Al filo de Roberto

"Doloridas, sin consuelo, vienen a cumplir el oficio de llorar a sus hermanos", señala el coro en Los siete contra Tebas, de Esquilo. En estas páginas, como en el teatro griego, dieciséis voces se reúnen para recordar, para subrayar sus afectos por el director de este suplemento desde su aparición, en junio de 2015: Roberto Diego Ortega. El conjunto destaca un gesto, un carácter, una memoria tejida a través de la amistad de años o de pocos meses de intercambiar correos. El conjunto aplaude su vida noble, su trabajo más que luminoso. Descanse en paz.

"Mi relación contigo fue una intensa e íntima correspondencia literaria que duró más de dos años"
"Mi relación contigo fue una intensa e íntima correspondencia literaria que duró más de dos años" Foto: Pexels

Te conocí, Roberto Diego. No nos vimos en persona, pero te conocí. Mi relación contigo fue una intensa e íntima correspondencia literaria que duró más de dos años. Escribirnos era como una novela por entregas que se espera con ansias, se quiere leer para que no se acabe. Éramos dos personajes en ciudades o mundos distintos, deseando encontrarse en alguna ocasión para hablar sobre literatura, nuestra razón de existir. Eso nunca sucedió, pasó la vida, se cruzó una pandemia, hubo contagios, transcurrió el tiempo. Cada quincena, los domingos por la mañana, te mandaba la primicia de mi columna “Ojos de perra azul”. Hacer contacto contigo significaba ponerle brillo y luz al fatídico día de final de la semana, siempre lo transito en soledad y oscuridad. Me respondías por la tarde, sin falta, me dabas tu opinión, intercambiábamos ideas, el sol salía y las palabras, una vez más, cobraban sentido. Hablábamos de vueltas de tuerca, me animabas a romperle el cuello al cisne, a describir los eternos retornos que insisten en cumplirse. Escribir es arriesgarse, me advertiste alguna vez, es vivir al filo de la butaca.

No conocí tu voz pero aprendí a escucharla, ahora resuena en ecos al releer nuestras conversaciones. No supe del color de tu pelo ni cuánto medías. Si tus ojos eran cafés, negros o verdes, eso no importaba, me adentré en lo más importante para mí: la fisonomía interior de quien ama la creación de la belleza y el universo de la imaginación. Me leías con interés, mirada punzante, atenta, cercana, la pantalla de por medio se desvanecía. No sé si tus manos eran grandes o pequeñas, ni cómo presionabas el teléfono, pero sí que con el genio de tus dedos transmitías la inquietud de tu pensamiento. Tu sonrisa era virtual, me hiciste reír a carcajadas varias veces. Alto o delgado, nariz ancha o aguileña, no me enteré.

Carezco de tu imagen física, padezco un duelo suspendido, es muy extraño saber que ya no estás, Roberto Diego, a quien jamás tuve frente a mí. No quiero ver tus fotos, prefiero recordarte a mi manera, seguir imaginando no cómo eras para los demás sino cómo fuiste para mí. Me quedo con muchas otras cosas tuyas, intangibles, que guardo bien adentro de la piel. Me harás falta, y presiento que los próximos domingos van a ser terribles.

Estás ya en otro lugar o dimensión a la que sin duda iré y quizás ahí sí nos encontremos, querido Roberto, nos vamos a reconocer por aquel corazón negro, rúbrica que usábamos al despedirnos. Mientras tanto, te seguiré escribiendo al filo de la butaca, con una piedra blanca en tu memoria.

*El llanto en llamas.