El último encuentro

"Doloridas, sin consuelo, vienen a cumplir el oficio de llorar a sus hermanos", señala el coro en Los siete contra Tebas, de Esquilo. En estas páginas, como en el teatro griego, dieciséis voces se reúnen para recordar, para subrayar sus afectos por el director de este suplemento desde su aparición, en junio de 2015: Roberto Diego Ortega. El conjunto destaca un gesto, un carácter, una memoria tejida a través de la amistad de años o de pocos meses de intercambiar correos. El conjunto aplaude su vida noble, su trabajo más que luminoso. Descanse en paz.

Música que compiló para reuniones Foto Cortesía de: Delia Juárez G.

Durante una vida fueron El Bob y La Polla. Sus amigos repetimos tantas veces esta advocación que un día les dije a ambos:

—Ustedes dos han logrado el mejor nombre que se le puede poner a un protagonista de película pornográfica: Boby Lapolla.

Y añadí:

Armas al hombro, un filme de Larry Capinga con la estrella porno del momento, Boby Lapolla.

Así empezaban las hostilidades, como le llamábamos al primer trago del sábado, antes de la comida que Rocío, La Polla, organizaba con la mano diestra de la amistad. No recuerdo mejor anfitriona. El Bob, los tragos y la música; La Polla el resto de la tarde. Así saltábamos el sábado con sus cariños y cuidados, el día de la comida que luego se prolongaba hasta las primeras horas de la noche con el mismo elenco de amigos y amigas.

Así saltábamos el sábado con sus cariños... La comida se prolongaba hasta las primeras horas de la noche con el mismo elenco de amigos. Me gusta pensar que rozábamos la felicidad y la alegría en esos tiempos.
Así lo pienso ahora, en estos días tristes

Me gusta pensar que rozábamos la felicidad y la alegría en esos tiempos. Así lo pienso ahora, en estos días tristes.

El Bob me escribía de vez en cuando por WhatsApp: “Vodka time, Rafa?”.

Eso quería decir que cada quien con su trago en la mano y al teléfono repasaríamos, con La Polla en el micrófono abierto, las destrucciones de la cuatroté o la más reciente novela de Julian Barnes o una pelea del Canelo Álvarez. A él le gustaba este boxeador y a mí nunca me convenció. Yo le decía:

—Un fajador sin academia.

—Estás equivocadísimo. Obsérvalo bien.

UN AÑO ANTES de que Roberto ingresara por uno de los pasillos del Hospital General con rumbo al quirófano, lo asediaron distintos padecimientos, no mortales, pero sí incapacitantes:

—Esto es el demonio —me decía no sin desesperación.

—Resistir es la palabra, Bob.

En los días nublados yo le contaba de las adversidades editoriales del momento y también de mi hijo Alonso, a quien Roberto vio crecer y le tocaba entrar a otro quirófano para ser intervenido de la columna.

A PROPÓSITO DE LOS TRAGOS amargos teníamos montada una breve fantasía de humor privado que Bob no me tomaría a mal que yo hiciera pública en las páginas de su suplemento.

La Polla y El Bob quisieron y cuidaron a mis padres en su más alta vejez. Cuando mi papá se hartaba de la vida y sus imperfecciones siempre repetía: “Qué bueno que ya me voy”.

Así le escribí por un mensaje en el WhatsApp el día martes 4 de julio: “En fin, Bob, y como diría el clásico: ‘Qué bueno que ya me voy’. ¿Qué quieres que le diga a Chente? Te abrazo”. Por supuesto que me refería a su padre, el gran Vicente Ortega Colunga, quien fue un periodista de la vieja guardia, si alguno.

Me respondió con estas palabras: “Esperemos, Rafa, que mi chinga me dé tregua. Sobre el recado a Chente o a tu pá, está cañón que te me adelantes dadas las circunstancias, pero podemos ir pensando algún mensaje que se guarde cada quien para tan magno encuentro. ¡Salud!”.

Desde luego, conservo a la mano el mensaje para Chente. Éste fue nuestro último encuentro.