabeza de un personaje desataran una epidemia de ecos silenciosos en las mentes de quienes lo rodeaban. Creaba así una especie de efecto coral que conducía la narrativa al hacer fluir con la ficción elementos ensayísticos que se veían transformados por el contexto, es decir que dentro de la novela perdían la rigidez y las certezas.

EL PARTIDO COMUNISTA

Nació en el periodo entreguerras, el 1 de abril de 1929, y de muy joven conoció la brutalidad de la ocupación nazi de su patria. En su juventud fue un comunista ferviente, que comenzó a escribir poesía política. En su primer libro trata ficticiamente de su primera expulsión del partido comunista, en 1950. Volvió a esa organización a mediados de los cincuenta y escribió dos colecciones de poemas El hombre: un amplio jardín (1953), Monólogos (1957) y un poema épico: El último mayo (1955). Escribió algunos ensayos, panfletos y una obra de teatro, Los dueños de las llaves (1962), con la que alcanzó un cierto reconocimiento; fue traducida a varios idiomas. Se benefició de premios, publicaciones y privilegios oficiales que otorgaba el estado. Sin eso difícilmente lo hubiéramos conocido. Supo aprovechar las pequeñas fisuras que mostraba el régimen para fusionar el realismo socialista con el surrealismo y el teatro del absurdo. Si bien apoyó el movimiento de la Primavera de Praga, de 1968, sus dos primeras novelas no fueron censuradas, pero cuando llegó la represión fue acosado, ridiculizado y amenazado. No obstante, no perdió su empleo ni fue enviado a un campo de reeducación.

Milan Kundera supo aprovechar las pequeñas fisuras del régimen para fusionar el realismo socialista con el surrealismo y el teatro del absurdo

Tenía conocimiento musical y bastante talento como intérprete, en par-

te debido a que su padre fue musicólogo, pianista y director de la Academia Janáček. Tocó jazz para ganarse la vida tras su segunda expulsión del partido. Fue asistente de profesor y estudió por un tiempo guionismo y dirección de cine. Esas venas artísticas establecieron en su trabajo un diálogo multidisciplinario. Conoció a figuras fundamentales del cine checo de su tiempo, como Milos Forman, Jiri Menzel y Juraj Herz, pero al final se alejó de ese medio y cuando Philip Kaufman adaptó La insoportable levedad del ser, en 1988, la rechazó sin miramientos.

En 1975 abandonó su país, emigró a Francia, donde se hizo por decisión propia un escritor francés, y a partir de 1985 comenzó a escribir en esa lengua. Fue académico en Rennes y después vivió en París. En 1979 fue despojado de la nacionalidad checa, tras la publicación de El libro de la risa y el olvido; dos años después obtuvo la ciudadanía francesa. Sus libros estuvieron prohibidos por el gobierno checoslovaco hasta la Revolución de Terciopelo, en 1989. La insoportable levedad del ser lo convirtió en superestrella literaria y optó por volverse un recluso, para escapar de las trampas de la celebridad. La fama fue una condición que nunca apreció y sobre la que escribió para la revista The New Yorker, en 2006:

Un hombre se vuelve famoso cuando el número de personas que lo conocen es notablemente mayor que el número de personas que él conoce. La fama de los artistas es la más monstruosa de todas, pues implica la idea de la inmortalidad. Toda novela creada con verdadera pasión aspira naturalmente a un valor estético duradero. Ésta es la maldición del novelista: su honestidad está ligada a la vil estaca de su megalomanía...

CANCELACIÓN Y HUMOR

Para alguien que había escapado de la solemnidad puritana del comunismo checo, el sexo significaba libertad, ruptura y desprecio del orden moral. Las escenas sexuales eran el eje de su narrativa, el Aleph donde se concentraban los secretos, la felicidad, la nostalgia y el desconsuelo de los personajes, que a menudo eran esbozados a la ligera y en muchas ocasiones parecían reducirse a envases corporales de conceptos y actitudes, con un nombre, gestos característicos, predicamentos y pocas veces vida interna. Sin embargo, en el sexo se revelaba y mostraba su singularidad. El tratamiento que dio a algunos de sus personajes femeninos le ganó ser acusado de misoginia, de ser mujeriego, machista y pornógrafo. Alguien lo llamó androcentrista. Seguramente era material para una cancelación puritana. De la misma forma, para Kundera el humor era una estrategia de supervivencia, como una agresión contenida y una expresión de desolación. “Aprendí el valor del humor durante el tiempo del terror de Stalin”, le dijo a Philip Roth en una entrevista en 1980. En un mundo irredimible la única esperanza es no tomarse en serio.

La invasión soviética a Checoslovaquia, en 1968.

En 1972, Václav Havel, escritor de la disidencia y luego presidente de la República Checa, circuló una petición para solicitar firmas a los intelectua-les del país: pedía al secretario general del partido comunista, Gustáv Husák, la liberación de todos los prisioneros políticos. Treinta y cuatro de ellos firmaron. Kundera, quien fue maestro de Havel, se abstuvo y de esa manera se dio una terrible ruptura entre los dos. Havel permaneció en Checos-lovaquia, “vivió en la verdad”, luchó y fue encarcelado. Kundera desde el exilio veía en la lucha del dramaturgo “exhibicionismo moral puro” y criticó su actitud de confrontación con el gobierno. Paradójicamente, una vez en Francia cambió de opinión y fue crítico de la estrangulación de la cultura checa por parte de los soviéticos. En 1984, hastiado por ese giro, Havel se quejó: “Estoy irritado por estos continuos pronunciamientos acerca del cementerio cultural en que vivimos; sea lo que sea no nos consideramos cadáveres”. Este conflicto nunca se resolvió y marcó la perspectiva que tienen de Kundera muchos checos.

INTENTO DE ASESINATO

A esa controversia se sumó en 2008 la acusación, en la revista checa Respekt, de que Kundera había denunciado ante las autoridades al que era desertor y agente de la inteligencia estadounidense, Miroslav Dvoracek, quien regresó al país en una misión de espionaje en 1950. Ese hecho se tradujo en su arresto, una sentencia de catorce años de cárcel y trabajos forzados en una mina de uranio. El testimonio parecía contundente, pero había lugar para la ambigüedad y la duda de que Kundera hubiera sido el informante. De cualquier manera, el escándalo lo dejó herido y resentido: “Fue como el intento de asesinato de un autor”, dijo. Probablemente ésa fue la causa por la que no quiso volver a la República Checa.

Si alguien me hubiera dicho de niño: un día verás a tu nación desaparecer del mundo, lo habría considerado una tontería,
algo que no podría imaginar

Durante su diálogo con Roth, Kundera señaló: “Si alguien me hubiera dicho de niño: un día verás a tu nación desaparecer del mundo, lo habría considerado una tontería, algo que no podría imaginar. Aunque un hombre sabe que es mortal, da por sentado que su nación posee una especie de vida eterna. Pero después de la invasión rusa de 1968, cada checo se enfrentó a la idea de que su nación podría ser borrada silenciosamente de Europa [...] La repentina comprensión de que tal posibilidad existe es suficiente para cambiar todo el sentido de la vida de uno”. Hoy, en tiempos de la destrucción estadunidense de varias naciones en Asia y África, más la invasión rusa de Ucrania, estas palabras vuelven a tener una poderosa resonancia.

Portada del libro: La fête de l'insignifiance

Kundera publicó en 2015 su última novela, La fiesta de la insignificancia. Con ella su obra llegó a dieciséis libros (él desconoció todo su trabajo

político), traducidos a más de ochenta idiomas. Kundera brilló con más intensidad que ningún otro autor en la década de los 80, cuando rebasó los cincuenta años. Nadie mejor que él reflejó la catástrofe ideológica de la Guerra Fría y el deseo de liberarse de la revolución sexual sesentera. Aparte de su formidable literatura, su más valioso legado fue tratar de convencernos de que vivimos una monstruosa farsa política y moral, algo que quizá sintetiza en la rencorosa broma de su debut novelístico: “El optimismo es el opio de los pueblos”.